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Despertando al Diablo (Parte 3)

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Al llegar a comisaría, el trajín de unos y otros le hizo esbozar una sonrisa. Añoraba aquel ajetreo. Saludó a Laura al entrar y se encaminó hacia el despacho de Ángel. Tal como entró, varios de sus antiguos compañeros se acercaron a saludarle, mientras que algún que otro novato le observaba con curiosidad.

—¡Buenos días, Luis! —saludó Ramírez—. Llegas justo a tiempo. Acércate. —En la sala no sólo estaba su colega sino que había dos hombres más. Uno alto, delgado y de pelo oscuro y el otro con facciones más duras, ojos azules y corpulento. Continuó—: Mira, te presento a Jaime González, inspector de los Nacionales. Y a Pedro Domingo, su compañero. Ya están al caso del porqué de tu reincorporación.

—Bienvenido —comentó Jaime, el alto y delgado, al estrechar su mano.

—Un placer.

—Bien, una vez hechas las presentaciones, vayamos a lo que nos interesa. —Ángel retomaba la palabra—. Anoche recibimos la llamada del sargento Pedrálvez en Alicante. Al parecer, un pastor encontró lo que parecía la cabeza de una mujer.

—¿Y se sabe si es cosa de nuestro hombre? —preguntó Luis.

—Todavía no —respondió Jaime, tomando las riendas de la conversación—. Estamos a la espera de que el forense confirme si ha hallado la marca de la sierra que encontramos en los otros casos. Es un tipo de lo más escrupuloso en su trabajo. Así que si hay el más mínimo indicio de marca en los cortes, lo verá en seguida.

En ese momento sonó el móvil del agente Jaime González. Descolgó y se separó del grupo, acercándose a la ventana.

—Si es nuestro hombre, llegamos tarde para esa mujer —musitó Luis mientras Ángel se pasaba la mano por la cara agobiado.

—Perdonad —se disculpó Jaime, regresando a su sitio—. Acaban de encontrar parte del tronco y las piernas de la mujer. Y, visto lo visto, no creo que tarden en encontrar el resto del cuerpo.

—Hijo de puta...

—Bueno, veamos... —intervino Ángel procurando retomar la serenidad que le caracterizaba. Aquel caso le estaba mermando el ánimo—. De momento, solo tenemos los cuerpos de las víctimas... —Guardó silencio un segundo, pensativo—. Jaime, has dicho que el forense de Alicante es uno de los mejores, ¿cierto?

—Así es. Quise que fuera a Santander cuando apareció el tercer caso, pero la burocracia lo hizo imposible.

—Entiendo. ¿Crees que podría echarles un ojo a los demás cuerpos por si viera algo que les ha pasado por alto al resto?

—Se puede intentar.

—Pues si puede, que se venga para acá y examine también al resto de víctimas.

—Hecho.

—En cuanto a lo demás, ya os he comentado lo que hablamos Luis y yo ayer. Les he dejado un mensaje al resto de equipos para que averigüen si por casualidad apareció alguien en la vida de las víctimas antes de morir. De nuestro caso en particular, no he podido averiguar mucho. No tenía multas, pagaba en efectivo y apenas si llamó la atención de los vecinos. —Sacó un papel del dossier que descansaba sobre su escritorio—. Tengo aquí la declaración que realizó en el caso de María Veloso.

Pedro tomó el testimonio y comenzó a leerlo.

—Recuerdo aquel interrogatorio —añadió Luis—. El chico parecía afectado y solo quería irse a casa para poder descansar.

—No dice mucho. ¿Tenéis la grabación? Quizá podamos leer algo entre líneas...

—Sí, espera que te la busco en el archivo.

Ángel colocó el cursor sobre una de las carpetas y buscó el vídeo del testimonio del chico.

En la pantalla apareció un joven de pelo oscuro con ojos escondidos bajo unas terribles ojeras. Hablaba bajito, con las manos sobre la mesa, visiblemente afectado por todo lo que acababa de pasar. Frente a él se veía a un Gómez más joven, sin barba y con mirada inquisitiva.

La declaración fue pasando, interrumpida de vez en cuando por el llanto del hombre. Luis intentaba consolarlo, pero no dejaba de observar cada uno de los gestos que realizaba. En un momento dado, Pedro le pidió a Ángel que parara el vídeo y tirara unos segundos atrás.

—De acuerdo. —Rebobinó—. Tú dirás.

—Pásalo a cámara lenta.

Era el momento en que Gómez se ponía en pie para ir a buscar otro pañuelo.

—¡Ahí!

Ángel le dio al pause. La imagen quedó congelada.

—¿Qué pasa?

Los otros tres se acercaron más a la pantalla.

—¡Mira!

Pedro señaló al chico. La imagen no se veía clara.

—¿Puedes ampliarla un poco? —pidió Gómez.

Ángel amplió la imagen.

—Joder... —No pudo contener la expresión que salió de su boca.

El chico miraba hacia la cámara con media sonrisa en los labios. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos. Unos ojos que rezumaban maldad.

Ángel dio para atrás unos segundos y le dio al play de nuevo. La escena transcurrió a su ritmo normal. Cuando llegó el momento clave, todos se tensaron intentando no perder detalle. Ninguno fue capaz de ver lo que acababan de ver. Era un gesto tan fugaz que apenas se apreciaba.

—¡Qué hijo de puta! ¡Se rió a mis espaldas y ni me di cuenta!

—Joder, como para darse cuenta. ¡Ha sido un solo instante! ¿Cómo narices te has dado cuenta? —le preguntó Ángel a Pedro.

—Ha sido como un flash. No estaba seguro de haber visto lo que hemos visto, por eso te he pedido que pasaras la escena a cámara lenta.

—Pues esto significa que es nuestro hombre, ¿no? —Ángel parecía respirar aliviado por haber encontrado un filón por donde empezar a buscar.

—Como mínimo parece sospechoso. Y como no tenemos nada más por dónde empezar...

El silencio reinó en la sala por unos instantes.

En la pantalla, la escena del interrogatorio continuaba su curso.

—Bueno, —Jaime se dirigió hacia la puerta y Pedro le siguió—, lo mejor será que nos pongamos en movimiento. Visto lo visto, hemos perdido demasiado tiempo. Y ya son cuatro las mujeres asesinadas por ese sinvergüenza. —Luis le fulminó con la mirada. Su compañero le golpeó disimuladamente con el codo—. Nosotros nos vamos para Alicante. ¿Podrás pasarme una imagen del chaval? A ver si alguien le ha visto o le reconoce por la zona.

—Claro, ahora te la envío al móvil.

—A ver, no saquemos conclusiones precipitadas —intervino Gómez con seriedad—. Que haya otro cuerpo descuartizado, no significa que tenga que ser del mismo autor.

—No precipitamos nada. Pero si es otra víctima de este desalmado, mejor estar preparados y no perder el tiempo. —Jaime abrió la puerta del despacho—. Estamos en contacto.

Una vez a solas, Luis se puso en pie encolerizado.

—¿Qué pretendía con lo que ha dicho? ¡¿Qué la culpa es mía?!

—No le hagas caso. Ya has oído a su compañero. Era casi imposible haberse dado cuenta de lo que ha pasado.

Gómez dejó escapar un gruñido.

—Malditos capullos. No me gustan los nacionales. Esos pijos redomaos que parecen curasanes... —Imitó la postura, con los brazos medio abiertos como si los músculos no le dejaran apoyarlos contra el cuerpo.

—¡Serás exagerado! Además, a ti no te gusta nadie, Gómez —rio Ángel.

—No seas capullo. Lo que pasa es que siempre nos mangonean como les da la puta gana. Y luego, ¿quién es el que se lleva los méritos? Ellos. Nosotros el curro de campo, los marrones y todas las hostias. Y, ellos, la gloria.

—En este caso no lo veo igual que tú —El rostro de Ángel pareció cubrirse con un velo oscuro—. Ese hijo de puta nos trae a todos de cabeza desde que unimos cabos y nos dimos cuenta de la magnitud del asunto. A mí ya sabes que tampoco me gusta tenerlos husmeando por aquí. Pero saben lo que hacen. Y cuanto antes cojamos a ese desgraciado, más muertes podremos evitar.

Luis no dijo nada. Sabía que su compañero tenía razón. Y un asesino de aquellas características no sería fácil de cazar.

* * *

El padre de Mónica no consiguió pegar ojo en toda la noche. Estaba preocupado por su hija y sus nietos. ¿Dónde narices se habrían metido? Había intentado localizarlos, pero el teléfono estaba apagado y aún no le habían devuelto las llamadas. En aquellos momentos, se arrepintió tanto de no haberle pedido el teléfono a Bernat...

Sentado en la butaca de su habitación, no paraba de pensar en ellos. Mónica estaba peor desde que su mujer falleció en el hospital. Entre lo de su ex-marido, lo de su mejor amiga —Noelia— y, ahora, lo de su madre, la joven no parecía levantar cabeza

«¿Y si...?». Meneó la cabeza. «No sería capaz...», pensó cada vez más nervioso.

Pero lo cierto es que sí la creía capaz. ¿Y si la medicación no era suficiente y hacía una tontería?

No lo pudo soportar.

Se vistió rápido y salió de casa.

Aún no había pasado mucho tiempo desde que se fueran, pero con el riesgo de suicidio de por medio, estaba convencido de que la policía podría ayudarle.

* * *

Jaime y Pedro se dirigieron raudos hacia el asentamiento de la policía en el bosque colindante a un pequeño pueblo de Alicante, a unos 100 kilómetros de la ciudad.

Cuando llegaron, dos dotaciones de la científica se afanaban en encontrar lo que faltaba del cuerpo de la mujer.

—¿Ya estáis por aquí? —preguntó Pedrálvez al verles aparecer.

—¿Qué tenemos?

—Ni más ni menos que lo que os he explicado por teléfono. La mujer no ha podido ser identificada aún, pero hemos dado parte a Desaparecidos para que nos hagan un rastreo, a ver si hay suerte y alguien denunció su desaparición.

—Bien. Esperemos que haya suerte.

—Sargento —Un hombre rubio se acababa de acercar a ellos—. Acabamos de encontrar una coincidencia en la base de datos de Desaparecidos. Su nombre es Mónica Mendieta. Edad, 32 años. De profesión, profesora de secundaria.

—¿Soltera?

—Sí. Según consta en el registro, vivía sola. Estamos buscando a algún familiar para que nos confirme los datos.

—Buen trabajo —le felicitó Pedrálvez—. Que envíen a algún agente a su domicilio. A ver si averiguamos qué hacía en este bosque o cómo narices fue a parar aquí.

—En seguida —contestó el agente.

Jaime y Pedro se miraron.

—Perdone, sargento. ¿Cree que podríamos ir nosotros también al domicilio?

—Por mí ningún problema. Ahora aviso de que vais vosotros también. Yo bastante trabajo tengo por aquí.

El domicilio de la víctima era un pequeño apartamento a las afueras de Alicante. Llamaron un par de veces pero nadie respondió. Algunos vecinos se asomaron a ver qué pasaba y uno de los agentes les tuvo que pedir que se alejaran y dejaran trabajar a la policía.

Con la orden de registro en la mano, forzaron la cerradura. Nada más entrar, un olor a rancio les llenó las fosas nasales.

—Joder, qué pestazo. Parece que lleva meses sin entrar el aire fresco —protestó Jaime.

—Según Desaparecidos, la denuncia es de hace medio año —comentó su compañero mirando sus notas—. Así que supongo que lleva todo este tiempo sin ventilarse.

—Pero su cuerpo no está tan descompuesto. Según el forense no debe llevar más de tres días muerta.

—Pues eso solo puede significar dos cosas, o se fue y no quería que la encontraran, o ha estado cautiva en contra de su voluntad...

Uno de los dos agentes que les acompañaba subió las persianas y abrió las ventanas para que entrara el aire. La casa estaba recogida.

Pedro se acercó al dormitorio.

La cama hecha. El lavabo limpio y ordenado...

—¡No hay nada anormal por aquí! —gritó.

Se dirigió hacia el armario y lo abrió. Le llamó la atención la escasez de ropa.

—¡Jaime! ¡Ven un momento!

El agente se acercó.

—¿Qué pasa?

—¿No te parece que hay poca ropa?

Jaime inspeccionó el armario. En la balda superior había un hueco lo bastante grande como para haber resguardado una maleta.

—Quizá tuviera previsto salir de viaje...

—¿Al pueblo, quizá?

Jaime tomó nota.

Regresaron al salón-comedor. Había un ordenador. Miraron de encenderlo, pero pedía una contraseña. Pedro se acercó al sofá y se sentó, observando con detenimiento todo lo que le rodeaba. En su lado izquierdo había una mesita auxiliar con un teléfono y una lámpara de esas que parecen sacadas de otro siglo. Se apoyó con el codo en el posa-brazos del sofá. Desvió la vista al teléfono. Debajo había una pequeña agenda de tapas con dibujos de una niña algo siniestra. Como diría su hija: «Es Emo, papá, que no te enteras». Sonrió. La cogió y fue pasando las hojas. No había nada más que citas del médico, cumpleaños, alguna reunión con el director de su escuela... Entonces cayó un papel del interior. Lo cogió y lo desdobló. En él había escrita una dirección rodeada con el bolígrafo en forma de corazón.

—Tengo algo —dijo poniéndose en pie sin dejar de mirar el trozo de papel.

—¿Qué tienes?

—Mira. —Le alargó el papel—. ¿Te suena el sitio?

—Esto está cerca de...

—Exacto.

—¡Vamos!

* * *

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Abrí los ojos y miré a mi alrededor. «¿Dónde estoy?» No reconocía aquella habitación.

Quise incorporarme y me dieron ganas de vomitar. Sujeté mi cabeza y dejé que mis pies bajaran hasta rozar el suelo.

—Joder... qué resacón...

Tenía la boca pastosa. Me miré y me di cuenta de que seguía con la ropa del día anterior.

—¡Alex! ¡Pol! —grité. Nadie me contestó. Me dio la sensación de que estaba sola y volví a gritar—: ¡Bernat!

Silencio.

Busqué mi bolso para poder llamar a mi padre. Al final, entre una cosa y otra, no me acordé de llamarle para decirle que se nos había hecho tarde y que Bernat nos dejaba dormir en su casa. No lo encontré.

«¿Dónde narices dejé ayer el bolso?». Rebusqué en mi memoria la última vez que tuve el bolso en mi mano. Acababa de entrar en la casa y lo dejé en la entrada.

Fui allí. Nada. No había rastro de mi bolso.

«Bueno, es igual, luego le pregunto a él si lo ha visto».

Decidí buscar un teléfono fijo en la casa. No había. Ni siquiera había ordenador.

Miré el reloj. Marcaba las dos de la tarde.

«¿Dónde estarán?»

Me entraron ganas de orinar y fui al baño.

Lo que vi nada más entrar hizo que mi tez palideciera: la bañera estaba llena de un líquido rojo espeso.

—Pero... ¿Qué... qué es eso?

Me acerqué aún más.

—¡Oh! ¡Dios! ¡Dios mío! —exclamé apartándome despavorida. 

Resbalé con la manta de baño y caí al suelo golpeándome la espalda con la taza..

No pude contener la arcada que me subió desde lo más bajo de mi estómago. Me agarré el vientre y vomité.

El sudor empapaba mi cuerpo, pero sentía frío. Las lágrimas comenzaron a agolparse entre mis párpados, abiertos a más no poder. No podía creer lo que acababa de ver. ¡Debía estar en una pesadilla!

Aterrada, con un temblor incontenible en todo mi cuerpo, alcé la vista hacia la bañera. Desde mi posición no podía ver su interior. Me incorporé despacio y levanté la cabeza para mirar el interior.

Continuará...

Enlace a la parte final.

Obra registrada a nombre de Carmen de Loma.








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