La Llamada. Capítulo 18.
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Alyssa y Gómez guardaron silencio.
Puerta de Bisagra. Toledo.
El trabajo de transportar
a Cristian hasta la parte más alta fue duro. Gómez le cogía con
fuerza, sujetando el brazo del Maestre alrededor de su cuello, y
Alyssa le sujetaba del otro, intentando no tropezar.
-¿Sabes dónde estamos?
-preguntó-.
-La verdad es que no...
-dijo Luis haciendo verdaderos esfuerzos por olvidar el dolor que
subía de su pierna-.
-Deberíamos estar cerca
de Toledo -intervino Cristian con un hilo de voz-. ¡Ah!
Un latigazo en el costado
le obligó a parar.
-¿Estás bien? -preguntó
la doctora con la preocupación escrita en la cara-.
-Vamos. No debemos perder
más tiempo.
Alcanzaron la cima de una
pequeña colina. Al otro lado cruzaba una carretera y Gómez decidió
bajar a pedir ayuda, con suerte, algún vehículo pasaría por allí.
Le pidió a Alyssa que se sentara con Cristian y vendría a ayudarla
cuando encontrara un medio de trasporte.
Al cabo de un rato, un
todo-terreno blanco pasó por la zona. Conducía despacio. El piloto
miraba hacia uno de los lados de la carretera y el copiloto, un tipo
con gafas de sol oscuras, hacia el otro. Cuando les vio, Gómez se
acercó al arcén y levantó los brazos haciendo señales para que
pararan.
-¡Perdonad! -gritó
corriendo hacia el vehículo que se detuvo unos metros más allá-.
¡Necesitamos ayuda!
Alcanzó el vehículo y
se acercó a la ventanilla del copiloto.
-Señor, ¿se encuentra
bien? -dijo el hombre al ver las magulladuras de su cara-.
-Hemos sufrido un
accidente. Mi compañero está herido de cierta gravedad y
necesitamos llegar a Toledo.
El hombre miró a su
acompañante. Éste miró el GPS de su móvil y afirmó con la
cabeza. Cuando descendió del vehículo, Gómez dio dos pasos hacia
atrás. En la solapa de sus chaquetas se podía ver el emblema de los
templarios.
-Llévenos hasta el
herido.
-¿Sois templarios?
-Eso a usted no le
incumbe -dijo el que conducía con tono desagradable-. Vamos, no
podemos perder más tiempo. Buscamos a alguien.
Gómez sonrió al
escuchar esas palabras.
-Pues si buscan lo que
creo que están buscando, estamos todos de suerte. Acompáñenme.
Les guió hasta la colina
donde Alyssa y Gómez les esperaban. Al ver al Maestre, corrieron
hasta él.
-¡Señor! ¿Está usted
bien? ¿Qué ha pasado?
-Hemos perdido contacto
con el helicóptero y hemos estado buscándoles -añadió el otro
buscando con la mirada al piloto-. ¿Y Daniel, señor?
Cristian hundió la
cabeza.
-No ha sobrevivido al
accidente -dijo con un hilo de voz-.
Alyssa y Gómez guardaron silencio.
-Bueno, vamos -dijo el
conductor-. No podemos perder más tiempo. En la sede les curaremos
las heridas.
Se dirigieron hacia el
vehículo. Ayudaron a Cristian a sentarse y arrancaron el motor,
acelerando dirección Toledo.
En el cortijo se
respiraba la emoción de saber que el momento estaba cerca. Y con el
pergamino en sus manos, el ritual sería un éxito.
A Carla e Irene las
metieron en una habitación sin ventanas, las ataron a las sillas y
cerraron la puerta con llave.
-Hija -dijo intentando
acercarse a ella-. ¿Estás mejor?
Irene levantó la cabeza
y miró a su madre. Tenía los ojos hundidos.
-Mamá...
Su voz se quebró.
Carla apretó los puños
llena de ira. Pensó en Luis. ¿Dónde estaría? ¿Estaría bien?
-Hija de puta... -renegó
pensando en Mamen-.
En ese momento el cerrojo
de la puerta se abrió. Fue Sánchez quien entró por el umbral.
-Hola Carla -dijo
acercándose a ellas y sentándose en el sillón que quedaba en
frente-.
Carla no podía dar
crédito a lo que veía. Irene levantó la vista y miró a su madre
con perplejidad.
-¿Señor Sánchez?
-llegó a decir-. ¿Qué...Qué hace aquí?
-Lo siento, Carla. Esto
no debía haber salido así... No debisteis involucraros en algo que
os quedaba grande.
-¡No me venga con
jilipolleces! -Carla tiró de sus muñecas en un afán por
enfrentarse al jefe de su marido-. ¡¿Qué coño está pasando?!
Miró a su hija.
-¡Habéis matado a
Martin!
Sánchez la miró
extrañado y Carla soltó una carcajada irónica.
-No me diga que ni
siquiera lo sabía...
-Lo siento mucho, Irene
-dijo pasando la mano por su rodilla-. Pero en toda guerra hay bajas
inevitables.
-¡Pero qué guerra ni
qué narices! ¡Él no tenía nada que ver con esto! -gritó Irene de
pronto-.
Las lágrimas resbalaban
por su rostro.
-Bueno, no cabe lugar
discutir sobre esto ahora. Sólo pasaba para ver si estabais bien
-dijo incorporándose-.
-Sánchez -le detuvo
Carla antes de que saliera-. Por lo menos dime una cosa. ¿Luis está
bien?
Sánchez se giró a
mirarla antes de abrir la puerta.
-Sí. De momento.
Salió y volvió a cerrar
con llave.
Se dirigió hacia la sala
donde Mamen hablaba con Smith.
-Mamen, ven un momento.
Mamen miró a Smith
extrañada por el tono de su jefe y se acercó.
-¿Qué pasa?
-¿Has matado al chico,
al americano?
-Sí, bueno, es que no me
quedó más remedio -se defendió, dibujando una sonrisa inocente en
su rostro-.
Sánchez suspiró.
-Por el amor de dios,
Mamen, eres de gatillo fácil... -murmuró-. Debiste pensártelo
antes de hacerlo... Además, ¿por qué las has traído?
Aquella pregunta la pilló
desprevenida.
-Las necesitaremos. Gómez
viene detrás nuestro. Si no las usamos podría llegar a ser
peligroso.
Sánchez la miró con
dureza.
-No. Ahora sí que será
peligroso. Pensaba que le conocías.
Mamen, extrañada, quiso
preguntarle a qué venía eso. Pero Sánchez le dio la espalda y la
dejó con la palabra en la boca.
Al llegar a la Sede de
Toledo, que no era otra cosa que un ático en un edificio a las
afueras de la ciudad, les llevaron a curar a una sala que parecía de
hospital. Mientras desinfectaban las heridas, un hombre, vestido con
el uniforme negro que ya estaban acostumbrados a ver, entró en la
sala.
-Les hemos localizado
-dijo irguiéndose frente al Maestre y colocando su mano a modo de
saludo-.
-Perfecto -dijo con una
mueca de dolor al sentir el alcohol en una de sus heridas-.
-No están en el
castillo, como creíamos en un principio. Según los hombres que
tenemos allí, se encuentran en un cortijo a las afueras.
-Gracias por la
información.
-¿Y qué vamos a hacer
ahora? -preguntó Gómez nervioso-.
Si no estaban en el
castillo, lo más probable era que Carla e Irene tampoco.
-De momento deben
recuperarse de sus heridas, sargento -dijo el conductor del
todo-terreno-.
-Así es, cuando nos
hayan curado trazaremos el plan de ataque.
Gómez frunció el
entrecejo. Le terminaron de vendar la pierna herida, se colocó bien
el pantalón y salió de la habitación. Parecía enfadado. Alyssa le
vio salir y, tras quitarse de encima al enfermero, salió detrás de
él.
-¡Gómez! ¡Espera!
Luis se giró a mirarla.
-¿Estás bien?
-¿Cómo quieres que esté
bien? Estamos perdiendo un tiempo que no tenemos -dijo pasando la
mano por su cara-. Maldita sea...
Se giró hacia la sala.
Varios hombres, sentados frente a unos ordenadores de última
generación, discutían sobre los datos que tenían en sus pantallas.
Vio la imagen de satélite de una vieja casona que reconoció al
instante, y sus ojos se abrieron brillando de un modo especial. Se
dirigió hacia Alyssa.
-Voy a fumar un
cigarrillo, necesito salir de este agujero -dijo buscando entre sus
bolsillos la cajetilla de tabaco-.
-Claro...
Salió de la sala. Vigiló
que nadie le estuviera mirando y se dirigió a hurtadillas hacia la
habitación dónde el tipo que les recogió dejó las llaves del
vehículo. Miró a ambos lados y se introdujo. Buscó entre los
armarios. La llave estaba colgada en un llavero de pared que había
en la puerta de uno de ellos. Cogió la llave del todo-terreno y se
acercó de nuevo a la puerta. Miró por la rendija. No había nadie,
estaban demasiado ocupados intentando decidir cuál sería el próximo
paso a dar. Salió, cerró la puerta con cuidado y se dirigió hacia
la entrada principal. Estaba a punto de salir cuando uno de ellos le
detuvo.
-¿Dónde va?
-Esto... -dijo nervioso-.
Voy a fumar un poco.
-Puede salir a la
terraza, señor.
-No, no... Necesito pisar
la calle, si no le importa.
El hombre le miró de
arriba a abajo. Parecía estar agotado y sintió lástima por el
recién llegado.
-Claro, hombre. Llame al
ático primera y le abriré para que suba.
Gómez respiró aliviado.
-Gracias, no tardaré.
Salió al rellano y, al
cerrar la puerta, bajó por las escaleras mientras sacaba el móvil
que había cogido prestado de la misma sala.
-¡Carlos! -dijo cuando
contestaron al otro lado de la línea-.
-¡Sargento! ¡Llevo
intentando localizarlo desde hace horas!
-¡Necesito tu ayuda!
Quiero que vengas a buscarme.
-Claro, ¿dónde tengo
que ir?
-Estoy en Toledo. Te
espero en la Puerta de Bisagra. Y date prisa.
Carlos afirmó y colgó
el teléfono.
Llegó a la planta baja
del edificio, se apoyó en sus rodillas para recuperar el aliento y
corrió como pudo hacia el sitio indicado.
Al alcanzar la subida
hacia la puerta, vio que Carlos llegaba en su Seat Ibiza y daba una
vuelta a la rotonda buscándole con la mirada. Corrió hasta llegar
allí, se colocó al borde de la carretera y levantó el brazo para
que le viera. Al verle, aparcó de mala manera y subió al coche,
sentándose en el lado del copiloto. La pierna herida le dio un
calambre y se pasó la mano por la zona vendada, intentando aliviar
el dolor.
-Hola Sargento. ¿Pero
qué le ha pasado? -dijo sorprendido al ver sus heridas-.
-Es una larga historia.
Vamos, hay que regresar a San Martín. Aunque... -se quedó pensativo
un instante y se giró para mirarle-. ¿Tu padre aún es aficionado a
la caza?
-Claro. ¿por qué lo
pregunta?
-Necesitamos armas.
Carlos, sorprendido ante
aquella afirmación, arrancó el vehículo y condujo dirección a
casa.
Durante el trayecto,
Gómez le explicó la locura ante la que se encontraban. No podía
creerlo. Pero menos aún cuando le explicó lo que Mamen había
hecho.
-¿Mamen? Joder... Esto
sí que no me lo esperaba...
-Ni yo. Pero así son las
cosas. Pero tarde o temprano se las verá conmigo. Y entonces...
Carlos se fijó en cómo
apretaba los puños. Gómez estaba dispuesto a todo. Y él lo sabía.
Guardó silencio un instante.
-¿Aún mantiene contacto
con los de su regimiento? -dijo de pronto sin dejar de mirar al
frente-.
-¿Por qué lo dices?
-preguntó sorprendido por la pregunta-.
-Si es cierto lo que me
ha explicado, seguro que habrá más gente del cuerpo involucrado. Y
no nos vendría mal algo de ayuda.
-Ahora que lo dices...
Hace tiempo que no hablo con ellos, pero quizá nos puedan ayudar.
En la Sala del Sarcófago,
los dos soldados que vigilaban la entrada no volvieron a recibir
visita alguna. Pero podían oír las voces que venían de la
superficie.
-Parece que ha empezado
el movimiento -dijo Ángel mirando hacia el techo-.
-Sí, eso parece -Lolo se
giró hacia la sala. Desde que el hombre con el colgante les visitó,
el cuerpo del extraño ser no cesó de emitir aquel aura oscura que
tanto le perturbaba. Pasó la mano por el crucifijo y añadió-. Y
esa cosa no ha dejado de sacar esa especie de humo negro...
-¿Qué? -dijo girándose
hacia el ataúd-. ¿De qué humo estás hablando?
-¿Es que no lo ves? Esa
especie de aura negra que envuelve todo su cuerpo.
-Macho, ni idea de lo que
me hablas...
En ese momento su móvil
empezó a vibrar en el bolsillo de su chaleco. Lo sacó y miró quién
llamaba.
-Quién será ahora -dijo
Lolo con sorpresa-. Voy a cogerlo.
Se alejó unos metros
para buscar algo de cobertura y descolgó.
-¿Si?
-¿Lolo?
-¡Hombre, Luis! ¡Cuánto
tiempo!
-Hola. Siento haber
tardado tanto en llamar. ¿Tienes un momento?
-Lo siento, ahora me
pillas en un trabajo... Oye, ¿ha pasado algo? -preguntó al percibir
cierta ansiedad en su voz-.
-Espera un momento -dijo
Gómez-.
-Bajo un momento,
enseguida vuelvo. ¿Qué quieres que coja?
Oyó que decía alguien
al otro lado.
-Todo lo que puedas.
-De acuerdo.
Oyó que cerraban la
puerta de un coche.
-Ya estoy contigo. Lolo,
escucha, necesito vuestra ayuda.
Gómez le explicó todo
lo que había pasado. Lo del asesinato en la ermita, el altercado en
la universidad, cómo Mamen les traicionó y lo de su mujer. Lolo
miró hacia Ángel. Éste levantó las manos interrogándole con
gestos y Lolo movió su mano indicándole que luego le explicaría.
-Así que esto es lo que
hay. Me importa una mierda la guerra entre legiones que ni siquiera
creía que existían. Gane quien gane, este mundo está tan podrido
que no creo que se note cambio alguno. Sólo sé que tienen a mi
mujer y a mi hija, y que voy a hacer todo lo que esté en mi mano por
recuperarlas.
Lolo se quedó pensativo
un instante y se giró a mirar a su compañero.
-Deja que lo hable con
Ángel, que está conmigo, y ahora te llamo.
Colgó el teléfono.
-¿Quién era?
-¿Te acuerdas de Luis
Gómez?
-¡Coño! ¡Luis! Claro
que le recuerdo. ¿Qué quería?
-¿Sabes la morterada que
nos iban a soltar al acabar el trabajo? Pues creo que nos vamos a
quedar sin ella...
Le explicó lo que Gómez
le dijo y Ángel, que al principio dudaba, dijo:
-A la mierda el dinero.
De todas maneras esos tíos no me han gustado nunca.
Lolo sonrió sintiéndose,
en cierto modo, aliviado. Desde que comenzó su misión sentía que
algo no iba bien. Aquella cosa que dormía en el ataúd no debía
despertar. Fuera lo que fuese, le generaba un malestar que no había
sentido hasta entonces. Y no le gustaba.
-De acuerdo. Pues deja
que le llame.
Marcó el botón de
rellamada.
-¿Luis? Cuenta con
nosotros.
-¡¿Sí?! ¡Muchas
gracias!
-Tú nos salvaste la vida
en los Balcanes, es lo mínimo que podemos hacer por ti. Además
-dijo girándose hacia el sarcófago-. Creo que te llevarás una
sorpresa cuando sepas en lo que estamos trabajando.
-¿Por qué?
-Porque precisamente
estamos vigilando al “angelito” -dijo con una sonrisa en los
labios-.
-¡¿Qué?!
-Hace unos días nos
contrataron para vigilar una sala del castillo, y mira por dónde, ha
resultado ser la sala del demonio que dices que quieren despertar.
Gómez sonrió. Por fin
las cosas se ponían a su favor.
-Así que, ¿qué quieres
que hagamos? -preguntó Lolo-.
-Ellos tienen lo que yo
más quiero. Pues ahora, yo cogeré lo que ellos más quieren.
-De acuerdo. Te
limpiaremos el camino hasta aquí. Ya sabes por donde te será más
fácil entrar -dijo guiñándole un ojo a Ángel-.
-Claro que sí. Voy para
la Ermita. Hasta ahora.
Carlos aparcó a una
distancia prudencial del viejo edificio de piedra. Bajaron del
vehículo y se acercaron al maletero.
-¿Qué hacemos aquí,
sargento?
-Se nota que aún eres
joven... -dijo sonriendo-. Esto es de antes de que cerraran la ermita
al público. De niños nos gustaba jugar por esta zona y encontramos
un pasadizo que unía la ermita con el castillo. Tengo entendido que
lo bloquearon para cortar el acceso, pero intentaremos colarnos.
Carlos le miró con
incredulidad. Desvió la vista desde la ermita al castillo, que se
veía de lejos, y sonrió.
-Pues andando -dijo
dándole una escopeta-.
Cogió otra, guardó la
munición en sus bolsillos y, tras forzar la entrada, se adentraron
en la penumbra del santuario.
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
Buenisimo el reencuentro entre viejos companeros y que ahora devolveran ayudas de antano, siendo los guardianes del sarcofago.
ResponderEliminarPara cuando el desenlace, reencuentro familiar, etc
Venga cchic@s a darle al lapiz cuanto antes.
Enhorabuena
¡¡Uooo!! Aluvión de comentarios XD
EliminarJjejje Muchas gracias por leernos, nos hace feliz que os guste la historia tanto como a nosotros escribirla. Está siendo muy divertido, la verdad :D
Ahora la piedra está en el tejado de J.C. así que le toca ponerse a él, jejeje
¡Te esperamos en los próximos, que sin duda prometen! ^^
¡Un abrazo!
Cada vez se pone más interesante. Ahora los protagonistas tienen aliados en las entrañas del enemigo. ¿Quién lo diría? Je, je, je... Se emocionante cuando comiencen los tiros. Jue, je, je, je. ¡Saludos!
ResponderEliminarPues sí XD ¡¡Siempre hay que tener un as en la manga!! Y mira por donde los soldaditos que vigilan el sarcófago ¡me vinieron al pelo!
EliminarLe habría metido la acción, pero entonces rivalizaría con tus capítulos (lo digo por la extensión jejejeje) XD
A ver cómo continúa la historia. Tengo ganas de ver qué se le ocurre a J.C.
Pues nada, ya te has puesto al día, así que te tocará esperar a que salga el resto :)
¡Un abrazo! Y gracias por pasarte ^^
Mira que bien, ya se están poniendo las cosas a favor de Gómez, ya hasta consiguió armamento jajaja .
ResponderEliminarA seguir que casi termino.
¡Saludos!
Sí, se va acercando el final ^^ Gómez tiene sus contactos ;) Y ahora tiene la oportunidad de conseguir recuperar a su familia.
Eliminar¡Saludos! Y gracias por seguir hasta el final!!