Sin Salida II. Conflicto.
Miller, el director de
la NSA, levantó la mirada de su ordenador un instante y le hizo un
gesto a su ayudante para que se acercara.
-Hemos recibido esto
esta mañana. Creo que debería echarle un vistazo -dijo acercándole
los papeles que llevaba en su mano-.
Miller alargó la mano
y, recostándose en su sillón de piel oscura, leyó el documento. A
medida que sus ojos leían las palabras allí escritas, sus manos
iban aferrando con más fuerza el papel.
-¿Pero qué demonios
significa esto?
-No lo sé, Señor, por
eso he decidido enseñárselo a usted.
-Está bien, Mike, ya te
puedes ir.
Miller giró su sillón
hacia el ventanal que tenía a sus espaldas y, con las manos
enlazadas en su pecho, con los índices rozando sus labios, observó
el paisaje de aquella fría mañana, pensativo. Giró el rostro hacia
el papel que había dejado sobre el escritorio, giró de nuevo el
sillón y, cogiendo el auricular de su teléfono, marcó unos
números.
-Smith -comenzó
diciendo-. Soy Miller. Tenemos que hablar. De acuerdo. En media hora
estoy allí.
Colgó el auricular y,
colocándose la chaqueta, salió por la puerta.
-Mike, voy a salir. No
tardaré.
-De acuerdo, Señor.
Mike le observó
alejarse con cierta preocupación. Que después de recibir aquella
información, su jefe saliera con aquel semblante serio, sólo podía
significar malas noticias.
El taxi recorrió las
calles de Washington a gran velocidad hasta detenerse frente a un
starbucks café, en una de las avenidas cercanas al Instituto
Smithsoniano. Miller bajó del coche, pagó al hombre que esperaba
paciente al volante, y entró en el establecimiento. En una de las
mesas de la planta algo más elevada, se encontraba Smith, uno de los
peces gordos de la CIA.
-Buenos días, Miller
-dijo tras darle un sorbo a su café-. Pero siéntate, hombre, y
tómate un café, que tienes una cara de perro que no veas.
Miller se sacó la
chaqueta y se sentó a su lado.
-¿A qué viene este
repentino ataque de nostalgia?
-Hemos recibido esta
información y necesito que me la verifiques -dijo, con bastante
sequedad, acercándole la carpeta con la documentación-.
-¿De qué se trata?
Alargó su mano, y
cogiendo los papeles, empezó a leer. Su rostro ensombreció.
-Este no es lugar para
hablar de esto.
-Así que es cierto...
-No te lo puedo negar,
si eso es lo que te interesa saber. Pero este no es el lugar para
hablar de ello. Vayamos a mi coche, me esperan cerca de aquí.
Al sentarse en el
vehículo, Miller miró a su antiguo compañero con recelo.
-Y bien, ¿qué narices
está pasando? Según estos papeles, se ha enviado un pelotón en una
misión no autorizada, y, para colmo, no se ha sabido nada de ellos
en 12 horas. ¿Me puedes explicar qué significa todo esto?
-Miller, Miller...
Sigues siendo un desconfiado...
-No, no soy desconfiado,
sólo quiero saber quién ha dado la orden para que ese pelotón se
acercara hasta esa maldita ciudad -pasó la mano por el rostro,
agotado-. Y sólo habéis podido ser vosotros.
Smith sonrió con
orgullo.
-Así somos nosotros,
¿no? Vamos, Miller, a ti qué más te da lo que le pase a unos pocos soldados...
Miller le fulminó con la mirada. Intentó mantener la calma y dijo:
-¿Por qué les habéis
enviado allí?
-Esa guerra se está
haciendo demasiado pesada, demasiado costosa. Tenemos que acabar con
ella cuanto antes, y se nos ha presentado la oportunidad, eso es
todo.
-¿Cómo? -exclamó
sorprendido-.
-Hemos conseguido que
esa gente se siente a dialogar. Pero, claro, en esta vida nada es
gratis. Y ya se sabe, en toda guerra hay que hacer sacrificios...
-¿¡Pero de qué
diantres estás hablando!? ¡¿Sacrificios?!
-A cambio de firmar la
paz, querían la cabeza del jefe de la resistencia, y eso les hemos
dado.
-Pero...
-Con la excusa de
necesitar ayuda médica, les hemos enviado a aquel que buscan
envuelto para regalo en el furgón médico. Por supuesto, es
altamente confidencial, por lo que los que custodian el furgón, no
saben nada al respecto. Y es mejor así.
-¿Y qué pasará con
los soldados encargados de la misión? -preguntó Miller mirando a
través de la ventana-.
-Bueno, cómo
entenderás, no estamos en situación de poder enviar refuerzos a
aquella zona, al fin y al cabo, sólo van a llevar medicamentos. Lo
que pase a partir de ahora, es cosa de ellos. Seguramente, tendremos
un triste accidente, dónde por las maldades del destino, el furgón
estalla por alguna bomba abandonada.
-¡¿Pero tú te estás
oyendo?! -gritó fuera de sí cogiendo a Smith por el cuello de la
camisa-. ¡¿Y si alcanzan también a los soldados?! Por dios... ¡Van
a una muerte casi segura!
-Lo siento, Miller, pero
así son las cosas. Ya he hablado demasiado. Y sólo porque eres el
director de la NSA, y no puedo esconderte nada. Pero es lo que hay.
Será mejor que lo olvides, le des carpetazo y te vayas a tomar unas
cervezas con los compañeros de trabajo.
Miller le miró
desconcertado. ¿De verdad le estaba pidiendo que lo olvidara? Dejó
caer los brazos, abatido, y salió del coche en silencio. Smith bajó
la ventanilla del vehículo y dijo:
-Miller, en serio,
olvídalo.
Y el coche arrancó
perdiéndose entre el tráfico de aquella mañana.
Sentado de nuevo en su
despacho, Miller no podía dejar de pensar en lo que había pasado.
Las palabras de Smith, frías cómo el hielo, pidiéndole que
olvidara lo que sabía, se le estaban atragantando. Un flash cruzó
su mente. Un flash de cuando él fue soldado. ¿Cómo se habría
sentido si le hubieran abandonado a su suerte cómo estaban haciendo
ellos con aquellos pobres soldados? Se reclinó sobre el sillón y
elevó la mirada al cielo.
Continuará...
Obra registrada en SafeCreative a nombre de Carmen de Loma.
¡Vaya sorpresa! Resulta que van a sacrificar a los soldados por un bien mayor. No es ético. Es inhumano. Menos mal que Miller tiene conciencia.
ResponderEliminarSí... Hay hombres sin escrúpulos, ¿eh?
EliminarEsta vez te mando un besote, por dejarme tantos comentarios en un día, me ha hecho mucha ilusión leerte ^^