Haydar. La Isla de Thera.
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Breve resumen del capítulo anterior:
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Por fin se conoce el
paradero del Cetro de la Luz Dorada. Thera, una isla rodeada de
misterio y que, según contaban las leyendas, estaba maldita.
Nuestros amigos, Haydar y compañía, han formado alianza junto al
Califa, y ahora los acompañan tres escuadrones del ejército del
califato, un mago —Yasim— y su viejo enemigo, jefe de la guardia
real, Turán. El viaje fue toda una aventura, atacados en el desierto
por las aves del terror y, ya alcanzando la isla, por el temible
leviatán, nuestro pirata más aguerrido pudo hacer alarde de su
condición física y su destreza. Y, para sorpresa de Yasim, hizo uso
de una alfombra mágica —una alfombra voladora la mar de útil en
la lucha contra el leviatán— y una capa de un material resistente,
ignífugo y aislante que también le resultó muy útil en la
batalla.
Por otra parte, Mirza,
Yazdi (su hombre de confianza) y el resto de su tripulación, tras
secuestrar a Walesa, inician el viaje, siguiendo de cerca los barcos
de Haydar, sufrieron algunos altercados, sobretodo en el
desierto, donde se vieron sorprendidos por unos bandidos y Walesa, aprovechando el desconcierto, intentó huir sin éxito.
¿Pero qué pasó con
Sadiq? ¿Sobrevivió al ataque del gigante ogro, El Guardián de la
isla de Zainab? Pues sí, así fue. Prisionero del brujo y su
aprendiz, se dirigieron hacia Creta para encontrarse con el enemigo
más temido del califa, Idrís, con quién ha creado una alianza.
Sadiq, que sabía que sus hombres le esperaban, al sobrevolar el
«Esperanza» montado a lomos del Roc, dejó caer una prenda y así
sus hombres pudieron saber que seguía con vida y pusieron rumbo a
Creta, siguiendo el majestuoso ave.
Y, sin más, la historia
continúa...
—¡Tierra a la vista!
—gritó uno de los hombres de Haydar al divisar las tierras de
Thera.
El capitán corrió hacia
proa y sacó su catalejo.
—Por fin... —murmuró
con media sonrisa.
Násser se acercó a él.
—¿Órdenes?
Haydar se quedó
pensativo con la vista puesta en la isla.
—Busquemos un lugar
donde esconder los barcos. Sabemos que Mirza nos sigue y no quiero que se
acerque al barco. Esa tigresa podría hundirlo y ni siquiera
darnos cuenta, es lista la condenada...
Al poco tiempo, toda la
tripulación se preparaba para desembarcar.
La isla era abrupta,
rodeada de acantilados y con bosques bajos de encina, típicos del
clima mediterráneo. No parecía la típica isla maldita, cosa que, en un primer momento, confundió a los piratas.
—¿Quieres decir que
aquí se esconde el cetro, Haydar? —preguntó Násser en voz baja
mientras desembarcaban del «Furia de los mares II».
Haydar observó lo que le
rodeaba.
—No te fíes de la
apariencias, amigo. No sabemos lo que podrían esconder estos
peñascos.
Toda la tripulación, a excepción de los encargados de custodiar el navío,
fueron ascendiendo por la ladera escarpada en la que atracaron. La
piedra suelta dificultó el ascenso. Al alcanzar la cima una exclamación de sorpresa salió de ellos. Una inmensa montaña se alzaba hacia
los cielos justo en medio de la isla.
—Bien —comenzó
diciendo el capitán guardando a cuerda que acaban de usar para subir el acantilado—. Creo que lo que andamos buscando debe
esconderse en aquella montaña.
Un pequeño temblor azotó
la tierra y provocó que alguno de los piratas perdieran el
equilibrio. Al rato, cuando los temblores cesaron, Haydar instó a
sus compañeros a emprender el camino hacia la montaña.
—¡Vamos! No debemos
perder más tiempo.
—Al final sí va a
resultar que está maldita —rió Násser levantándose del suelo.
—Ya te lo dije
—contestó el capitán guiñando un ojo.
El camino se hizo largo y
pesado. Lo que parecía un bosque sencillo de cruzar, se convirtió
en un camino lleno de zarzas tupidas y vegetación espesa que apenas
dejaba avanzar a los hombres. Pronto tuvieron que ayudarse de sus cimitarras para abrirse paso entre la vegetación.
Los árboles fueron
aumentando de tamaño y la luz del sol empezó a quedar sepultada por
las sombras de los árboles.
—Qué raro —comentó
Albur sin detener el paso—, no se oye ni un solo pájaro.
Los demás prestaron
atención. Era cierto. No se oía nada. Sólo el ruido del viento
azotando las copas de los árboles que, poco a poco, empezaban a
balancearse.
—Realmente parece de
mal augurio —murmuró Násser, que caminaba detrás de Haydar machete en mano y golpeando plantas a diestro y siniestro—. Pero lo malo es que como todo el camino sea así vamos a tardar una eternidad en cruzar el maldito bosque...
—No reniegues tanto
—contestó el capitán secando las gotas de sudor que empezaban a
perlar su rostro—, así solo pierdes fuerzas. Y aún falta un buen
trecho para que alcancemos la montaña.
Un rugido seguido de otro
temblor recorrió la isla. Todos sin excepción pararon la marcha en
seco.
—¿Qué ha sido eso?
—preguntó Turán.
—Creo que viene de
aquella dirección —respondió el pirata que estaba a su lado,
señalando dónde se alzaba el pico al que se dirigían.
A unos metros, el mago
Yasim permanecía en silencio, con el rostro serio. Miraba a un lado
y a otro con preocupación. Haydar lo vio y, después de hacer que el
grupo emprendiera el viaje de nuevo, se acercó a él.
—Yasim, te veo
nervioso.
El hombre miró al
capitán e intentó esbozar una sonrisa.
—No, no... Es solo
que... —Se quedó pensativo un instante sin dejar de mirar hacia
las copas de los árboles—. Puedo sentir un aura oscura
envolviéndonos.
—¿Un aura oscura? ¿Qué
quieres decir?
—No lo sé, pero hay
algo que no me gusta en este bosque.
* * *
El barco de Mirza no
tardó en divisar la isla. Se acercaron con cautela hacia una cala
que se abría entre los escarpados de la isla. La capitana buscó el
barco de su «amado» sin éxito, y decidió echar anclas allí
mismo.
Cuando se disponían a
descender del navío y uno de los piratas fue en busca de Walesa, ésta se negó a acompañar a
sus captores, negándose a salir del camarote donde la tenían retenida. El hombre la cogió con fuerza por el brazo pero ella se resistió agarrándose a todo lo que encontraba a su paso. En un descuido mordió a su captor. El hombre la dejó ir soltando pestes por su boca.
—¡Tú! —gritó lleno
de rabia a uno de los grumetes que pasaba en aquel momento por delante de la puerta. Se frotó la zona dolorida por el mordisco—. ¡Avisa a la jefa! La señorita no
quiere venir. Y como siga forcejeando como una loba no sé si podré controlarme.
El chaval asintió y corrió en busca de su capitana.
Mirza entró en el camarote.
—¿Qué
pasa aquí? —preguntó mirando a su subordinado.
—La
mala puta ésta, que se niega a salir.
Mirza
observó que el hombre se rascaba el antebrazo y lo agarró para ver,
con cierta sorpresa, como los dientes de la chica habían quedado marcados en su carne. Frunció el ceño y se dirigió hacia Walesa.
—Mira niña —dijo tirando de ella para que se levantara del suelo—, tienes dos
opciones, o vienes por las buenas, sin darnos demasiados quebraderos
de cabeza, o vienes por las malas. Y te aseguro que si es por las
malas esa cara de ángel va a sufrir... mmm... cómo te lo diría... alguna que otra modificación por... digamos... accidente. —La mirada fría de Mirza hizo que la joven
sintiera un escalofrío—. Ya me has hecho perder demasiado tiempo con
tu intento de fuga de hace unos días, así que no me des más razones para dejarte a merced de mis hombres.
Walesa buscó la manera
de negarse. Pero aquella mujer no parecía dispuesta a ceder en su
empeño.
—¿Y cómo sé que no lo harás igualmente cuando consigas lo que has venido a buscar?
—No soy tan cruel como
te piensas. Pero desde luego tampoco soy un ángel. —Miró a la
joven y frunció el ceño al recordar cómo Haydar hablaba de ella.
Endureció el tono de voz—. Podría haberte tratado como la ramera
que eres, pero me he contenido, ¿no? Y de momento te he tratado más
como una invitada que no como mi prisionera. —Soltó a Walesa y se dirigió hacia la puerta. El pirata la agarró de nuevo empujándola para que empezara a andar. Mirza volteó la cara para mirarla y añadió—: No me obligues a ser
descortés. Podrías llegar a conocer mi cara menos amable y te aseguro que eso es lo último que te interesa descubrir en estos momentos. Ahora,
sal del camarote. Es hora de irnos.
* * *
—En serio, estoy
empezando a estar harto de tanta maleza. No hay manera de avanzar, y
parece que en lugar de abrirnos camino, las hierbas crezcan
encerrándonos cada vez más —renegó Násser harto de las plantas.
—Este bosque tiene vida
propia —añadió entonces Yasim— y me temo que no nos va a dejar
que lo atravesemos así como así.
No habían asimilado
aquellas palabras cuando de pronto uno de los piratas más rezagados
soltó un alarido. Se giraron hacia él y lo que vieron les dejó
aterrados. El hombre, ensartado por una afilada rama de encina, se
elevaba unos metros del suelo. Dejó escapar una bocanada de sangre
y, al poco tiempo, otra rama —esta vez más fina— se clavó en
uno de sus ojos atravesando su cráneo.
—¡Corred! —gritó
Haydar.
El grupo comenzó a
moverse deprisa entre la maleza. Las ramas empezaron a
lanzarse contra ellos una y otra vez. Los piratas saltaban esquivándolas, golpeando la madera con sus armas e
intentando evitar ser ensartados, sin entender cómo un bosque les podía atacar de aquel modo tan fiero.
Albur tropezó con una
raíz que salió de la tierra y cayó de bruces contra el suelo
mientras una de las mortíferas lanzas se dirigió amenazante contra
su pecho. Turán, a escasos metros de él, corrió en su ayuda esquivando el resto de raíces que empezaron a elevarse del
suelo y que salían a su encuentro. En el momento en que la rama
rozaba la camisola del pirata, el capitán de la guardia real cortó
la madera en dos. Albur, aún impresionado por estar tan cerca
de la muerte, vio cómo otra lanza se acercaba hacia su salvador y se
puso en pie de un salto para partirla de un machetazo.
Los ataques
indiscriminados alcanzaron a otro de sus hombres.
Haydar, lleno de rabia e impotencia de ver a sus hombres caer bajo las lanzas del bosque, soltó un grito lleno de furia a la vez que cortaba de un
tajo uno de los árboles más jóvenes.
La escena parecía
sacada de un cuento de hadas, las ramas de los árboles y las raíces
corrían detrás de los hombres haciéndoles volar por los aires e
intentando ensartarlos mientras estos hacían saltar miles de
astillas cada vez que golpeaban la madera con el metal de sus armas.
—¡Haydar! —gritó
Yasim defendiéndose cómo podía— ¡Mira! —El pirata miró en la
dirección que señalaba el mago: un árbol de tronco grueso y
retorcido, cuya copa se alzaba por encima del resto y con las hojas
del mismo color que la sangre—. ¡Hay que acabar con ese árbol!
¡La energía que noto sale de él!
Haydar no se lo pensó
dos veces. Saltó de raíz en raíz, partiendo en dos las ramas que
se cruzaban por su camino y alcanzó el pequeño claro dónde se
erguía Déntro, el árbol milenario, un árbol poseído por la
energía oscura que emergía de la isla y que pronto comenzó a convertirse en el monstruo que era. Con el único propósito de salvaguardar el escondite
sagrado del Cetro, impedía que los valientes que osaban cruzar su
territorio salieran con vida.
Se detuvo a observar al extraño árbol cuando una neblina le envolvió. Dejó de
escuchar el ruido de la batalla que estaba teniendo lugar y, de
pronto, una voz ronca que parecía salir de todas partes dijo:.
—No deberías estar
aquí, pirata.
—¡¿Quién anda ahí?!
—exclamó el capitán intentando divisar algo a través de la
espesa niebla—. ¡Da la cara!
La neblina se fue congregando alrededor del hombre y se introdujo en sus ojos provocando que fuera testigo de algo acontecido tiempo atrás:
Un hombre vestido con una
armadura metálica similar a la que usaban los habitantes de las
tierras del norte, corrió hacia el árbol.
—Humano,
no deberías estar aquí —replicó la voz ronca anterior.
—Árbol
estúpido... ¿Te crees que podrá vencerme una planta? —dijo con soberbia y altivez.
El árbol dejó escapar una sonora carcajada. Con una furia que casi
se podía sentir, alargó una de sus ramas y cogió al desprevenido caballero, rodeando su cuerpo con ella. El hombre
forcejeó para liberarse, pero la fuerza con la que le apretaba era tal que apenas si podía respirar. Intentó golpearle con su espada desesperado, sintiendo cómo el oxígeno se iba desvaneciendo de su sangre a gran velocidad, pero no logró rozarle siquiera. Y entonces pasó. El
árbol acercó al caballero hacia su tronco y al dejarlo caer, la
madera empezó a engullir su cuerpo. El ruido de los huesos
quebrándose, la sangre cayendo a borbotones y los alaridos del
caballero erizaron la piel de Haydar.
Cuando el silencio volvió a
reinar en el claro del bosque, donde antes estuvo el caballero sólo
quedaba una mancha de sangre que resbalaba con lentitud del tronco hacia el suelo, mientras las hojas del
árbol maldito relucieron con el brillo de la sangre recién
absorbida.
«Por
Alá...» pensó el pirata agarrando su cimitarra con fuerza.
La
neblina se esfumó y Haydar volvió en sí.
—¿Qué...? ¿Qué ha sido eso? —preguntó—. ¿Quién era el tipo de la armadura?
—¿Te ha gustado el espectáculo, pirata? Sólo
te he mostrado lo que está por suceder —contestó el árbol con cierto
regocijo—. Hace mucho que no me alimento de sangre humana...
Haydar
dio un paso atrás. Miró a su alrededor y calculó con rapidez los pasos a seguir. El árbol parecía muy seguro de sí mismo pero no se
dejaría coger tan fácilmente. Desenroscó la alfombra que llevaba
atada a la espalda y se subió a ella con agilidad. El árbol lanzó
sus puntiagudas ramas hacia él. La alfombra mágica era rápida y esquivó con facilidad los ataques.
«Debo
encontrar el modo de acabar con esa cosa», pensó.
Después
de esquivar cada ataque que el árbol lanzaba, las ramas chocaban con
estruendo contra la roca.
—¡Estate
quieto, bastardo! —gritó el árbol cada vez más nervioso.
Entonces
lo vio: un pequeño hueco en la parte alta del tronco donde brillaba
una extraña luz dorada. «¿Será...?», pensó. Era el único punto llamativo que encontró y se intentó acercar para poder observar mejor de qué se trataba. Voló intentando acercarse más. Era una pequeña cavidad que
se abría entre las dos ramas principales, las que quedaban en la
parte más elevada del tronco. Dentro de ella había una pequeña
esfera creada por un grano de arena que cayó del cristal del cetro
hacía mucho tiempo y que le convirtió en su guardián, Déntro.
No
había lugar a dudas, aquel era el punto donde debía atacar.
El
árbol no tardó en darse cuenta de que el pirata había descubierto
su secreto y aumentó los ataques en número y fuerza. Una de las
veces, la rama derecha consiguió golpear al hombre, que se
desequilibró y cayó de la alfombra chocando contra una de las
raíces. El árbol dejó escapar una sonora carcajada.
—Ahora
ya te tengo...
Le
rodeó con la rama y le elevó un par de metros del suelo. Haydar
forcejeó, pero la madera era extremadamente dura y le apretaba con
tanta fuerza que sentía cómo sus huesos comenzaban a resentirse.
—¡Haydar!
—gritó Násser que corrió en su ayuda.
Antes
de alcanzar a su compañero, el árbol le golpeó con otra de sus
ramas y se estampó contra una roca redondeada que había cerca del
claro, abriéndole una brecha en la cabeza.
Turán,
que estaba llegando en aquel momento, corrió en su ayuda. Le cogió del brazo y se pusieron en pie buscando el modo de ayudar a su compañero.
Yasim por su parte, después de conseguir ralentizar con su magia al resto de árboles
para que los hombres lograran escapar de las garras del bosque, se acercó a ellos corriendo.
—¡En
la parte alta! —gritó Haydar—. ¡Hay que atacar la parte alta!
Se
miraron entre sí.
El
árbol estrujó su cuerpo con más fuerza y el pirata dejó escapar
un fuerte alarido. Násser corrió hacia su capitán para intentar
liberarlo de su captor y Turán se dirigió hacia el tronco del
árbol en un intento por cortarlo en dos.
—¡No
te acerques al tronco! —le advirtió el capitán al recordar la
visión.
Pero
era demasiado tarde, una rama empujó al hombre por la espalda y le hizo caer
de bruces contra el tronco cuya corteza empezó a rodear su cuerpo.
Yasim
cerró los ojos y visualizó la energía que emanaba del árbol. Se le presentó como una sombra que desprendía un humo negro. En la
parte alta, entre las ramas principales, encontró una luz dorada y
tenue que casi pasaba inadvertida entre las sombras que la rodeaban. «Tiene razón, esa debe ser la fuente de su poder», pensó.
Násser
consiguió golpear con su espada la rama que sujetaba a Haydar y
estuvo a punto de conseguir soltarle.
Turán, en cambio, empezó a gritar aterrado al sentir cómo su cuerpo empezaba a ser
devorado por aquella cosa.
Yasim elevó sus manos hacia el árbol y empezó a recitar versos en una lengua ancestral. De pronto, la sangre de las hojas del árbol se fue desprendiendo de ellas y creando un fino remolino que se enrollaba como un torbellino alrededor de las manos del mago.
El
árbol notó que perdía energía y arremetió con fuerza contra el
mago.
—¡Intruso!
¡¿Cómo osas arrancarme lo que es mío?! —gritó entrando en
cólera.
Pero
Násser, que consiguió zafar de la temible garra del árbol a su capitán,
corrió para defenderle.
Sin perder el tiempo, Haydar se enfiló por la rama que le había estado sujetado con fuerza. Alcanzó el centro del tronco y hundió su
cimitarra con todas sus fuerzas en el pequeño hueco dónde brillaba
la luz dorada. Una fuerte luz empezó a salir despedida
del punto dónde estaba hundida la espada. Haydar llamó a la alfombra y sacó su arma del tronco. Saltó sobre la alfombra mágica y se alejó de Déntro.
El árbol empezó a emitir unos ruidos guturales que hacían
estremecer al más valiente a la vez que un sinfín de esferas
luminosas comenzaron a ascender hacia los cielos.
—¡Nooooo!
—gritó de nuevo—. ¡Me pertenecen!
Eran
las almas de aquellos que habían caído en sus garras. Los pobres
diablos engullidos por el árbol maldito.
Násser entonces corrió hacia Turán, que seguía intentando zafarse de la corteza
del árbol. Le agarró por un brazo y tiró de él con fuerza sin conseguir sacarle de la trampa mortal en la que había caído.
Yasim continuó con su canto y las hojas
del árbol, poco a poco, fueron retomando el color verde.
Cuando la última de las esferas escapó del árbol, una
fuerte onda expansiva azotó la zona. Los hombres fueron arrastrados hacia atrás. Y el tronco, a su vez, escupió el cuerpo de Turán.
El viejo árbol empezó a marchitarse. Las hojas comenzaron a caer y, con una ráfaga de aire, lo que quedaba de aquel
impresionante monstruo se fue convirtiendo en polvo desde la copa hasta
las raíces.
Déntro había muerto.
—¿Quién
decía que esta isla no estaba maldita? —dijo Haydar exultante por la aventura que acababan de vivir, mirando a Násser
con media sonrisa en la cara y resoplando por el esfuerzo que acababa
de realizar.
El
segundo al mando empezó a reír con fuerza sentado en el suelo y
apoyado sobre una de sus manos mientras se limpiaba la sangre que resbalaba hacia su frente con el pañuelo que solía llevar atado en su muñeca.
—¡Calla,
calla! No vuelvo a decir nada —rió.
Yasim
se acercó a Turán.
—Estos piratas están locos —murmuró el capitán al ver cómo Haydar y Násser reían tan tranquilos.
Tenía algunos huesos rotos y la piel desgarrada
en parte de su tórax.
—Sin duda, la fama que les precede no hace honor a su coraje... —Turán quiso ponerse en pie pero el dolor le obligó a sentarse de nuevo. —No se levante, capitán. se recuperará en seguida —dijo mientras empapaba el
vendaje que iba a colocar sobre sus heridas con un ungüento que sacó
de su alforja.
Haydar
se acercó a ver cómo estaban el resto de compañeros y observó el bosque, que
parecía haberse convertido en una maraña de árboles putrefactos, buscando el camino que debían seguir.
—¡Vamos! —dijo moviendo su brazo para que se pusieran en pie—. Será mejor que lleguemos a la montaña antes de que nos alcance la
noche.
El
grupo emprendió la marcha.
A
poco más de un kilómetro se veía el sendero que ascendía hacia la
cumbre. Los hombres, extasiados por la batalla y por la caminata,
pidieron descansar, pero Haydar decidió continuar. Quería llegar
cuanto antes al escondite del cetro.
Cuando
estaban a medio camino, azotados por un viento constante que les
dificultaba caminar y cegados por la niebla que era cada vez más
espesa, una edificación antigua se alzó ante ellos en la ladera de
la montaña. De casi veinte metros de altura, cuatro columnas se
alzaban imponentes protegiendo la entrada al templo.
—¡Por
fin! —gritó Násser.
Aquel
debía ser el templo que escondía el cetro. Un templo de estilo
griego enclavado en la misma montaña, a unos 1.000 metros de altura.
Su piedra de mármol blanca resaltaba contra el color negruzco de la
roca volcánica de que estaba formada la montaña.
—Bien,
es hora de saber qué secretos nos aguardan en el interior de este
templo —dijo Haydar emocionado.
* * *
Ya en
Creta, Zainab le pidió a Gunaid que llevara a su prisionero hasta
los calabozos.
—Vamos
holgazán, andando —dijo el aprendiz mientras empujaba al pirata atado de
pies y manos con una cadena.
Idrís
entró en la sala.
—¿Querías
verme? —dijo sentándose en una de las butacas de la sala.
—He
notado algo extraño que provenía de la dirección dónde
se supone que está el cetro. Y he estado pensando...
—Eres
peligroso cuando piensas —comentó Idrís acariciándose la
perilla.
—Esa
isla esconde muchas trampas. Y es probable que ese pirata de
pacotilla consiga salvarlas todas.
—Por
eso hemos de ir antes de que consigan encontrar el cetro.
—No.
En eso mismo he estado pensando. Él puede que sí que logre salvarse
de todas las trampas, pero estoy convencido de que perderá a muchos
hombres en el empeño.
—¿Y?
—Pues
que... ¿por qué no dejamos que se encargue él de encontrar el
cetro, recuperarlo, y luego nosotros, con ellos agotados y en menor
número, se lo robamos? Podemos darles un día de ventaja. Y antes de
que escapen de la isla, hacerles una emboscada y robarles el cetro.
—Mmm...
—musitó Idrís pensativo—, ¿y si usa el cetro para vencernos?
—Mi
querido Idrís, estás hablando con Zainab, el mayor brujo de la
historia del Califato. Con mi poder y tu fuerza devastadora no habrá
pirata que pueda detenernos...
* * *
«El
Esperanza» amarró en el puerto de Creta.
El
Rubio, quién había tomado el rol de capitán, instó a sus
compañeros a ir en busca de su superior.
—Vamos,
y sed cautelosos. No quiero que llaméis demasiado la atención.
Nuestra prioridad es rescatar a Sadiq. En cuanto el sol esté en lo
más alto, regresad aquí para intercambiar la información que
hayáis obtenido.
El
grupo de piratas comenzó a mezclarse entre los lugareños buscando
información que pudiera asegurarles el paradero del pirata. Uno de
ellos, en una taberna destartalada, descubrió a un viejo del cual se
reían con ganas por decir que había visto un ave de enorme
envergadura cruzando el cielo y aterrizando en lo alto de la colina
de la ciudad donde se asentaba uno de los palacios del viejo rey de
Creta.
Otro,
en un puesto de telas, escuchó cómo entre dos comentaban la llegada
de un ejército a sus tierras.
Pero
lo importante lo descubrió el mismísimo Rubio al ver con sus
propios ojos cómo Gunaid, a golpe de patadas, hacía entrar a su
amigo en un viejo carromato enrejado.
No tenía tiempo de avisar al
resto. Colocó la mano sobre su espada y miró de soslayo por una de
las esquinas para no ser visto.
—¡Vamos
perro! ¡Sube ya!
Sadiq
apenas podía levantar la pierna por culpa de las cadenas y cayó al
suelo.
—Estúpido
pirata... Tan duro que parecías luchando contra El Guardián y ahora
mírate, cayendo al suelo por culpa de unas míseras cadenas...
¿Dónde están esos saltos que dabas en la isla? —comenzó
diciendo, burlándose del hombre.
«Maldito
bastardo», pensó el Rubio poniéndose nervioso. Miró a un lado y
al otro. Nadie parecía haberse percatado de su presencia. Vigiló
por si ese malnacido que trataba con semejante falta de respeto a su
compañero estaba acompañado, pero parecía ir solo.
Gunaid
cogió al hombre por el brazo y le ayudó a levantarse con
brusquedad.
—Algún
día me las pagarás, enano —refunfuñó Sadiq dolorido aún por la
batalla y harto de las vejaciones de aquel hombre menudo.
Un
fuerte golpe en la cabeza de Gunaid hizo que éste perdiera el
conocimiento, cayendo sobre Sadiq.
—Pero
qué... —exclamó el pirata contrariado.
El
Rubio apartó al hombre con una patada y se arrodilló frente a su
capitán mirando una y otra vez a ambos lados.
—¡Rubio!
—gritó Sadiq al reconocerle—. ¿Como me has encontrado?
—Nos
llegó el trozo de tela que hiciste caer sobre nosotros y seguimos a
ese ave tan rara en la que volabas. Pero debemos irnos antes de que
nos vean, ya te lo contaré todo después.
Consiguió
romper la cadena que amarraba los pies de su capitán y empezaron a
correr en dirección a las callejuelas de la ciudad para perderse entre la gente y así
alcanzar el «Esperanza» sin ser vistos.
Cuando
Gunaid despertó y vio que Sadiq había escapado, maldijo su suerte
de mil maneras. Cuando su maestro descubriera que había perdido a su
prisionero... Sintió un escalofrío subiéndole por el espinazo.
«Quizá será mejor no decir nada por el momento», pensó tragando
saliva angustiado.
CONTINUARÁ...
Obra registrada a nombre de carmen de Loma en SafeCreative.
Muy buena continuación compañera de letras. Como siempre sucede con Haydar, un capítulo lleno de aventuras.
ResponderEliminarPD: ese último retoque me ha gustado mucho, le da un aire a su vez de más fantasía si cabe y creíble respecto al resto de la historia.
Hola José!!! Gracias :) Me alergo que haya estado a la altura ;) Y, otra vez (aunque sea una pesada) siento muchísimo la tardanza...
EliminarAhora te toca a ti ^^ A ver con que nos sorprendes jejeje Ya estoy deseando leerlo!
Bueno Compi, pasa un bonito finde, que ya casi lo tenemos encima ;) Abraaazooo!!!