Y te encontré.
El día que me crucé con
él por primera vez, pensé que era el típico engreído. Con un
atractivo que hacía volverse a todas mis amigas, me resultaba
empalagoso. Nunca me han gustado los hombres que se pasan horas y
horas delante de un espejo poniendo caras para después colarte una
sonrisa que esconde un vacío en el que te podrías hasta perder.
Pero aquel día me di
cuenta de que, por mucho que creas conocer a alguien por su fachada,
en realidad no sabes ni una milésima parte de lo que su piel
esconde.
Volvía de tomar unas
copas en el bar de siempre. Mis amigas se entretuvieron hablando con
unos tipos y yo no tenía ganas de aguantar a unos hombres con varias
copas de más que, cuando te descuidabas, te cogían de la cintura y
pegaban sus labios a tu oído para soltarte una retaila de sandeces
que prefiero no recordar.
Cogí la calle que
llegaba al río y subí dirección al puente. A esas horas apenas se
veía un alma. Sujeté el bolso y aceleré el paso. Quería llegar
cuanto antes a casa, sacarme los zapatos de tacón y ponerme el
pijama para tirarme en el sofá y tragarme cualquier bodrio que
estuvieran emitiendo por la tele.
En la parte más alta del
río, me pareció ver una silueta apoyada en la barandilla. Crucé la
calle para evitar cruzarme con ella cuando, para mi sorpresa, saltó
la barandilla de un brinco y se precipitó al vacío. Con el corazón
acelerado por el susto, corrí hacia ese lado del puente y me asomé.
Un cuerpo emergía en ese momento.
No me dio tiempo a
pensar. Me saqué los zapatos y corrí hacia la punta del puente.
Cuando llegué a la orilla del río, vi que lo que se había tirado
del puente era un hombre que, en ese momento, hundía la cabeza.
-Mierda -murmuré-.
Miré a un lado y a otro,
¡debía pedir ayuda! ¡Pero estaba sola!
-¡Eh! -grité metiendo
mis pies en el agua viendo como su cabeza subía a la superficie-.
¡Oye!
-¿Qué hago? ¿Qué
hago? -pensé sintiendo cómo la adrenalina subía creándome una
extraña sensación de poder-.
Me adentré hasta hundir
mis piernas hasta medio muslo y, cogiendo aire, me lancé a por él.
Nunca se me ha dado muy
bien nadar, así que, no sé ni cómo, le enganché de la capucha de
su sudadera y le arrastré, dando más de un trago al agua, hasta la
orilla. Le cogí por los hombros y tiré de él todo lo que pude para
sacarle.
Cuál fue mi sorpresa
cuando reconocí su cara. ¡Era el chico por el que todas perdían
los papeles! Le dejé en el suelo y me dejé caer a su lado,
respirando agitada por el esfuerzo y sintiendo cómo mi corazón
bombeaba la sangre con fuerza. Desvié la vista hacia el chico. Tenía
una herida en la cabeza de la que caía un reguero de sangre.
-¿Estará muerto? -me
dije-.
Me acerqué a él. Sentí
pánico de pensar en tocar su cuello y no notar el pulso, pero
también rabia, mira que si después de lanzarme al asqueroso río
resultaba estar muerto... Sacudí la cabeza para borrar esas ideas y
me acerqué a él de rodillas.
-Eh, oye, ¿estás bien?
-dije bajito, cogiéndole del hombro y zarandeándole-. Va tío, no
me hagas esto...
Coloqué mis dedos en su
cuello y esperé. Un suspiro de alivio escapó de mis labios al notar
el latido, lento, de su corazón.
No había separado mi mano de su cuello cuando la agarró y, sentándose con cara
de pánico, tiró de mí para apartarme de su lado. Miró a ambos
lados. Parecía desorientado. Un pinchazo en la cabeza le obligó a
tocarse la zona dolorida y, al separar la mano, vio que estaba
manchada de sangre. Me miró cómo si no supiera lo que había
pasado. En ese momento, cuando aquellos ojos me observaron, sentí
algo cambiando dentro de mí.
-¿Qué...? -murmuró-.
Miró el puente y vi que
apretaba sus puños, arañando el barro.
-Oye, ¿estás bien?
-dije poniéndome en pie-.
Busqué un pañuelo en mi
bolso, pero estaba todo empapado. Me encogí de hombros y cogí uno, acercándome a él.
-Qué.. qué haces -dijo
al ver que iba hacia él-.
-Pues mirarte esa
herida de la cabeza -dije algo molesta por el tono de su voz-. ¿A
qué voy a ir si no?
Le sujeté del cogote. No
era demasiado profunda, pero había que limpiarla y, cómo mínimo,
ponerle unas tiras americanas.
-Tiene que verte un
médico.
Noté que hundía la
cabeza.
-¿Me has sacado tú?
Le miré sorprendida.
-Pues claro. A quién se
le ocurre saltar así de un puente en media noche. ¡Para haberte
matado! ¿Puedes andar?
Intentó levantarse.
-Creo que sí.
-Vamos anda, que te
acompaño al hospital.
-¡NO! No necesito tu
ayuda, ¿vale?
-¿Pero cómo no vas a
necesitar mi ayuda? ¡Mírate!
-Déjame en paz -dijo con
todo el desprecio de que fue capaz-.
En ese momento recordé
porqué me daba tanta rabia. Fruncí el ceño y me puse en pie.
-Tú mismo, chaval. La
próxima vez a ver si te ahogas.
Se me escapó. No lo
pensaba, pero lo dije. Me dio tanta rabia que ni siquiera tuviera el
detalle de agradecer que arriesgara mi vida por él... Cogí el bolso
del suelo y me encaminé hacia el puente. Él me vio marchar en
silencio. No dijo absolutamente nada. Recogí los zapatos que aún
estaban en la acera y me dirigí hacia casa, unas manzanas al otro
lado.
-En qué hora habré
salido hoy de casa... -pensé-.
Alcancé mi calle y, por
fin, estaba delante de mi portal.
-¡Eh! -gritó alguien
detrás mío-.
Cuando me giré para
mirar, mi corazón casi sale disparado de mi boca.
-¡Oye! ¡Espera!
Busqué las llaves en mi
bolso revolviendo de manera descontrolada las cosas, de un lado a
otro. Saqué el llavero pero en ese momento me alcanzó.
-Oye, te estoy hablando
-dijo poniendo su mano delante de mi, apoyado en el cristal y
respirando agitado-.
Metí la llave en el
cerrojo del portal.
-G...Gracias -lo dijo
bajito-.
Guardé silencio.
-Esto... -apartó la
cara-. ¿Podrías dejarme algo de ropa? No puedo ir así a casa...
Me le quedé mirando.
¿Pero este tipo estaba loco o qué? ¿Cómo se podía pensar que iba
a dejarle subir a mi casa?
-Claro -contesté-.
-¡¿Qué?! ¡¿Pero qué
hago?! -pensé-. ¡Estás tonta o qué!
-Gracias...
Sonrió. Una sonrisa en
la que sus ojos me impactaron por la tristeza que escondían.
Abrí la puerta y le dejé
pasar. Subí los dos tramos de escaleras y abrí la casa. Al entrar,
mi gata me vino a recibir.
-Hola Katy -dije con
cariño cogiéndola en brazos. Me giré hacia él-. ¿No pensarás
entrar con esos zapatos?
Se miró los pies y se
sonrojó al ver las huellas de barro que dejó a su paso. Se los
quitó y los dejó junto a la puerta. Entramos en el piso. Le dije
que me esperara en el salón y fui al baño a por una toalla.
-Toma -dije lanzándola-.
Sécate un poco, yo voy a buscar algo que te puedas
poner.
¿Qué le podía dejar?
¡Si no tenía nada de hombre! Rebusqué por el armario y encontré
una camiseta amplia que solía usar para dormir. Abrí unos cajones y
otros, y no encontré nada más que unos pantalones de deporte de
cuando vivía con mi ex. Fui al salón y se los dejé en la mesa.
-No tengo nada más.
Lo cogió y se asomó a
la ventana.
-Pero me voy a congelar
si salgo así a la calle.
-Pues no has pensado en
el frío cuando te has tirado al agua, ¿no?
-Lo siento... -hundió la
cabeza y murmuró-. Tenías que haberme dejado allí...
-No digas tonterías...
-dije soltando un suspiro de agotamiento-. Mira, estoy cansada y solo
quiero darme una ducha y dormir. Quédate en el sofá, ¿vale? Mañana
seguro que la ropa estará seca.
Me miró con sorpresa. No
entendía a qué venía aquella confianza que le ofrecía, el caso es
que ni yo podía entender lo que estaba haciendo. Pero ya estaba
hecho, así que, ¿qué otra cosa podía hacer? Era como si hubiera
encontrado a un perrito abandonado y hubiera sido incapaz de dejarle
en la calle. Así que, me di la vuelta y me dirigí hacia el baño.
-Me voy a dar una ducha.
Cuando salga, si quieres, puedes darte tú una.
Y desaparecí por el
umbral.
Cuando salí, con mi
camiseta y pantalones de pijama y con el pelo envuelto en una toalla,
le encontré de pie, con la ropa limpia en la mano, tal y como le
dejé. Se me escapó la risa. ¡No se había ni movido!
-¿Qué? -dijo
extrañado-.
-Nada -dije tosiendo para
disimular-. Ya puedes ducharte si quieres. Cuando estés, te miraré
bien esa herida de la cabeza y a dormir.
-Cl...claro...
Mientras se duchaba, fui
al botiquín y saqué el alcohol y las tiras. Cogí una pastilla para
el dolor de cabeza y regresé a la habitación para secarme el pelo.
Escuché que abría la puerta del baño y fui al salón con una
manta.
Al verle casi me da la
risa otra vez. ¡Estaba tan ridículo con la camiseta, que era
evidente que le quedaba pequeña, y los pantalones verdes de mi ex!
-¿Así querías que
fuera por la calle? -dijo tirando de la camiseta hacia abajo-.
-No tengo otra cosa...
Pensé en qué pensarían
mis amigas si le vieran así y sonreí. El guaperas que siempre iba
impoluto y con un estilo que era de envidiar, con una camiseta rosa
pálida y unos pantalones cortos, y encima de un verde cutre como el
que más. Guapísimo, vamos.
-Anda, siéntate -dije
dejando las cosas sobre la mesa-.
Se sentó. La herida era
limpia. Vertí un poco de alcohol sobre ella y pasé una gasa para
terminar de limpiarla. Coloqué un par de tiras para cerrarla y la
tapé con otra gasa y un poco de esparadrapo.
-Sigo pensando que
debería verte un médico.
-No es nada. No te
preocupes.
-Tú mismo. Bueno -dije
cerrando el bote de alcohol-. Si necesitas algo estoy en la
habitación del fondo. Buenas noches.
-Buenas noches...
No podía creer cómo
podía estar tan tranquila con un desconocido en casa. Cerré la
puerta de mi habitación y me apoyé en la puerta.
-Definitivamente me estoy
volviendo loca... -murmuré-.
En el silencio de la
noche, unos ruidos me alertaron. No sabía muy bien qué eran, así
que me levanté de la cama sin encender la luz y abrí la puerta con
mucho cuidado de no hacer ruido.
-¿Sollozos? -pensé al
oír mejor lo que venía del salón-. ¿Está llorando?
No me pude contener. Saber que alguien está llorando me supera. Salí, encendí
la luz del pasillo y me dirigí hacia el salón. Cuando entré, le
encontré sentado en el sofá, envuelto en la manta, con la cara roja
de llorar.
-Oye -dije desde la
puerta-. ¿Estás bien?
No me contestó. Me miró
con los ojos llenos de lágrimas, pero no dijo palabra. Me acerqué a
él y me senté a su lado en el sofá.
-Sé que no es de mi
incumbencia, pero... ¿Por qué lo has hecho?
Hundió la cara en las
rodillas.
-Entiendo que no quieras
contármelo, pero es que no puedo entender cómo alguien como tú,
que tiene todo lo que quiere, puede intentar quitarse la vida.
-No lo entenderías...
-A lo mejor si lo hablas,
te sentirás mejor...
-No quiero hablar de ello
-dijo casi sin voz-.
-Bueno -dije
levantándome-. Si quieres hablar ya sabes dónde estoy.
Me sorprendí a mi misma
dándole un beso en la frente.
-Buenas noches... -dije
con tristeza-.
Ese hombre que siempre me
había parecido soberbio y engreído, resultó ser una persona con un
dolor en su pecho de una envergadura tal que estuvo dispuesto a
acabar con su vida para borrarlo. Siempre le vi sonreír, ¿dónde
escondía ese dolor?
Cuando parecía que me
iba a quedar dormida, noté que alguien se sentaba en la cama. Me
levanté y encendí la luz de la mesilla asustada.
-¿Qué... qué haces
aquí?
No dijo nada, las
lágrimas caían por su rostro sin poder ser contenidas. Me quise
levantar, pero entonces se dejó caer sobre mí y me abrazó, con la
cara hundida en mis rodillas. Su cuerpo empezó a temblar por
sollozos incontrolables. Paralizada por la sorpresa, acerqué mi mano
a su cabeza. Primero dudé, pero terminé por acariciarlo con
ternura. Lloraba como un niño desconsolado. Los ojos se me
humedecieron.
No sé el rato que estuve
allí, inmóvil, con mi mano pasando por su cabeza mientras él
lloraba sin consuelo. De puro agotamiento, se quedó dormido.
Quise despertarle para que se fuera al sofá pero, con un hilo de voz, dijo:
-¿Puedo quedarme aquí
contigo? No quiero estar solo...
Acepté. Se tumbó en la cama, mirando hacia el otro lado, acurrucado y abrazando su almohada.
Y así es como conocí a
un hombre que cambió mi modo de ver el mundo. Resultó ser alguien
sensible que se escondía tras una coraza para que no le hicieran
daño, una coraza que le alejó de los demás. Incapaz de poder
expresar sus sentimientos, el dolor se enquistó de tal manera que la
única salida que encontró para tanto sufrimiento fue intentar escapar de este mundo. Pero ahí estaba yo para impedírselo. Cómo, un destino sin
sentido del humor, nos hizo encontrarnos del modo más extraño.
Ahora, cada vez que la
sonrisa adorna su rostro, me siento feliz. Me hace reír, es la única
persona que me hace reír de verdad. Y con la que voy a pasar el
resto de mi vida.
¡Buenas! Buena historia. Uno no sabe cómo son las personas hasta que las conoce, generalmente cuando algo terribles les sucede. Al parecer, en los momentos de debilidad es donde uno se muestra casi cómo es.
ResponderEliminarLa comparto con mucho gusto. Que tengas un buen domingo. ¡Saludos!
¡Hola Nahuel!
EliminarMuchas gracias :) Yo también lo creo, todos nos escondemos de alguna manera tras una fachada que se deshace cuando estamos con la guardia baja.
¡Gracias por compartir!
¡Saludos! ^^
Una historia triste al narrar ese dolor encerrado, una desesperación atroz, para llegar a ese punto... adornado de ternura con tu maravilloso arte y con un final tan agradable que sonries con cara de tonto. Muy bueno!
ResponderEliminar¡Hola Miguel Ángel!
EliminarMe alegra escuchar que el final te ha hecho sonreír ^^
Muchísimas gracias por esas palabras, tú si que me has robado una sonrisa.
¡Un abrazo! :) Y gracias por pasarte.
Preciosa historia amiga Carmen, sabes tocar la fibra sensible ¿eh? :D
ResponderEliminar¡Un besazo guapa!
¡Hola Tulkas!
EliminarMuchísimas gracias :D Estaba un poco sentimental, eh? Jejeje
Por cierto, me gusta mucho tu nuevo avatar ;) Un verdadero caballero! Y de poder ponerle cara a tus palabras ^^
¡¡Un besote para ti también!! Feliz domingo
Un relato precioso, Carmen, y con una importante lección. Demasiadas veces nos dejamos guiar de las apariencias, y puede que no corramos algunos riesgos, pero también nos perdemos muchas cosas. Me encantó :)
ResponderEliminarUn saludo!!
¡Hola Julia!
EliminarMuchas gracias :)
Tienes razón, deberíamos mirar un poco más allá, ¡quizá nos llevaríamos más de una sorpresa!
¡Abrazos! ^^ Y muchas gracias por pasarte y comentar.
¡Hola, Carmen!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia. También me encanta leer relatos nuevos (fuera de la estupenda continuidad de "La llamada" y de "Furia"). Desde luego, se trata de una historia tierna, emotiva y escrita con mucho cariño. A veces dudaba de si sería buena idea que la prota dejase entrar al chico en casa, pero la manera en la que termina la historia es toda una dulzura, y, como ya comentaron un poco más arriba, a mí también me ha hecho sonreír.
Excelente historia que será todo un placer compartir.
¡Muchos besos, Carmen! Con muchas ganas de leer tus próximas historias. :)
¡Hola Aio!
EliminarCuanto me alegro de que te haya gustado :)
Es una historia que, si bien tiene un lado triste, por otro, es capaz de sacar la ternura que de alguna manera todos tenemos (o eso me gusta creer)
Muchísimas gracias por tus palabras ^^ y por compartir también! A mí también me encantan tus historias, que lo sepas, eeehhh??? Jejeje
¡Un besazo, Aio!
Todo el mundo tiene su corazoncito y en el caso de ellos se da por hecho que son más fuertes. Somos iguales. Muy bueno tu relato :) Un abrazo
ResponderEliminar¡Hola Ana!
Eliminar¡Muchas gracias! ^^
Yo también pienso que, aunque se hacen los duros, tienen su corazón por ahí escondido jeje
¡Un abrazo! Y gracias por pasarte por aquí :D y por dejar un comentario también.