Marejada (Parte 3)
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«¿Dónde estoy?»,
pensé al abrir los ojos. Tenía un fuerte dolor de cabeza y mi
cuerpo estaba entumecido. No reconocía el lugar en el que me
encontraba. Estaba en el suelo tumbada sobre un colchón, con una
especie de tela cubriendo mi cuerpo. Levanté la vista y vi un cielo
negro que resplandecía por los rayos que una y otra vez lo cruzaban.
La lluvia incesante me empapaba, devolviéndole la vida a mis
células. Pasé la mano por mi cabeza y sentí una fuerte punzada al
tocar algo que tenía pegado en la frente. «¿Qué ha pasado?». No
recordaba nada. Confusa, me esforcé por intentar recuperar los
recuerdos perdidos. Como un flash, me vi saltando alegre sobre las
olas. Y mi corazón se aceleró al recordar como mi cuerpo era
arrastrado sin remedio al desplegar las alas. «Oh, no... Como se
entere Antiel que desplegué las alas ¡se enfadará mucho!». Antiel
era mi hermano. Volví a mirar a mi alrededor. Estaba rodeada por un
muro bajo. Y a mi derecha tenía lo que parecía una pared con una
puerta acristalada de donde salía algo de luz. Por suerte no había
nadie cerca, pero el miedo empezó a crecer en mi pecho. Las palabras
de mi padre, el general del ejército de los Ángeles del Mar
rebotaban por mi mente.
—¡No quiero que os
acerquéis a la supercie! —gritó enfurecido el primer día que vi
el cielo azul—. ¡Si os vieran y os cogieran esos mosntruos no
sabéis las atrocidades que harían con vosotros!
Mi hermano había ido
a saltar sobre las olas. Y yo, que no era más que una cría, le
seguí. Para mi mala fortuna, aquel día padre regresó antes de lo
previsto y al no encontrarme cerca del arrecife salió en mi busca.
Cuando nos encontró, entró en cólera. Mi hermano se enfrentó a
él. No creía en esas historias terribles que contaba sobre los
seres que habitaban en la superficie. Pero sabía que había cometido
un grave error al permitirme estar junto a ellos.
—Pero padre, ¡si
estamos a millas de tierra! ¡Es imposible que encontremos terrestres
por esta zona! —se defendió.
Sus amigos, al ver que
la mirada del general se volvía cada vez más iracunda, corrieron
despavoridos hacia el arrecife, disculpándose de lejos.
—¡Cállate! ¡No
ves que has puesto en peligro a tu hermana! —estalló al fin.
—¡Ha venido porque
ha querido! ¡Nadie le ha dicho que nos siguiera!
Yo me escondí detrás
de una roca. Padre me asustaba cuando se ponía así. Guardó
silencio un instante con el entrecejo fruncido.
—Eres igual que tu
madre —dijo con todo el reproche que fue capaz de disparar.
Antiel enmudeció.
Noté cómo sus manos se cerraron con fuerza y apretaba los labios.
—Prefiero ser como
ella, que ser un estirado hipócrita como tú —contestó al fin.
Dijo aquellas palabras
con el dolor de quién añora con locura a una persona. Yo no tengo
recuerdos de mi madre. Era muy pequeña cuando falleció. Pero Antiel
sí había vivido muchos momentos a su lado, y siempre le brillaban
los ojos de una forma especial cuando me hablaba de ella. Nunca le he
visto sonreír del modo que lo hacía al recordarla. El día
que le pregunté cómo murió, simplemente suspiró y me dijo que se
fue, sí, pero que se fue feliz.
—Mariel, mamá era
muy especial —me dijo una vez—. Y tú te pareces mucho a ella. No
dejes que las normas y la seriedad y sequedad de padre corten tus
ganas de vivir...
Un
ruido me sobresaltó devolviéndome a la realidad. Miré a mi derecha
y, de pie, junto a la puerta de vidrio, empapándose con la lluvia,
había un terrestre. Sentí cómo el pánico me devoraba. ¡Un
terrestre! ¡No! Me incorporé mareándome un instante. Apoyé mis
manos en el suelo y me intenté alejar todo lo que pude de aquel ser.
—Esto...
—dijo con temblor en el habla—. ¿Ya... ya te has despertado?
—Dio un par de pasos para acercarse a mí. El miedo me empezó a
dominar y seguí arrastrándome hasta quedar contra el muro que me
rodeaba. Estaba tan asustada que mi cuerpo comenzó a temblar—. No
te asustes —dijo con la mano alzada hacia mí—, no voy a hacerte
daño.
«Un momento, ¿cómo es que
entiendo lo que me está diciendo?», pensé contrariada. Pero no era
momento para pensar en eso, meneé mi cabeza para dejar de pensar en tonterías, debía encontrar el modo de huir de allí.
Intenté por todos los medios llegar a lo alto del muro, tirando de
mi cuerpo con los brazos. Desplegué mis alas en un intento
desesperado por alzar el vuelo, pero una de ellas no se movió. El
humano seguía acercándose a mí.
—No...
¡No te acerques! —dije alzando la voz.
Pero
siguió dando pequeños pasos en mi dirección.
La
imagen de mi hermano apareció en mi mente y sólo pude gritar desesperada pidiendo
auxilio. Un grito agudo y estridente que provocó que aquel ser se
tapara los oídos con fuerza.
* * *
—Antiel,
¿cuántas veces te tengo que repetir que si lanzas así la flecha
jamás alcanzará su objetivo? —le dijo el general a su hijo.
Antiel
entrenaba cada día antes del amanecer bajo la tutela de su padre
para intentar contentarlo.
—Lo
sé, lo sé —replicó—, deja que lo intente otra vez.
Cogió
de nuevo el arco y lo puso en posición. Recordó la postura de los
dedos que solía poner su padre antes de lanzar la flecha y le imitó.
Estiró de ella con fuerza y tensó la cuerda todo lo que pudo. Su
objetivo se situaba a varias millas: un pequeño aro por el cual
debía colar la flecha sin tocarlo. Se concentró en el objetivo y
frunció ligeramente el ceño.
«¡Antiel!»
El
grito desesperado de su hermana resonó con fuerza en su cabeza y le
desconcentró. Soltó la flecha y ésta se dirigió irremediablemente
hacia su padre.
—¡¿Estás
loco?! —gritó esquivándola—. ¡¿Quieres atravesarme con eso?!
Antiel
miró a un lado y a otro. ¡Aquella voz era la de su hermana! Otro
grito ensordecedor atravesó su cabeza y en esta ocasión, una serie
de imágenes lo acompañaron. Era la joven Mariel. Estaba saltando
las olas y reía feliz. De golpe la imagen cambió y la vio volar sin
rumo arrastrada por el fuerte viento. Y la última, la escena que
hizo que cada músculo de su cuerpo quedara rígido, fue ver a su
hermana en tierra, acorralada bajo la lluvia por un terrestre. Cuando
la imagen se desvaneció, en su retina aún quedó grabada la
expresión de terror de ella.
Su padre, con la decepción escrita en la cara, se dirigió hacia él.
Su padre, con la decepción escrita en la cara, se dirigió hacia él.
—¡Ya
estás en babia otra vez! —le regañó mientras le cogía por el
brazo para quitarle el arco—. Mientras sigas siendo un
irresponsable no vuelvas a pedirme que te entrene.
Cuando
levantó la vista del arco hacia su hijo, se dio cuenta de que el
joven no le había escuchado. Fue a recriminarle su impertinencia
cuando se dio cuenta de que algo le pasaba. Entonces, con un pequeño
balbuceo, el chico nombró a su hermana.
—¿Qué
ocurre Antiel? —preguntó disminuyendo el tono agresivo. Pero
Antiel solo podía pensar en cómo ayudar a Mariel. —¡Antiel! ¡Quieres contestarme!
El
joven volvió en sí. Miró a su padre y desvió la mirada buscando
el modo de escabullirse de él, aunque por muchas vueltas que le
daba no se le ocurría el modo de ayudarla. Ni sabía dónde estaba,
ni cómo podría adentrarse en tierra firme.
Finalmente,
después de reflexionar en silencio, mirando los ojos cada vez más
preocupados de su padre, dejó escapar un suspiro abatido y se soltó
de la mano que lo aferraba con fuerza.
—Padre...
Mariel está en peligro.
* * *
—Si
sigues gritando así vas a despertar a todo el vecindario —dijo el
terrestre agachándose para quedar a mi altura, a una distancia
prudencial. Sonrió con ternura. —Siento haberte asustado... No
pretendo hacerte daño. Te lo juro. Llegaste a mí arrastrada por el
viento y caíste golpeándote y quedando inconsciente. No sabía qué
hacer y te he traído a casa para curarte la herida... Por cierto, me
llamo Ángel. —Guardé silencio. La sonrisa de ese hombre... No sé
porqué, pero era como si la hubiera visto en algún lugar. Una
punzada en la cabeza me obligó a sujetarme la frente. —Deberías
tumbarte, el corte es bastante feo y puede que te marees si estás en
pie.
Haciendo caso omiso a lo que decía, sentí escalofríos al pensar que un humano me había tocado. Y si
había estado inconsciente ¿qué clase de barbaridades habría
hecho conmigo? Nerviosa, empecé a palpar mi cuerpo. Miré cada trozo
de piel que tenía al descubierto.
—¿Qué
haces? No deberías moverte tanto. Tienes un ala partida y el golpe
en la frente se te volverá a abrir si no paras... —Entonces cayó
en la cuenta de lo que estaba haciendo y se ruborizó—. ¡Oye! ¡¿No
estarás pensando que yo...?!
No... No parecía que me hubiera hecho nada. Me le quedé observando un instante. Se
movía nervioso de un lado a otro pasando la mano por el pelo una y
otra vez.
—En
serio... ¡No te he tocado! Bueno, a ver, sí te he tocado... ¡Pero
lo estrictamente necesario para traerte aquí y curar tus heridas!
—Hablaba rápido y me costó entender lo que decía, pero me
resultó gracioso el modo como se movía. No lo pude remediar, y se
me escapó una risita. Se detuvo frente a mí y añadió—: Ahora te
ríes de mí... Un momento. ¿Te estás riendo?
No
pude contenerme. Entre los nervios, el miedo y aquel extraño que se
movía de un lado a otro balbuceando de aquella manera, empecé a
reír cada vez con más ganas. Era superior a mí. Las situaciones
más inverosímiles siempre me hacían reír, supongo que como
estrategia para calmar mis miedos.
CONTINUARÁ...
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Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
Bueno ¿Después de leer el capítulo esperando que se comunicaran y sus reacciones me dejas con una risa a carcajadas? No está mal, no está nada mal. Continúa el suspense. Abrazaco!!!
ResponderEliminarHola de nuevo Miguel Ángel!!
EliminarJejeje si, es que las situaciones de estrés la hacen reír a la pobre, en eso se parece a mi ^^
Gracias por pasarte por aquí :) Un abrazo bien fuerte!! Y que pases una semana de lo más bonita ;)