Lágrimas de Hada.
La tierra árida se
extendía por kilómetros ante ella. Laura siempre viajaba sola en
busca de agua, dejaba a su retoño a buen recaudo en la chabola y
emprendía su viaje en busca del tesoro líquido, cada vez más
difícil de encontrar. Eran demasiados los peligros que podía
encontrar como para cargar con su pequeño vástago y el calor
asfixiante le podría deshidratar más aún de lo que estaba.
El sol se elevaba sobre
ella quemando su piel. Aunque se cubría con harapos todo lo que
podía, los rayos hirientes de la gran estrella la dañaban con
rabia. Se detuvo para secar las gotas de sudor que perlaron su rostro
y volteó sobre sí misma. «Por aquí ya anduve ayer», pensó
mirando el horizonte de piedra rojiza. Levantó la vista al cielo. El
sol estaba en lo más alto, hora de su máxima potencia. «O
encuentro agua rápido o tendré serios problemas para regresar».
Continuó su camino. Vio
un pequeño montículo a lo lejos. Nunca se había alejado tanto pero
estaba segura de que si no lo hacía, no encontraría el tan ansiado
líquido. Le dio un pequeño sorbo a su reserva de agua y se encaminó
con paso decidido. «He de hacerlo, por Miguel», pensó recordando
la cara delgada y sucia de su pequeño.
Cuando llegó, la montaña
se elevaba unos metros sobre ella. Miró a su alrededor con cautela,
no sabía si por allí habría bandidos. Aún tenía clavado en su
pecho el recuerdo de cómo una banda de malnacidos asesinaban sin
escrúpulos a su amor para robarle el pico y la pala que llevaba.
Ella aún estaba embarazada, pero aquel día quiso acompañarle en la
búsqueda que nunca acaba. Sintió un escalofrío y los ojos se le
humedecieron. Aspiró aire con fuerza borrando los tristes recuerdos
y se comenzó a enfilar ladera arriba.
Al llegar a la cima, no
podía creer lo que sus ojos veían. Había algo arrodillado en una
pequeña hondonada. Al principio le pareció un animal. Sujetó el
pico que cargaba en su mano con fuerza y se escondió entre unas rocas
que quedaban cerca. Se asomó con cautela, con la espalda pegada a la
ardiente piedra. Lo que demonios fuera aquella cosa, se movió. Laura
se tapó la boca con las manos y se escondió con el corazón
bombeando sangre con fuerza. «¿Qué es eso?», pensó. Al moverse,
la manta que cubría aquella cosa cayó al suelo y una especie de
alas se desplegaron de su espalda. Jamás había visto algo
semejante. ¿Era un bicho? Pero su tamaño era demasiado grande para
ser un insecto... ¿Quizá un pájaro? Tragó saliva. Le carcomía la
curiosidad, era el animal más extraño de todos los que había
visto. Debía observarlo más de cerca. Se arrodilló en el suelo y
se fue acercando, con sumo sigilo, siempre escondida tras las rocas.
Se detuvo expectante, a la espera de oír cualquier ruido que
delatara que la había descubierto. Pero todo seguía en silencio. Se
asomó.
Lilly estaba de rodillas
en el suelo. Sus lágrimas caían sin poder ser contenidas mientras
con sus manos heridas y sucias enterraba el último vestigio de lo
que fue su amada tierra. Sus alas habían perdido todo su esplendor,
rotas y desvencijadas por la falta de pureza y magia. Y su cuerpo
había ido perdiendo su brillo original, pasando a un tono ceniza. Su
pelo —antes brillante, lleno de vida, del cual solían nacer
pequeñas y diminutas flores para adornarlo— estaba sucio y
despeinado. No quedaban flores. No quedaba resquicio alguno de
belleza. Una piedra rodó cerca. Se mantuvo inmóvil un instante y se
giró. Con el movimiento, el manto que cubría su cuerpo cayó a un
lado desplegando sus maltrechas alas. Apenas con fuerzas para
levantarse, lo recogió del suelo y volvió a cubrirse con él.
Laura estaba estupefacta
ante aquella extraña criatura. Era una mujer, o eso le pareció al
ver su rostro demacrado. Pero poseía alas cual mariposa. La vio
llorar, vio sus lágrimas cayendo hacia el suelo, humedeciendo su
delicada cara, y no lo pudo soportar. Se armó con todo el valor que
pudo y salió de su escondite. Cuando Lilly la vio acercarse se
apartó de ella asustada. «¡Una humana!», pensó horrorizada. Pero
Laura, viendo el miedo en sus ojos y una tristeza que se clavó en su
pecho, en lugar de retroceder, se acercó más. Se arrodilló
frente a ella y, dudando al principio, dijo con voz trémula:
—¿Es...estás bien?
—Lilly se apartó. Laura alargó su mano para rozar
su cara y ella estiró el cuello, rehuyéndola—. No voy a hacerte
daño... Dime, eres... ¿eres un hada? —Aquella idea se apareció
en su cabeza al ver los ojos llorosos de la criatura. Todo encajó
como un puzle. Su rostro, sus alas, sus ojos... Sólo podía ser un
hada. Sintiendo una lástima creciente, acercó su mano y secó una
de las lágrimas que caía por la mejilla de Lilly— No tengas miedo
—dijo forzando una sonrisa—, yo no le haría daño a nadie...
Lilly sintió un calor
especial de aquella mano que acariciaba su mejilla. No pudo
contenerse, y sujetándola con suavidad, apretando su cara contra
ella, comenzó a llorar desconsolada. Laura la miró con ternura.
Sonrió con amabilidad y la atrajo hacia ella, rodeando su frágil
cuerpo con los brazos.
Así estuvieron un rato.
Lilly se fue calmando y por fin dejó de llorar, aunque los sollozos
aún sacudían su cuerpo. Laura le preguntó cómo podía ser que un
hada —seres imaginarios olvidados en los viejos libros que ahora
servían para encender las hogueras— pudiera estar delante de ella.
—Soy la última que
queda —dijo el hada separándose de ella y levantando la vista al
cielo que empezaba a teñirse de rojo por la puesta de sol. Miró a
su alrededor y la tristeza volvió a nublar su mirada—. Aún
recuerdo cuando este valle estaba sembrado de vida...
—¿Pero cuántos años
tienes? —preguntó Laura extrañada. Ella recordaba vagamente las
historias que su abuelo le explicaba de cuando habían árboles, pero
de eso hacía ya demasiado tiempo.
—Las hadas somos
inmortales —dijo esbozando una tímida sonrisa—. O eso creía...
—Bajó la mirada al suelo—. Jamás pensé que algo así podría
suceder, pero he visto morir a cada una de mis hermanas.
Y con un leve suspiro,
comenzó a relatar su historia:
La tierra era hermosa.
El verde mágico de las plantas, de los árboles, de la hierba,
cubría la inmensa extensión ahora reducida a desierto. Y los mares,
de un azul celeste que hipnotizaba, rebosaban de vida. Los ríos
poseían las aguas más puras y cristalinas, y abastecían de su sed
a todos los que habitaban los bosques y montañas por los que
pasaban. Había infinidad de especies animales viviendo en armonía,
en un equilibrio frágil pero imprescindible, en el que unos morían
para que otros pudieran vivir. Era el ciclo de la vida. Y nosotras,
las hadas, disfrutábamos de su compañía.
Una especie en
concreto comenzó a desarrollar una inteligencia que nos fascinó.
Era una especie débil, que solía ser alimento fácil para los
grandes depredadores. Pero sus individuos se unieron y empezaron a
crear artilugios para su defensa.
Esa especie erais
vosotros. Los humanos.
Nosotras estábamos
fascinadas ante aquellos hombres y mujeres. Cómo sus ganas de vivir
podían hacer que se enfrentaran a cualquier peligro y salieran
victoriosos. La Madre Tierra nos avisó de que erais peligrosos, pero
¿cómo podía ser peligrosa una especie que brindaba por la vida con
bailes y música? ¿Cómo temer a aquellos que decoraban las paredes
de piedra con preciosos dibujos sacados de su imaginación?
Poco podíamos
sospechar en lo que se convertiría...
El número de hombres
y mujeres fue en aumento. Sus poblados fueron creciendo y su forma de
vivir empezó a dañar nuestro hogar. Talaban árboles, arrancaban
flores, herían a nuestra Madre Tierra arrancándola de cuajo partes
de su cuerpo... Pero aunque su avaricia empezaba a tomar forma,
aunque su codicia no parecía tener fin, en algunos de ellos seguía
existiendo una luz especial. No podían ser tan terribles. Habíamos
sido testigos del amor tan profundo que guardaban en su pecho. Un
amor que hacía que dos almas se encontraran y fundieran en una. Un
amor que nos hacía vibrar de alegría. Alentadas por su imaginación,
nuestro poder fue creciendo. Ellos creían en nosotras, ¿cómo no
creer nosotras en ellos?
Pero el tiempo fue
pasando. El ser humano empezó a contaminar las aguas de los ríos.
Empezó a envenenar el aire que respiramos. Ya no mataban animales
para poder vivir. Los asesinaban de modo cruel solo por diversión. Y
lo que es peor, se mataban unos a otros por el mismo motivo. Cada vez
que un niño salía herido por la locura de un hombre o una mujer,
nuestras fuerzas se veían mermadas. Solo ellos nos mantenían con
vida en sus mentes. Pero los niños fueron creciendo. Y la magia
empezó a desaparecer por culpa de lo que ellos llamaron tecnología.
Ya nadie paseaba por los pocos bosques que quedaban libres de su
destrucción, nadie dirigía una mirada al firmamento cargado de
estrellas que les cubría. Los amantes, aquellos que siempre nos
devolvían las esperanzas por esas criaturas perversas, ahora sólo
yacían buscando placer... No había amor. No había compasión.
Y finalmente, su
codicia arrasó nuestro hogar. Ya no quedan árboles que nos den su
sombra ni los cantos de los pájaros revoloteando alrededor. No
quedan ríos de aguas claras. No queda recuerdo alguno de lo que una
vez fue verdor.
Lilly
enmudeció por culpa del llanto. Laura no podía creer que fuera
cierta tanta belleza. Su mundo era un desierto. Un árido lugar donde
apenas había comida y agua. La gente era cruel y sólo reinaba una
cosa: La supervivencia. A costa de lo que fuera, sobrevivir. El hada
cogió la mano de la mujer y la abrió. Desenterró algo del suelo y,
con sumo cuidado, lo colocó en su mano, cerrando sus dedos con
cariño.
—Es
la última semilla. El último presente de nuestra madre. A mí no me
queda esperanza, solo deseo reunirme con mis hermanas. Pero tú eres
buena. Lo he notado al sentir el tacto de tu mano en mi mejilla.
Plántala. Cuídala. Ofrécele tu amor y tu compasión, y quizá
Madre pueda regresar de entre los muertos...
La
voz de Lilly se fue haciendo cada vez más inaudible. Sus manos,
temblorosas, soltaron la de Laura y con un leve susurro su cuerpo se
empezó a desvanecer.
Laura
se quedó allí sentada en silencio, apretando con fuerza la semilla
que aguantaba en su puño. Una suave brisa acarició su pelo cuando
aquel ser mágico dijo su último adiós. Levantó la vista al cielo
y, por primera vez, descubrió la belleza en aquel lienzo azulado,
teñido por innumerables tonalidades rosas. Y contempló, para su
regocijo, la aparición de la primera estrella del firmamento.
Brillante. Hipnotizante... Si aquella sensación que la embriagaba no
era magia, ¿qué otra cosa podía ser? Una amplia sonrisa se dibujó
en su rostro. Había sido testigo del nacimiento de una nueva
estrella. Lilly, desde lo alto del firmamento, velaba por ella.
Aquel
día tomó una decisión. Ya no viviría para sobrevivir. Viviría
para devolverle a la Madre Tierra aquello que sus antepasados le
habían arrebatado. Viviría para que su hijo pudiera ver con sus
propios ojos la belleza que con tanto amor le había explicado aquel
ser débil que siempre guardaría en el rincón más profundo de su
corazón.
Por
ella, por ti, por los que están por venir... Cuídala. Es nuestro
hogar, nuestra casa. Y solo tenemos uno.
Dedicado
a todos aquellos que luchan porque la tierra siga siendo un lugar
digno donde vivir.
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SaveCreative.
¡Hola Carmen! Echaba de menos leer tus relatos, los exámenes no me lo han permitido hacerlo y ya tenía muchas ganas jejej. Realmente un precioso relato. Ojalá cuidáramos mejor el medio ambiente. Muy buen relato, a través de la fantasía y de un personaje tan nostálgico e inocente como un hada, hacer una critica a los malos hábitos del ser humano.
ResponderEliminar¡Enhorabuena Carmen! Comparto el relato ^^
¡Un fuerte abrazo!
Hola Fran!!!
EliminarMuchas gracias!! Me alegro mucho de tenerte por aquí de nuevo ^^ La verdad es que yo también estoy muy desconectada últimamente, tengo el blog medio abandonado... Demasiada faena que se me echa encima... Los exámenes bien??
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado la historia, era una manera de hacer ver que aún estamos a tiempo de revivir nuestro planeta. Si todos pusiéramos un poquito de nuestra parte...
Pues nada guapísimo, me alegro de saber de ti!! Ah!! Y muchísimas gracias por darle a me gusta en la página de Facebook!! ^^ Eres un sol. Muchos besitos!! Y a ver si me pasó por tu blog a leer la Nigromante!! ;) Abrazoooo
Siii los exámenes genial, gracias por preguntar ^^. Yo el blog también lo tengo algo abandonado ahora me he pasado a wattpad que mi chico me ha estado animando mucho tiempo porque me dice que la historia de La Nigromante tiene que estar ahí, asi que le he hecho caso y ando publicando por esos lares jajajaj
EliminarEchaba de menos leerte la verdad, un gusto haber podido disfrutar de uno de tus relatos. A ver si puedo pasarme más a menudo.
¡Besos!
!Hola, amiga!
ResponderEliminarUna historia muy triste y no exenta de una realidad palpable.
Algo así necesitamos en los tiempos que corren, tan parecidos al fin del mundo: un rayo de luz, una chispa de esperanza que nos haga abrir los ojos y reaccionar, hacer las cosas mucho mejor de cómo las estamos haciendo para devolver al planeta su paz. Muchas gracias por el relato, amiga.
Muchas gracias, Toni. La verdad es que falta nos hace cambiar algunas costumbres si no queremos que esto se convierta en el mundo del relato... Con la de cosas bonitas que tiene nuestro planeta ...
EliminarMil gracias por dedicarle tu tiempo!! ^^ Un abrazo bien fuerte!
Lindo relato. Me encanta. Se lo contaré a mis pekes del cole. Gracias.
ResponderEliminarHola guapísima!! Muchas gracias!! ^^ Que ilusión que te hayas pasado a leer :)
EliminarLos peques son el futuro, ojalá ellos no cometan nuestros mismos errores, verdad? Un abrazo!! Y mil gracias por dedicarle tu tiempo a la historia.