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Noche en el Cementerio.


Especial para la noche de los difuntos...



Noche del 31 de Octubre. Cementerio de Santa Isabel. Aranjuez.


—¿Tenéis todo lo que habíamos dicho de traer? —preguntó Luis al resto de sus amigos cuando llegó a la estación de tren.

Luis, Quique, Trini y Sofía habían decidido hacer algo excitante para aquella noche de todos los santos. Estaban aburridos de pasar aquella madrugada encerrados en alguna discoteca, disfrazados de zombies, vampiros o brujas. Y desde lo ocurrido en la fiesta del Madrid Arena, todas las macrofiestas a las que tanto les gustaba ir se habían terminado. Así que aquel año Luis tuvo una idea algo extravagante y más tenebrosa. Pasarían la noche en el cementerio.

—Sí, mira, he traido la bebida —dijo Quique abriendo la mochila y mostrando su interior.

—Nosotras hemos traído los bocatas y eso que dijimos —dijo Sofía que estaba junto a Trini, quién se encendía un cigarrillo en ese momento.

—De acuerdo. Y yo llevo las linternas y los petas. ¿Vamos?

Todos asintieron y se encaminaron hacia el cementerio. A esas horas, la carretera estaba desierta. Los enormes árboles ocultaban el cielo con sus ramas, cuyas hojas secas pisaban mientras avanzaban, y se levantó un viento frío y húmedo que les obligó a abrocharse las chaquetas.

Cuando alcanzaron el cementerio, la tarea principal debía ser colarse sin que el guarda les pillara. El primero en acercarse fue Luis. Miró a través de la reja. El silencio era sepulcral. La luna llena de aquella noche de otoño le daba un aspecto extraño al cementerio. Observó las lápidas repletas de flores recién colocadas por la víspera de todos los santos y miró en dirección al edificio en el cual se suponía que debía estar el guardia. No había luz.

—Chicos —dijo en voz baja—, vía libre.

El resto se acercó hacia él. Se colocaron y, uno a uno, se fueron colando en el interior. Mientras paseaban a través de las lápidas, el frío se hacía cada vez más intenso. Ninguno decía palabra. Podían sentir cómo el miedo, poco a poco, iba colándose en su pecho.

Decidieron instalarse cerca de unos nichos cuyas estatuas de ángeles parecían protegerles y sacaron las cosas para empezar con la «fiesta del cementerio», tal y como el mismo Luis la había bautizado.

Fueron pasando los minutos y, entre bocado y bocado, y trago y trago, los nervios por estar haciendo algo ilegal y por encontrarse rodeados de muertos se fueron disipando. El alcohol les fue desinhibiendo. Las risas se fueron alzando y todo parecía transcurrir con total normalidad.

—Pues menuda fiesta de terror —dijo Quique dándole una calada al porro que acababa de encender—. Pensé que el cementerio daría más miedo.

Se puso de pie en una de las lápidas y se abrazó a la figura de piedra que la adornaba. Sofía era la única a la que aquello no terminaba de gustarle. No se sentía cómoda. Vio cómo Quique besaba en los labios a la mujer de piedra y se puso en pie.

—Va, Quique, no te pases —dijo al ver que la estatua representaba a la virgen.

—Qué —dijo riendo con fuerza—. Si solo le doy lo que nunca tuvo, pobre mujer ¡ja, ja, ja!

Aquello no tenía ninguna gracia. Estaban molestando el descanso eterno de los que allí dormían. Desde un principio quiso negarse, pero como todos habían dicho que sí, terminó cediendo.

De repente, un extraño resplandor anaranjado se hizo cada vez más intenso hacia la parte del cementerio donde se encontraban los panteones familiares más antiguos.

—Ostias, ¿habéis visto eso? —dijo Trini en voz baja cogiéndose del brazo de Sofía.

—Vamos —susurró Luis—. Veamos qué es.

A hurtadillas, se acercaron esquivando los diferentes nichos. A medida que se fueron aproximando, el resplandor anaranjado se hacía más fuerte.

—Parece fuego —susurró Quique.

Se escondieron detrás de los arbustos que cercaban el paseo central del cementerio y observaron en silencio. No podían creer lo que veían. Cerca de media veintena de personas, vestidas con una túnica negra de grandes capuchones que ocultaban sus rostros, recitaban unos versos extraños alrededor de una hoguera.

—¿Quién cojones son esos? —preguntó Luis algo confundido. Pensó que estarían solos. Que pasarían la noche bebiendo, que las chicas se asustarían y que podrían tener algo de sexo entre los muertos. Pero aquello le partía los planes.

—Menuda fiestaca que se han montado esos —dijo Quique poniéndose en pie—. Ellos sí que saben montar una fiesta en el cementerio —golpeó el hombro de Luis y añadió—: No como tú, garrulo.

En ese momento, los tipos de las túnicas guardaron silencio y se voltearon hacia ellos. Luis tiró de la chaqueta de Quique y le obligó a agacharse.

—Cállate estúpido —le dijo mientras observaba a los que, por alguna razón, le resultaron sospechosos.

El grupo de encapuchados, tras quedarse varios minutos en silencio, sólo roto por el crepitar del fuego, fueron desfilando sin emitir sonido alguno hacia el interior del cementerio.

—¿Dónde van? —preguntó Sofía cada vez más nerviosa. Aquello no le gustaba. ¿Quienes eran esos tipos? ¿Y qué hacían un 31 de octubre en el cementerio, vestidos así y recitando aquellos versos que se le antojaron macabros?

—Esto no me gusta... —murmuró Luis—. Vamos, será mejor que nos vayamos.

Se puso en pie y se quedó mirando la hoguera en silencio. Sofía y el resto le imitaron cuando, sin entender ni cómo ni porqué, todo se tornó negro.

* * *

Sofía abrió los ojos y colocó la mano en su cabeza. Tenía fuertes punzadas golpeando su sien. Miró a su alrededor pero era incapaz de ver nada. Estaba oscuro. Intentó erguirse, pero su cabeza chocó contra algo. Su corazón empezó a bombear sangre con fuerza. Con manos temblorosas, palpó a su alrededor. Estaba encerrada en algún sitio. La claustrofobia empezó a aparecer. Sentía que se ahogaba.

—¡¿Hola?! —gritó desesperada con la esperanza de que sus amigos la escucharan—. ¡Luis! ¡Quique! ¡Trini! —Guardó silencio expectante. Nadie contestó—. ¡Por favor! ¡No tiene gracia!

La sensación de ahogo era cada vez mayor. Sus ojos empezaron a humedecerse y empezó a golpear lo que demonios la encerrara en aquella postura. Al principio pensó en un ataud y su corazón se desbocó haciendo que golpeara con fuerza y llena de desesperación, gritando enloquecida, pero luego se dio cuenta de que parecía más una caja cuadrada baja. Intentó calmarse. Debía estar serena para pensar en el modo de salir de allí. Hacía frío pero gotas de sudor resbalaban de su frente, cada vez más pálida. El dolor de cabeza volvió, esta vez más punzante. Apretó su frente con ambas manos y aguantó la respiración hasta que pasó.

—Mierda... —sollozó—. Luis... No tiene gracia...

Un grito desgarrador la encogió el estómago. Sus ojos se abrieron que parecía que iban a salirse de sus órbitas y su respiración se hizo más violenta. Oía su propio corazón latir con fuerza. Otra vez ese grito que erizó su piel. Se quedó inmóvil. Ese timbre de voz le era familiar. Intentó recordar de quién podía ser. Pero el pánico la devoraba de tal manera que era incapaz de recordarlo. Los gritos se fueron sucediendo cada vez más a menudo. Y con cada alarido la voz perdía fuerza. ¿Qué diantres estaba pasando? ¿Quién podía gritar de aquella manera?

—¡Trini!

¡Era Quique! ¡Acababa de oír la voz de Quique llamando a Trini! Golpeó la madera con más fuerza. Con cada golpe sus manos temblaban de dolor, pero no podía rendirse. ¡Tenía que salir de allí!

—¡Suéltala hijo de puta! —gritó Quique.

Sofía se detuvo en seco. ¿Había alguien más? Agudizó el oído.

Se oyó un golpe seco y Trini volvió a gritar. Un grito desgarrador. ¿Qué estaba pasando? Su frágil cuerpo empezó a temblar.

—¡No! ¡Trini! —exclamó el chico. Le pareció que Quique forcejeaba de alguna manera—. ¡Hijo puta! ¡Suéltame! ¡Déjame cabrón!

De pronto un golpe seco sobre ella la paralizó.

—No deberíais haber venido, niñato estúpido... —dijo una voz que le llegó con eco a través de la madera—. Pero no hay mal que por bien no venga.

—¿Quiénes sois, desgraciados? —oyó que decía su amigo. Su voz la estremeció. Sollozaba.

—¿Acaso no es obvio? —dijo la voz.

Esperó que Quique respondiera. Pero solo pudo oír un leve gemido de sorpresa.

La orquesta de ruidos macabros que tuvo lugar a continuación la estremecieron obligándola a acurrucarse para intentar controlar los espasmos que agitaban su cuerpo. Unos ruidos escalofriantes que le recordaban a cuando se partían astillas, seguidos de un sonido gutural como de algo masticando de forma grotesca. Un olor nauseabundo similar al del azufre se filtró por los poros de la madera. Sintió ganas de vomitar. Y al azufre se le unió un olor ferroso. Algo goteó sobre su frente. Una gota cálida cayó desde la parte alta de la caja y cayó justo en el centro de su frente. Con el dedo la tocó. La acercó a su nariz. El olor ferroso era mayor. No podía ver, la oscuridad era absoluta, de modo que acercó el dedo a su boca y lo rozó con la punta de la lengua. El pánico se hizo mayor. Sus manos comenzaron a temblar descontroladas y su mente a divagar aterrada. Era sangre. Lo que resbalaba de la caja hacia ella era sangre...

Quiso gritar para llamar a su amigo. Era él quién estaba sobre ella. ¿Acaso la sangre...? Se tapó la boca con ambas manos e intentó mantenerse inmóvil para que nadie se percatara de su presencia.

Los segundos fueron pasando. El macabro concierto seguía. Esta vez los gritos eran de un hombre joven. Luis. Era inconfundible. Era su amado Luis. Las lágrimas resbalaban de sus ojos por el rabillo y caían hacia abajo empujadas por la gravedad, mezclándose con la sangre que manchaba su cara.

El cansancio empezó a hacer mella en ella. Se sentía mareada. Tenía náuseas por culpa del hedor que todo lo impregnaba. El terror que recorría cada célula de su cuerpo la inmovilizaba.

Cuando el silencio volvió a reinar en el lugar, apenas podía mantener los ojos abiertos. Su mente había dibujado con nitidez cada ruido que escuchaba. Imaginó cada crujido, cada golpe, cada alarido. La imagen dantesca que se dibujaba en su cabeza la dejaba catatónica, incapaz de mover un solo músculo. Trini, Quique, Luis... Los tres habían caído bajo aquella extraña imagen que se había dibujado para sí misma y que esos hombres, cuyos cantos se clavaban en su mente, alentaban una y otra vez.

Sus párpados no aguantaban más. Pesaban. Cedió un instante y cerró los ojos. Una imagen se vertió nítida en su mente. Unos ojos amarillos, de pupila alargada y una frialdad aterradora, la observaban. Los abrió con el corazón latiendo desbocado. Pero el cansancio era mayor. Quiso aguantar despierta. Luchó contra ese sueño soporífero que la embriagaba. Pero cedió al agotamiento de nuevo. Los ojos amarillos seguían allí. Pero esta vez le acompañó una extraña voz. Una voz de ultratumba que se filtró por sus oídos dejando su cuerpo en estado de trance.

—Ven a mí, Sofía —decía con una calma extrema—. No te resistas... Eres mía... Mi concubina... 

Obra registrada a nombre de Carmen De Loma en SafeCreative.

Comentarios

  1. Oh por amor a Dios...

    Eso fue... no tengo palabras para describir. Sólo diré que fue muy fuerte. Un abrazo Carmen, que disfrutes el halloween.

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    1. Hola Andrés!!
      Muchas gracias por el comentario ^^ Me alegro que te haya dejado sin palabras jeje La verdad es que el terror no es mi fuerte..
      A ver si me paso por tu blog, ahora hace días que no leo, me faltan horas! Un besazo! Y que disfrutes del domingo :)

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  2. Estupendo relato Carmen de Loma. Como siempre fantástico, echaba de menos leerte por falta de tiempo. Me encantan este tipo de historia. Fantástica. Enhorabuena. La comparto ^^
    ¡Muchos abrazos y feliz fin de semana!

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    1. ¡Hola Fran!

      Muchísimas gracias ^^ Me alegro de que te haya gustado.

      Tú tranqui, cuando quieras sabes que puedes pasarte por aquí y yo encantada ;) , a mí me pasa igual, me faltan horas a lo largo del día y no puedo leer lo que me gustaría...

      ¡¡Un abrazo fuerte!! Y mil gracias por compartir esta historia de miedo, jejeje ¡Feliz finde! ^^

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  3. Las fiestas en los cementerios no suelen deparar nada bueno, y en este caso no fue distinto. Muy interesante la aparición de esas figuras encapuchadas alrededor de la hoguera. Y sí, el toque de claustrofobia le ha dado un puntillo extra a la recta final, donde la última frase avisa de que el horror no ha hecho más que empezar para Sofía.

    ¡Buen texto Carmen, un abrazo!

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    1. ¡Hola José Carlos!

      Ciertamente, las fiestas en los cementerios no traen nada bueno... Por eso a mi no me van a encontrar allí jejeje

      Muchas gracias por leer y comentar! Un abrazo compi de letras! Y feliz casi martes ;)

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  4. Mediante una prosa limpia, sin florituras, con frases cortas y precisas que aligeran la narración, nos haces participes de esa fiesta de adolescentes en un cementerio que sale mal. A pesar de que parecía que todo iba a ser normal, la imprudencia de los chicos los lleva a acercarse a una luz, y eso supone el fin de la diversión... al menos para ellos, claro. Destaco el acertado cambio en la segunda parte del relato, en el que nos presentas lo que sucede desde el punto de vista de Sofía, y solo desde lo que oye y huele, puesto que se encuentra encerrada en una especie de caja pequeña; juegas muy bien con nuestras mentes al hacernos creer que se trata de un ataúd al principio. Una sensación agobiante la de la segunda parte.
    Saludos, Carmen.

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    1. Hola de nuevo!! ^^

      Jijiji, muchas gracias :) La verdad es que este relato no es de los que más me gustaron al escribirlo, pero me alegra muchísimo haber dado la sensación de ahogo y pánico de la segunda parte. Ciertamente debe ser horrible estar en esa situación >_<

      De nuevo, mil gracias por leer y por dejar tu comentario ;) Que termines de pasar una genial semana!! Muchos besitos.

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