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Frankestein

¡¡Buenas!!

Como lo prometido es deuda, aquí os traigo una historia basada en el mundo real. Se trata de un ejercicio que realicé para el cibertaller literario de José Losada (autor que admiro mucho y que aprecio de todo corazón), quién ha corregido el texto y lo ha bautizado con este nombre tan fantástico. (¡¡¡Mil gracias, José!!!). 

Espero que os guste y que disfrutéis de su lectura. ¡Un abrazo!



Berta trabajaba para el servicio de limpieza del hospital psiquiátrico que se alzaba a las afueras de la ciudad, un edificio de estilo modernista con planta en forma de «U», cuyas alas estaban separadas por una plaza ajardinada. 

Su trabajo era monótono. Demasiado. Para hacerlo más ameno,  le gustaba mezclarse con los pacientes, conocerlos... 

Todos tenían algo de especial, pero sobretodo le intrigaban los internos del ala Sur, al que no tenía permitido el acceso. 

—Perdona, Gabriela. —Berta se acercó a la enfermera que pasaba en ese momento empujando un carrito repleto de frascos con medicinas—. ¿Conoces a la mujer que se suele asomar a la ventana de la habitación 309?

Aquella interna llamaba su atención sobremanera. Cada día veía cómo se asomaba a su ventana de la tercera planta, al final del edificio. Era una mujer menuda pero estilizada, de pelo oscuro y piel clara que miraba el horizonte con ojos de un azul tan claro como el del cielo de una mañana despejada.

Gabriela la miró con sorpresa.

—De esa planta es mejor que no quieras saber mucho, linda —respondió con un acento sureño muy marcado. Berta, apoyada en la mopa, se giró para observar la fila de ventanas que se dibujaba frente a ella. ¿Qué secretos escondería esa mujer que tanto le atraía? —Ah, no, mi niña —continuó diciendo al ver el reflejo de la curiosidad marcándose en su mirada—, ni se te ocurra husmear por allí. Al director no le gusta que merodeen curiosos por ese ala, ¿sabes? Es la zona de la gente de bien, linda. Hazte un favor y olvídalo.

Y sin añadir nada más, continuó empujando el carrito hasta perderse en el interior de una de las habitaciones.

Al finalizar su turno, el alba ya despuntaba.

Guardó las cosas en la sala de mantenimiento y se colocó la chaqueta, abrochando, distraída, cada uno de los botones.

Salió al exterior y comenzó a cruzar el jardín. Alzó la mirada hacia la habitación 309. En ese momento, como cada día desde que llegó al hospital, la joven se asomaba de nuevo a la ventana, contemplando el exterior con gesto ausente. ¿Cómo no iba a llamar su atención? En cierto modo, le recordaba un poco a ella, a esa manía que tenía de perderse en sus pensamientos cada mañana.

—¡Hombre, Berta! —Berta dio un respingo—. Tranquila mujer, que soy yo —rio Toni al ver que la había asustado—. ¿Ya has terminado por hoy? Si quieres te acerco a casa.

Toni era uno de los celadores del centro. Moreno, alto y con una bonita sonrisa, era capaz de contagiar su buen humor a todo el que se cruzaba con él.

—Pues si me acercas, la verdad es que me haces un favor. Estoy reventada y no me gustaría dormirme en el autobús...

—Pues vamos. Tengo el coche en el parking.

Mientras caminaban, Berta sopesaba la advertencia de Gabriela acerca de no indagar sobre el ala sur del hospital cuando Toni le sorprendió sacando el tema.

—He oído que estás preguntando mucho por la zona de los VIP. —Sonrió con malicia—. ¿Ya nos quieres abandonar por los ricachones?

—¡Qué va! Es solo curiosidad... —Caminaron unos segundos en silencio—. Oye, Toni, no sabrás nada sobre la mujer que hay siempre, al amanecer, asomada a su ventana de la planta 3, ¿verdad?

—¿Te refieres a Valeria?

—¿Valeria?

—Si es quién creo que dices, se llama Valeria Rosolova. Pero no deberías acercarte mucho a ella... Se dice que es de las «peligrosas». —Remarcó el adjetivo con un gesto de los dedos—. Por muy gente de bien que sean, no dejan de ser pacientes que...

Berta dejó de escuchar.

Valeria... Qué nombre tan curioso: Valeria Rosolova. ¿Qué escondería en su cabeza? ¿Quizá depresión? Pero si era peligrosa... ¿Alguna psicopatía, quizá?

Se regañó a sí misma al darse cuenta de lo que estaba haciendo. «Seré morbosa», pensó. Pero fue incapaz de dejar de pensar en ello. Las preguntas siguieron danzando sobre su cabeza. La curiosidad era superior a ella.

Al llegar a casa, se puso el pijama y buscó por internet por si había algún tipo de información acerca de la joven: su facebook, su lugar de nacimiento... Algo. Lo que fuera.

Nada.

Estaba a punto de cerrar el navegador cuando, en uno de los links, vio una fotografía vieja de una niña que bien podría ser ella. Amplió la imagen y leyó:

«Valeria Rosolova. Nacida en Moscú en el año 1993. Hija del magnate ruso Ivan Rosolova y la modelo ucraniana Daria Koval, fue ingresada en un centro especial de paradero desconocido en el año 2010».

Entró en el enlace y releyó una y otra vez toda la página para saciar su implacable curiosidad. ¿Qué haría una rusa internada en su hospital? Y, ¿por qué narices se asomaba siempre a la ventana? Pero lo único que encontró en todo el artículo, el cual hablaba de las finanzas del magnate, fue lo que decían de ella las notas al pie de la imagen.

Nerviosa, con más ansias que nunca por conocer más detalles sobre ella, se vistió y salió de casa para ir al hospital.

Allí estaba. De pie, apoyada en el alféizar de la ventana. Esta vez, acababa de encender un cigarrillo y le daba una calada.

—¿Quién eres, Valeria? —murmuró desde el centro del jardín.

—¡Ei! —Era Toni. Antes de salir disparada hacia el hospital, le había llamado para contarle que se iba a colar en el ala sur con la intención de conocer a Valeria en persona. —Estás loca. Como nos pillen...

—Nadie te ha pedido que vinieras. Solo te he llamado para contarte lo que iba a hacer.

—Sí, ya... —La miró de soslayo, entrecerrando los ojos—. Como que no sabías que vendría si me lo decías.

Berta rio por lo bajo. Lo cierto es que contaba con que él la acompañara.

Entraron en el edificio y se encaminaron hacia las escaleras que daban acceso a la zona sur del hospital. En recepción, Ruth y Marta cotorreaban sin parar.

—Suerte que estas dos cuando empiezan a hablar... —comentó Toni con guasa, dándole un suave codazo en el brazo.

Llegaron a la tercera planta. Berta sujetó con fuerza la maceta que llevaba en las manos y que serviría como excusa si alguien les preguntaba dónde iban. Cogió aire y resopló nerviosa.

El pasillo se veía mucho más lujoso que el del ala norte. De paredes color crema, con luz cálida y una moqueta clara en el suelo, parecía más un pasillo de hotel que un hospital.

Una puerta se abrió y ambos se quedaron petrificados en medio del pasillo. Salió un hombre vestido con una bata blanca que, al verles, les saludó con un leve gesto sin prestarles la menor atención y desapareció.

Respiraron aliviados.

—Vamos —susurró Berta.

Cuando llegaron a la habitación abrieron la puerta sin llamar, deseosos de esconderse de posibles ojos indiscretos. Al girarse hacia el cuarto, Valeria estaba terminando de colocarse el camisón mientras un hombre mayor, de gran corpulencia y rasgos nórdicos, se abrochaba el pantalón. Parecía que la imagen se hubiera congelado en el tiempo.

—Esto... per...perdón —se excusaron, avergonzados, saliendo y cerrando la puerta de golpe.

—Joder... Si llegamos a venir un par de minutos antes...

Toni tenía el rostro enrojecido y se movía inquieto.

—No sabía que estaban permitidas las relaciones dentro del centro —comentó Berta, aún desconcertada.

La cara de Valeria, por su parte, mantenía el gesto triste y demacrado que la caracterizaba. Tenía ganas de llorar. Pero hacía mucho tiempo que no le quedaban lágrimas que derramar.

—Valeria —dijo el hombre con voz ronca, carraspeando—, supongo que no he de recordarte que debes mantener esto en secreto. —Ella negó con la cabeza, en silencio—. Bien. Le diré a tu padre que estás bien.

Cuando se quedó sola en la habitación, cogió las pastillas de la mesita que había junto a la cama y se las tomó acompañadas de un sorbo de agua. Se tumbó en la cama y cerró los ojos, anestesiada por las drogas que, poco a poco, iban haciendo efecto en su frágil cuerpo.

Berta no podía dormir. La cara de Valeria seguía inquietándola. ¿Quién era ese hombre? ¿Y por qué ella parecía tan triste? Algo no cuadraba...

Intentó hablar con Toni, pero esquivaba sus preguntas con gesto serio.

—Venga ya, Toni. No me cambies de tema otra vez. Seguro que por eso el director no nos deja ir a esa parte del hospital.

—No digas tonterías. —Miró a su alrededor buscando una excusa para irse—. Tengo que ayudar al doctor Peláez. —Se giró hacia ella antes de marcharse—. Berta, déjalo estar, ¿vale?

Al día siguiente, incapaz de sacarse de la cabeza la idea de que debía ayudar a la joven que había alimentado su curiosidad desde hacía tanto tiempo, tomó la determinación de sacarla de allí. Fuera lo que fuese lo que pasaba en aquella habitación, no le hacía ningún bien.

Cogió una mochila y metió ropa. «Supongo que esto le irá bien», pensó. Salió de casa y fue directa al hospital. Subió a la tercera planta. Esperó a que no hubiera nadie en el pasillo y corrió hasta la puerta 309. La abrió con cuidado, escrutando el interior. Valeria estaba tumbada en la cama. Entró veloz y la despertó.

—Corre, vístete. Voy a sacarte de aquí —susurró, mirando hacia la puerta una y otra vez.

La joven la miró extrañada. Se encogió de hombros y se vistió. Cuando terminó de vestirse, algo brilló en sus ojos. Fue un leve reflejo que cambió su gesto por una milésima de segundo. Berta pensó que habían sido imaginaciones suyas y la apremió para que se terminara de vestir.

Justo cuando iban a salir por la puerta, el mismo hombre de la vez anterior apareció frente a ellas.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con su duro acento.

—Esto... —Berta no sabía qué decir y se maldijo a sí misma por su falta de previsión—. Verá, señor, me tengo que llevar a la señorita Rosolova para...

Antes de poder acabar la frase, el rostro del hombre cambió. Apretó los dientes, con evidente nerviosismo.

—Mierda... —renegó.

Berta se giró hacia la joven sin entender lo que estaba pasando, con una extraña sensación de inseguridad en el cuerpo.

Detrás de ella, Valeria Rosolova soltó una risa estridente que le erizó el vello de la nuca. Su mirada, fría y punzante, atravesó su retina mientras la boca, desencajada, reía provocando fuertes espasmos en su pequeño cuerpo.

El hombre fue hacia ella y la empujó, haciéndola caer sobre la cama.

—¡¿Qué vas a hacer?! —preguntó Berta, cada vez más nerviosa, al ver que el hombre se empezaba a desabrochar el pantalón.

«¡Lo va a hacer! ¡Y delante de mí!», pensó horrorizada.

Corrió hacia él y le golpeó en la espalda con rabia.

—¡Ni se te ocurra tocarla, cacho cabrón! —gritó encolerizada.

El hombre le dio tal empujón que perdió el equilibrio y cayó de culo junto a la mesita. Se intentó poner de pie, notando cómo los ojos se le humedecían.

El hombre se bajó el pantalón. Valeria reía fuera de control, golpeando su cabeza contra el cabecero de la cama.

Berta empezó a llorar. No podía hacer nada... ¡Nada!

El hombre se acercó a la joven Valeria. Se sacó una bolsita de plástico que llevaba pegada con cinta adhesiva al muslo y que, en un principio, Berta no vio. Le cogió por el pelo y, tirando su cabeza hacia atrás, le obligó a abrir la boca apretando con fuerza sus mofletes para meter en su interior el contenido de la bolsa.

—Traga Valeria... ¡Traga!

Cuando la droga empezó a hacer efecto, la joven empezó a calmarse y se quedó dormida.

Berta no daba crédito a lo que acababa de pasar.

—¿Qué... qué le has dado?

El hombre se giró hacia ella y luego miró a la joven. Suspiró y se comenzó a subir los pantalones.

—Su padre me pidió que le tratara. —Levantó la mano que sujetaba la bolsita de plástico—. Encontré este fármaco experimental que parecía bastante interesante, pero el centro no me dejó probarlo con ella y, desde que pregunté si lo podía utilizar, cada vez que vengo a ver a la joven Rosolova, registran todas mis cosas a conciencia. —Suspiró—. Sé que no es un modo muy ortodoxo de meter aquí la droga, pero ha sido la única manera que he encontrado de hacerlo... —Dejó la bolsa en el bolsillo del pantalón. Se colocó la chaqueta y se acercó a tomar el pulso de la joven—. Hasta el momento es lo único que ha conseguido que Valeria concilie el sueño. Y, lo que es más importante, ha dejado de hacerse daño a sí misma.

»En cuanto a usted, señorita, le pediría que fuera discreta en relación a lo que ha descubierto. Al señor Rosolova no le gustaría que, por culpa de su intromisión, su hija fuera expulsada del centro.

El hombre hizo un gesto con su mano a modo de advertencia que obligó a Berta a tragar saliva.

Cuando salió de la habitación, dejando a la mujer y a su supuesto médico solos, se apoyó en la puerta y se dejó caer, sentándose en el suelo. Jamás imaginó que su curiosidad la llevaría a tener problemas con los rusos. Cogió aire, se levantó despacio y se juró a sí misma no volver a caer bajo su influencia nunca más.

Pero... ¿Y si...?

 FIN.


Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.

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Comentarios

  1. ¡Fantástico! Mantiene una tensión constante hasta el final. Enhorabuena... y no te fíes nunca de las apariencias.

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    1. Mil gracias, Diego!! Que alegría que te haya gustado!! Con lo superfan que soy de tu forma de escribir, es todo un honor!! Aiiiisssssssss
      Y si, sin duda, no te fíes nunca de las apariencias ;) jeje
      Pasa un gran finde, guapísimo!! Besitos

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  2. Me ha encantado, vaya tensión , uff

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    1. Hola Anna!! Muchas gracias por pasarte por aquí ^^ Me alegro que te haya gustado :) Besitos!

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  3. Hola, nueva seguidora; felicitaciones por blogs y publicaciones; este es el último publicado por mí:https://ioamoilibrieleserietv.blogspot.it/2018/04/recensione-serie-diabolic-s-j-kincaid.html


    Si quieres te espero como lectora permanente

    Gracias

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    1. Hola Benedetta, bienvenida :) Espero que te guste lo que lees ;)
      Y claro, me pasaré a leerte ^^ Un saludo!!

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  4. Fantástico suspense en inmejorable escenario, un psiquiátrico; y la interrogación final te deja pensando... Curiosos personajes, Berta y Valeria!
    Como siempre un buen rato de lectura!
    Abrazo!

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    1. Hola Miguel Ángel!! ^^
      Qué bien que te haya gustado! Y si has pasado un rato agradable de lectura, yo más feliz que nadie :)
      Mil gracias por pasarte por aquí!! Ah, por cierto, me pasé por tu blog y parece que hace tiempo que no subes ninguna historia,no? Tu avísame si subes algo, eh? Que me gusta leer tus letras también jeje ^^
      Un abrazo, Miguel!! Que termines de pasar una bonita semana.

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    2. Pues precisamente he publicado esta rareza :

      https://expressionisimus.blogspot.com.es

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    3. Uuuuhhh, pues allá que me voy!! Jejje Hasta ahora!! ^^

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    4. Vale, no sé qué he liado pero no he podido comentar nada en tu entrada... O quizá sí pero a mí no me sale en pantalla jeje Cosas de la tecnología. Asi que te lo diré también por aquí.
      Te decía que me gusta esa nueva forma que tienes de expresarte, una forma abstracta y atractiva de mostrar la realidad, o la fantasía. Por cierto, me encantan los dibujos!! Eres una caja de sorpresas ^^ Un abrazo, Miguel Angel!! Y ahora que sé por dónde andas, por allí me tendrás jeje

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