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Despertando al Diablo (Parte final)

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¡Policía! ¡Abra la puerta! —gritó uno de los agentes encargados de abrir camino a los inspectores.

Estaban frente a la puerta del chalet adosado al que les había llevado la dirección anotada en casa de la víctima, que estaba a nombre de Bernat Sendra. De nuevo, el nombre del chaval del interrogatorio que hacía unas horas veían en San Martín de Montalbán salía a la luz.

No hubo respuesta.

Volvieron a golpear la puerta con insistencia.

—Parece que no hay nadie —comentó el agente, girándose a mirar a Pedro y a Jaime que esperaban algo más atrás.

—Abran la puerta —ordenó González.

Los agentes se dispusieron a forzar la entrada.

Entraron varios hombres uniformados y recorrieron las diferentes estancias para comprobar que realmente estuviera vacía. Una vez corroborado, uno de ellos les hizo un gesto a sus compañeros indicándoles que podían pasar.

Jaime fue el primero en entrar.

La casa era pequeña para ser un adosado y con una decoración bastante escasa.

—Parece que aquí no ha vivido nadie o, por lo menos, no de forma habitual. —Pedro asintió con un movimiento de cabeza mientras se acercaba a la cocina. Jaime miró escaleras arriba—. Voy a subir —comentó.

Subió los peldaños uno a uno. La luz del sol entraba por el tragaluz que tenía sobre su cabeza. Al llegar a la planta superior, un pasillo se abría frente a él con dos habitaciones a cada lado y una al fondo. Decidió entrar en la primera de la derecha. Estaba vacía. Cerró la puerta y se dirigió a la siguiente, en el mismo lado del pasillo. Lo primero que llamó su atención fue el pestillo colocado en la parte exterior de la puerta. Entró. Las paredes eran azules y había una cama individual con una mesita. El colchón estaba al descubierto y se veía sucio. La sala olía a una mezcla entre humedad y orín. Se cubrió la nariz y se acercó a la mesita de noche. Abrió el cajón. Había un par de bolígrafos y varios papeles en blanco.

Cerró la puerta al salir y se acercó a la puerta del fondo.

Al abrirla, el olor a desinfectante le golpeó las fosas nasales.

—Joder —protestó tapándose la boca y la nariz con una mano—, menuda mañanita llevo con los olores...

Se acercó a la bañera y descorrió la cortina plastificada. Todo parecía estar limpio. Abrió los cajones del armario del baño. Vacíos.

—¡Han limpiado el baño a conciencia! —gritó desde la puerta—. ¡Como no hay ventana no veas qué pestazo! ¡Me pican hasta los ojos!

—¡Espera, que subo!

Pedro subió las escaleras.

—Sí que huele fuerte, sí —comentó—. Abajo todo en orden. Nada que nos pueda ser de utilidad...

—En aquella —Jaime señaló la última habitación en la que había entrado—, en cambio, sí que hay algo raro. Tiene el pestillo por fuera y apesta. ¿Para qué tener un pestillo por fuera si no es para encerrar a alguien?

—Es raro, sí.

—Apunta para que los de la científica busquen restos orgánicos. Haber si hay suerte.

—De acuerdo.

Pedro anotó en su bloc lo que decía su compañero.

—Veamos qué más sorpresas esconde esta casa. —Abrieron la puerta que estaba más cerca del baño y, al entrar, lo primero que llamó su atención fue la amplitud—. Parece que tiraron la pared que separa ambas habitaciones —comentó.

Al fondo había una mesa de gran tamaño arrinconada en la pared.

La alumbraron con la linterna. Unas marcas profundas arañaban su superficie. Jaime frunció el ceño a la vez que Pedro apartaba la cara hacia el suelo, debajo de la mesa.

—Estas marcas... ¿Te has fijado?

Paseó su mano enguantada por encima.

Pedro empujó la mesa con esfuerzo.

—Mira.

La base de las patas dejó un rastro al moverla. Jaime se agachó y lo tocó con un dedo, acercándoselo a la nariz.

Sonrió.

—Dile a los forenses que comprueben si es sangre. Creo que hemos dado en el clavo. Si es sangre de nuestra víctima, le tenemos por los huevos.

* * *

Luis y Ángel seguían en San Martín, contrastando la información que les iba llegando. Sonó el teléfono.

—Sargento Ramírez —contestó Ángel al descolgar.

—Sargento, hemos podido acceder a los datos del móvil de la víctima que ha aparecido enterrado en el bosque junto a los restos. González me ha pedido que se los pase. Hay varias imágenes y varios whatssaps que cree que debería ver.

—Bien. ¿Puedes pasármelo al ordenador?

—Enseguida —respondió el agente de la B.I.T. (Brigada de Investigación Tecnológica)

Los datos empezaron a llegar.

Luis se acercó a él mientras dejaba la carpeta que estaba hojeando sobre la mesa.

Ángel abrió los archivos de imagen. Todos eran selfies de la víctima. En la primera de ellas, la mujer estaba sentada en una habitación de paredes azules sin ningún mobiliario a la vista, con las piernas cruzadas y la camisa a medio desabrochar.

—¿Y esto? ¿Qué tiene de raro que la mujer se tome fotografías?

—Fíjate en su cara. ¿No notas algo extraño?

Luis se acercó más.

—Pues qué quieres que te diga, la pobre no era muy agraciada.

—No, joder, Luis. ¿Es que no lo ves? ¿Desde cuando una mujer se tira un selfie habiéndose pintado los labios por fuera del perfil?

—Y yo que sé, a lo mejor no tenía un espejo en el que mirarse.

—En serio, no sé como puedes decir eso habiendo vivido con dos mujeres en casa. La mía nunca se sale al pintarse los labios, aunque no use espejo. Y mira. —Señaló los ojos—. ¿No ves nada raro?

Luis se acercó aún más.

—¿Llora?

—No lo sé... La foto está un poco movida. Pero lo parece, ¿no?

—Veamos qué más hay.

Fueron pasando las fotografías una a una.

—Esto debe ser una broma...

Cada foto que pasaba era más obscena que la anterior.

—¿Crees que la obligó a tirarse las fotos así?

—No me extrañaría —respondió el sargento con gesto de desagrado—. Su cara desde luego no es de estar disfrutando del momento...

Cuando abrieron el último archivo, Luis sintió ganas de vomitar.

En la imagen se veía a la pobre mujer llorando a lágrima viva, con el maquillaje corrido y desnuda sobre la cama mientras un hombre, relativamente joven, le introducía lo que parecía una vela oscura dentro de su sexo, mirando a la cámara y con una sonrisa de oreja a oreja en la cara.

Ángel carraspeó y cerró el archivo.

—Es el tipo del interrogatorio, ¿no?

—¡Ese cabronazo! Me cago en la puta. ¡¿Cómo pude tenerle delante y no darme cuenta de quién era?!

Se puso en pie y le dio un manotazo a la mesa con rabia.

—No te culpes ahora por eso, Luis. Nadie sospechó de él...

—¡Ya lo sé, joder! ¡Pero si al menos hubiera estado más atento! ¡Si al menos hubiera mirado el vídeo con más detenimiento! ¡Así quizá me habría dado cuenta de que se estaba riendo en mi propia cara!

—Ahora ya no sirve de nada lamentarse. —Le agarró del hombro, apretando suavemente con la mano, en un intento por consolar el malestar que irradiaba—. Vamos. Veamos lo demás. A ver qué más hay.

Se sentaron de nuevo, pero Luis no podía quitarse de la cabeza la cara de aquella pobre mujer. No solo la había matado y descuartizado, sino que había jugado con su dignidad y la había ultrajado de mala manera.

No había gran cosa. Luis se fijó en unos mensajes que procedían del teléfono que la víctima tenía guardado como «papá». Frunció el ceño y se comenzó a rascar la barba como tenía por costumbre cuando intentaba aclarar las ideas.

—¿Qué opinas? —preguntó Ángel, algo descolocado.

Entonces lo recordó. Antes de que la primera víctima muriera a manos de ese psicópata, su hija Irene comentó que una compañera de clase (María) estaba recibiendo mensajes de su madre fallecida. Eran jóvenes y siempre andaban buscando el lado paranormal a las cosas, por lo que no le dio mayor importancia. Hasta aquel preciso instante.

—Espera un momento...

Cogió el dossier y leyó el historial de la última víctima. Palideció.

—¿Qué pasa?

—Me parece que su padre no pudo enviar esos mensajes.

—¿Por qué?

—Porque lleva muerto más de seis meses.

Alargó el documento y se lo pasó a su compañero.

Ángel no tardó en coger el teléfono y llamar a los de la B.I.T.

—Jose, ¿puedes decirme a nombre de quién está este número de teléfono?

El agente tomó nota del número.

—Me pondré en contacto con la operadora para pedirles la información. Puede que tarde un poco, aunque el juez está bastante implicado en el caso y no creo que me ponga demasiados peros. En cuanto sepa algo os llamo.

—Gracias Jose.

* * *

No me había equivocado. Aquel líquido viscoso... Su color...

Conseguí ponerme en pie con los ojos fijos en el interior de la bañera.

Empecé a temblar.

—Dios mío... —balbuceé con la mano cubriendo mi boca.

—¿Ya te has despertado, corazón?

Me di la vuelta sobresaltada. Bernat estaba apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados frente al pecho y mantenía su cabeza algo ladeada.

—¿Qué...? ¿Qué es...?

No pude acabar la frase. Me limité a señalar con el dedo, temblando.

Su respuesta fue una sonora carcajada que parecía salir de la boca de un tarado. Sentí un escalofrío.

—¿No reconoces sus cuerpos? Eres más tonta de lo que creía...

Al oír aquellas palabras mi cuerpo quedó más rígido de lo que ya estaba. Giré la cara, desconcertada, hacia la bañera.

«Es mentira...».

—No... no tiene gracia —comencé a decir cada vez más asustada. Su cara daba miedo— Si es una broma...

—¿Broma? ¿Acaso tengo cara de estar gastándote una broma? —me cortó—. Llevo años esperando este momento. Y reconozco que no estaba previsto que su sangre entrara a formar parte del baño. Pero no creo que a ÉL le importe.

Volvió a sonreír. Pero no así su mirada, que pareció oscurecerse aún más de lo que estaba.

Como si el destino quisiera golpearme con la realidad, en aquel momento algo regurgitó desde el fondo de la bañera y ascendió hacia la superficie lentamente.

La sangre abandonó mi piel.

Era una mano. Una mano pequeña...

Las ganas de vomitar regresaron aún con más fuerzas. Quise escapar de aquella pesadilla, pero mi boca entreabierta por el horror y mis ojos abiertos sin dejar a los párpados asomarse, no me permitieron moverme.

La sangre empezó a resbalar de la mano a medida que ascendía hacia la superficie, dejando el dorso al descubierto. En él había algo dibujado.

«¿Un tigre?», pensé al verlo.

En ese momento, la cabeza me dio vueltas. Perdí de vista la bañera y me vi de nuevo en la terraza del bar del paseo marítimo.

Los nenes jugaban alrededor.

Reían.

Álex se acercó con una sonrisa y su bolsa de patatas en la mano.

—¡Mami! ¡Mami! ¡Me ha tocado un tattoo! —reía, emocionado—. ¿Me lo pones?

Su hermano se acercó también.

—¿A mí me lo guardas para luego, porfiiiii?

—Claro cariño. —Cogí el papelito con una sonrisa en los labios—. Lo guardo aquí en el bolso, ¿vale?

Él asintió con su cabecita mientras se metía una patata en la boca.

Álex saltaba junto a nosotros impaciente. Tomé el papel y se lo puse en el dorso de la mano. Acto seguido, humedecí su mano con la botella de agua y, al rato, deslicé el papel.

—¡Es un tigre! ¡Es un tigre! ¡Roaaaarrr!

Reí.

«No...» «No puede ser verdad».

Las lágrimas se agolparon en mis ojos mientras la mano de mi hijo flotaba inerte en aquel estanque de vísceras.

Detrás de mí, Bernat seguía hablando, aunque sus palabras me llegaban lejanas, como si mis oídos fueran incapaces de oír algo que no fuera la risa de mis pequeños.

—...y por fin he podido hacerme con todas. Lo cierto es que en un principio la idea era que Noelia fuera la última. —Se rascó la barba pensativo—. Pero entonces entraste en la tienda y... Bueno... Tus ojos... La última debías ser tú. No podía haber otra. Así que pensé: ¿Cómo puedo acercarme a ella? —Sonrió—. ¿Y sabes cuál es la mejor manera para acercarse a alguien? Quitando de en medio a alguien cercano. Sois tan vulnerables cuando perdéis a alguien querido...

Al oír «Noelia», mi mente pareció despejarse de golpe. Quieta, de espaldas a ese lunático, rígida por el horror que estaba viendo, agudicé el oído.

«¿Noe? ¿Ma...mató a Noe?».

Mi mente era un hervidero de imágenes. Sentí vértigo. Las lágrimas empezaron a caer.

—Pero no terminabas de acercarte a mí lo suficiente. A veces eres demasiado distante, ¿sabes? —Bernat seguía con su palabrería sin dejar de reír y gesticular, como si lo que contaba fueran simples anécdotas—. Así que decidí dar otro giro de tuerca. Reconozco que esto último me costó algo más, los médicos y las enfermeras no nos dejaban a solas. Pero no iba a ceder en mi empeño, ¿no crees? La vuelta del Mal ha de completarse, y sabía que debías ser tú la última de las cinco. Tu sangre debe bañar mi cuerpo para que él pueda entrar...

Siguió hablando sin parar durante un buen rato. Pero a mí se me acababa de parar el corazón. ¿Médicos? ¿Enfermeras? ¿Giro de tuerca? No podía creerlo... ¡¿Ese hijo de puta había matado a mi madre?!

Sentí como mis músculos se tensaban cada vez más. Mis puños se cerraron en un intento desesperado por borrar aquella idea.

«No... No puede ser... ¡Esto debe ser una maldita pesadilla!»

Pero la mano de mi hijo seguía flotando en ese líquido escarlata.

«Dios mío... ¡¿Cómo he podido estar tan ciega?!»

Me tapé la boca con ambas manos y empecé a llorar.

«Hijo de puta...»

Apreté mis mandíbulas con fuerza. No quería creerlo. Mejor dicho, no podía. Había sido mi soporte en aquellos momentos tan duros de llevar... Y ahora... Ahora...

Detrás de mí, el sonido de dos metales rozando entre sí me obligó a girarme. Bernat aguantaba un machete grande en cada mano y los restregaba el uno contra el otro haciendo un repulsivo sonido que se clavaba en mis oídos.

—Bueno qué, ¿al lío? No es nada personal, Moni... Lo hemos pasado bien, pero todo tiene su fin. —Sonrió y de su boca me pareció ver cómo salían gusanos. Empecé a temblar—. Además, si lo miras bien, los tres volveréis a estar juntitos. —La carcajada que salió de sus labios me erizó la piel—. Venga, que se me acaba el tiempo. ¿Por dónde quieres empezar? ¿Brazos o piernas?
* * *

Lo tengo —dijo Jose, el agente de la B.I.T., a través de la línea telefónica—. El número está a nombre de un tal Bernat Sendra con domicilio en Alicante. —Ángel se giró hacia Luis indicándole con la mano que se acercara—. Hemos podido acceder a su relación de llamadas y parece que desde hace varias semanas ha estado en contacto con otro número. He indagado un poco y es una tal... —Buscó entre sus papeles—. Aquí está: Mónica Estrada, con residencia en Barcelona. Os paso sus datos.

—Gracias Jose. Te debemos una.

—Es mi trabajo. Pero dile a Jaime que coja a ese hijo de puta y le arranque los huevos.

—Eso está hecho —afirmó. Colgó el teléfono—. Luis, coge tus cosas. Nos vamos a Barcelona.

—¿Qué te ha dicho?

—Básicamente, que ya está tonteando con otra. Una tal Mónica Estrada, que vive en Barcelona. Así que nos vamos a visitarla antes de que sea tarde.

Luis tuvo un mal presagio.

«Otra vez no...», pensó.

Era incapaz de apartar de su cabeza un pensamiento: la última vez que un grupo de locos le llevaron al lugar donde residía su hija, el resultado fue el asesinato a sangre fría del que debía haber sido su yerno.

—Tengo que llamar a Carla. Maldita sea... ¿¡No había más sitios en el mundo que ese loco ha tenido que acabar en Barcelona!?

—No adelantes acontecimientos. No sabemos si está allí o no. Ni siquiera si la mujer es otra posible víctima. Venga, vamos. Cuanto antes salgamos para allá, antes saldremos de dudas. —Marcó el teléfono de Jaime—. Hola Jaime, ¿habéis hablado con los de la B.I.T.?

—Sí. Estábamos en casa del sospechoso cuando nos ha llamado. No está en Alicante. —El rostro de Ángel se puso serio—. Más vale que nos demos prisa. Tengo un mal presentimiento.

—Nosotros vamos para allá.

—De acuerdo. Terminaremos aquí e iremos para Barcelona también.

—Espero que no sea demasiado tarde...

* * *

Miré los machetes. Estaban sucios, pringados con restos de materia orgánica. Volví a dar arcadas.

—Venga ya... ¿Ahora te vas a poner a vomitar? ¡Pero si son trocitos de tus nenes! ¡Mira!

Acercó el filo a mi cara. Olía a podredumbre. Lo acercó a sus labios y, sacando la lengua, la paseó por el filo dejando un rastro sanguinolento en la comisura de su boca. Se había rasgado la piel, aunque parecía no haberse dado cuenta.

—Ah, se me olvidaba. —Entornó los ojos para mirarme mientras bajaba ambas armas y las apretaba con fuerza. Sonrió—. ¿Sabes que lloraban como niñas mientras les arrancaba sus partes de cuajo?

No me dio tiempo a asimilar lo que acababa de decir cuando alzó los machetes y se dirigió hacia mí. Me fijé en su cara y sentí pavor. Parecía salido de una película de terror: ojos hundidos y llenos de odio con el labio torcido, en lo que se supone media sonrisa, adornando su rostro. No podía creer lo que veía. ¿Dónde estaba la calidez con la que siempre me había tratado?

Se acercaba a grandes zancadas. Di dos pasos atrás atemorizada. No se dio cuenta del vómito que dejé escapar la primera vez que vi el contenido de la bañera y —para mi suerte—, al pisarlo, resbaló y cayó al suelo doblándose la rodilla de mala manera.

Soltó un alarido y gritó enfurecido.

Al verle en el suelo reaccioné. Era ahora o nunca. Corrí aterrada intentado escapar de toda aquella locura. Pero dejó caer uno de los machetes y me enganchó por el tobillo.

Caí al suelo.

Tiré de mi pie en un intento desesperado por escapar de sus garras.

«Dios mío... ¡Dios mío!»

Empecé a gritar y a patalear histérica, pero levantó el machete que aún blandía y me golpeó en la pierna con fuerza. Sentí un dolor insoportable por culpa del golpe y la sangre empezó a brotar de la herida abierta. Al ver la sangre empecé a llorar desconsolada. Intuía que todo llegaba a su fin.

«¿Así acaba todo?», pensé intentando alejarme de un Bernat que era incapaz de reconocer.

Su brazo me sujetaba con fuerza y me atraía hacia él.

«¿Por qué? ¿Eh? ¿Por qué lo hace?»

Lágrimas de derrota bañaron mi rostro.

«Lo siento... Lo siento tanto...», pensé con la imagen en mi memoria de aquellos a los que había perdido del modo más cruel. «Todo ha sido culpa mía».

Entonces fue cuando mi padre se me vino a la cabeza.

Le vi en mi casa, sentado en su sofá esperando vernos entrar por la puerta. Él, que lo había dado todo por intentar ayudarme a superar el dolor, que se había tragado su propia angustia por nosotros... ¿Y yo me quejaba? ¡Él era el que de verdad se iba a quedar solo si no hacía nada para evitarlo! ¡Solo me tenía a mí!

Pensar en mi padre me devolvió las ganas de salir de allí. Necesitaba verle una vez más. Necesitaba darle las gracias por todo lo que había hecho por mí.

Tenía que seguir luchando hasta el final, ¡por él!

Fruncí el ceño.

—¡No me daré por vencida!

Sacando fuerzas de no sé ni dónde, volví a patalear con rabia.

En una de las embestidas tuve la suerte de darle con el talón en la rodilla dañada. Soltó mi tobillo para agarrársela mientras berreaba una lista interminable de insultos y aproveché para arrastrarme por el suelo e intentar salir de aquel infierno. Conseguí ponerme en pie. Cojeaba por culpa de la herida que me había abierto en la pierna, pero no me rendiría. Tenía que salir de aquel lugar. Tenía que escapar de las garras de aquel monstruo. Levanté la vista y miré hacia la puerta. ¡Un poco más y alcanzaría la salida!

Al alcanzar el marco de la puerta, me agarré a él como si el simple hecho de tocar su madera me diera la salvación que esperaba con tanta ansia. Estaba a salvo. ¡Estaba a salvo! Me giré lo justo para poder ver de reojo la escena a mi espalda y, en ese instante, en lugar de ver lo que esperaba, pude ver a mis hijos soltando alaridos desesperados, buscándome y llamándome para que fuera en su ayuda.

—«¡Mamá! ¡Mamáaaaa! ¡Ayúdanos!».

«¿Alex? ¿Pol?», pensé asustada.

¡Podía verlos! ¡Casi podía tocarlos!

Las lágrimas volvieron a caer.

«¡Mis nenes!»

Algo dentro de mi cabeza dio un chasquido. No sabría explicar el qué. Pero sentí cómo una mezcla de sentimientos se apoderaron de mi cuerpo. ¿Rabia? ¿Culpa? ¿Odio? Quizá era una mezcla de todo eso.

—¡Cacho puta! ¡Cuando te coja voy a disfrutar de lo lindo cortándote en trocitos! —bramó el monstruo.

Oír su voz me obligó a apretar la mandíbula con tanta fuerza que los dientes empezaron a chirriar.

«Tú...»

Fruncí el ceño cargada de rabia y de odio hacia aquel que me había arrebatado lo que más quería en el mundo. La tensión se hacía imposible de soportar y comencé a temblar a la vez que clavaba mis uñas en la madera.

Todos estaban muertos por culpa de ese cabrón.

Me giré a mirarle. Se agarraba la rodilla con ambas manos. Desvié la vista hacia la bañera y la sangre medio coagulada que contenía parecía bullir, como si mis hijos intentaran escapar de aquel estado de podredumbre.

Intentó levantarse pero la pierna le dolía demasiado.

Mis ojos chocaron con uno de los machetes. Estaba junto a la alfombra de baño. Miré su filo ensangrentado y mi mente quedó paralizada unos instantes.

Levanté la vista y le miré a él. Sus ojos rezumaban odio.

Sinceramente, no sé por qué no salí corriendo. Habría sido todo mucho más sencillo. Pero fue en aquel preciso instante cuando supe con claridad lo que tenía que hacer.

Intuyó lo que pretendía y se estiró en el suelo para agarrar el machete que estaba junto a su pierna.

—¡Ni lo sueñes, princesa! ¡Estarás muerta antes de tocar siquiera esa empuñadura!

No tenía tiempo de escucharle. Las voces de mis hijos retumbaban en mis oídos.

Me dejé caer para cogerlo antes de que él consiguiera levantarse. Agarré la empuñadura. Los jadeos de ese lunático a mi espalda me erizaron el espinazo. Lágrimas de ira caían por mis mejillas. Me giré veloz con el arma alzada, sujetando su empuñadura con tanta fuerza que mis nudillos quedaron blanquecinos. Cerré los ojos y sentí cómo el filo desgarraba algo a la vez que un líquido caliente me bañó el rostro. Di un paso atrás extenuada, cogiendo aire a grandes bocanadas y abrí los ojos despacio, rezando para mis adentros que todo hubiera terminado.

—Mala puta...

El odio que desbordaban aquellas palabras me aterró sobremanera.

Estaba justo delante de mí. Vi su rostro atravesado por una herida profunda que no dejaba de sangrar.

—Estás muerta —sentenció.

* * *

Estaban de camino a Barcelona cuando consiguieron la dirección de la mujer. Al parecer, llevaba varias semanas viviendo en casa de su padre con una depresión severa como consecuencia de la muerte prematura de su madre y de una amiga. Llamaron con el manos libres al domicilio.

El padre de Moni, al escuchar el teléfono, se levantó azorado.

—¿Sí?

—Señor Estrada, soy el agente Ángel Ramirez. Necesito hablar con su hija. ¿Sería tan amable de pasarme con ella?

—¿Agente? No... —El hombre parecía haber quedado parado—. No... No... Mi hija no está...

—¿Podría decirme dónde está?

El padre de Moni se tuvo que apoyar en la mesita.

—¿Han averiguado algo? —Esperaba lo peor.

Luis y Ángel se miraron.

—¿A qué se refiere?

—Supongo que me llaman por la denuncia que hice esta mañana.

—No estamos al corriente de ninguna denuncia. Si es tan amable de explicarse...

—Sí, bueno, ayer mi hija se fue con su amigo y mis nietos a pasar el día a la playa. Pero no regresaron... Verá, mi hija lo está pasando muy mal y... —Cerró los ojos con fuerza mientras arañaba la madera—. Me temo que haya podido hacer alguna tontería... Siempre avisa si no van a venir a dormir. Pero ayer... ayer...

Se escucharon los sollozos del hombre.

—¿Podría decirme el nombre de la persona que se fue con ella?

Luis aguantó la respiración.

—Sí... sí... Se llama Bernat, lo que no recuerdo el apellido.

Ángel dejó escapar un suspiro de derrota. Miró a su compañero y dijo:

—Esta pregunta puede que le resulte extraña, pero es de suma importancia que la conteste con claridad. ¿Por casualidad su hija no conocería a ese hombre después de alguna tragedia? La muerte de un familiar, o de alguien cercano.

El padre de Moni se quedó callado con los ojos muy abiertos.

—¿Co... cómo lo saben?

—Maldita sea... —renegó Luis.

—No se preocupe, señor. En cuanto tengamos noticias de su hija se lo haremos saber. No se mueva de casa por si ella regresara, ¿de cuerdo?

—Claro... Pero ¿porqué me preguntan eso? ¿¡Ha pasado algo que yo no sepa!? ¡¿Tiene algo que ver Bernat en todo esto?!

—No se preocupe. —Ahora era Luis el que hablaba. Apretaba los puños sobre sus rodillas—. Señor, encontraremos a su hija. Y le prometo que se la traeremos de vuelta. Confíe en mí.

Aquella afirmación cargada de contundencia consiguió calmar al hombre, que aceptó con un hilo de voz.

—Por favor... Tráigalos a casa...

—Se lo prometo.

Colgaron el teléfono.

—¡Mierda! —Ángel aceleró el vehículo—. ¡Llegamos tarde!

* * *

«No podrás matarme nunca, hijo de puta».

Fue el pensamiento que llenó mi mente mientras levantaba el arma con toda la rabia y el odio contenido que parecía querer escapar de mí a través de la daga. Le hundí la hoja desde la garganta y subió atravesando la cavidad bucal hasta casi rozar su coronilla.

El cuerpo sin vida de Bernat cayó sobre mí.

No sé el rato que quedé inmóvil bajo su peso muerto, notando su sangre caliente bañando mi cuerpo.

Cuando por fin reaccioné, asustada, le empujé ayudándome de brazos y piernas para alejarlo de mí. Era incapaz de pensar con claridad. Solo deseaba quitármelo de encima.

Cuando me sentí libre me puse en pie. Vi mi reflejo en el espejo de la entrada y empecé a temblar. Estaba cubierta de sangre. Pasé mis manos por ella intentando, desesperada, quitarme ese olor a hierro que se me metía por las fosas nasales. Corrí al baño y abrí el grifo del lavamanos para limpiarme. Pero solo servía para que el rojo lo tiñera todo a mi alrededor.

Miré la puerta. Me faltaba el aire. Necesitaba salir de allí.

Quise salir corriendo pero tropecé con el cuerpo del monstruo y caí al suelo.

Aquello me superó.

Grité con todas mis fuerzas. Grité, maldecí, berreé. Y, por fin, empecé a llorar desconsolada.

Cuando las lágrimas se secaron, pues ya apenas si me quedaba alguna, con los espasmos que el llanto provoca, me acerqué de rodillas hacia la bañera. Miré el interior. Allí seguía la mano de mi hijo.

Con una tristeza que ya jamás he conseguido ni conseguiré que escape de mí, acerqué mis manos y la saqué del líquido cada vez más espeso. La acerqué a mi cara y, cerrando los ojos, la paseé por mi mejilla intentando recordar lo que sentía cuando mi pequeño me daba una caricia.

Sentí paz. Mucho dolor, sí. Pero también paz.

Pasó un buen rato hasta que encontré las fuerzas para dejar su manita. Tenía que seguir adelante. Me incorporé con sumo esfuerzo y me despedí en silencio.

* * *

Cuando los agentes entraron en la casa que el sospechoso había alquilado hacía varios meses, lo que encontraron les dejó con el corazón en vilo. Jamás habían visto algo parecido. En el pasillo que accedía desde el recibidor hacia el resto de habitaciones, encontraron un cuerpo sin vida.

—Joder —exclamó Ángel al verlo, sacando un pañuelo del bolsillo para cubrirse las fosas nasales—. ¿Es ella?

Era casi imposible descifrar su identidad. Su rostro apenas se podía reconocer por culpa de la cantidad de larvas que recorrían su piel y su cuerpo había sido destrozado por una cantidad innumerable de puñaladas.

Luis se agachó junto al cadáver. Había restos de sangre que se alejaban del cuerpo hacia el baño. Siguió el rastro con cautela. Aunque la puerta estaba entornada, un hedor a sangre, podredumbre y azufre le llenó los pulmones. Empujó la hoja de madera.

—Ángel —dijo con seriedad—, será mejor que vengas a ver esto.

Su compañero le indicó a los forenses que le avisaran cuando supieran si era ella y se acercó.

—¿Qué pasa?

—Tú mismo —respondió invitándole a entrar.

Cuando entró, el horror se dibujó en su cara.

Las huellas de manos ensangrentadas manchaban gran parte de las baldosas blancas de las paredes. El baño tenía una marca que hacía indicar que dentro también había habido sangre. Llegaba a la altura del agua cuando alguien desea bañarse, y se desbordaba hacia el exterior, formando un charco a los pies de ésta, junto a la cortina de baño plastificada.

En medio del charco, unas marcas de arañazos terminaban de darle el aire más tétrico que pudieran haber visto nunca.

* * *

Hoy me he despertado en una habitación de hotel. Tengo un fuerte dolor de cabeza y mis uñas están desgarradas. No recuerdo como llegué aquí. Pero no he podido quitarme de la cabeza la cara de Bernat. Esa cara no podré borrarla de mi memoria jamás en la vida.

Te estarás preguntando si recuerdo algo de lo que sucedió ayer. Y la respuesta es sí. Claro que lo recuerdo. Recuerdo que ese hijo de la gran puta asesinó a mis hijos y que le arranqué la vida por ello. ¿Que si me arrepiento? No. Y si le tuviera delante, lo volvería a hacer.

Una sonrisa aparece en mis labios.

Me incorporo de la cama y me voy al baño a lavarme la cara para despejarme. Cuando me miro al espejo respiro aliviada. La sangre ya no está. Pero tengo una extraña sensación en mi interior. No sabría muy bien explicar qué es. Pero no me gusta.

Miro a través de la cortina. El sol está empezando a caer. Me acerco a la cama de nuevo y, sentándome a un lado, descuelgo el teléfono.

A los dos tonos descuelgan.

—Papá —digo con un tono de voz tan bajo que apenas se escucha.

—¡Moni! ¡¿Dónde estás?! ¡Te hemos estado buscando desesperados!

—Papá, no puedo volver a casa... —Suspiro. Sé que había prometido regresar a su lado, pero ya no puedo—. Lo siento...

Mi padre empieza a decir que no me preocupe, que todo se va a arreglar. ¿Acaso sabe lo que he hecho? Quizá sí. Pero ya no importa. Ya no hay marcha atrás...

Cuelgo el teléfono. Me agota escucharle. Solo es un lastre. Cojo el mando de la televisión y la enciendo. Están dando las noticias. Una mujer joven está frente a una masía a las afueras de Barcelona. Se ven coches patrulla y un cordón policial impide el paso de los curiosos hasta la casa.

—...Según las últimas noticias, se desconoce el paradero de la joven desaparecida...

Mientras la voz de la mujer parece adormecer mis sentidos, de fondo, junto a la puerta de acceso a la vivienda, veo a dos hombres. Uno de ellos es relativamente joven. Pero el otro... Esa manera de rascarse la barba...

Me pongo en pie y me acerco a la tele para poder verle mejor.

—Vaya, vaya... —digo en voz alta.

De nuevo, la sonrisa.

* * *

Ahora es mía. Mi muñequita rota...

«¡Socorro!».


FIN.

Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.

Comentarios

  1. por aquí, mirando si hay alguna nueva inspiración... :D Bsss

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    Respuestas
    1. Hola guapísima :) que va... No hay inspiración... Estoy demasiado liada y no me concentro ni para repasar la novela ni para escribir nada nuevo. A ver si se calma la faena y puedo ponerme otra vez jeje
      Gracias por pasarte de todas maneras!! Besitos mil!!!!

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