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No Preguntes

 


Hubo un tiempo en el que mi trabajo era sencillo. Un trabajo nada agradable, es cierto, pero necesario en una sociedad podrida como en la que nos encontramos.

Hasta ese día.

Recuerdo con claridad ese maldito día...

Era temprano, las cinco y media o las seis de la mañana. Acababa de sonar el despertador y me estaba desperezando cuando sonó el timbre de casa.

Me levanté con los ojos pegados aún por el sueño. Caminé a tientas por el pasillo y me acerqué a mirar a través de la mirilla. Una persona que no reconocí esperaba detrás de la puerta con el rostro oculto por una gorra.

—¿Quién es? —Mi voz sonó fuerte y segura.

—Tengo trabajo para ti. —Levantó su mano y me enseñó su carnet. —Abre. No tenemos mucho tiempo.

Me apoyé en la madera. Quizá le enviaba mi jefe. Abrí el cerrojo y desplacé el pestillo cerrando la cadena para que la puerta no se abriera más de lo necesario. Debía confirmar que la cara de aquel tipo era la misma que la del carnet que acababa de enseñarme.

—Abre de una puta vez —espetó, mostrándome la cicatriz que cruzaba su ojo derecho.

Abrí y me aparté para que pasara.

Cerré la puerta y me encaminé hacia la cocina para prepararme un café. Necesitaba un puto café. El tipo me siguió mientras se sacaba el abrigo negro y la gorra, dejando al descubierto su cabeza rapada.

—¿Quién te envía?

—Smith.

Le miré de reojo. El café caía, humeante, desde la cafetera hacia la taza.

Ese Smith. Ya podía haberme avisado de que enviaría a uno de sus hombres a casa. Pero no, siempre a la suya, siempre sin explicaciones.

—Toma. —Alargó su brazo y me tendió una carpeta amarilla con unos papeles en su interior. Los cogí y abrí el cartón para ojear su contenido—. No creo que tengas demasiados problemas con esto. Es un trabajo fácil.

Un trabajo fácil, decía...

A las ocho de la tarde, ahí estaba yo, delante de una casa con un bonito jardín delantero, sentado en mi utilitario y esperando a que el coche todoterreno de la marca Jeep apareciera por la esquina. Metí una calada al cigarro y expiré el aire a través de la rendija de la ventanilla que había dejado abierta.

Desvié la vista hacia el asiento del copiloto. La carpeta amarilla estaba en él, abierta y con la documentación esparcida. Entre los papeles habían dos fichas policiales. Una de un hombre de mediana edad, rubio y corpulento. Y otra de una mujer relativamente mayor, más que él, de pelo canoso y gafas, pero de mirada desafiante y fría. Aquellos ojos... Creo que jamás lograré olvidar esos ojos...

El ruido de la puerta de la casa me devolvió a la realidad. Apagué el cigarro de un golpe en el cenicero del coche y me recosté en el asiento para no ser visto. La mujer acababa de salir por la puerta con un abrigo gordo y una bolsa de basura. Miró a su alrededor, desconfiada, y caminó hacia el cubo de basura que aguardaba a la entrada de la casa. Metió la bolsa dentro. Entonces, vio el coche.

Se quedó un rato observándolo.

Empezaba a caer la noche y la luz de las farolas se encendieron, dejando el interior del vehículo entre sombras.

La mujer se abrigó el cuello y comenzó a caminar de nuevo hacia la casa, cerrando la puerta tras de sí.

Suspiré aliviado. Si me hubiera visto...

—¿Todo bien? He visto que salía alguien de la casa. —La voz de Owen sonó a través del auricular que tenía en la oreja derecha. Observaba todo lo que sucedía a través de su ordenador, escondido en una furgoneta gris, dos calles más abajo.

—Todo bien. Solo ha salido a tirar la basura.

—Seguimos con el plan entonces.

Al cabo de un tiempo, llegó el todoterreno negro que esperaba. Aparcó delante de la casa y dos tipos, uno de ellos el hombre rubio de los papeles, bajaron del vehículo. Reían y se burlaban el uno del otro.

Me coloqué el pasamontañas y abrí la puerta del coche. Saqué el arma que ocultaba en la parte trasera del cinturón y, mientras colocaba el silenciador, caminé con decisión hacia ellos. No me vieron venir. Antes de poder saber siquiera de donde les vendría la muerte, ambos cayeron al suelo rompiendo el silencio de la noche. Me agazapé y me acerqué hacia una de las ventanas de la casa. La televisión estaba encendida. Aguardé un instante. La mujer no tardó en aparecer por la puerta envuelta en un batín de color crema y zapatillas de estar por casa. Aguantaba una taza tapada con un plato, desde la cual colgaba el hilo de alguna infusión. Miró el reloj de pared.

No podía esperar a que viera lo que había afuera. Me acerqué hasta la puerta y llamé.

—¿Cuántas veces te he dicho que cojas las llaves? —Su tono de voz era molesto.

Se oyó el crujir del cerrojo y, justo en el momento en que la puerta cedió, arremetí contra ella haciendo que la mujer cayera al suelo.

Entré y cerré la puerta de un portazo, mientras que con el arma la apuntaba a ella.

—Levanta.

La mujer, más que asustada, parecía enfurecida.

—Cómo te atreves a entrar así en mi casa, desgra...

—¡He dicho que te levantes! —La incorporé con violencia por el brazo y la empujé hacia la sala de estar. La tele sonaba de fondo—. ¿Dónde están?

La mujer me miró altiva pero no dijo palabra.

—Voy a repetirlo más despacio, por si no me has entendido bien...— Acerqué el arma a su sien—. He dicho que ¡DÓNDE E-S-T-Á-N!

—Jamás conseguiréis encontrar a esos bastardos. —Se acercó hasta que la boquilla del silenciador se apretó contra su cabeza. —Son míos.

Al pronunciar esas últimas palabras, un escalofrío me recorrió todo el espinazo. Sus ojos... Esos ojos grises, tan fríos, tan viejos a la vez que fieros...

—Dime, joven, ¿quién es el que te ha enviado a por esos mocosos que no traen más que problemas?

Fruncí el ceño. En los papeles ponía que eran seis los niños que debía encontrar en aquella casa. Seis vecinos del pueblo de al lado que desaparecieron uno a uno a lo largo de los últimos seis meses. Unos pobres críos que solo se dedicaban a jugar a ser mayores, demasiado pronto.

—¡Dime dónde están! —Retrocedí un par de pasos. Aquella mujer me tenía descolocado. Si solo era una anciana, ¿por qué tenía ese mal presentimiento?—¡¿Dónde demonios están los críos?!

Sonó un golpe seco en la parte de arriba.

La mujer levantó la vista y frunció el ceño.

Otro golpe seco, esta vez más fuerte, retumbó sobre nuestras cabezas.

—Estás haciendo mucho ruido... ¿Supongo que no querrás despertar a mi niña?

La miré y levanté la vista justo en el momento en el que otro golpe seco hizo que parte de la escayola del techo cayera sobre mis ojos.

La mujer se abalanzó contra mi y perdí el equilibrio. Caí de espaldas y noté su pequeño cuerpo lanzarse sobre el mío. Sus manos, frías, se agarraron a mi cuello con destreza y empezó a apretar con demasiada fuerza. ¡¿Pero de dónde narices sacaba esa fuerza, la puta vieja!? Quería zafarme de ella, ¡pero no podía! Busqué el arma desesperado. Podía verla, borrosa por culpa de las lágrimas que empezaron a aparecer en mis ojos. Me ahogaba.

—No deberías haber venido —canturreó—, pero no hay mal que por bien no venga, ¿no crees?

De pronto, llegó la oscuridad más absoluta. Y, justo después, el silencio.

Desperté. Estaba sentado en una silla y me dolía todo el cuerpo. Sentí una fuerte punzada en la cabeza. Quise pasar mis manos por la cara para despejarme, pero no pude. Estaba atado.

—¿Qué... qué demonios ha pasado? —Los recuerdos fueron llegando a fogonazos. —Owen, ¿puedes oírme?

Miré a mi alrededor. Estaba oscuro pero se filtraba algo de luz desde una pequeña ventana elevada. Estaba en el sótano de una casa.

Oí unos lamentos. Agudicé la vista y pude distinguir cerca de la lavadora a un grupo de cinco o seis chavales, de no más de once años, acurrucados dentro de unas jaulas como las que usaban los de la protectora de animales.

—Ei... Chicos... Tranquilos, he venido a sacaros de aquí...

Uno de ellos levantó la cara de sus rodillas y me miró con los ojos anegados en lágrimas.

—¿Ah, sí? ¿Vas a sacarlos de aquí? ¿Y cómo piensas hacerlo? —Aquella voz estridente venía de lo alto de la escalera.

Levanté la cabeza para mirar. Me costaba horrores moverme, tenía el cuerpo entumecido y dolorido.

Allí estaba la puta vieja, sonriente, mirándome con aquellos malditos ojos grises...

Bajó un par de escalones.

—Dime, joven, ¿quién te ha enviado aquí? He visto los papeles en tu coche, así que no te molestes en negar la evidencia. —Ladeó la cabeza—.  ¿Quién te hizo este encargo?

—¡Suéltame, cacho puta!

—¡Ja, ja, ja! ¿En serio crees que estás en situación de hablarme así? —Siguió bajando las escaleras. Cuando llegó frente a mí, se giró un segundo para mirar a los niños—. Tranquilos, nenes. En seguida estaré con vosotros. Esta noche es vuestra gran noche.

La sonrisa que apareció en su rostro hizo que los pequeños empezaran a gimotear por culpa del pánico, apretando sus pequeños cuerpos contra la reja del fondo de sus jaulas.

Se colocó frente a mí y me cogió por el mentón. Levantó mi cara para poder observarme mejor. Metió un dedo en mi boca y empezó a pasearlo por mis dientes.

—Mmmm... Un joven sano... —murmuraba ajena a las arcadas que me producía el olor que desprendía y el sabor de su piel. —Y fuerte... ¡Amadel! ¡Baja!

Debía estar bajo los efectos de algún tipo de alucinógeno porque lo que empezó a bajar por las escaleras era imposible que fuera real. Una masa pestilente de carne, con las venas por fuera y que apestaba a una mezcla entre ferrosa y huevo podrido bajaba a trompicones. Sin cara, sin ojos. Solo una masa amorfa y de gran tamaño que reptaba hacia mí.

—¿Mami, es para mí?

—Claro, querida. Todo lo mejor para mi dulce algodoncito...

La vieja acarició la masa con dulzura.

¿Pero qué demonios estaba pasando? Mi corazón empezó a bombear sangre con fuerza. ¡¿Qué era esa cosa?! Intenté romper la cuerda que me mantenía atado, presa del pánico. ¡Tenía que soltarme! ¡Debía escapar de toda aquella locura!

La cosa se acercó más y de su cuerpo deforme salió una protuberancia que acarició mi cara. Solo sentir su tacto en mi mejilla me hizo estremecer. Me aparté todo lo que pude.

«¡No me toques!», pensaba una y otra vez, zarandeando mi cuerpo con violencia para intentar escapar.

Un estruendo sonó en la parte de arriba. La mujer se detuvo en seco y frunció el ceño.

—Querida —dijo con suavidad—, mami ahora viene. Creo que tenemos visita.

No había subido ni dos escalones cuando su cuerpo salió despedido contra la pared. La sangre empezó a brotar de su estómago con fuerza. Una sangre viscosa de un tono negruzco repugnante.

—¡Mami!

La cosa empezó a reptar hacia ella.

Conseguí dislocar un hueso de la mano derecha y sacarla del lazo que me mantenía atado. Me zafé de las cuerdas y corrí hacia los críos que gritaban aterrados, sujetándose la cabeza.

Otro estruendo rompió el silencio y la cabeza de la mujer reventó, quedando sus sesos esparcidos por toda la pared.

No esperé a ver qué sucedía después. Corrí hacia las jaulas y empecé a abrirlas una a una para que los críos salieran de ellas.

—¡Vamos! —grité mientras cogía de la mano a uno de ellos y tiraba fuerte para sacarle.

—¡Qué le has hecho a mi mami! —gritaba la cosa, desesperada al ver que su madre acababa de ser asesinada delante de ella.

—¡Jim! ¡Jim! ¡¿Estás bien?! 

Aquella voz...

—¡Estoy aquí! —Levanté la mano para que me viera—. ¡Tengo a los niños!

Un tipo se asomó por la escalera con un rifle de larga distancia entre las manos. 

—¡Toma! 

Lanzó una escopeta de caza que cogí al vuelo, casi de casualidad.

—¡Vosotros! ¡Monstruos! ¡Mi madre!

La cosa estaba cambiando de color. Su piel estaba tomando un color rojizo amenazante.

Owen recargó su rifle y apuntó hacia la masa.

—¡Salid de aquí!

—No sé cómo coño quieres que salgamos... —murmuré de mal humor.

Medité las diferentes opciones y me decanté por la ventana.

Dejé la escopeta sobre la mesa que tenía más cerca y me subí para romper el cristal. Yo no podría salir por allí, pero los niños sí. Reventé el vidrio con el codo y alargué mi mano para que, uno a uno, empezaran a salir de aquella casa.

Cuando el último consiguió escapar, salté al suelo y corrí hacia la mesa a por el arma.

—¡Mamiiiiiiii! ¡No me dejes aquí solaaaa!

La cosa se estaba hinchando por momentos.

—¡Sal de aquí! —gritó Owen—. ¡Rápido!

Corrí hacia la escalera y, colándome entre la masa amorfa y su madre, subí las escaleras.

Cuando estaba por fin a salvo, Owen apuntó a la cosa a través de su mira.

—Vete —ordenó.

No me lo pensé dos veces, corrí hacia la puerta de la calle. Salí tan rápido como pude y, justo al cruzar el umbral, una fuerte explosión me hizo saltar por los aires.

La casa empezó a desmoronarse.

Con la respiración agitada, sentado en el suelo, con los oídos ensordecidos por culpa de la fuerte explosión y la sangre resbalando de mi cabeza por culpa del golpe que me había dado contra el suelo al caer, observé cómo la casa ardía en llamas.

Los medios de comunicación nunca mencionaron nada de lo ocurrido. Los niños desaparecidos simplemente aparecieron en una parada de autobús cercana a una comisaría. Ninguno de ellos recordaba nada. Ni dónde habían estado ni si se habían escapado por su cuenta o los habían obligado a marcharse. Nada.

Por mi parte, no he conseguido olvidar nada de lo ocurrido. Aquel maldito día se me presenta cada noche a modo de pesadillas. Ya no soy el mismo... Pero prefiero no hacer preguntas. No quiero saber nada más de lo ocurrido aquel día. Ni quién era el que nos dio el encargo, ni si fue una trampa, ni siquiera si encontraron algo después de que me marchara de aqul maldito lugar.

Y de Owen, bueno, pobre chaval... No he vuelto a saber nada. Aquel día intenté encontrar su cuerpo, seguramente destrozado por la explosión, pero fui incapaz de encontrarle. Aunque, puede parecer extraño, pero a veces recibo un mensaje de voz en el móvil... y... bueno,  juraría que es él... ¿Sobrevivió? Y, si lo hizo, ¿por qué no ha regresado al trabajo?


Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SAFECREATIVE. 


Comentarios

  1. ¡¡¡¡Espectacular, Carmen!!!! Me tuvo en vilo hasta el final...
    FELICITACIONES

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    1. ¡¡Hola Clara!! ¡¡Muchísimas gracias!! ^^ ¡Cuánto me alegra que te haya gustado tanto! Hacía mucho que no publicaba nada nuevo y no tenía claro si estaría bien o no jeje
      ¡¡Un abrazo bien fuerte!! Y a seguir cuidándose mucho, eh? que el bichito este está dando una guerra... -_- ¡Nos leemos!

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  2. Escalofriante vuelta! Hace bien en no hacer preguntas, aunque yo si tengo una. Continuará?
    lo de los mensajes al móvil de Owen me dejó inquieto.
    Gracias por el buen ratito, un gusto leerte de nuevo.
    Abrazo,
    Abrazo virtual !

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    1. ¡Hola! ¡Mil gracias por pasarte por aquí a leer! Me puse a escribir algo, y al acercarse halloween, pues salió esto jejeej Si has pasado un buen ratito, ya me siento satisfecha :) Que para eso me gusta escribir ;)
      Por cierto, sé que te conozco por tu forma de escribir, pero con el nombre Mandragas me tienes despistada... Sorry... ¿podrías refrescarme la memoria, please???
      ¡¡Un abrazo que se va de vuelta!! :D

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    2. Vaya! no sé por qué comenté con ese perfil! Soy Miguel Angel II, un despiste de lector, sin duda.
      Abrazo.

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    3. Aahhhhh!! Miguel Ángel! :D Que alegría saber de ti :) Vale, pues ya te tengo clichado también con el nombre de mandragas jejeje
      Cuidate mucho!! Un abrazo fuerteeee

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  3. Carmen, me ha encantado. Esas pinceladas de ambientación muy bien trabajadas. Y como todo buen relato corto, te mantiene en vilo desde principio a final. Enhorabuena!!

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    1. Hola, Diego!! Que alegría verte por aquí! 😁
      Muchísimas gracias por tus palabras!! Y, más, viniendo de ti, que eres un crack del suspense y el terror!! 🤩
      Me alegro un montón que te haya gustado 😊
      Un abrazo enorme, mister!! Nos leemos 😉

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