Despertando al Diablo (Parte final)
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—¡Policía!
¡Abra la puerta! —gritó uno de los agentes encargados de abrir
camino a los inspectores.
Estaban
frente a la puerta del chalet adosado al que les había llevado la
dirección anotada en casa de la víctima, que estaba a nombre de
Bernat Sendra. De nuevo, el nombre del chaval del interrogatorio que
hacía unas horas veían en San Martín de Montalbán salía a la luz.
No hubo
respuesta.
Volvieron a
golpear la puerta con insistencia.
—Parece
que no hay nadie —comentó el agente, girándose a mirar a Pedro y
a Jaime que esperaban algo más atrás.
—Abran la
puerta —ordenó González.
Los agentes
se dispusieron a forzar la entrada.
Entraron
varios hombres uniformados y recorrieron las diferentes estancias
para comprobar que realmente estuviera vacía. Una vez corroborado,
uno de ellos les hizo un gesto a sus compañeros indicándoles que
podían pasar.
Jaime fue
el primero en entrar.
La casa era
pequeña para ser un adosado y con una decoración bastante escasa.
—Parece
que aquí no ha vivido nadie o, por lo menos, no de forma habitual.
—Pedro asintió con un movimiento de cabeza mientras se acercaba a
la cocina. Jaime miró escaleras arriba—. Voy a subir —comentó.
Subió los
peldaños uno a uno. La luz del sol entraba por el tragaluz que tenía
sobre su cabeza. Al llegar a la planta superior, un pasillo se abría
frente a él con dos habitaciones a cada lado y una al fondo. Decidió
entrar en la primera de la derecha. Estaba vacía. Cerró la puerta y
se dirigió a la siguiente, en el mismo lado del pasillo. Lo primero
que llamó su atención fue el pestillo colocado en la parte exterior
de la puerta. Entró. Las paredes eran azules y había una cama
individual con una mesita. El colchón estaba al descubierto y se
veía sucio. La sala olía a una mezcla entre humedad y orín. Se
cubrió la nariz y se acercó a la mesita de noche. Abrió el cajón.
Había un par de bolígrafos y varios papeles en blanco.
Cerró la
puerta al salir y se acercó a la puerta del fondo.
Al abrirla,
el olor a desinfectante le golpeó las fosas nasales.
—Joder
—protestó tapándose la boca y la nariz con una mano—, menuda
mañanita llevo con los olores...
Se acercó
a la bañera y descorrió la cortina plastificada. Todo parecía
estar limpio. Abrió los cajones del armario del baño. Vacíos.
—¡Han
limpiado el baño a conciencia! —gritó desde la puerta—. ¡Como
no hay ventana no veas qué pestazo! ¡Me pican hasta los ojos!
—¡Espera,
que subo!
Pedro subió
las escaleras.
—Sí que
huele fuerte, sí —comentó—. Abajo todo en orden. Nada que nos
pueda ser de utilidad...
—En
aquella —Jaime señaló la última habitación en la que había
entrado—, en cambio, sí que hay algo raro. Tiene el pestillo por
fuera y apesta. ¿Para qué tener un pestillo por fuera si no es para
encerrar a alguien?
—Es raro,
sí.
—Apunta
para que los de la científica busquen restos orgánicos. Haber si
hay suerte.
—De
acuerdo.
Pedro anotó
en su bloc lo que decía su compañero.
—Veamos
qué más sorpresas esconde esta casa. —Abrieron la puerta que
estaba más cerca del baño y, al entrar, lo primero que llamó su
atención fue la amplitud—. Parece que tiraron la pared que separa
ambas habitaciones —comentó.
Al fondo
había una mesa de gran tamaño arrinconada en la pared.
La
alumbraron con la linterna. Unas marcas profundas arañaban su
superficie. Jaime frunció el ceño a la vez que Pedro apartaba la
cara hacia el suelo, debajo de la mesa.
—Estas
marcas... ¿Te has fijado?
Paseó su
mano enguantada por encima.
Pedro
empujó la mesa con esfuerzo.
—Mira.
La base de
las patas dejó un rastro al moverla. Jaime se agachó y lo tocó con
un dedo, acercándoselo a la nariz.
Sonrió.
—Dile a
los forenses que comprueben si es sangre. Creo que hemos dado en el
clavo. Si es sangre de nuestra víctima, le tenemos por los huevos.
* * *
Luis y Ángel
seguían en San Martín, contrastando la información que les iba
llegando. Sonó el teléfono.
—Sargento
Ramírez —contestó Ángel al descolgar.
—Sargento,
hemos podido acceder a los datos del móvil de la víctima que ha
aparecido enterrado en el bosque junto a los restos. González me ha
pedido que se los pase. Hay varias imágenes y varios whatssaps que
cree que debería ver.
—Bien.
¿Puedes pasármelo al ordenador?
—Enseguida
—respondió el agente de la B.I.T. (Brigada de Investigación
Tecnológica)
Los datos
empezaron a llegar.
Luis se
acercó a él mientras dejaba la carpeta que estaba hojeando sobre la
mesa.
Ángel
abrió los archivos de imagen. Todos eran selfies de la víctima. En
la primera de ellas, la mujer estaba sentada en una habitación de
paredes azules sin ningún mobiliario a la vista, con las piernas
cruzadas y la camisa a medio desabrochar.
—¿Y
esto? ¿Qué tiene de raro que la mujer se tome fotografías?
—Fíjate
en su cara. ¿No notas algo extraño?
Luis se
acercó más.
—Pues qué
quieres que te diga, la pobre no era muy agraciada.
—No,
joder, Luis. ¿Es que no lo ves? ¿Desde cuando una mujer se tira un
selfie habiéndose pintado los labios por fuera del perfil?
—Y yo que
sé, a lo mejor no tenía un espejo en el que mirarse.
—En
serio, no sé como puedes decir eso habiendo vivido con dos mujeres
en casa. La mía nunca se sale al pintarse los labios, aunque no use
espejo. Y mira. —Señaló los ojos—. ¿No ves nada raro?
Luis se
acercó aún más.
—¿Llora?
—No lo
sé... La foto está un poco movida. Pero lo parece, ¿no?
—Veamos
qué más hay.
Fueron
pasando las fotografías una a una.
—Esto
debe ser una broma...
Cada foto
que pasaba era más obscena que la anterior.
—¿Crees
que la obligó a tirarse las fotos así?
—No me
extrañaría —respondió el sargento con gesto de desagrado—. Su
cara desde luego no es de estar disfrutando del momento...
Cuando
abrieron el último archivo, Luis sintió ganas de vomitar.
En la
imagen se veía a la pobre mujer llorando a lágrima viva, con el
maquillaje corrido y desnuda sobre la cama mientras un hombre,
relativamente joven, le introducía lo que parecía una vela oscura
dentro de su sexo, mirando a la cámara y con una sonrisa de oreja a
oreja en la cara.
Ángel
carraspeó y cerró el archivo.
—Es el
tipo del interrogatorio, ¿no?
—¡Ese
cabronazo! Me cago en la puta. ¡¿Cómo pude tenerle delante y no
darme cuenta de quién era?!
Se puso en
pie y le dio un manotazo a la mesa con rabia.
—No te
culpes ahora por eso, Luis. Nadie sospechó de él...
—¡Ya lo
sé, joder! ¡Pero si al menos hubiera estado más atento! ¡Si al
menos hubiera mirado el vídeo con más detenimiento! ¡Así quizá
me habría dado cuenta de que se estaba riendo en mi propia cara!
—Ahora ya
no sirve de nada lamentarse. —Le agarró del hombro, apretando
suavemente con la mano, en un intento por consolar el malestar que
irradiaba—. Vamos. Veamos lo demás. A ver qué más hay.
Se sentaron
de nuevo, pero Luis no podía quitarse de la cabeza la cara de
aquella pobre mujer. No solo la había matado y descuartizado, sino
que había jugado con su dignidad y la había ultrajado de mala
manera.
No había
gran cosa. Luis se fijó en unos mensajes que procedían del teléfono
que la víctima tenía guardado como «papá». Frunció el ceño y
se comenzó a rascar la barba como tenía por costumbre cuando
intentaba aclarar las ideas.
—¿Qué
opinas? —preguntó Ángel, algo descolocado.
Entonces lo
recordó. Antes de que la primera víctima muriera a manos de ese
psicópata, su hija Irene comentó que una compañera de clase
(María) estaba recibiendo mensajes de su madre fallecida. Eran
jóvenes y siempre andaban buscando el lado paranormal a las cosas,
por lo que no le dio mayor importancia. Hasta aquel preciso instante.
—Espera
un momento...
Cogió el
dossier y leyó el historial de la última víctima. Palideció.
—¿Qué
pasa?
—Me
parece que su padre no pudo enviar esos mensajes.
—¿Por
qué?
—Porque
lleva muerto más de seis meses.
Alargó el
documento y se lo pasó a su compañero.
Ángel no
tardó en coger el teléfono y llamar a los de la B.I.T.
—Jose,
¿puedes decirme a nombre de quién está este número de teléfono?
El agente
tomó nota del número.
—Me
pondré en contacto con la operadora para pedirles la información.
Puede que tarde un poco, aunque el juez está bastante implicado en
el caso y no creo que me ponga demasiados peros. En cuanto sepa algo
os llamo.
—Gracias
Jose.
* * *
No me había
equivocado. Aquel líquido viscoso... Su color...
Conseguí
ponerme en pie con los ojos fijos en el interior de la bañera.
Empecé a
temblar.
—Dios
mío... —balbuceé con la mano cubriendo mi boca.
—¿Ya te
has despertado, corazón?
Me di la
vuelta sobresaltada. Bernat estaba apoyado en el marco de la puerta
con los brazos cruzados frente al pecho y mantenía su cabeza algo
ladeada.
—¿Qué...?
¿Qué es...?
No pude
acabar la frase. Me limité a señalar con el dedo, temblando.
Su
respuesta fue una sonora carcajada que parecía salir de la boca de
un tarado. Sentí un escalofrío.
—¿No
reconoces sus cuerpos? Eres más tonta de lo que creía...
Al oír
aquellas palabras mi cuerpo quedó más rígido de lo que ya estaba.
Giré la cara, desconcertada, hacia la bañera.
«Es
mentira...».
—No... no
tiene gracia —comencé a decir cada vez más asustada. Su cara daba
miedo— Si es una broma...
—¿Broma?
¿Acaso tengo cara de estar gastándote una broma? —me cortó—.
Llevo años esperando este momento. Y reconozco que no estaba
previsto que su sangre entrara a formar parte del baño. Pero no creo
que a ÉL le importe.
Volvió a
sonreír. Pero no así su mirada, que pareció oscurecerse aún más
de lo que estaba.
Como si el
destino quisiera golpearme con la realidad, en aquel momento algo
regurgitó desde el fondo de la bañera y ascendió hacia la
superficie lentamente.
La sangre
abandonó mi piel.
Era una
mano. Una mano pequeña...
Las ganas
de vomitar regresaron aún con más fuerzas. Quise escapar de aquella
pesadilla, pero mi boca entreabierta por el horror y mis ojos
abiertos sin dejar a los párpados asomarse, no me permitieron
moverme.
La sangre
empezó a resbalar de la mano a medida que ascendía hacia la
superficie, dejando el dorso al descubierto. En él había algo
dibujado.
«¿Un
tigre?», pensé al verlo.
En ese
momento, la cabeza me dio vueltas. Perdí de vista la bañera y me
vi de nuevo en la terraza del bar del paseo marítimo.
Los
nenes jugaban alrededor.
Reían.
Álex se
acercó con una sonrisa y su bolsa de patatas en la mano.
—¡Mami!
¡Mami! ¡Me ha tocado un tattoo! —reía, emocionado—. ¿Me lo
pones?
Su
hermano se acercó también.
—¿A
mí me lo guardas para luego, porfiiiii?
—Claro
cariño. —Cogí el papelito con una sonrisa en los labios—. Lo
guardo aquí en el bolso, ¿vale?
Él
asintió con su cabecita mientras se metía una patata en la boca.
Álex
saltaba junto a nosotros impaciente. Tomé el papel y se lo puse en
el dorso de la mano. Acto seguido, humedecí su mano con la botella
de agua y, al rato, deslicé el papel.
—¡Es
un tigre! ¡Es un tigre! ¡Roaaaarrr!
Reí.
«No...»
«No puede ser verdad».
Las
lágrimas se agolparon en mis ojos mientras la mano de mi hijo
flotaba inerte en aquel estanque de vísceras.
Detrás de
mí, Bernat seguía hablando, aunque sus palabras me llegaban
lejanas, como si mis oídos fueran incapaces de oír algo que no
fuera la risa de mis pequeños.
—...y por
fin he podido hacerme con todas. Lo cierto es que en un principio la
idea era que Noelia fuera la última. —Se rascó la barba
pensativo—. Pero entonces entraste en la tienda y... Bueno... Tus
ojos... La última debías ser tú. No podía haber otra. Así que
pensé: ¿Cómo puedo acercarme a ella? —Sonrió—. ¿Y sabes cuál
es la mejor manera para acercarse a alguien? Quitando de en medio a
alguien cercano. Sois tan vulnerables cuando perdéis a alguien
querido...
Al oír
«Noelia», mi mente pareció despejarse de golpe. Quieta, de
espaldas a ese lunático, rígida por el horror que estaba viendo,
agudicé el oído.
«¿Noe?
¿Ma...mató a Noe?».
Mi mente
era un hervidero de imágenes. Sentí vértigo. Las lágrimas
empezaron a caer.
—Pero no
terminabas de acercarte a mí lo suficiente. A veces eres demasiado
distante, ¿sabes? —Bernat seguía con su palabrería sin dejar de
reír y gesticular, como si lo que contaba fueran simples anécdotas—.
Así que decidí dar otro giro de tuerca. Reconozco que esto último
me costó algo más, los médicos y las enfermeras no nos dejaban a
solas. Pero no iba a ceder en mi empeño, ¿no crees? La vuelta del
Mal ha de completarse, y sabía que debías ser tú la última de las
cinco. Tu sangre debe bañar mi cuerpo para que él pueda entrar...
Siguió
hablando sin parar durante un buen rato. Pero a mí se me acababa de
parar el corazón. ¿Médicos? ¿Enfermeras? ¿Giro de tuerca? No
podía creerlo... ¡¿Ese hijo de puta había matado a mi madre?!
Sentí como
mis músculos se tensaban cada vez más. Mis puños se cerraron en un
intento desesperado por borrar aquella idea.
«No... No
puede ser... ¡Esto debe ser una maldita pesadilla!»
Pero la
mano de mi hijo seguía flotando en ese líquido escarlata.
«Dios
mío... ¡¿Cómo he podido estar tan ciega?!»
Me tapé la
boca con ambas manos y empecé a llorar.
«Hijo de
puta...»
Apreté mis
mandíbulas con fuerza. No quería creerlo. Mejor dicho, no podía.
Había sido mi soporte en aquellos momentos tan duros de llevar... Y
ahora... Ahora...
Detrás de
mí, el sonido de dos metales rozando entre sí me obligó a girarme.
Bernat aguantaba un machete grande en cada mano y los restregaba el
uno contra el otro haciendo un repulsivo sonido que se clavaba en mis
oídos.
—Bueno
qué, ¿al lío? No es nada personal, Moni... Lo hemos pasado bien,
pero todo tiene su fin. —Sonrió y de su boca me pareció ver cómo
salían gusanos. Empecé a temblar—. Además, si lo miras bien, los
tres volveréis a estar juntitos. —La carcajada que salió de sus
labios me erizó la piel—. Venga, que se me acaba el tiempo. ¿Por
dónde quieres empezar? ¿Brazos o piernas?
* * *
—Lo tengo
—dijo Jose, el agente de la B.I.T., a través de la línea
telefónica—. El número está a nombre de un tal Bernat Sendra con
domicilio en Alicante. —Ángel se giró hacia Luis indicándole con
la mano que se acercara—. Hemos podido acceder a su relación de
llamadas y parece que desde hace varias semanas ha estado en contacto
con otro número. He indagado un poco y es una tal... —Buscó entre
sus papeles—. Aquí está: Mónica Estrada, con residencia en
Barcelona. Os paso sus datos.
—Gracias
Jose. Te debemos una.
—Es mi
trabajo. Pero dile a Jaime que coja a ese hijo de puta y le arranque
los huevos.
—Eso está
hecho —afirmó. Colgó el teléfono—. Luis, coge tus cosas. Nos
vamos a Barcelona.
—¿Qué
te ha dicho?
—Básicamente,
que ya está tonteando con otra. Una tal Mónica Estrada, que vive en
Barcelona. Así que nos vamos a visitarla antes de que sea tarde.
Luis tuvo
un mal presagio.
«Otra vez
no...», pensó.
Era incapaz
de apartar de su cabeza un pensamiento: la última vez que un grupo
de locos le llevaron al lugar donde residía su hija, el resultado
fue el asesinato a sangre fría del que debía haber sido su yerno.
—Tengo
que llamar a Carla. Maldita sea... ¿¡No había más sitios en el
mundo que ese loco ha tenido que acabar en Barcelona!?
—No
adelantes acontecimientos. No sabemos si está allí o no. Ni
siquiera si la mujer es otra posible víctima. Venga, vamos. Cuanto
antes salgamos para allá, antes saldremos de dudas. —Marcó el
teléfono de Jaime—. Hola Jaime, ¿habéis hablado con los de la
B.I.T.?
—Sí.
Estábamos en casa del sospechoso cuando nos ha llamado. No está en
Alicante. —El rostro de Ángel se puso serio—. Más vale que nos
demos prisa. Tengo un mal presentimiento.
—Nosotros
vamos para allá.
—De
acuerdo. Terminaremos aquí e iremos para Barcelona también.
—Espero
que no sea demasiado tarde...
* * *
Miré los
machetes. Estaban sucios, pringados con restos de materia orgánica.
Volví a dar arcadas.
—Venga
ya... ¿Ahora te vas a poner a vomitar? ¡Pero si son trocitos de tus
nenes! ¡Mira!
Acercó el
filo a mi cara. Olía a podredumbre. Lo acercó a sus labios y,
sacando la lengua, la paseó por el filo dejando un rastro
sanguinolento en la comisura de su boca. Se había rasgado la piel,
aunque parecía no haberse dado cuenta.
—Ah, se
me olvidaba. —Entornó los ojos para mirarme mientras bajaba ambas
armas y las apretaba con fuerza. Sonrió—. ¿Sabes que lloraban
como niñas mientras les arrancaba sus partes de cuajo?
No me dio
tiempo a asimilar lo que acababa de decir cuando alzó los machetes y
se dirigió hacia mí. Me fijé en su cara y sentí pavor. Parecía
salido de una película de terror: ojos hundidos y llenos de odio con
el labio torcido, en lo que se supone media sonrisa, adornando su
rostro. No podía creer lo que veía. ¿Dónde estaba la calidez con
la que siempre me había tratado?
Se acercaba
a grandes zancadas. Di dos pasos atrás atemorizada. No se dio cuenta
del vómito que dejé escapar la primera vez que vi el contenido de
la bañera y —para mi suerte—, al pisarlo, resbaló y cayó al
suelo doblándose la rodilla de mala manera.
Soltó un
alarido y gritó enfurecido.
Al verle en
el suelo reaccioné. Era ahora o nunca. Corrí aterrada intentado
escapar de toda aquella locura. Pero dejó caer uno de los machetes y
me enganchó por el tobillo.
Caí al
suelo.
Tiré de mi
pie en un intento desesperado por escapar de sus garras.
«Dios
mío... ¡Dios mío!»
Empecé a
gritar y a patalear histérica, pero levantó el machete que aún
blandía y me golpeó en la pierna con fuerza. Sentí un dolor
insoportable por culpa del golpe y la sangre empezó a brotar de la
herida abierta. Al ver la sangre empecé a llorar desconsolada.
Intuía que todo
llegaba a su fin.
«¿Así
acaba todo?», pensé intentando alejarme de un Bernat que era
incapaz de reconocer.
Su brazo me
sujetaba con fuerza y me atraía hacia él.
«¿Por
qué? ¿Eh? ¿Por qué lo hace?»
Lágrimas
de derrota bañaron mi rostro.
«Lo
siento... Lo siento tanto...», pensé con la imagen en mi memoria de
aquellos a los que había perdido del modo más cruel. «Todo ha sido
culpa mía».
Entonces
fue cuando mi padre se me vino a la cabeza.
Le vi en mi
casa, sentado en su sofá esperando vernos entrar por la puerta. Él,
que lo había dado todo por intentar ayudarme a superar el dolor, que
se había tragado su propia angustia por nosotros... ¿Y yo me
quejaba? ¡Él era el que de verdad se iba a quedar solo si no hacía
nada para evitarlo! ¡Solo me tenía a mí!
Pensar en
mi padre me devolvió las ganas de salir de allí. Necesitaba verle
una vez más. Necesitaba darle las gracias por todo lo que había
hecho por mí.
Tenía que
seguir luchando hasta el final, ¡por él!
Fruncí el
ceño.
—¡No me
daré por vencida!
Sacando
fuerzas de no sé ni dónde, volví a patalear con rabia.
En una de
las embestidas tuve la suerte de darle con el talón en la rodilla
dañada. Soltó mi tobillo para agarrársela mientras berreaba una
lista interminable de insultos y aproveché para arrastrarme por el
suelo e intentar salir de aquel infierno. Conseguí ponerme en pie.
Cojeaba por culpa de la herida que me había abierto en la pierna,
pero no me rendiría. Tenía que salir de aquel lugar. Tenía que
escapar de las garras de aquel monstruo. Levanté la vista y miré
hacia la puerta. ¡Un poco más y alcanzaría la salida!
Al alcanzar
el marco de la puerta, me agarré a él como si el simple hecho de
tocar su madera me diera la salvación que esperaba con tanta ansia.
Estaba a salvo. ¡Estaba a salvo! Me giré lo justo para poder ver de
reojo la escena a mi espalda y, en ese instante, en lugar de ver lo
que esperaba, pude ver a mis hijos soltando alaridos desesperados,
buscándome y llamándome para que fuera en su ayuda.
—«¡Mamá!
¡Mamáaaaa! ¡Ayúdanos!».
«¿Alex?
¿Pol?», pensé asustada.
¡Podía
verlos! ¡Casi podía tocarlos!
Las
lágrimas volvieron a caer.
«¡Mis
nenes!»
Algo dentro
de mi cabeza dio un chasquido. No sabría explicar el qué. Pero
sentí cómo una mezcla de sentimientos se apoderaron de mi cuerpo.
¿Rabia? ¿Culpa? ¿Odio? Quizá era una mezcla de todo eso.
—¡Cacho
puta! ¡Cuando te coja voy a disfrutar de lo lindo cortándote en
trocitos! —bramó el monstruo.
Oír su voz
me obligó a apretar la mandíbula con tanta fuerza que los dientes
empezaron a chirriar.
«Tú...»
Fruncí el
ceño cargada de rabia y de odio hacia aquel que me había arrebatado
lo que más quería en el mundo. La tensión se hacía imposible de
soportar y comencé a temblar a la vez que clavaba mis uñas en la
madera.
Todos
estaban muertos por culpa de ese cabrón.
Me giré a
mirarle. Se agarraba la rodilla con ambas manos. Desvié la vista
hacia la bañera y la sangre medio coagulada que contenía parecía
bullir, como si mis hijos intentaran escapar de aquel estado de
podredumbre.
Intentó
levantarse pero la pierna le dolía demasiado.
Mis ojos
chocaron con uno de los machetes. Estaba junto a la alfombra de baño.
Miré su filo ensangrentado y mi mente quedó paralizada unos
instantes.
Levanté la
vista y le miré a él. Sus ojos rezumaban odio.
Sinceramente,
no sé por qué no salí corriendo. Habría sido todo mucho más
sencillo. Pero fue en aquel preciso instante cuando supe con claridad
lo que tenía que hacer.
Intuyó lo
que pretendía y se estiró en el suelo para agarrar el machete que
estaba junto a su pierna.
—¡Ni lo
sueñes, princesa! ¡Estarás muerta antes de tocar siquiera esa
empuñadura!
No tenía
tiempo de escucharle. Las voces de mis hijos retumbaban en mis oídos.
Me dejé
caer para cogerlo antes de que él consiguiera levantarse. Agarré la
empuñadura. Los jadeos de ese lunático a mi espalda me erizaron el
espinazo. Lágrimas de ira caían por mis mejillas. Me giré veloz
con el arma alzada, sujetando su empuñadura con tanta fuerza que mis
nudillos quedaron blanquecinos. Cerré los ojos y sentí cómo el
filo desgarraba algo a la vez que un líquido caliente me bañó el
rostro. Di un paso atrás extenuada, cogiendo aire a grandes
bocanadas y abrí los ojos despacio, rezando para mis adentros que
todo hubiera terminado.
—Mala
puta...
El odio que
desbordaban aquellas palabras me aterró sobremanera.
Estaba
justo delante de mí. Vi su rostro atravesado por una herida profunda
que no dejaba de sangrar.
—Estás
muerta —sentenció.
* * *
Estaban de
camino a Barcelona cuando consiguieron la dirección de la mujer. Al
parecer, llevaba varias semanas viviendo en casa de su padre con una
depresión severa como consecuencia de la muerte prematura de su
madre y de una amiga. Llamaron con el manos libres al domicilio.
El padre de
Moni, al escuchar el teléfono, se levantó azorado.
—¿Sí?
—Señor
Estrada, soy el agente Ángel Ramirez. Necesito hablar con su
hija. ¿Sería tan amable de pasarme con ella?
—¿Agente?
No... —El hombre parecía haber quedado parado—. No... No... Mi
hija no está...
—¿Podría
decirme dónde está?
El padre de
Moni se tuvo que apoyar en la mesita.
—¿Han
averiguado algo? —Esperaba lo peor.
Luis y
Ángel se miraron.
—¿A qué
se refiere?
—Supongo
que me llaman por la denuncia que hice esta mañana.
—No
estamos al corriente de ninguna denuncia. Si es tan amable de
explicarse...
—Sí,
bueno, ayer mi hija se fue con su amigo y mis nietos a pasar el día
a la playa. Pero no regresaron... Verá, mi hija lo está pasando muy
mal y... —Cerró los ojos con fuerza mientras arañaba la madera—.
Me temo que haya podido hacer alguna tontería... Siempre avisa si no
van a venir a dormir. Pero ayer... ayer...
Se
escucharon los sollozos del hombre.
—¿Podría
decirme el nombre de la persona que se fue con ella?
Luis
aguantó la respiración.
—Sí...
sí... Se llama Bernat, lo que no recuerdo el apellido.
Ángel dejó
escapar un suspiro de derrota. Miró a su compañero y dijo:
—Esta
pregunta puede que le resulte extraña, pero es de suma importancia
que la conteste con claridad. ¿Por casualidad su hija no conocería
a ese hombre después de alguna tragedia? La muerte de un familiar, o
de alguien cercano.
El padre de
Moni se quedó callado con los ojos muy abiertos.
—¿Co...
cómo lo saben?
—Maldita
sea... —renegó Luis.
—No se
preocupe, señor. En cuanto tengamos noticias de su hija se lo
haremos saber. No se mueva de casa por si ella regresara, ¿de
cuerdo?
—Claro...
Pero ¿porqué me preguntan eso? ¿¡Ha pasado algo que yo no sepa!?
¡¿Tiene algo que ver Bernat en todo esto?!
—No se
preocupe. —Ahora era Luis el que hablaba. Apretaba los puños sobre
sus rodillas—. Señor, encontraremos a su hija. Y le prometo que se
la traeremos de vuelta. Confíe en mí.
Aquella
afirmación cargada de contundencia consiguió calmar al hombre, que
aceptó con un hilo de voz.
—Por
favor... Tráigalos a casa...
—Se lo
prometo.
Colgaron el
teléfono.
—¡Mierda!
—Ángel aceleró el vehículo—. ¡Llegamos tarde!
* * *
«No podrás
matarme nunca, hijo de puta».
Fue el
pensamiento que llenó mi mente mientras levantaba el arma con toda
la rabia y el odio contenido que parecía querer escapar de mí a
través de la daga. Le hundí la hoja desde la garganta y subió
atravesando la cavidad bucal hasta casi rozar su coronilla.
El cuerpo
sin vida de Bernat cayó sobre mí.
No sé el
rato que quedé inmóvil bajo su peso muerto, notando su sangre
caliente bañando mi cuerpo.
Cuando por
fin reaccioné, asustada, le empujé ayudándome de brazos y piernas
para alejarlo de mí. Era incapaz de pensar con claridad. Solo
deseaba quitármelo de encima.
Cuando me sentí libre me puse en pie. Vi mi reflejo en el espejo de la entrada y empecé a temblar. Estaba cubierta de sangre. Pasé mis manos por ella intentando, desesperada, quitarme ese olor a hierro que se me metía por las fosas nasales. Corrí al baño y abrí el grifo del lavamanos para limpiarme. Pero solo servía para que el rojo lo tiñera todo a mi alrededor.
Miré la
puerta. Me faltaba el aire. Necesitaba salir de allí.
Quise salir
corriendo pero tropecé con el cuerpo del monstruo y caí al suelo.
Aquello me
superó.
Grité con
todas mis fuerzas. Grité, maldecí, berreé. Y, por fin, empecé a llorar desconsolada.
Cuando las
lágrimas se secaron, pues ya apenas si me quedaba alguna,
con los espasmos que el llanto provoca, me acerqué de rodillas hacia
la bañera. Miré el interior. Allí seguía la mano de mi hijo.
Con una
tristeza que ya jamás he conseguido ni conseguiré que escape de mí, acerqué mis
manos y la saqué del líquido cada vez más espeso. La acerqué a mi
cara y, cerrando los ojos, la paseé por mi mejilla intentando
recordar lo que sentía cuando mi pequeño me daba una caricia.
Sentí paz.
Mucho dolor, sí. Pero también paz.
Pasó un
buen rato hasta que encontré las fuerzas para dejar su manita. Tenía
que seguir adelante. Me incorporé con sumo esfuerzo y me despedí en
silencio.
* * *
Cuando los
agentes entraron en la casa que el sospechoso había alquilado hacía
varios meses, lo que encontraron les dejó con el corazón en vilo.
Jamás habían visto algo parecido. En el pasillo que accedía desde
el recibidor hacia el resto de habitaciones, encontraron un cuerpo
sin vida.
—Joder
—exclamó Ángel al verlo, sacando un pañuelo del bolsillo para
cubrirse las fosas nasales—. ¿Es ella?
Era casi
imposible descifrar su identidad. Su rostro apenas se podía
reconocer por culpa de la cantidad de larvas que recorrían su piel y
su cuerpo había sido destrozado por una cantidad innumerable de
puñaladas.
Luis se
agachó junto al cadáver. Había restos de sangre que se alejaban
del cuerpo hacia el baño. Siguió el rastro con cautela. Aunque la
puerta estaba entornada, un hedor a sangre, podredumbre y azufre le
llenó los pulmones. Empujó la hoja de madera.
—Ángel
—dijo con seriedad—, será mejor que vengas a ver esto.
Su
compañero le indicó a los forenses que le avisaran cuando supieran
si era ella y se acercó.
—¿Qué
pasa?
—Tú
mismo —respondió invitándole a entrar.
Cuando
entró, el horror se dibujó en su cara.
Las huellas
de manos ensangrentadas manchaban gran parte de las baldosas blancas
de las paredes. El baño tenía una marca que hacía indicar que
dentro también había habido sangre. Llegaba a la altura del agua
cuando alguien desea bañarse, y se desbordaba hacia el exterior,
formando un charco a los pies de ésta, junto a la cortina de baño
plastificada.
En medio
del charco, unas marcas de arañazos terminaban de darle el aire más
tétrico que pudieran haber visto nunca.
* * *
Hoy me he
despertado en una habitación de hotel. Tengo un fuerte dolor de
cabeza y mis uñas están desgarradas. No recuerdo como llegué aquí.
Pero no he podido quitarme de la cabeza la cara de Bernat. Esa
cara no podré borrarla de mi memoria jamás en la vida.
Te estarás
preguntando si recuerdo algo de lo que sucedió ayer. Y la respuesta
es sí. Claro que lo recuerdo. Recuerdo que ese hijo de la gran puta
asesinó a mis hijos y que le arranqué la vida por ello. ¿Que si me
arrepiento? No. Y si le tuviera delante, lo volvería a hacer.
Una
sonrisa aparece en mis labios.
Me
incorporo de la cama y me voy al baño a lavarme la cara para
despejarme. Cuando me miro al espejo respiro aliviada. La sangre ya
no está. Pero tengo una extraña sensación en mi interior. No
sabría muy bien explicar qué es. Pero no me gusta.
Miro
a través de la cortina. El sol está empezando a caer. Me acerco a
la cama de nuevo y, sentándome a un lado, descuelgo el teléfono.
A
los dos tonos descuelgan.
—Papá
—digo con un tono de voz tan bajo que apenas se escucha.
—¡Moni!
¡¿Dónde estás?! ¡Te hemos estado buscando desesperados!
—Papá,
no puedo volver a casa... —Suspiro. Sé que había prometido
regresar a su lado, pero ya no puedo—. Lo siento...
Mi
padre empieza a decir que no me preocupe, que todo se va a arreglar.
¿Acaso sabe lo que he hecho? Quizá sí. Pero ya no importa. Ya no
hay marcha atrás...
Cuelgo
el teléfono. Me agota escucharle. Solo
es un lastre. Cojo
el mando de la televisión y la enciendo. Están dando las noticias.
Una mujer joven está frente a una masía a las afueras de Barcelona.
Se ven coches patrulla y un cordón policial impide el paso de los
curiosos hasta la casa.
—...Según
las últimas noticias, se desconoce el paradero de la joven
desaparecida...
Mientras
la voz de la mujer parece adormecer mis sentidos, de fondo, junto a
la puerta de acceso a la vivienda, veo a dos hombres. Uno de ellos es
relativamente joven. Pero el otro... Esa manera de rascarse la
barba...
Me
pongo en pie y me acerco a la tele para poder verle mejor.
—Vaya,
vaya... —digo en voz alta.
De
nuevo, la sonrisa.
* * *
Ahora es
mía. Mi muñequita rota...
«¡Socorro!».
FIN.
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
¡Magnífico relato!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Santi! :) Feliz día!! Abraazooo
Eliminarpor aquí, mirando si hay alguna nueva inspiración... :D Bsss
ResponderEliminarHola guapísima :) que va... No hay inspiración... Estoy demasiado liada y no me concentro ni para repasar la novela ni para escribir nada nuevo. A ver si se calma la faena y puedo ponerme otra vez jeje
EliminarGracias por pasarte de todas maneras!! Besitos mil!!!!