Noche Oscura. Reeditado.
Carcassone.
Francia.
Unos pasos acelerados resonaban por las estrechas calles de la antigua ciudad de Carcassone. El capitán de la guardia personal de la reina, Pierre Lemanch, giró en la esquina de la posada y se encaminó por el empedrado hacia el castillo.
-¡Capitán!
-exclamó el soldado de la puerta al verle, levantando su brazo a
modo de saludo-.
Pierre
movió su mano con desgana y atravesó el portal hacia el interior de
Palacio.
Subió las escaleras. Atravesó el largo pasillo cubierto con la alfombra traída de la vieja Hispania y llegó a la puerta que daba acceso a los aposentos del Rey. Golpeó la puerta. Silencio. Volvió a llamar con insistencia hasta que un ruido al otro lado de la
puerta le hizo detenerse. Sonó el crujido del cerrojo al
abrirse y tras el umbral apareció el secretario
del Rey. El secretario miró de arriba a abajo a Pierre y torció el gesto con desaprobación.
-¿Qué
hace aquí, Capitán? -dijo acentuando su rostro aguileño al fruncir el ceño-.
-Necesito
hablar con su majestad -respondió Pierre con dureza-.
El
secretario le observó un instante en silencio. Pierre empezó a impacientarse.
-¿Acaso no
ve lo tarde que es? Su majestad está reposando en sus aposentos y no pienso...
-¡Déjeme
hablar con él! -le interrumpió Pierre golpeando el marco de la puerta-. ¡Es una emergencia!
La
pálida tez de Pierre y su mirada desbocada, dejaron al secretario
desconcertado. Dudó un instante, y terminó por abrir la
puerta, dejándole pasar. Pierre le apartó de un empujón y corrió
hacia la habitación contigua al despacho.
-¡Majestad!
¡Necesito hablar con vos! -gritó golpeando la puerta con insistencia-. ¡Majestad!
El
Rey, vestido con el camisón de lino blanco que solía usar, se levantó tambaleante hacia la
puerta.
-¿Qué
ocurre? ¿Qué significa tanto alboroto?
Abrió
la puerta y sus ojos se cruzaron con los de un Pierre que no llegó a
reconocer. Apoyado en el marco de la puerta, respiraba agitado con las manos temblorosas y el rostro desencajado.
-Majestad...
-murmuró-. Ha vuelto a aparecer...
Los
ojos del Rey se abrieron de terror.
-¿Ha...
Ha vuelto? -balbuceó dejando caer el pequeño candelabro que
sujetaba-.
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Bosque
que rodea las murallas de Carcassone. 2 Horas antes.
Era
noche entrada cuando la legión encargada de custodiar a la Reina
regresaba a la ciudad tras dejar a su majestad, a buen recaudo, en la
ciudad cercana de Toulouse. Al atravesar el camino que les llevaría
a la entrada de la fortaleza, un soldado vislumbró una silueta en un
claro del bosque, bañado por la luz de la Luna llena de aquella fría
noche de Diciembre.
-¿Es una mujer? -preguntó Jean extrañado a su lado, observando de lejos-.
La
mujer, vestida de negro, estaba acuclillada en el centro del claro. Acariciaba algo con sus manos. Cuando se acercaron a ella, la dama alzó la
mirada y se quedó observándoles en silencio sin levantarse.
-Pero
qué... -murmuró Pierre desconcertado-.
La
mujer se incorporó despacio sin apartar la vista de ellos. Jean, el
segundo capitán, se acercó a ella.
-¿Se
encuentra bien, señora?
Silencio.
Se
acercó un poco más.
La doncella sonrió de un modo extraño y Jean se detuvo contrariado. Sin esperarlo, sin haber podido tener tiempo de reaccionar siquiera, vio cómo la mujer se abalanzaba sobre él con
un gesto macabro en su mirada. Jean dio dos pasos hacia atrás
desconcertado. Miró a Pierre y, en cuestión de segundos, sintió una daga de plata atravesar su pecho. Bajó la mirada aterrado. La mujer le sujetó por la cintura, le atrajo hasta ella en un abrazo siniestro y, a la vez que sus labios se posaban en los de Jean, hundió la daga hasta rozar la piel con sus dedos. Pierre no fue consciente de lo que había pasado hasta que la mujer se separó de su compañero y éste cayó desplomado contra el suelo.
-¡Una
bruja! -gritó un soldado soltando la espada de golpe y corriendo a
la desesperada para alejarse de aquel maldito lugar-.
Pierre
se giró a mirar al soldado que huía despavorido. Miró de nuevo a su compañero tumbado inerte sobre el camino, y corrió hacia él empuñando con fuerza su espada. Apenas llegó a acercarse a él cuando la doncella apareció frente a él. Situada a escasos centímetros de su rostro, con sus labios junto a su oreja, Pierre sintió cómo su cuerpo se estremecía.
-Dile
al rey que he venido a cobrar la deuda de sangre que tiene conmigo.
Su
voz era fría y gutural.
-Dile,
que Pandora le está esperando.
Cuando
el nombre de Pandora salió de sus labios, su tez palideció a la vez que un escalofrío recorrió su espalda.
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Palacio
de Carcassone.
-¡Majestad!
-gritó Pierre corriendo junto a él-. ¿Cree que es buena idea ir solos hasta ella?
-¡No
tenemos más remedio, Pierre! -contestó El Rey resoplando-.
El
terror recorría cada célula de su cuerpo. Si era cierto que Pandora
había regresado, cualquier intento de huida o ataque, le costaría
caro. Lo mejor era, al menos por el momento, ir a ver qué es lo que
quería.
Cuando
llegaron al claro del bosque, pararon un instante a recuperar el
aliento. Pierre levantó la mirada y miró hacia el lugar dónde, de
pie, con los ojos de gata, les esperaba ella. Una suave brisa rozó
su cuerpo haciendo ondear su larga melena negra. Al verles, la mujer, contoneando su cuerpo, se acercó hacia ellos. La luz de la luna bañó su rostro y Pierre se quedó impresionado por la belleza de aquella extraña mujer.
-Majestad...
-murmuró la dama pasando un dedo por el rostro del rey-.
Una
sonrisa malévola apareció en sus labios. El rey apartó la cara.
-Pandora.
A qué has venido.
Pierre
miró a su Rey con sorpresa. Su voz había sonado firme y segura.
-Nuestra
deuda ya quedó saldada -añadió- No eres bienvenida en estas tierras.
-¿Así
es cómo vas a tratar a aquella que salvó a tu pueblo de la
enfermedad...? -murmuró con ironía-.
Empezó a reír con fuerza y se alejó de ellos volviéndose a agachar dónde, horas antes, Pierre la había encontrado. Pierre la siguió con la mirada y la escena le golpeó cómo un puñetazo en la boca del estómago. Pandora pasó su largo dedo por la herida que había abierto en el cuello de un lobo y, sin apartar su mirada de él, pasó la lengua por el dedo manchado con la sangre del animal muerto.
De repente, un fuerte viento azotó el bosque levantando la tierra del pequeño claro. Pierre y el rey cubrieron sus caras para que la tierra no entrara en sus ojos. El viento cesó y, al alzar la vista de nuevo, la sorpresa les asaltó. Junto a Pandora había un hombre. Alto y fornido, con el pelo negro ondeando hacia el cielo, vestía una capa oscura por la cual asomaba una larga cola. Pierre miró a su Rey desconcertado sintiendo un ligero temblor en sus piernas.
-Pandora,
Pandora...
Aquella
voz... Un escalofrío les recorrió el cuerpo. El extraño se agachó junto a ella. Pandora le miraba con ojos desorbitados.
-Hace días que sigo tu rastro. ¿No se supone que debías venir a mí de nuevo? -dijo acercando su mano hacia ella-.
Pandora reculó.
-¡Lucifer! -dijo con voz temblorosa-. Yo...
-Hace días que sigo tu rastro. ¿No se supone que debías venir a mí de nuevo? -dijo acercando su mano hacia ella-.
Pandora reculó.
-¡Lucifer! -dijo con voz temblorosa-. Yo...
Lucifer la miró con una extraña sonrisa en los labios y, de pronto, con una fiereza implacable, agarró el cuello de la bruja clavando sus negras garras en él. Pandora gimió desesperada buscando el modo de zafarse de aquel monstruo. Pero el demonio parecía divertirse ante sus súplicas.
Pierre miró al rey. Temblaba.
-Majestad
-susurró mirándole, sin poder creer lo que estaba pasando-. ¿Pero con qué clase de personas negocia?
En
ese momento, el hombre se giró y clavó sus ojos en los suyos. La
mirada de aquel monstruo quemaba. Con el color del fuego en sus ojos
y los dientes afilados cómo cuchillos, dejaba sin posibilidad de
reacción incluso al más valiente. Sonrió de modo tétrico y se
giró de nuevo hacia la bruja.
-Te
he dejado campar a tus anchas durante un tiempo, pero ha llegado la
hora de que regreses -dijo apretando aún más su puño-. Te he echado tanto de menos... ¡Ja, ja, ja!
Pandora
gimió de dolor.
-¡No
me puedes hacer esto! -gritó fuera de sí-. ¡No pienso volver allí!
-No tienes elección, querida... Tú destino está forjado con el fuego del infierno.
-No tienes elección, querida... Tú destino está forjado con el fuego del infierno.
Pandora sujetó su brazo con fuerza intentando soltarse. La simple idea de volver a caer en las garras de aquel malnacido le martirizaba. Desesperada, lanzó su mano contra su mentor arañando con rabia su piel. Un hilo de sangre empezó a resbalar por su mejilla. Lucifer acercó la lengua a la comisura de los labios y recogió una gota que caía hacia el mentón.
-Serás perra...
Pandora no volvería con él. ¡No podía! Apretó los dientes de rabia y estiró su brazo concentrando la energía en su mano. Levantó la vista y mirando los ojos del demonio, sonrió.
-No me entregaré a ti -murmuró-. ¡No volveré, JAMÁS!
Y sin más, arremetió contra él con toda su fuerza. El fuerte golpe obligó a Lucifer a soltarla, pero con una velocidad de vértigo, éste arremetió contra ella golpeando su cara con el puño, haciéndola caer a varios metros de distancia.
Aprovechando
que los dos se enzarzaban en una pelea de una fiereza sin igual,
Pierre agarró el brazo del Rey.
-¡Huyamos,
su Majestad! -gritó aterrorizado-. ¡Salgamos de aquí antes de que
ese monstruo la tome con nosotros!
El
Rey se giró desconcertado, dejándose arrastrar.
De
golpe, un estruendo recorrió el bosque haciendo que las piedras
caídas retumbaran en el suelo. Lucifer, con un odio infinito en su
mirada, caía a plomo contra Pandora, clavando sus rodillas en su
vientre. La sangre que salió despedida de su boca, le
salpicó el rostro. Pierre y el rey pararon en seco, se giraron a
mirar y comenzaron a temblar. ¡¿Qué estaba pasando?! La crudeza de la escena revolvió su estómago. Gotas de sudor frío empaparon su frente y el latido de sus corazones acompañó aquel baile macabro.
-¡Qué,
Pandora! -gritaba Lucifer lleno de ira-. ¡¿Vas a volver a levantar
la mano contra aquel que te dio la vida?!
Otro
golpe resonó entre los árboles.
-Maldita...seas...
Lucifer... -balbuceó antes de quedar inconsciente-.
Lucifer
se apartó de la mujer. La observó en silencio. Se agachó junto a
ella y la cogió por la cintura. Su cuerpo pendía inerte. Desvió la
mirada hacia el camino, clavó su mirada en los humanos que
cayeron al suelo con pánico en los ojos, y, sonriendo con frialdad,
envuelto por el vendaval que le había traído, desapareció.
Aquella
noche, Su Majestad fue a ver a un viejo monje cátaro. Le explicó lo
que había pasado, y, con un rosario bendecido y una cruz de piedra,
se dirigieron hacia el bosque.
Desde
entonces, la cruz de piedra blanca, rodeada por un rosal de rosas
rojas, brilla de un modo especial cuando los rayos de la Luna llena
la iluminan en las noches heladas de Diciembre.
Obra registrada en SafeCreative a nombre de Carmen de Loma.
Hola. Relato medieval, fantástico y oscuro. Me ha transportado a un mundo del cual tenía las imágenes totalmente nítidas en mi mente. Me gustan este tipo de historias prueba de ello son mis dos proyectos: "Cuatro reinos" y "Caballeros y Princesas". Éste último no parece que sea de este estilo según lo que he puesto en el proyecto, pero tiene varios elementos oscuros que no menciono.
ResponderEliminarSaludos.
¡Hola!
EliminarSí, es un relato algo oscuro, jejeje
A mí también me gustan estas historias, así que cuando los empieces, me tendrás como lectora ;)
¡Un abrazo! :)