Con Azúcar, Por Favor
Titulo: Petit Dejeuner a Paris
Artista: Alahay.deviantart.com
https://alahay.deviantart.com/art/Petit-Dejeuner-a-Paris-Coffee-Parisian-Breakfast-300730268
La mañana era fría. El
sol apenas si atravesaba las espesas nubes de color gris que cruzaban
el cielo, empujadas por el viento. Luis miró por la ventana del
portal, metió las manos en los bolsillos y salió enfundado en su
chaquetón de pana negro. Al sentir el frío en sus mejillas, hundió
la cara en la bufanda que Laura le regaló. Parecía un apéndice más
de su cuerpo, no se la quitaba ni para estar dentro de casa. Era lo
único que le quedaba de ella y, en su empeño por no borrarla de su
vida, se aferró a ella como el que se agarra al mástil de su velero
mientras éste se hunde sin remedio.
Cruzó la calle Mayor.
Caminó unos metros sumido en sus pensamientos y llegó al bar donde
cada mañana, sobre esa hora, paraba a tomarse un café que, de un
tiempo a esta parte, tomaba bien cargado y sin azúcar.
Abrió la puerta de
hierro forjado con los cristales empañados por el calor del interior
del local y entró al refugio del bullicio. Soles le saludó con una
amplia sonrisa desde la barra, manejando sin igual las tazas que
cogía y secaba con garbo.
—¡Buenos días, Señor
Luis! —dijo la mujer con brío—. ¿Lo de siempre?
—Buenos días, Soles.
Sí, por favor.
Luis se dirigió al
fondo del local y se sentó en la mesa redonda, de patas metálicas y
apoyo de mármol, donde solía sentarse con Laura. No se había
terminado de sacar el chaquetón, cuando Soles se acercó contoneando
sus amplias caderas. Dejó el café sobre la mesa y, guiñándole un
ojo como tenía por costumbre, se dirigió a limpiar la mesa que
quedaba a su derecha. Luis la siguió con la mirada. Era una mujer
que, en ningún caso, hubiera dicho que era hermosa. Pero tenía esa
mirada felina que le hacía sentirse pequeño. Y no hablemos del
protuberante pecho que se empeñaba en mostrar, con esos escotes con
los que le recibía. Pero era una buena mujer. Fue la única que,
después de enterarse de lo de Laura, le recibió con una sonrisa y
no dijo nada. Justo lo que, en aquel momento, necesitaba.
Levantó la taza y se la
acercó para dejar que el aroma del café le despejara. Abrió el
periódico y se dispuso a hojearlo. No es que le interesasen
demasiado las noticias de aquella mañana, pero de alguna forma debía
pasar las horas. Sin trabajo, con el dolor de la pérdida y las
escasas ganas de vivir que le quedaban, ir a aquel bar a tomar café,
leer el periódico y ver a Soles, se convirtió en su rutina diaria.
La única razón por la cual se levantaba cada mañana.
De la cocina empezaron a
salir los ruidos metálicos del chocar de cacerolas. Se acercaba la
hora de comer y Doña Bárbara empezaba a prepararse para los
hambrientos trabajadores que no tardarían en llegar para disfrutar
de sus delicias.
—Hombre, Señor Luis
—exclamó al salir por las puertas abatibles de la cocina—. ¿Ya
está otra vez por aquí?
Luis se giró a mirarla
y sonrió con amargura. No había día que no le increpara para que
se buscase a otra mujer, cosa que le incomodaba. Pero, en el fondo,
la tenía aprecio.
—Claro, Doña Bárbara,
como cada día.
—Debería salir más,
Señor Luis, que aún es joven y seguro que hay muchas mozas con
ganas de disfrutar de su compañía.
—No empiece, por
favor... —suplicó mientras cogía la taza y se la llevaba de nuevo
a los labios.
—Que hombre, por
dios... —renegó por lo bajo mientras sacaba de la alacena una
docena de platos y regresaba a la cocina.
Doña Bárbara consiguió
convertir aquel local mugriento en un peregrinaje de comensales
deseosos de deleitarse con sus guisos. Tras pasarse media vida
recorriendo los diferentes rincones de España en busca de ideas
culinarias, se forjó una merecida reputación en la capital, siendo
uno de los platos preferidos por los clientes el guiso de patatas con
costillas que aderezaba con una buena sazón de pimentón.
Los primeros
trabajadores fueron desfilando por el local y el ruido fue en
aumento.
El olor de los guisos y
la carne, hecha en las brasas de la cocina, fueron llenando el lugar.
Luis tomó una buena
bocanada de aire.
—¡Soles! —Levantó
su mano para que la mujer le viera. Ella le miró y, con un gesto de
cabeza, le preguntó qué podía servirle—. Hoy me quedaré a comer
aquí. Huele de maravilla.
No es que no le gustara
comer allí, pero el dinero escaseaba y eran muy pocas las ocasiones
en que podía permitirse semejante lujo.
—¡Eso está hecho,
señor Luis! ¡En un momento le preparo la mesa!
En cuestión de minutos,
todas las mesas fueron ocupadas.
Luis fue recorriendo la
mirada por el local. Le gustaba observar a Soles manejarse entre
aquella jauría de hombres hambrientos. «Esta mujer nunca dejará de
sorprenderme», pensó para sí mismo con una sonrisa al ver el
desparpajo que derrochaba.
Las puertas del local se
abrieron de nuevo.
Esta vez entró una
mujer de melena rubia, recogida en un moño bajo, envuelta en una
gabardina de lana roja. Parecía buscar a alguien. Al verla, Luis se
sonrojó. Era la mujer más bonita que había visto nunca.
La joven se acercó a la
barra y le preguntó a Soles si disponía de alguna mesa libre para
poder comer. Tocándose el mentón, recorrió el local con la
mirada. No quedaba ninguna mesa libre y dijo algo en voz baja, más para sí misma que para su
interlocutora. Iba a disculparse ante
la clienta cuando se fijó en la mesa de Luis, quién apartó la
mirada nervioso. Rió para sí misma y le dijo algo a la mujer,
que se volteó para mirar en la misma dirección.
«Maldita sea, Soles, ni
se te ocurra —pensó cogiendo el periódico para disimular—. ¡Hay
más mesas!».
Las miró de reojo y
notó cómo la sangre le subía a las mejillas.
La dama, con una sonrisa cálida en los labios, asintió. La camarera soltó una fuerte risotada y se acercó hacia él, indicándole a la mujer que le siguiera.
La dama, con una sonrisa cálida en los labios, asintió. La camarera soltó una fuerte risotada y se acercó hacia él, indicándole a la mujer que le siguiera.
—Señor Luis —comenzó
diciendo, sonriente, al llegar junto a él—. ¿Verdad que a usted
no le importa que esta señorita se siente a comer con usted?
Luis la miró con ojos
abiertos cómo platos y quiso negarse, pero apenas si le salió un
leve silbido de los labios.
—¿Ve? —se apresuró
a añadir, volviéndose hacia la mujer e ignorando el intento de fuga
del hombre—. Ya le había dicho yo que no le importaría.
La joven le miró
ruborizada.
—Muchas gracias. No
querría molestar...
Luis maldijo su
suerte... ¡Con el hambre que le había entrado por culpa de los
olores que salían de la cocina! Resignado, se puso en pie.
—No... No se preocupe
por mí, señorita. —Tartamudeaba de los nervios. Hacía demasiado
tiempo que no se dirigía a una mujer que no fueran Soles o Doña
Bábara—. Yo ya... Ya me iba.
—¡No, no! ¡Por
favor! —exclamó azorada—. ¡No quiero que usted se
quede sin comer por culpa mía!
—¡Pero, Señor Luis!
—Soles alzó la voz mientras se colocaba los brazos en jarra—.
¡¿Cómo hace que una señorita se incomode de esta manera?!
Se sintió
acorralado. Miró a un lado y a otro sintiendo ser el centro de todas
las miradas y, bajando la vista derrotado, suspiró.
La joven hizo ademán de
marcharse, sintiéndose ridícula al pensar que podría sentarse
junto a un total desconocido para comer.
—No... No se vaya, por
favor —La vergüenza hizo que sus orejas tomaran un color granate
oscuro y apenas levantó la vista al hablar—. Disculpe mi mal
comportamiento y tome asiento, por favor. Sería un placer compartir
mesa con usted.
Ella se giró hacia él y sus ojos sonrieron de tal manera que atravesaron el pecho de Luis. Aquella mirada...
Soles la ayudó con su chaquetón, colgándolo en una percha cercana, y, al pasar
junto al hombre, susurró:
—No se cierre en
banda, señor Luis. A veces la vida nos regala pequeños momentos que
no debemos desaprovechar...
Luis se la quedó
mirando sin decir nada y miró a la joven sentada frente a él.
Sonreía divertida observando todo lo que les rodeaba.
¿Por qué no? Quizá
terminaría disfrutando de su compañía.
Doña Bárbara fue
sacando los platos con la comida. Las palabras fueron surgiendo y la
tensión se fue disipando hasta que las risas llenaron la mesa de
complicidad.
Cuando Soles se acercó
a tomar nota de los cafés, para su sorpresa, Luis dijo:
-Para mí café. Pero
trae azúcar, por favor.
Le miró
sorprendida antes de tomar nota y sonrió feliz de ver que su amigo, por fin, había
recuperado las ganas de vivir.
La vida, a veces, esconde
momentos cargados de magia. Solo tenemos que aprender a verlos y no
dejarlos escapar...
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative
Oh sí, sin duda hay que intentar saborear los momentos de magia ya que son fugaces y tardan en volver. Bonito relato :)
ResponderEliminarBuenos días, Miguel Ángel!! :) Que alegría tenerte por aquí! ^^ Si, yo creo que la magia está ahí, en pequeños momentos, y que no hay que desaprovecharlos cuando se presentan :)
EliminarMuchísimas gracias por pasarte por aquí y leer :D Me alegro de volverte a leer. Un abrazo fuerte!!
Muy bueno, Carmen. Un paso de página en la vida excelente. Me ha encantado. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarHola Diego!! Vaya, muchisimas gracias!!! Que venga de ti, es todo un halago ^^ Siempre hay que dejar la puerta abierta a un nuevo comienzo ;) jeje
EliminarPor cierto, me he pasado a leer "El maletín" y tengo que decir que: wow!! Tu imaginación no tiene límites!! Me encanta :)
Bueno guapísimo, que disfrutes mucho del finde que ya tenemos aquí ^^Abrazooooi
Cada instante hay que disfrutarlo. Saludos desde comunidad google+ RincónDeLetrasYBohemia
ResponderEliminarGran verdad, Leandro :)
EliminarGracias por invitarme a la comunidad, y por pasarte por aquí ^^
Termina de pasar un bonito día. ¡¡Saludos!!
¡Qué bonito, Carmen! "El azucar de la vida" 😏 a veces las circunstancias nos hacen volvernos amargos 😔
ResponderEliminarBonito relato. ¡Un abrazo! 😘
Hola guapísima!! Mil gracias!! Si, la vida a veces nos borra la sonrisa y nos volvemos amargos, pero siempre queda ese rayito de esperanza que acaba por iluminarnos de nuevo el camino ^^
EliminarMuchas gracias por pasarte por aquí!! Eres un sol :) Un besote!! y a por el ya casi finde con todas las ganas ;)