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Cuando la Oscuridad Acecha




 

Mi nombre es Ángel y tengo un don. O, al menos, eso es lo que dicen aquellos que me conocen. Aunque yo no lo llamaría don precisamente…

            Todo comenzó un día, hace ya tiempo, cuando quedé con un amigo para tomar unas cervezas en el bar de siempre.

            Salí del portal de casa de mis padres, giré a la derecha y empecé a caminar con garbo hacia el bar, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta para soportar mejor el frío. Al doblar la esquina, vi que Ruben —sí, sí, Ruben, con acento en la u— ya estaba esperándome, sentado junto a una de las mesas metálicas de la terraza. Según me acercaba, noté que algo no iba bien. Le saludé sin detenerme y entré en el bar. Le pedí al señor Manolo un par de birras y salí de nuevo.

            —Tío, qué cara más larga. ¿Estás bien? —pregunté, preocupado. Tenía unas ojeras oscuras bajo los ojos y se le veía decaído. 

             Me senté a su lado y le di un trago a mi cerveza.

            —Pfff, he dormido como el culo... Llevo varios días que no levanto cabeza, ¿sabes? Deben ser los putos exámenes...

            Fue entonces cuando lo vi. 

            Una especie de nube negra se estaba formando sobre su cabeza y crecía según iban apareciendo una especie de filamentos negros, viscosos como el alquitrán, que le salían de las orejas y los ojos. Pensé que me estaba volviendo loco y opté por no decir nada e intentar disimular.

A medida que la nube se iba haciendo cada vez mayor y de un color más oscuro y tétrico, mi amigo parecía hacerse más pequeño.

            Me miró y esbozó una leve sonrisa.

            —¿Estás bien? —dijo al ver mi rostro desencajado.

            Meneé la cabeza intentando ignorar la imagen que tenía delante.

            —Claro. Anda, toma. —Le acerqué la cerveza que había cogido para él—. Anima esa cara.

            Cuando le puse la mano en el hombro, de la nube empezaron a salir una infinidad de hilos negros que se enfilaron como un rayo hacia mi mano. ¡Joder! Me asusté y me aparté de esa cosa, arrastrando la silla conmigo que casi se estampa contra el suelo al levantarme.

         Los hilos alcanzaron mi mano y esta los comenzó a absorber como si fuera un aspirador. Mi corazón estaba al borde del colapso. 

              Para mi sorpresa, no sentí nada, ni siquiera un leve cosquilleo. ¿Qué diantres estaba pasando? A medida que los filamentos seguían su camino hacia mi mano, la nube fue disminuyendo de tamaño hasta que, finalmente, terminó por desaparecer.

            Miré mi mano, volteándola a un lado y a otro, con los ojos tan abiertos que parecía que se iban a salir de sus cuencas. ¿Qué demonios había sido eso?

            Ruben me sacó de mi ensimismamiento, golpeándome la espalda con fuerza.

            —Pero ¿qué te pasa? —rio—. Chico, ¡ni que hubieras visto un fantasma!

Todo lo apagado que estaba cuando llegué, todo lo agotado y perdido que parecía, había desaparecido por completo. No entendía nada de lo que estaba pasando y el muy cabrón solo se reía a carcajada limpia de mi cara.

Volvía a ser el Ruben de siempre.

 

De aquel día hace ya mucho tiempo; pero, desde entonces, he visto esa misma nube una infinidad de veces en la gente que me rodea. Y, en todas ellas, he acabado absorbiendo esa extraña oscuridad.

            Hasta hoy.

            Esta mañana me he levantado de la cama y me he mirado en el espejo del baño. Ya no me reconozco. He ganado mucho peso. Mi cara está tan hinchada que parezco un bollo de pan dulce. Pero lo que no me gusta de mi cara no es que la tenga inflada, no. Lo que no me gusta es la negrura que empaña mis ojos. El blanco ya no está. Solo negro. Ya no puedo distinguir el iris siquiera…

            Pero el físico tanto me da. Al fin y al cabo, es solo eso: un cuerpo. Lo que de verdad me preocupa es la oscuridad que ha invadido mi alma y que sé que tengo dentro. La noto. Sé que está ahí.

       

Estoy apoyado sobre el mármol del lavamanos, con la cabeza hundida entre mis brazos. Levanto la vista y me vuelvo a mirar en el espejo. Una extraña sensación recorre mi cuerpo. Miro dentro de mis ojos. Son fríos. Inexpresivos. Y entonces aparece. Media sonrisa se dibuja en mis labios. Pero no es una sonrisa cualquiera, es una sonrisa deforme que hace que mi cara se desfigure creando una mueca estrafalaria.

            Ya no soy yo.

            La gente que me ha ido acompañado a lo largo de mi vida ahora es feliz. Pero he pagado un alto precio por ellos…

 

Cuando regreso a mi cama, la sangre salpica las paredes. Su cuerpo está tumbado tal y como lo dejé cuando me levanté. Inmóvil. Silencioso. Lúgubre.

            Me acerco y me tumbo a su lado, cerrando los ojos para descansar. A mi lado, el cuerpo tiene el pecho abierto en canal y se ven las vísceras, rojas y violáceas, brillantes.

                Ya no me da miedo en lo que me he convertido porque sé que así debía ser. Soy uno con la oscuridad. Y, como tal, cumpliré mi destino intentando saciar este hambre voraz que me carcome por dentro y que solo se acalla de este modo atroz...

                


Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en Safecreative.

Comentarios

  1. Wow, Carmen!!!!
    Me has hecho temblar del susto!!!
    Qué buena historia!
    Abrazo gigante desde el otro lado del charco.
    Clara

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    Respuestas
    1. Hola Clara!!! Qué bien!!!! Jajajajaja Cuanto me alegro de haberte asustado ni que sea un poquito! XD muaaaajajajajajajaaaaaa
      Otro abrazo enoooooorme para ti también! ^^
      Nos leemos! :)

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