Despertando al Diablo
El día que
le conocí, apenas si llamó mi atención. Fue en la frutería, uno
de esos días nublados que tan poco me gustan. Él estaba en la caja,
pesando varias frutas y metiéndolas en una caja de madera. Me gusta
mirar por el medio ambiente y aquella era la única frutería de mi
barrio donde me dejaban pesar las verduras sin tener que meterlas en
las dichosas bolsitas de plástico. Me acerqué con mi caja llena de
frutas varias y me coloqué en la fila a la espera de mi turno.
—Buenas
tardes —dije cuando me tocó el turno, dejando la caja a un lado de
la balanza para que el chico pudiera hacer su trabajo.
—Buenas
—contestó.
—Tú eres
el chico nuevo, ¿no? —Al levantar la cabeza y verme, se quedó
mirándome en silencio—. ¿Pasa algo?
Me
incomodaba ese silencio absurdo y sus ojos puestos en mí.
Meneó la
cabeza como regresando de un lapsus y sonrió nervioso.
—No...
Nada, nada. Perdona...
Cogió los
tomates uno a uno y los fue posando en la bandeja para pesarlos.
—No te
preocupes —disimulé fijándome un poco más en él.
Era un
chaval joven, más joven que yo, de pelo oscuro más bien largo y tez
morena. Tenía una barba cuidada y sus brazos dejaban entrever que
estaba en forma. Al estar tan de moda las barbas, no me pareció ni
más guapo ni más feo. Simplemente uno más.
Terminó de
pesar lo que llevaba y me cobró.
—¿Quieres
que te acerque la caja al coche?
—No hace
falta, gracias. —Sonreí—. Además, si te ausentas las señoras
se te van a mosquear.
Miré hacia
la mujer que tenía detrás, una mujer de unos 60 años que nos
miraba con cara de pocos amigos. El chico la miró también y empezó
a reír.
—Tienes
razón, je, je.
—Por
cierto, ¿cómo está Noelia? —Noelia era la dueña de la tienda y
una de mis mejores amigas. Hacía días que no se encontraba
demasiado bien.
—Hoy no
ha podido venir. ¿Quieres que le diga algo?
—No hace
falta. —Cogí la caja en volandas—. Luego la llamaré.
Hasta ahí
todo bien. Una vida más o menos corriente que soportaba de aquella
manera con sus cosas buenas y sus cosas malas. Y el chaval en
cuestión, pues poco más puedo contar, porque apenas si me llegué a
fijar más en él.
En cambio,
Noelia, sí que me tenía preocupada.
Desde hacía
varios días que no contestaba mis llamadas ni mis mensajes. Incluso
había ido a su casa y nada. Parecía como si se la hubiera tragado
la tierra. Por suerte, un mensaje escueto llegó una mañana sin
esperarlo. Me decía que estaba mucho mejor y que pronto nos
veríamos. La contesté con mil preguntas, incluso la llamé, pero no
volvió a contestar.
Al cabo de
varios días, recibí una llamada de su padre.
Noelia
había muerto.
Aquella
noticia me golpeó con tal fuerza que el móvil se me escapó de la
mano, estrellándose contra el suelo.
—¿Q...Qué?
—tartamudeé al recoger el móvil del suelo con los ojos abiertos
sin querer creer lo que me decía—. Es una broma, ¿no?
Guardó silencio y pude escuchar los lamentos de su madre al otro
lado de la línea.
—Dios
mío... ¡No puede ser! —reaccioné al final—. ¡Si estaba bien!
Su padre,
que siempre me había tratado como una más de la familia, me explicó
que sufrió un accidente cuando se dirigía hacia la consulta del
médico. No sabían aún las causas del mismo. Iba sola y no había
ningún otro vehículo o peatón implicado.
No podía
creerlo. Noelia... No tenía sentido. ¡Si hacía varios días que
había recibido un mensaje suyo!
Las
lágrimas resbalaron por mis mejillas. Sentía tanta tristeza, tanta
angustia...
Su padre se
despidió con un ligero temblor en su voz. Intentaba no llorar.
Me
derrumbé.
Aquella
noche no pude dormir. Estaba agotada y tenía los ojos hinchados de
tanto llorar. Cada vez que cerraba los ojos imágenes de nuestra vida
en común —nuestras salidas, nuestras risas, nuestros llantos— se
me presentaban oprimiendo mi pecho.
El día del
funeral no quería ir. Odio esos rituales llenos de falsedad y de
formalismos que para nada van conmigo. Llegas, y te encuentras con
caras que sabes que ella despreciaba. Familia que jamás la llamó
para ni siquiera felicitarla por su cumpleaños o en navidad, vecinos
cuyo único tema de conversación era el de intentar saciar su morbo,
y hasta su ex, ese estúpido que le faltó al respeto de la peor
manera posible, viéndose a escondidas con otra durante casi medio
año. Me dieron ganas de vomitar. Ni la mitad de los que estaban allí
la conocían. Y tenían el morro de intentar acallar a los que, como
yo, llorábamos desconsolados. ¡No te digo que una vieja va y se
acerca a chistarnos para que dejáramos de llorar!
Pero,
quitando esos momentos donde la rabia casi me puede, donde me habría
liado a ostias contra todo lo que se me cruzara por delante, he de
reconocer que fue una despedida bonita. Sus hermanas, rotas por el
dolor, le dedicaron unas palabras de despedida que casi terminan por
rematarme pero que consiguieron, a su vez, que cada uno de nosotros,
entre lágrimas, hiciéramos el esfuerzo de esbozar una sonrisa:
Noelia,
eras toda una princesa.
No una
princesa de las de cuento. Sino una princesa guerrera.
Valiente.
Fuerte. Llena de magia.
Tus
palabras de aliento. Tu sonrisa. Tu preciosa carita...
Hermanita,
siempre estuviste ahí. En lo bueno, pero sobretodo en lo malo.
Y ahora,
nosotras, seremos fuertes por ti. Lucharemos con fiereza por seguir
adelante, por no llorar y sí por sonreír.
Porque a ti
no te gustaban las despedidas. No te gustaba ver tristeza ni dolor.
Así que
esto no es una despedida, hermana, es un hasta luego. Porque allí
arriba, desde las estrellas más brillantes, sabemos que nos vigilas.
Y, cuando llegue el día, volveremos a abrazarte. A estrecharte en
nuestros brazos y volver a sentir ese aroma dulce y floral que
siempre te acompañaba.
Un beso,
Noelia. Te queremos, no lo olvides nunca. Siempre te querremos.
Al salir del
entierro y despedirme de la familia, me abracé a mi madre, que
estuvo a mi lado en todo momento. No había sido un año fácil: me
acababa de separar y la batalla legal por la custodia de mis nenes no
estaba siendo demasiado amistosa, en el trabajo me habían reducido
la jornada y ahora esto. Me quería morir.
Cuando
salimos a por el coche, una silueta llamó mi atención desde la
sombra de un árbol. Era el que trabajaba en la frutería. Pensé
que a lo mejor había ido a dar el pésame, pero que por respeto a la
intimidad de la familia se había quedado fuera, así que le pedí a
mi madre que esperara y me acerqué a él.
—Hola,
eres el que trabaja en la frutería de Noe, ¿verdad?
El chico
asintió con la cabeza.
—¿Quieres
que te acompañe dentro?
—No. No
he venido por eso.
Le miré
extrañada.
—Oh,
vaya. Lo siento, creía que estabas aquí por el entierro.
—Y así
es.
No entendía
nada, pero tampoco tenía ganas de pensar. Me dolía la cabeza. Tenía
los ojos cansados y rojos de llorar y solo tenía ganas de llegar a
casa y empezar a olvidar.
—Bueno,
tengo que irme. Nos vemos.
—Claro.
No lo dudes.
Me volví a
mirarle. Su tono de voz me había sonado casi a guasa.
«No puede
ser», pensé.
El
cansancio a veces te hace ver las cosas de un modo que no son. No le
di mayor importancia y me alejé de él hacia el coche de mi madre.
—¿Quién
es? —me dijo al sentarme a su lado mientras me abrochaba el
cinturón de seguridad.
—Es el
dependiente de la frutería de Noe. Creo... —Le miré pensativa.
Seguía apoyado en el tronco del árbol mirándonos—. Nada. Déjalo.
Vamos a casa, mami...
Mientras
conducíamos por la carretera secundaria hacia casa de mis padres, la
noche empezaba a caer. El día había estado soleado, pero ahora unas
nubes rosas y anaranjadas se veían en el horizonte. La música
sonaba por los altavoces actuando sobre mí como un potente
somnífero. Llevaba tres días sin pegar ojo. Me apoyé en el cristal
con el codo y apoyé mi cabeza sobre la mano, notando cómo los
párpados eran cada vez más pesados.
De golpe un
fogonazo —seguido de un movimiento brusco— me despertó,
golpeándome en la cabeza con el frontal del coche.
—¡¿Estás
bien?!
Era mi
madre, meneaba mi hombro para que me moviera. La miré un poco
aturdida.
—¿Qué...
qué ha pasado?
Pasé la
mano por mi frente dolorida.
—¡Ese
hijo de puta! ¡Se nos ha echado encima!
Miré hacia
dónde miraba ella. Un coche negro estaba parado a unos metros de
nosotras con las luces del freno encendidas. Me volví hacia mi
madre.
—¿Estás
bien, mamá? —Estaba rígida y parecía respirar agitada—.
¿Quieres que coja yo el coche ahora? —Mi madre parecía no
reaccionar. —Vale, mamá. Escucha. Estamos bien. Eso es lo que
importa, ¿vale? Ya cojo yo el coche. Tú intenta tranquilizarte, ¿de
acuerdo?
—Tienes
razón... Perdona, cariño. Sí, por favor, cógelo tú.
Las luces
de la marcha atrás del otro vehículo se encendieron.
—Parece
que quiere acercarse —comentó mirando por el retrovisor antes de
que ninguna bajara del coche.
Aceleró.
No nos dio
tiempo a reaccionar cuando el impacto contra la parte trasera de
nuestro vehículo llegó.
—¡Joder!
—grité asustada. ¡¿Ese tipo estaba loco o qué?! —¡Mamá!
¡¿Estás bien?!
—Sí
sí... —miró por el retrovisor. El coche se alejó un poco más de
lo que estaba. Pero las luces de la marcha atrás volvieron a
iluminarnos—. ¡Qué vuelve!
—¡Arranca!
¡Arranca! —Otro golpe más, esta vez más fuerte, hizo que casi me
destrozara la nariz contra el salpicadero—. ¡Joder! ¡¿Pero qué
le pasa a éste?! ¡Vámonos!
Mi madre, con los nervios, metió mal la marcha y el coche chirrió. Volvió a
meter la primera y arrancó lo más rápido que pudo, mirando por el
retrovisor a cada segundo. Yo me giré a mirar con las manos
temblando de los nervios. El coche se había detenido.
—Dios de
mi vida —murmuraba con lágrimas en los ojos, casi dominada por el
pánico.
—Tranquila
mamá, respira hondo, ¿vale? —Le toqué el brazo intentado
calmarla mientras me sentaba de nuevo—. Voy a llamar a la policía.
Saqué el
móvil de mi bolso.
Me acababa
de entrar un mensaje.
Cuando vi
el nombre del remitente casi se me para el corazón.
—No... No
puede ser...
Mi madre me
miró aún más asustada.
—¿Qué...
qué pasa ahora? —El temblor de su voz era evidente.
La miré.
No podía
ser... Ella... Ella...
El golpe
llegó por el lado del conductor. Era un cruce dónde nosotras
debíamos ceder el paso, pero que mi madre se saltó por culpa de los
nervios.
Oscuridad.
Silencio. Miedo...
«¿Qué ha
pasado?».
Gritos.
«¿Dónde
estoy?».
Dolor.
Noté como
alguien intentaba sacarme del coche, buscando el modo de desabrochar
el cinturón de seguridad. Me dolía todo el cuerpo. Un líquido
caliente bañaba mi cara.
«Espera un
momento... ¿El líquido resbala hacia mi cabeza?».
Intenté
abrir los ojos pero no podía, parecía que mi fuerza se hubiera
expirado.
—Tranquila
—decía una voz que oía como si viniera de muy lejos, mezclada con
un murmullo constante que me aturdía más— Ya viene la ambulancia.
Ambulancia...
¡Mamá!
Como un
resorte, abrí los ojos asustada y busqué a mi madre con la mirada.
Noté la presión que apretaba mi cabeza. ¡Estábamos boca abajo!
—¡Mamá!
¡Mamá!
Mi madre
tenía los ojos cerrados y estaba aprisionada por el airbag. Intenté
alcanzarla pero un dolor insoportable me obligó a quedarme quieta.
Busqué el
modo de salir de aquella postura antinatural, revolviéndome
nerviosa.
—Espera,
no te muevas tanto.
De golpe,
todo el peso de mi cuerpo se precipitó sobre mi cabeza. El que me
hablaba, me agarró con fuerza y tiró de mí hacia la parte
delantera del coche, intentando sacarme del vehículo por la luna
delantera.
—Mi madre
—lloraba desesperada sin poder hacer nada más que dejar que me
manipularan a su antojo.
—Tranquila,
ya la están ayudando.
Se oían
sirenas acercándose.
Estirada en
el suelo, con una sensación de pánico atenazando mis músculos,
sólo oía gritos de personas corriendo a mi alrededor. Sierras
cortando metal. Murmullos lejanos que no alcanzaba a entender.
Alguien se
acercó a mí.
—¿Cómo
estás? —Cual fue mi sorpresa al reconocer aquel rostro barbudo—.
Me ha costado sacarte de ahí dentro...
Miró hacia
el coche de mi madre. Giré la cabeza intentando mirar pero me sujetó
con ambas manos.
—No, no.
No debes moverte, la enfermera en seguida vuelve con el collarín.
—¿Mi...
Mi madre?
—Tranquila,
creo que se pondrá bien. El problema es que tiene una pierna atorada
y han tenido que venir los bomberos para sacarla de ahí.
Respiré
aliviada cuando lo escuché.
—Y...
¿qué haces tú aquí?
—Volvía
al pueblo después de despedirme de la familia de Noelia. Y al llegar
al cruce vi que acababa de pasar un accidente. No me esperaba
encontrarte en uno de los coches... Por suerte todo ha quedado en un
susto y cuatro heridas. —Intenté ponerme en pie—. No se te
ocurra moverte. Hasta que los médicos no te vean es mejor que te
quedes quieta. No sabemos si tienes alguna vértebra tocada.
El dolor
punzante que me subió desde la espalda al intentar incorporarme,
confirmó sus sospechas.
—Vale...
—dije recuperando la postura e intentando disimular el dolor.
En el
hospital los días pasaron a una velocidad pasmosa. Casi como una
tortura. La visita de mis hijos fue la mayor de las alegrías que
tendría en aquellos días. Y la excusa barata de mi ex para no
llevárselos la peor. Que tenía una reunión y no se los podía
dejar a nadie... ¿Y cómo me iba a hacer cargo yo de los niños?
¡Estaba en un maldito hospital, joder! Mi padre, que acababa de
llegar en ese momento, escuchó lo que pasó y —después de darme
un beso en la frente— dijo:
—No te
preocupes, Moni. Yo me quedo con los nenes.
—Pero
papá, ¡tú tienes que estar con mamá! —Lloraba de la impotencia.
—¡No puedes quedarte con ellos!
—Pues ya
está. Arreglado. —Comentó mi ex. Les dio un beso a cada niño en
la mejilla—. Portaros bien con el abuelo, ¿eh?
Y sin decir
nada más, salió de la habitación, dejándome con una sensación de
rabia e impotencia que no hacía más que angustiarme más de lo que
ya estaba.
—Papá,
no puedes quedarte con ellos —lloré enfadada—, ¿y mamá qué?
¡Tienes que estar con ella!
Mi padre no
me miró. Pero había algo en su cara que me puso en alerta.
—¿Qué
pasa?
En ese
momento Bernat llamó a la puerta. Bernat era el dependiente de la
frutería. Desde que me habían ingresado, había venido a verme cada
día.
—Hola
—dijo entrando en la habitación.
—Papá
—continué—, ¿qué pasa? ¡¿Porqué no me miras?!
Vi sus ojos
humedecerse.
«No...
¡Venga ya! ¡No me digas que...!»
—Lo
siento cariño...
Se acercó
a mí y me abrazó tan fuerte que mi espalda se resintió.
—No...
Por favor, no... No me digas que lo sientes... Por favor... ¿Qué...?
—sollocé nerviosa y aterrada a la vez, intuyendo lo que iba a
decirme.
Bernat, al
darse cuenta de lo que acababa de pasar, cogió de la mano a los dos
mellizos.
—¿Quién
quiere un helado?
Los niños,
emocionados ante la idea de un dulce, gritaron alegres ajenos a lo
que estaba pasando en la habitación. Nos miró y salió cerrando la
puerta.
—Cariño...
—mi padre lloraba abrazado a mí—. La operación se ha complicado
y... Y mamá... Mamá...
No dijo
nada más. No hacía falta.
Aquella
noticia me creó un estado de ansiedad que no me dejaba respirar. Mi
padre se separó de mí al notar que respiraba raro.
—Cariño,
¿estás bien?
No podía
respirar. Me ahogaba. Mi madre... No. No podía ser verdad. Mi cuerpo
empezó a temblar.
—Cariño,
por favor, tranquilízate.
Las
palpitaciones se dispararon y el aparato que controlaba mis
pulsaciones empezó a pitar.
Una
enfermera se acercó a ver qué pasaba.
—¿Qué
ha pasado? —Se acercó a mí y comprobó el aparato—. Parece que
le están dando taquicardias —dijo más para sí misma que para mi
padre.
Fue hasta la puerta y llamó a otra enfermera.
—¿Qué
ha pasado? —preguntó de nuevo volviendo junto a mi cama,
tumbándome para facilitar la entrada del aire.
—Yo...
—titubeó mi padre—. Bueno, su madre ha muerto y... y yo...
La
enfermera le observó con tristeza. Era evidente que el hombre estaba
sufriendo.
—Entiendo...
—Me tomó la presión—. No se preocupe. Su hija solo está
sufriendo un ataque de ansiedad. Siéntese en ese sillón y en
seguida verá cómo se recupera.
Otra
enfermera entró en ese momento.
—¿Qué
pasa?
—Ataque
de ansiedad con posible entrada en estado de shock.
—Hay que
conseguir que deje de hiperventilar. Toma —Cogió la mascarilla—.
Pónsela.
Mis ojos
desorbitados miraban desesperada a la mujer.
—Respira
hondo, cariño. Pronto pasará.
Ahora estoy
en casa. Mi padre hace lo que puede para intentar que mis hijos no
echen de menos a mi madre. Pero lo está pasando mal... Yo estoy casi
recuperada del todo del accidente. Pero no he podido superar su
muerte. Me están medicando. Cada vez que me tomo las pastillas me
siento flotar, y por un momento parece que el dolor mengua dándome
un respiro. Echo demasiado de menos a Noe. Ella me habría ayudado a
superar esto...
Bernat y yo
nos hemos hecho amigos en la adversidad. Lo cierto es que le
agradezco mucho el que se pase a mi lado tanto tiempo. Si no fuera
por él, no sé cómo podría llegar a salir de esta...
Hoy vamos a
ir a pasar el día a la playa. Mi padre no quiere venir. Aunque le he
insistido, se ha negado. Cree que me irá bien salir de casa y
cambiar de aires. Pero no quiero dejarle solo. Él lo está pasando
peor que yo. Lo sé. Pero es un cabezón.
—¿Vamos?
—dice Bernat desde la puerta cargado con los cubos y las palas de
los mellizos y con los dos terremotos revoloteando alrededor.
—¡Sí!
¡Vamos mami! ¡Vamos! —gritan casi a la vez, emocionados.
Sonrío.
—Claro...
Vamos. —Beso a mi padre en la mejilla—. ¿Estás seguro de que no
te quieres venir? A los peques les encanta que vengas con nosotros. Y
a mí también. Te vendrá bien.
—No,
cariño. Prefiero quedarme aquí. Necesito descansar...
—Bueno...
Te quiero mucho, papá.
Le abrazo y
salgo por la puerta detrás del torbellino que se ha creado en el
recibidor al ver que por fin nos vamos.
Desde el
coche, levanto la vista hacia el balcón de mi casa. Mi padre se ha
asomado y nos despide con la mano.
Recibo un
mensaje.
Me abrocho
el cinturón de seguridad. Los niños, desde sus respectivas sillas,
no paran de gritar emocionados.
—¿Lista?
—pregunta Bernat sonriendo con amabilidad.
—Sí.
Vamos.
Arranca el
vehículo.
Mientras
nos movemos, cojo el bolso y saco mi móvil. El remitente...
«Moni,
guapa, que poquito falta para vernos de nuevo».
Mi tez
palidece a la vez que unas gotas de sudor frío empapa mi piel.
Continuará...
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
Misterio, misterio...me gusta.
ResponderEliminarHombre!! Sir Malvadisimo!! Usted por aquí :) jeje
EliminarSi, misteeeeerioooo A ver como me sale el desenlace ^^
Gracias por pasarte a leer y comentar!!
Y muy Feliz finde ;)
Vaya tensión! Sobre todo la escena del accidente.
ResponderEliminarSiempre atrapas. Como en un síndrome de abstinencia los lectores esperamos tu dosis. :)
Abrazaco!!!
¡Hola Miguel Ángel! ^^
EliminarMuchísimas gracias!! No tenía claro si había plasmado bien la tensión, pero parece que sí, jeje
Por cierto, me ha hecho gracia lo del síndrome de abstinencia XD Pero tranqui, tranqui, que pronto tendréis la continuación, me han pillado las vacaciones de por medio y decidí descansar de todo :)
Un abrazaco de vuelta!!!! Con besote incluido ^^ Y gracias por pasarte a leer y comentar