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La Llamada. Capítulo 20.


–¡Vamos! ¡Vamos! -gritó Gómez agitado-.

Entraron en el pasadizo. Dejaron caer el cuerpo al suelo y corrieron a cerrar la puerta metálica. Lolo buscó algo con qué atrancarla.

–¡Joder! ¡Están demasiado cerca! –gritó Ángel, que empujaba la puerta, al ver cómo el metal cedía por el impacto de uno de los proyectiles.

–¡Hay que salir de aquí cómo sea! ¡Vamos!

Una barra metálica que servía para aguantar parte del techo sirvió para atrancar el pomo de la puerta. La colocó y regresó junto al sargento y el joven.

–¿Y ahora qué?

–Hay que salir de este matadero –dijo Gómez agachándose junto al cuerpo.

Unos pasos que venían de la ermita les alertaron.

–Sargento, esto no me gusta nada... –murmuró Lolo a su lado–. Se supone que nadie conoce esta entrada.

–Ni a mí. Ángel, quédate con Carlos. Vamos a ver qué está pasando.

–De acuerdo.

* * *

El móvil de Sánchez vibró dentro de su chaqueta. Se apartó de sus compañeros y contestó.

–Sánchez al habla.

–Señor. Según me han comunicado desde el castillo, se han llevado el cuerpo.

–¡¿Qué?! Maldita sea...

Sir William se giró hacia él al oír la exclamación que escapó de sus labios. Sánchez le miró y, frunciendo el ceño, le dio la espalda.

–Ya podéis ir a recuperarlo como sea –añadió más bajo–. Y no quiero fallos.

–Descuide Señor.

William se acercó a él.

–¿Ha pasado algo, señor Sánchez? Le veo un tanto alterado –dijo con su altivez habitual.

–Nada de lo que no pueda ocuparme –contestó con rudeza.

–Bien. No creo que a nuestro Prior le guste que hayan complicaciones de última hora. Además, conoce de sobras las consecuencias, en el caso de que algo falle.

–No hay complicaciones –dijo apretando los puños con rabia–. Ahora, si me disculpa, –buscó a Smith con la mirada y movió su cabeza haciéndole saber que le necesitaba–, he de salir un momento.

Smith asintió y ambos se dirigieron hacia la salida mientras Sánchez sacaba el teléfono y marcaba un número. En ese momento, Yemdet Nasr entraba en la sala tras su discurso. Al ver el rostro desencajado de Sánchez, se acercó a William.

–¿Ha pasado algo, William?

–Le dije que no debía confiar en esa escoria templaria, mi señor.

Yemdet se asomó por la ventana y vio cómo Sánchez, Smith y Mamen subían a un vehículo.

–No se preocupe, Sir William. Lo que ha de suceder, sucederá.

Una sonrisa fría se dibujó en sus labios a la vez que William se acercaba a la ventana y se asomaba a mirar. El vehículo arrancó y salió del cortijo levantando una gran polvareda.

* * *

Gómez situó los dedos en su rostro y le indicó a Lolo la posición que debía tomar. Sujetó su arma con fuerza, y sin dejar de mirar a través de la mirilla, avanzaron con cautela. Unas voces se oían cada vez más cerca, aunque era difícil entender lo que decían debido al eco que generaban las paredes.

–¿Una mujer? –preguntó Lolo extrañado.

–No puede ser...

Gómez salió corriendo. Lolo, pillado por sorpresa, tardó unos segundos en reaccionar.

–¡Mierda! –refunfuñó arrancando a correr.

Cuando alcanzó a su compañero, Gómez apuntaba con su arma a un grupo formado por dos personas, una de ellas, una joven que parecía conocerle.

–¡Gómez! –dijo la mujer con acento americano–. ¡¿Pero qué haces?!

–He preguntado que qué hacéis aquí. Y espero una respuesta.

–Sargento –intervino Cristian–. Cálmese y hablemos un momento. Baje su arma, por favor.

Lolo se colocó junto a él y apuntó a su vez a los desconocidos.

–Luis, ¿todo bien?

–Te presento al Maestre de los Templarios, el señor Cristian de Molay y a la doctora que nos ha metido en este embrollo, la señorita Jules.

Alyssa no daba crédito a lo que estaba pasando. Incapaz de entender por qué Gómez se había escapado y por qué les apuntaba con su arma, intentó acercarse a él.

–No se acerque, doctora. No tengo intención de hacerles daño, pero no voy a dejar que os interpongáis en mi camino.

–A ver, señor Gómez, por favor, deje que...

–No. Deje que le explique YO la situación. Han puesto a mi familia en peligro, señor Cristian. No sé si entiende lo que eso significa, pero tenga por seguro que no pienso dejarlas en sus manos. He visto cómo las gastan esos desgraciados y no quiero ni pensar en lo que las podrían hacer.

–Pero... ¡Pero tú solo no podrás hacer nada! –añadió Alyssa visiblemente afectada por la situación.

–Yo solo no. Por supuesto. Y, por eso, no lo estoy. –Se giró hacia su compañero–. Lolo, ayuda a los otros dos. Nos vamos.

–Sí, señor.

Lolo corrió hacia el lugar en el que estaban Ángel y Carlos.

–A ver, Sargento. Por favor, ¡nosotros estamos de su parte! ¿Es que no lo entiende?

–¡¿Y cómo puedo estar seguro de ello?! ¡¿Cómo sé que una vez que tengan lo que quieren no dejará que ellas mueran?!

–¡Por el amor de dios, Sargento! ¡Nos han salvado la vida! –exclamó Alyssa.

–Le recuerdo que fue su compañera la que le traicionó, señor Gómez. Y no nosotros.

Mientras hablaban, uno de los soldados que esperaban fuera entró corriendo.

–¡Maestre! –dijo parándose en seco al ver la escena–. Tenemos problemas.

–¿Qué ha pasado?

El hombre dudó por un instante y miró a Gómez y a su compañero.

–No se preocupe por ellos. Conteste, por favor.

–Un grupo de vehículos viene hacia aquí. Según me han informado, son los mismos vehículos que habían aparcados en el cortijo.

–¿A la ermita?

–Sí, señor. No sabemos cómo han podido saber de nosotros, pero no tardarán en llegar.

–Maldita sea... Y solo somos cuatro...

Gómez se movió inquieto y miró hacia el fondo del túnel. Si venían hacia allí, debía escapar cuanto antes. El grupo de Gómez apareció por la curva en ese momento, cargando con el pesado cuerpo del demonio.

–Ya estamos aquí, ¿qué hacemos con él?

–Bueno, señores. Ahora nosotros nos vamos a ir. Me imagino que no hace falta que les diga que no nos sigan, ¿verdad? –Se giró hacia sus compañeros y con un movimiento del brazo, les indicó que le siguieran–. ¡Andando!

–Así que este es su plan...

Cristian pasó la mano por la nuca. Alyssa les miró con incredulidad al ver lo que llevaban en volandas.

–Por eso vienen hacia aquí. De verdad, sargento, le tomaba por un tipo más listo.

–¡No me joda, maestre! –gritó enfurecido dirigiéndose hacia él y cogiéndole por el cuello de la camisa.

El soldado, al verle, apuntó su arma hacia él.

–¡Baje el arma, soldado! –gritó Cristian–. Se ha llevado a la criatura, Gómez, pero no ha pensado en las consecuencias. Ahora sí que correrán peligro. ¡Es usted el que les ha entregado las vidas de su mujer e hija!

–Eso es justo lo que estoy buscando –murmuró.

La radio del soldado volvió a pitar.

–¡Ya están aquí, Señor! –gritó azorado.

* * *

Sánchez y los demás descendieron de los vehículos. Cogieron las armas del maletero y mandaron acercarse al resto, que en ese momento paraban junto a ellos.

–¡Veamos señores! –dijo Sánchez comprobando la munición–. De la ermita al castillo hay un pasadizo. Estoy seguro de que están por aquí escondidos. No quiero fallos, ¿de acuerdo? Y, recuerden, los quiero muertos.

–¿El cadáver del Enviado se puede manipular con total tranquilidad? –preguntó uno de ellos tras colocarse el pasamontañas negro.

–De momento sí. Pero evitad que sufra daños. Si algo sale mal, serán nuestras cabezas las que rodarán esta noche.

Varios de ellos se miraron entre sí.

–Bien. Andando.

El grupo de asalto se dispersó por la zona. Unos se dirigieron hacia la parte de atrás de la ermita mientras otros rodeaban el perímetro. Sánchez, Smith y Mamen se dirigieron, junto a varios de los soldados, hacia la entrada principal, esquivando el cadáver del templario que abatieron al llegar con los vehículos. Los soldados se situaron flanqueando la puerta. Uno se asomó con cautela mirando el interior a través de la mira de su arma. Hizo una señal y se introdujeron sin hacer apenas ruido. Caminaron pegados a la pared. La ermita estaba en silencio. Sánchez hizo un gesto con el dedo, señalando hacia al fondo. Asintieron. Se acercaron con cuidado. La estatua que escondía la entrada al pasadizo estaba abierta.

–Lo suponía –murmuró Sánchez.

Hizo un leve gesto con la mano indicando que debían bajar cuando un disparo rozó su mejilla.

–¡A cubierto! –gritó.

El grupo corrió a refugiarse entre el mobiliario malgastado de la ermita. Lolo fue el primero en aparecer. Moviéndose con la agilidad a la que estaba acostumbrado, miró a su alrededor. Vio que uno de los soldados se escondía cerca del altar. Le indicó a Ángel su posición y este asintió. Se agachó y caminó con cuidado de no hacer ruido. Era su turno. Un disparo contra la mesa hizo que el soldado se asomara para devolver el tiro cuando Ángel se situó a su espalda. Sacó la navaja de su pierna y rebanó el cuello del hombre.

«Uno menos», pensó.

–Mierda... son los del regimiento de Gómez –susurró Sánchez al verles la cara, escondido tras una columna junto a Mamen.

–Y qué más da, señor. Podemos acabar con ellos. Deje que me encargue yo.

–No. Antes debemos comprobar que tienen al Enviado.

Guardaron silencio y esperaron expectantes. Sánchez le hizo un gesto a otro de los soldados que estaba tras uno de los bancos de madera. El hombre se acercó con sigilo. Apuntó su arma a la cabeza de Ángel que, en ese momento, se limpiaba la sangre que le había salpicado la cara.

–¡Cuidado! –gritó Gómez apareciendo tras la estatua.

Apuntó su escopeta contra el soldado y disparó. El hombre saltó a un lado y cayó ileso. Se arrastró y se volvió a ocultar. Gómez corrió hacia sus colegas que se refugiaban tras la enorme piedra que hacía las veces de altar.

–¿Cuántos son?

–No los he podido contar, pero creo que son más de cinco. He oído movimiento en la parte derecha y al fondo.

–Hay que joderse... –refunfuñó Gómez–. Se complican las cosas.

–Luis, creo que podemos confiar en el señor y en la doctora –dijo Lolo.

–Ya lo sé... Pero no quería que quedaran involucrados en esto. Maldita sea... Si han venido aquí es porque Sánchez está con ellos. Y ya sabéis lo que eso significa.

–¿Sánchez? –preguntó Lolo–. ¿No estarás hablando del Sánchez que creo?

–Sí.

Miró de soslayo por el lateral de la mesa. Si Sánchez estaba allí, les iba a resultar difícil escapar. Les conocía demasiado bien. Y eso complicaba la realización de cualquier estrategia.

–¿Y ahora qué hacemos?

–Pues lo que mejor se nos da –dijo Ángel con una sonrisa en la cara–. Liarla parda.

Lolo y Gómez se miraron y empezaron a reír.

–Por los viejos tiempos, compañeros –dijo cargando el subfusil.

Asintieron y, sin dar tiempo a que reaccionaran, salieron del escondite disparando en la dirección en la que, momentos antes, situaron los escondites de los demás.

–¡Joder! –exclamó Mamen al esquivar por los pelos uno de los proyectiles–. ¡Cuidado, Señor!

Sánchez se colocó hacia el borde y disparó. El ruido se hizo ensordecedor. Las balas cruzaban el aire impactando contra paredes y objetos, haciendo saltar por los aires astillas y trozos de piedra. Uno de los soldados del priorato cayó muerto al suelo con una bala que destrozó su cara. Los tres corrían de un lado a otro, cubriéndose las espaldas, como si bailaran al son macabro de los estallidos de sus armas. Otro soldado caía al suelo. Sólo quedaban tres. Smith vio cómo Lolo corría hacia el escondite de su compañero. Salió veloz de entre los bancos del santuario y disparó su arma a la vez que una bala atravesaba su pecho. Sánchez, alertado por los disparos, reculó y se fue a refugiar en otra columna.

–¡Lolo! –grtió Ángel al ver caer a su amigo.

Corrió hacia él y tiró de su brazo para ponerle a cubierto.

Sánchez llamó por radio a los que rodeaban la ermita.

–¡¿Qué coño estáis haciendo?! ¡Entrar de una vez! ¡Necesitamos ayuda!

–¡Negativo! –exclamó el soldado con el ruido de una batalla campal en el exterior–. ¡Están por todas partes!

–¡¿Qué?! –gritó fuera de sí–. ¡¿Son templarios?!

–¡No, Señor! –Disparó su arma–. ¡Más bien parecen de la policía local!

–¡Malditos inútiles! ¡Acabar con ellos! ¡Ya!

Lanzó la radio contra el suelo cargado de ira y se recostó en la piedra intentando pensar con claridad. Vio que Mamen estaba cerca de la salida.

–¡Mamen! ¡Tu turno! ¡Tráelas aquí!

Mamen sonrió emocionada ante lo que estaba por venir. Corrió hacia el exterior y se perdió entre los vehículos.

–¡Soldados! ¡Salgamos de aquí! ¡Ya!

Los pocos soldados que aún se mantenían en pie corrieron al exterior disparando a los, poco experimentados, agentes que vinieron en ayuda de Gómez y compañía.

–¡Sí! –gritó Ángel levantando su arma al ver cómo huían despavoridos del interior de la ermita.

–¡Lolo! ¡¿Estás bien?! -dijo Gómez arrodillándose junto a su compañero.

–¿Esto? Un rasguño de nada –contestó bromeando, mientras sujetaba su hombro con fuerza.

Gómez se giró hacia Ángel.

–Ve a buscarlos abajo. Hay que salir de aquí. No creo que tarden en volver.

–Sí, ya voy.

–S...Señor G...Gómez –balbuceó Smith respirando con dificultad.

Gómez se puso en pie y le buscó con la mirada. Estaba recostado sobre unas maderas, con las manos aferrando su arma. Tenía una herida en el pecho de la que salía abundante sangre. Se acercó hacia él.

–¡Cuidado Luis! ¡Está armado!

–No te preocupes –dijo girándose hacia Lolo–. No le quedan fuerzas ni para sujetarla.

Se agachó junto él. Examinó la herida y suspiró con lástima. No le quedaban más que unos minutos de vida.

–S...Sánchez... No debimos aceptar su oferta... ¡Cof! ¡Cof! Es... Está cegado por el deseo... –Una bocanada de sangre salió despedida de su boca. Pasó su mano para intentar limpiarse–. De...Deseo de venganza...

Gómez miró a sus compañeros. Los tres sabían de lo que estaba hablando. Pero ninguno dijo nada.

–No... No deje que arrui...arruine su vida, s...sargento. Por... por favor... Le tiene aprecio, pero el dolor... el dolor... –Su voz fue disminuyendo de volumen–. El dolor...

La mano que sostenía el fusil de asalto cayó al suelo. Gómez colocó su dedo en el cuello y comprobó que no tuviera pulso. Cerró sus ojos, pasando la mano por su rostro, y se puso en pie.

«Maldita sea, Sánchez», pensó mirando el cuerpo sin vida. «En qué lío te has metido. Pensé que lo habías superado...»

Ángel corrió hacia el pasadizo y apareció a los pocos minutos con los demás, cargando como podían con el cuerpo.

–¿Les habéis dicho que se retiren? –preguntó Gómez.

–Sí, no te preocupes, en cuanto he dejado de oír disparos he dado el aviso –contestó Carlos dejando el extraño ser sobre el altar.

–Perfecto. Espero que no le haya pasado nada a ninguno.

–¿Y ahora qué piensas hacer? –preguntó Cristian.

–Ahora, señor de Molay, nos toca esperar. Estoy convencido de que querrán utilizar a Carla y a Irene como moneda de cambio.

Cristian le miró sorprendido.

–¿A sí que eso era lo que estaba buscando desde el principio?

–Exacto. No tenía intención de hacer el intercambio aquí, hubiera preferido un lugar donde hubiera gente. Pero habéis aparecido vosotros y no me ha quedado otro remedio. –Se dirigió hacia la doctora–. Lo siento, Alyssa. No pensé que vendrías...

Puso la mano en su hombro y Alyssa se sonrojó por el cambio de actitud del sargento.

–Hubiera preferido que no te vieras involucrada en todo esto. –Apartó la mirada–. Y siento haberte apuntado con el arma...

–No pasa nada –dijo sonriendo, recuperando su firmeza–. Pero, la próxima vez, no me dejes de lado. Quizá pueda serte de ayuda, ¿vale?

Gómez sonrió. Por primera vez, desde que empezó aquella locura, Gómez sonrió.


Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.




Comentarios

  1. ¡Sí! ¡Otro capítulo! :-D ¡Vaya balacera que hubo! Por suerte los protagonistas se salvaron, aunque todo no ha terminado. Hay mucha tensión en el ambiente. Me encanta.

    Ahora los del Priorato seguro se vengarán.... Esto se va a poner bueno. Je, je, je, je. Como lo has publicado hace un ratito, lo comparto desde aquí ;-)

    Hasta la próxima. ¡Saludos!

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    1. ¡Ostras! ¡Esto sí que es velocidad! XD jejeje

      Sí, eh? La que se ha liado no tiene nombre, aunque yo diría que aún queda acción para rato...

      ¡Muchas gracias! Me alegro de que te esté gustando :D
      ¡Saludos! ^^

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  2. Me encantó el ritmo de este capítulo Cramen. La acción no para y se sucede con la misma fluidez que los diálogos. Atrapa y mucho. Felicidades. Que imaginación tienes tan maravillosa! Besos!

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    1. ¡Hola Amparo!

      Me alegro de que te haya gustado. Es un capítulo lleno de acción, eso sí que es verdad, jejeje

      Muchísimas gracias, con comentarios así da gusto escribir :D

      ¡Besos!

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  3. ARRRGGG ¿ahora cuál es el secreto que se guardan entre Sánchez, Gómez, Angel y Lolo? ¡¡no podés hacer eso, definitivamente no podés!! ja, ja, ja, ja, ja.

    Un abrazo enorme Carmen, ¡ha estado genial!

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    1. Jajajaja Te has quedado con la intriga, ¿ehhhh? XD Pues te tocará esperar para saberlo ;)

      Muchas gracias, me alegro de que te haya parecido genial ^^
      ¡Un abrazo fuerte!

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  4. ¡Olé! que gran capítulo, se lee en un periquete porque te atrapa de principio a fin con esa narración y eso diálogos tan geniales :D Lo único malo como siempre es que ahora toca esperar para saber que ocurrirá a continuación :(
    ¡Un besazo guapísima, y ánimo y fuerzas para publicar pronto el siguiente capítulo :D!

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    1. ¡Hola Tulkas!

      Muchísimas gracias ^^ Me alegro un montón de que te atrape ;) Lo malo, como dices, es que ahora hay que esperar a que el creador de leyendas cuelgue el suyo jejeje

      ¡Un abrazote bien fuerte y un besazo! (con esos ánimos que me das, fijo que me saldrán los capítulos como churros XD )

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  5. Nooooo!, Capítulo lleno de acción y aventura, pero me dejas con la intriga, así que solo me queda preguntarte: ¿para cuando es la segunda temporada?. ya que veo que este se subió en marzo y ya es noviembre, o donde esta la continuación ;-)

    Me dejaste como las series de AXN, espero no tardes un año en publicar la siguiente parte jajajajaja.

    ¡un abrazo!


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    1. Ups... Vaya, creo que se me olvidó poner el último capítulo en la lista de capítulos!! o_O ¡¡Lo siento!! ¡Qué fallo más tonto! (>_<)

      Tranqui, que ahora mismo lo arreglo y así podrás leer el final de la historia ;)

      Bueno Sofia, un placer tenerte de lectora. Me ha encantado leer las impresiones que te iban causando los diferentes capítulos. Me hace mucha ilusión cuando a alguien le gustan nuestras historias :D ¡Mil gracias por dedicarme tu tiempo! Un abrazo, y hasta la próxima :D

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