Despertando al Diablo (Parte 2)
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Un hombre
tomaba un café en una concurrida cafetería del centro de Madrid
cuando su móvil, que descansaba sobre la barra, comenzó a vibrar.
Cerró el periódico que estaba leyendo y observó de mala gana quién
le molestaba en aquel ritual matutino que, desde que acabó el
servicio y se trasladara a la capital, se había convertido en
rutina.
Frunció el
ceño al ver el número de teléfono.
Descolgó.
—¿Ramirez?
—Hola
Gómez —contestó la voz al otro lado de la línea—, ¿cómo
estás? Hace tiempo que no hablamos.
—Hola
—contestó algo más seco de lo que en realidad le hubiera gustado.
—Veo que
sigues tan amable como de costumbre —rió.
—Lo
siento, pero entenderás que después de lo que ocurrió, no salte de
alegría.
—Va,
hombre —contestó Ramírez intentando quitar tensión—, aquello
pasó hace tres años. Además, creía que seguíamos siendo colegas.
—Qué
quieres.
Cogió la
taza y le dio otro sorbo antes de que se le enfriara.
—Mira
Gómez —comenzó diciendo Ramirez, algo molesto—, entiendo que no
quieras hablar con ninguno de nosotros. Lo que te hizo Sánchez no
tiene nombre. Y que, encima, te relegaran de tu puesto como lo
hicieron, no tiene perdón. Pero hemos sido compañeros, ¿o acaso ya
lo has olvidado?
Gómez se
quedó en silencio. Antes de que pasara todo lo que ocurrió hacía
ya tres largos años —toda aquella locura de la que se arrepintió
como nadie por haber formado parte y por la cual casi matan a su
mujer y a su hija— Ramírez había sido uno de sus mejores amigos
dentro y fuera del cuerpo. ¿El problema? Que tras lo acontecido en
Nueva York, la entrada en escena de aquellos lunáticos, la
implicación de su superior y la traición de Mamen, su compañera
por aquel entonces, Ramírez fue ascendido en el cargo y uno de los
que aceptaron que él se pre-jubilara sin menciones. Lo único bueno que se llevó de aquella época, fue el haber conocido a Alyssa.
—No, no
lo he olvidado.
—Vamos
Luis... —Ramírez ya no sabía como hacerle entender a semejante
cabezota que de no haber sido por él, ni siquiera estaría cobrando
la pensión—. Aparquemos de una vez todo aquello, ¿vale?
—Bueno,
¿qué quieres? —Seguía en sus treces—. Dudo que me hayas
llamado para preguntar qué tal estoy, ¿me equivoco?
—Joder,
Luis, no me lo vas a poner fácil, ¿eh? —Suspiró—. Sé que
debería haber hablado contigo antes. Pero, va, sé sincero, ¿acaso
me ibas a recibir con los brazos abiertos? Tal como me hubieras
tenido delante, me habrías soltado tal hostión que me habrías
dejado seco y sin poder decir ni hola. —Gómez sonrió para sí
mismo. «Este hijo puta me conoce bien», pensó—. He dado en el
clavo, ¿eh?
—Es
probable. Pero admite que te la tendrías bien merecida —comentó
con algo más de suavidad, la cual Ramírez captó al instante.
Como
conocía muy bien cómo las gastaba su compañero sabía que lo
mejor, una vez limadas algunas asperezas, era cambiar de tema e ir
directo al grano.
—Puede
ser. ¿Qué te parecería quedar para vernos esta tarde? Hay algo de
lo que me gustaría hablar contigo.
—¿De qué
se trata?
—Por aquí
no puedo hablar, es de un caso que tenemos entre manos, pero estoy
convencido de que no te arrepentirás si aceptas venir.
—Ángel,
te recuerdo que ya no pertenezco al cuerpo.
—Lo sé.
Pero también sé que para este caso en particular me vendría muy
bien tu ayuda. — Aquellas palabras le dejaron pensativo. ¿Qué se
traían entre manos?—. No puedo decirte nada. Pero si te pasas esta
tarde por la comisaría podemos ponernos al día y hablamos del tema.
¿Qué te parece?
—No sé
si voy a poder. —Seguía estando receloso—. Tengo que llevar a
Carla a la estación.
—Te
espero a las seis en comisaría. Si a y media no estás aquí,
entenderé que no quieres formar parte de esto y lo respetaré. Pero,
Luis, de verdad, me vendría bien tu ayuda en estos momentos. Espero
verte luego. Adiós.
Luis miró
el móvil. Que después de tanto tiempo Ángel le llamara para
pedirle ayuda en un caso... Sin duda, la llama de sabueso que tanto
había querido hacer desaparecer en estos últimos años, empezaba a
avivarse.
Tras dejar a
su esposa en la estación de Atocha, pedirle que llamara cuando
llegara a Barcelona y decirle que se disculpara por él ante Irene
—su hija— por no ir en esta ocasión, miró el reloj. Las cuatro
y media. Aún tenía tiempo de coger el coche y llegar a San Martín
de Montalbán antes de las seis.
Condujo
todo el camino pensativo. ¿Qué caso sería aquel por el que Ángel
le necesitaba? Debía ser algo gordo...
Tomó el
desvío hacia San Martín. De lejos, se podía ver la ermita.
Le echó
una mirada furtiva y los recuerdos se amontonaron en su memoria.
Recuerdos que deseaba olvidar.
Al llegar a
comisaría bajó del coche y desvió la vista hacia el sol abrasador
que a aquellas horas seguía pegando con fuerza. Pasó el dorso de la
mano por la frente y se dirigió hacia la puerta de entrada.
—¡Hombre
Luis! —dijo Laura, la encargada de recepción, poniéndose en pie
por la sorpresa—. ¡Cuánto tiempo! ¿Pero qué haces tú por aquí?
—Le miró de arriba a abajo y sonrió con amabilidad—. Veo que
los aires de ciudad no te están sentando nada mal. Estás muy guapo.
—Hola
Laura —saludó. Le dio dos besos y rió ante su ocurrencia—. Si
te refieres a que me veo más viejo, tengo que darte la razón. Tú
en cambio sigues igual. ¿Para ti no pasan los años o qué?
—Qué
cosas tienes —rio por lo bajo—. Y dime, ¿en qué te puedo
ayudar?
—Vengo a
ver a Ángel, hemos quedado ahora a las seis.
—Pues
pasa, pasa. Seguro que ya te espera. ¡Me alegro de verte!
—Lo mismo
digo —concluyó con una sonrisa mientras se despedía con la mano y
se dirigía hacia los despachos.
Al pasar
delante de la que había sido su mesa, le pareció verse a sí mismo
gastando bromas con Mamen. Aún no podía entender cómo aquella
muchacha había conseguido engañarlo del modo en que lo había
hecho.
«No merece
la pena remover el pasado», pensó cabizbajo borrando de su memoria
aquella imagen.
—¡Luis!
—Gómez se giró—. ¡Has venido!
—Como
querías, aquí me tienes. Eres un cabrón, lo sabes, ¿no?
Ángel se
echó a reír.
—Sabía
que no te ibas a poder resistir. Pero, ven, vayamos a mi despacho.
Estoy convencido de que no te arrepentirás de haber venido.
Ambos se
encaminaron hacia el despacho de Ramírez, que era el mismo que había
usado Sánchez antes de desaparecer.
—Siéntate
—le ofreció. Pasó por detrás de él y se sentó en su
escritorio, donde descansaba una carpeta marrón—. Verás. Antes de
nada. ¿Recuerdas el caso de María Veloso?
—¿María
Veloso? —¿Cómo iba a olvidarlo? Había sido uno de los casos más
difíciles de su carrera y aún tenía la espina clavada de no haber
podido dar con su asesino—. Claro que lo recuerdo. ¿Qué pasa con
ese caso?
—Pues
verás. —Abrió la carpeta y sacó un dossier de su interior—.
Resulta que la muerte de aquella cría solo fue el comienzo de algo
peor.
Luis enarcó
las cejas.
—¿Qué
quieres decir?
—Al poco
de irte tú apareció otra muchacha asesinada en un pueblo de Jaén.
Al principio no supimos atar cabos. Pero la aparición de un tercer
cuerpo, esta vez cerca de Santander, con características similares a
ambos casos, era demasiada casualidad.
—¿Asesino
en serie? —preguntó más para sí mismo que para él.
«Ese hijo
de puta...», pensó al recordar el cuerpo de María, descuartizado
en varias partes y esparcido por el bosque. No consiguieron obtener
gran cosa del estudio forense que se llevó a cabo. El tipo se había
esmerado en no dejar huellas ni pistas que pudieran llevarles hasta
él.
—Mira.
—Le pasó unas fotografías. En ellas estaban las escenas de los
tres crímenes—. Si te fijas en la disposición de los restos
esparcidos por el suelo, hay cierta similitud.
Luis se
fijó en las marcas efectuadas por sus compañeros, donde se indicaba
la posición de brazos, cuerpo, piernas y cabeza.
—Dios
mío... —murmuró.
—Eso
mismo dije yo. Ese chalado se dedica a matar mujeres y luego esparce
sus cuerpos de tal forma que cuando se enlazan las partes se dibuja
un maldito pentagrama.
Luis dejó las fotografías sobre la mesa visiblemente
afectado.
—Vamos,
¡no me jodas! Ya tuve bastante con lo de los templarios como
para meterme ahora en rollos satánicos. ¡No quiero saber nada más de
historias de ocultismo ni misterios trascendentales ni mierdas!
—¡Por
favor, Luis! —dijo poniéndose en pie al ver que su interlocutor se
disponía a marchar—. ¡Esto a mi me queda grande! Yo no estaba en
el pueblo cuando se dio el caso de María. Tú fuiste el que llevaste
la investigación. Estoy estancado... Necesito que recuerdes todo lo
que puedas de aquel día. Cualquier dato nos podría ser de muchísima
utilidad. No sé... Desde alguien que te pareciera sospechoso hasta
algo que podamos haber pasado por alto de la escena del crimen.
Creemos que ella fue la primera. Y, si es así, es probable que
cometiera algún fallo. Pero, joder, ¡soy incapaz de ver nada con
claridad! Llevo dos semanas leyendo informes, interrogando a los
forenses, a los testigos. La gente del pueblo empieza a cuchichear. Y
encima el padre de María no hace más que pasarse por aquí
intentando averiguar qué narices ha pasado. Y ese hombre no es
precisamente una hermanita de la caridad...
Luis
sonrió. Desde luego que no lo era. Paco —que así se llamaba—
había amenazado de muerte al asesino de su hija. No una amenaza de
aquellas que dices cuando se te calienta el ánimo. Una amenaza que
no dudaría en cumplir tal y como aquel desgraciado apareciera.
—De eso
hace mucho tiempo... —Pasó su mano por la cara agobiado.
—Por eso
necesito tu ayuda. Luis, por favor, de forma extraoficial, o de forma
oficial, me da igual, pero ayúdame.
Gómez se
quedó pensativo. Si todo lo que le había dicho Ramírez era
cierto...
—Maldita
sea... —renegó por lo bajo—. ¿Hace cuánto tiempo del último
asesinato?
—De María
a la joven de Jaén han pasado dos años. Pero de ésta a la de
Santander sólo uno.
—Parece
que ha bajado el tiempo entre asesinatos... ¿No podría ser que
algún lunático haya imitado alguno de los crímenes? La prensa se
puso muy alarmista con el caso.
—No. El
arma que usaron para cortar los cuerpos tiene la sierra desdentada,
lo que ha dejado una marca en los huesos que los forenses, una vez
que comenzamos a sospechar de que se trataba del mismo asesino,
reconocieron en los tres casos.
Luis se
quedó en silencio, de pie junto a la puerta, mirando a su compañero.
Tres muertes. Tres mujeres de edades diferentes que no parecían
tener nada en común. Diferentes tanto física como intelectualmente.
Una era una estudiante de bachillerato. La otra una dependienta de 20
años. Y la última una médico de 28 años de renombre en la ciudad.
Si se trataba del mismo tipo, no iba a ser fácil encontrar algo que
las tres tuvieran en común y que les ayudara a evitar una cuarta
muerte.
—De
acuerdo, te ayudaré. Pero tú se lo dices a Carla.
Ángel rió.
—¡Cómo
te pasas! ¡Carla me mata si se entera que te he metido en esto otra
vez!
—Pues es
lo que hay, amigo mío —rió.
La
complicidad de antaño volvía a respirarse de nuevo en aquel
despacho.
Al llegar
la noche, Ramírez le comentó a Luis de ir a cenar algo antes de que
regresara a Madrid. Se acercaron al bar que quedaba más cerca de
comisaría y pidieron unas tapas.
—Ahora
que pienso en todo esto, recuerdo que por aquel entonces María se
veía con un chaval de fuera. —Se rascó la cabeza pensativo—. No
me acuerdo de cómo se llamaba... Pero desapareció del pueblo poco
después de su entierro.
—Bueno,
si estaba aquí por ella, es normal que se fuera cuando falleció.
—Sí, lo
sé, y es lo que pensé yo. Pero no sé, recuerdo que no me terminaba
de gustar. Había algo en su manera de mirarme cuando le pregunté
sobre su relación que sigo teniendo grabado en la memoria.
—¿No
recuerdas nada más? No sé... Cómo era, de dónde venía, cosas así.
—No. Creo
recordar que vino a trabajar en alguna de las obras nuevas. Y,
después de que la madre de María muriese por culpa de un accidente
cerca de la parcela donde trabajaba, empezaron a verse y comenzó la relación.
—Recuerdo
aquel accidente —comentó Ángel—. Pobre Paco... En poco tiempo
ha tenido que enterrar a las dos mujeres de su vida...
—Por eso
está tan pesado con cobrar su venganza.
—Pero si
dejamos que cada uno se cobre su propia venganza, con el ojo por ojo
acabaremos todos ciegos.
—Ya lo
sé, hombre. Pero es de entender. Cuando esa hija de puta de Mamen
cogió a mi mujer y a mi hija, te juro que lo único que pensaba era
en meterla una bala entre ceja y ceja.
—Pero no
lo hiciste. Fuiste un profesional.
Luis se
mordió la lengua para no contestar.
—Será
mejor dejar ese tema.
—Lo
siento. Tienes razón. Dejemos el tema. Pues, si te parece, podemos
intentar buscar algo acerca de aquel chico. —Miró su reloj de
pulsera—. Es tarde. ¿Qué te parece si quedamos mañana y
empezamos por ahí?
—Claro.
Si recordara algo más te lo haré saber.
—Perfecto.
Pues mañana a las doce te espero en el despacho.
—Si lo
dices por que tenga que venir desde Madrid, hoy duermo en casa de mi
hermana. Si quieres que nos veamos antes, no hay problema.
—¡Ah!
¡Pues muchísimo mejor! A las nueve ya podemos ponernos a ello.
—De
acuerdo, a las nueve estaré allí. Y llamarás a Carla para
explicarle porqué estoy aquí. —añadió con sonrisa pícara, a lo
que Ángel respondió con un suspiro.
* * *
«Hace ya
varias horas que tendrían que haber regresado», pensó el padre de
Mónica mirando el reloj. Marcaba la una y media de la mañana.
Miró por
la ventana. La calle estaba desierta.
«Qué
raro... Voy a llamarla otra vez».
Cogió el
teléfono inalámbrico que descansaba sobre la mesita auxiliar del
salón y marcó el número de su hija. Sonaron varios tonos pero
nadie respondió.
«¿Dónde
estarán?».
* * *
Antes de que
Luis saliera de casa de su hermana, Ramírez le llamó al móvil.
—¡Luis!
¡Tienes que venir YA!
—¿Y los
buenos días? ¿En este pueblo ya no hay educación, o qué?
—Buenos
días. ¿Contento? Va, vente lo antes posible, ha aparecido
otro cadáver.
—¡¿Qué?!
¡Voy en seguida!
Cogió las
llaves del coche y se despidió de su hermana con un beso en la
mejilla.
Continuará...
Registrado a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
NOTA:
Para aquellos que tengan curiosidad, Luis Gómez es uno de los personajes a los que he cogido más cariño como escritora y que surgió gracias a la historia conjunta que escribimos mi compañero de letras, Lorcue, y yo, cuyo título es: "LA LLAMADA" (podéis encontrarla en la sección "Colaboración entre blogs").
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