CUENTO DE NAVIDAD
—Mami, ¿a ti te gusta la navidad? —preguntó el pequeño mientras se tumbaba sobre la almohada de su cama. Ella le arropó con el edredón hasta el cuello y le dio un beso en la frente. —Pues claro. —Pasó la mano por el pelo del niño con cariño—. ¿Cómo no me va a gustar? ¿No has visto lo bonita que hemos puesto la casa? El pequeño soltó una risita traviesa y asintió con la cabeza. Ese fin de semana, aunque estaba cansada y se sentía algo apática, se lio la manta a la cabeza y sacó del trastero todas las cajas llenas de adornos. No tenía ganas de decorar, ni siquiera de pasar esos días con la familia, con quien últimamente no se llevaba demasiado bien; pero, recordar la carita de emoción de Noah al ir sacándolo todo (las bolas de cristal, brillantes y llenas de purpurina, las guirnaldas, los cascabeles, las figuritas del belén…) le animaron a hacerlo. Al fin y al cabo, no podía dejar que se perdiera todo aquello por ella.