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Chevalier III

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Boisseau cerró el cuaderno de golpe y se dirigió hacia el escritorio a por el yelmo. Abrió la puerta y salió azorado. Bajó corriendo los tramos de escaleras y chocó de bruces con el ama de llaves que, con el golpe, dejó caer el candelabro que sujetaba.

-¡Aparta, Adeline! -gritó Boisseau sin pararse siquiera-.

-Lo siento, mi Señor...

La anciana recogió el candelabro del suelo y se apartó bajando el rostro avergonzada. Cuando Boisseau salió por la puerta principal hacia el exterior de palacio, Adeline suspiró aliviada. Se fijó en el cuaderno que llevaba aprisionado con fuerza contra su pecho y su tez palideció. 

-Dios nos proteja... -murmuró con gesto aterrado a la vez que se santiguaba-.

Boisseu recorrió las calles empedradas de la aldea. El cielo oscuro de aquella madrugada estaba empezando a clarear por el horizonte con los primeros amagos de luz que anunciaban la llegada del nuevo día. Giró al llegar a la casa del herrero y se encaminó calle arriba hacia el Palacio de los Goncourt. 

Cruzó los jardines que bordeaban el palacio. Atravesó el puente que cruzaba el pequeño riachuelo que bajaba con el agua embravecida por las intensas lluvias que días atrás habían azotado la zona, y se dirigió hacia la caseta del guardia encargado de vigilar la entrada.

-¡Alto! -gritó éste al ver a un hombre acercarse a gran velocidad-. 

Boisseau se acercó a él y se sacó el yelmo que ocultaba su rostro.

-¡Oh! ¡Señor! -dijo el guardia saludando a su superior-. No le había reconocido...

-Vengo a ver al Conde.

-El conde duerme, Señor. No puede entrar ahora.

Boisseu miró a su alrededor nervioso. No podía increpar a aquel desgraciado para que le dejara entrar. Al fin y al cabo, su misión era un secreto que ni el Conde debía conocer. Apretó con fuerza el cuaderno y dijo:

-Soldado, necesito que me haga un favor. 

-Pero es que yo... -dijo el guardia nervioso por el cariz que estaba tomando la conversación-.

-No le estoy pidiendo que haga nada que le pueda poner en un compromiso. Sólo necesito que me lleve hasta la Sala de Armas.

El guardia le miró extrañado. ¿La Sala de Armas? ¿Para qué tenía que ir allí a esas horas de la noche?

-No puedo dejarle entrar, Señor. No sin el permiso de Goncourt -contestó desconfiado-.

Boisseau se estaba inquietando. ¡El tiempo corría y debía conseguir la maldita daga! Pasó la mano por su rostro agotado. Miró al guardia y, con la culpa reflejada en su mirada, atravesó con su espada el pecho del hombre, que sin saber de dónde le había llegado la muerte, cayó desplomado contra el suelo. 

-Lo siento... -murmuró agachándose junto al cadáver-. Pero tu sacrificio te será recompensado en el reino de los cielos. 

Miró a su alrededor, cogió el cuerpo y lo escondió dentro de la caseta. Se colocó el yelmo de nuevo y corrió entre las sombras hacia el edificio de la izquierda, dónde recordaba que estaba la sala que buscaba. La luz, poco a poco, teñía el cielo de tonos azules. 

-Maldita sea... -renegó mirando el cielo-. ¡Se me acaba el tiempo!

Se acercó hasta el ventanal y miró a hurtadillas en su interior. La sala estaba a oscuras. Buscó algo que le pudiera servir para romper el cristal y se agachó a recoger una de las piedras que había junto a sus pies. La envolvió en su capa para minimizar el ruido y golpeó con fuerza el cristal, que se desmoronó con el golpe. Entró de un salto y buscó entre las diferentes vitrinas. Apenas si podía distinguir las armas... Recorrió la sala nervioso, pegando el rostro en los cristales hasta que, por fin, encerrada en una urna de cristal, encontró la daga. Se acercó a ella y abrió de nuevo el cuaderno. Examinó el dibujo y miró detenidamente el arma. Era ella. Miró a su alrededor. Silencio. Dejó el cuaderno en el suelo, aferró el asa de la urna y la levantó con gran esfuerzo. Apoyándola con cuidado en el suelo, alargó sus dedos hacia la empuñadura de la daga. Su cuerpo temblaba de la emoción. Empuñó el arma y paseó sus ojos por el frío filo del metal. 

-Perfecto -murmuró con orgullo-.

Volvió a colocar la urna en su sitio y corrió hacia la ventana rota. Unos caballeros llegaban en ese momento a palacio, a galope.

-¡Aldric! ¡Aldric! -gritó uno de los caballeros que había entrado en la caseta del guardia, extrañado de que su compañero no estuviera en su puesto-.

-¡¿Qué ha pasado?! -gritó el otro apeándose del caballo y corriendo hacia la caseta-.

-¡Avisad a Goncourt! -gritó desde la puerta a los dos caballeros que aún seguían fuera-. ¡Han asesinado a Aldric!

Los caballero golpearon con fuerza el lomo de sus caballos y entraron a galope en palacio. Boisseau les observó escondido entre las sombras. Debía salir de allí. Miró hacia las caballerizas. Había luz. Se giró hacia los soldados y, al ver que estaban sacando el cuerpo sin vida de Aldric, guardó la daga en su cinturón y corrió en busca de un corcel. A hurtadillas se coló en el interior de las caballerizas. Buscó con la mirada al mozo que se encargaba de cuidar a los animales. Debía estar cogiendo la paja limpia del granero. Corrió hacia uno de los establos. Abrió la puerta, colocó una silla sobre el lomo del corcel y salió al galope perdiéndose entre los árboles de la parte trasera del palacio.

Galopó sin rumbo un buen trecho, escuchando los ladridos de los perros de presa pisándole los talones. Agarraba con fuerza las riendas, mirando hacia atrás de vez en cuando. Llegó al borde del río, bajó del caballo, le golpeó con fuerza para que huyera y caminó por el lecho del río intentando mantener el equilibrio entre las rocas resbaladizas que se cruzaban en su camino. Se había arriesgado demasiado yendo a casa de los Goncourt. Y la muerte del guardia le dejaba en una situación muy complicada. Pero la misión debía finalizarse si no quería acabar ardiendo en las llamas del infierno. Sujetó la empuñadura de la daga, y se perdió en el bosque por el que Claude se había adentrado en busca de Pierre.


Obra registrada en SafeCreative a nombre de Carmen de Loma. 

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Comentarios

  1. Boisseau se ha metido en una grande... Intuyo que su misión le hará pasar por un infierno antes de que cumpla con su objetivo o bien será la antesala del verdadero...

    ¡Saludos!

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    1. Sí, pobre, en el lío que se ha metido... XD
      ¡Mil gracias por tus comentarios! :)
      ¡Nos leemos!

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  2. Debe ser muy importante lo que desea del Demonio para cumplir incluso poniendo su vida en peligro.
    Saludos.

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    Respuestas
    1. ¡Hola Jose!
      Ya lo verás más adelante. Quizá te lleves alguna sorpresa jejeje
      ¡Nos leemos! ^^

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