Haydar. El Cetro de la Luz Dorada.
Continúa la historia a dos bandas que escribo junto a José Baena Castel (el enlace a su blog, pinchando aquí. ) En esta ocasión, el capítulo es mío, así que es pero que sea de vuestro agrado.
Como aclaración, decir que, aunque hemos tomado algunos nombres y fechas reales, la historia es en su totalidad ficticia.
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Zainab
se adentró en el bosque seguido de su ayudante. El loro sobrevolaba
los árboles por encima de sus cabezas, sin dejar de vigilar a un
lado y a otro. La cueva hacia la que se dirigían, que era la guarida
del brujo, se encontraba en la base de una montaña escarpada y de
roca blanca que quedaba al norte de la isla, donde el mar de agua
azul y cristalina rompía sus olas con fuerza. Cuando alcanzaron la
pared de piedra donde se encontraba la entrada, protegida por su
magia, Zainab movió sus manos mientras recitaba unos versos. La
puerta apareció frente a los hombres.
—¿Está
seguro de haberlo encontrado? —dijo Gunaid, su ayudante, al entrar
en la penumbra de la cueva.
El
brujo cogió la antorcha que tenía a su derecha y, tras encenderla
con una bola de fuego que creó sobre la palma de su mano, la
introdujo en un conducto que contenía un líquido negro y viscoso. A
medida que éste prendía la cueva se fue iluminando. Era de una
profundidad considerable y estaba repleta de estanterías con rollos
de pergaminos antiguos, frascos repletos de polvos y líquidos, y
artefactos para la elaboración de experimentos.
—Por
supuesto —respondió Zainab—. Cuando encuentre el cetro ese
engreído de Haydar no volverá a reírse de mí. Pienso arrebatarle
todo lo que ama. Y le dejaré postrado ante mí, con sus cuencas
vacías, en el mismísimo centro del que será mi palacio para que
todos sepan lo que les pasa a aquellos que me hacen enojar.
Gunaid
tragó saliva. Su maestro sin duda podía llegar a ser cruel y
despiadado como un demonio embravecido. Aún recordaba lo que le hizo
a su compañero cuando éste intentó robar uno de los anillos
embrujados que poseía el brujo en su cámara de los tesoros,
escondida al fondo de la cueva en una sala inferior a la que se
accedía descendiendo por un pozo que no parecía tener final. Zainab
le vio recoger el anillo del cojín donde reposaba y, sin sentir
piedad alguna, le lanzó un conjuro que hizo que su carne comenzara a
derretirse y a resbalar de sus huesos hacia el suelo hasta
convertirse en un charco mugriento que pulverizó e hizo desaparecer.
A Gunaid le dieron escalofríos. «Pobre Haydar... No sabe lo que le
espera», pensó. «Aunque se lo ha buscado él solo al llevarse la
maldita alfombra». Miró a su maestro y sonrió. «Y seguro que
cuando consiga a esa mujer estará de tan buen humor que por fin me
enseñará los conjuros que me prometió cuando comencé a seguirle».
Gunaid era un hombre menudo, de pelo negro y revuelto, y brazos
fuertes que le fue de gran ayuda a Zainab cuando el pirata le
arrebató sus dos tesoros más preciados, convirtiéndose en su más
fiel seguidor.
El
loro entró veloz y se posó en el hombro del brujo.
—Zona
segura. Zona segura —repitió con su estridente voz.
Zainab
le acarició y se encaminó hacia el fondo de la cueva. Una obertura
a la izquierda daba paso a lo que era la sala principal. Estaba
bordeada de tapices y alfombras de colores vivos. Y una mesa baja de
forma redonda, bordeada de cojines de diversos tamaños, invitaba a
sentarse y tomar un té de la tetera de plata que le robó al
mismísimo califa. Se dirigió hacia la estantería dónde
descansaban los documentos más importantes para él y cogió un
rollo de papel. Lo desplegó y lo puso sobre la mesa colocándose de
rodillas. Gunaid hizo lo mismo.
—Según
este pergamino, el cetro de la Luz Dorada está escondido en una de
estas islas —dijo paseando la mano por el pergamino—. Y parece
que habla de una zona volcánica.
Gunaid
observó el pergamino y silbó sorprendido.
—No
sé cómo lo hace para entender estos garabatos —dijo observando
los jeroglíficos y los pictogramas que se esparcían por el
pergamino.
—¿Acaso
olvidas ante quién estás? —dijo sin levantar la vista del papel
con tono engreído.
Gunaid
guardó silencio. ¿Cómo podía olvidarlo? Siempre se encargaba de
restregarle su ignorancia por la cara, haciendo alarde de su soberbia
y de su altivez.
—Bien...
—murmuró el brujo pensativo mientras se acicalaba la perilla—.
Creo que ya sé dónde está...
Se
puso en pie a la vez que una sonrisa malévola se dibujaba en su
rostro.
«Por
fin...», pensó. Sus ojos negros brillaron de un modo extraño
cuando el loro, que descansaba sobre un pedestal en un rincón de la
sala, comenzó a emitir una risa oscura. A Gunaid aquello le
provocaba pavor. Cada vez que su maestro sonreía de aquella manera,
el pajarraco emitía aquel sonido lúgubre que le erizaba la piel y a
la cual no terminaba de acostumbrarse.
* * *
—Vamos
Sadiq —dijo Mirza recostada sobre su codo mientras paseaba sus
dedos por el torso desnudo del pirata—. No me negarás que la
recompensa merece la pena...
Estaban
desnudos sobre la cama, tapados con la sábana hasta la cintura.
Sadiq, que apoyaba su cabeza sobre una de sus manos y con la otra
acariciaba la melena de la mujer, dejó escapar un suspiro.
—No
lo sé... He oído muchos rumores acerca de ese cetro que dices. Y,
si te soy sincero, no me los he creído nunca.
Mirza
se sentó en el borde de la cama algo molesta. Si bien lo había
pasado en grande disfrutando de los placeres que aquel hombre le
regalaba en cada encuentro, su escepticismo hacia lo que le acababa
de contar la cabreaba. Necesitaba su ayuda si quería conseguir el
tesoro detrás del cual andaba Haydar.
—Vamos
Mirza —dijo incorporándose—, no me digas que te has enfadado.
Mirza
se giró hacia él recogiendo su melena hacia un lado. Sadiq paseó
la vista por su espalda desnuda y sintió que se ruborizaba de nuevo.
—Esta
vez el rumor es cierto. ¿Por qué si no Haydar iba a andar detrás
de él? Se dice que es el cetro capaz de hacer inmortal al que lo
posea. De entregarle a su poseedor la fuerza de los dioses y de la
naturaleza//
—Sí,
sí... —le interrumpió el pirata—. Y que le dará el poder de
controlar los elementos al más inepto de los magos. Pero vamos,
Mirza, eso eran historias de viejas.
—Esta
vez no —Mirza se acercó a él y le obligó a tumbarse, avanzando
hacia él hasta quedar encima suyo—. Existe un mapa. Un mapa que yo
he visto con mis propios ojos...
Tenerla
tan cerca de su piel hizo que ardiera en deseos de nuevo. Mirza sabía
cómo excitarle con tan solo una mirada y, en aquel momento, tenía
esa mirada felina que tanto le atraía.
—Pues
si tú misma has visto el mapa... —murmuró. La cogió por la cara
y la atrajo para besarla. Ella se dejó—. Creo que tenemos un
contrato. ¿Qué te parece si lo sellamos?
Mirza soltó una suave risita y él la atrajo hacia sí, sintiendo el calor
aumentando por momentos.
* * *
Cuando
Haydar consiguió despistar a los guardias que le perseguían, se
introdujo por las calles estrechas cercanas al mercado principal de
Bagdad para encontrarse con Walesa. Su casa quedaba cerca de una de
las plazas, haciendo esquina. Se acercó al borde de la pared.
Observó a un lado y al otro para comprobar que estaba solo y se coló
por la puerta abierta de la casa vecina. La dueña —una mujer de
edad avanzada que estaba acostumbrada a que el joven usara su casa
para colarse por la ventana de su amada— y su hija, sentadas a la
mesa, saludaron con risas mientras Haydar pasaba corriendo por su
lado y hacía un gesto con la mano para saludarles y agradecerles,
con su amplia sonrisa, que le dejaran atravesar su hogar.
En
pie sobre el alféizar de la ventana y apoyado en el marco de piedra,
golpeó el cristal un par de veces antes de que la joven se acercara
a abrir.
—Hola,
mi belleza de oriente—dijo el pirata entrando por la ventana y
cogiéndola por la cintura para atraerla hacia sus labios.
Pero
la joven le empujó y le apartó de ella.
—¿Y
bien? —preguntó cruzándose de brazos. Sentía su pecho latir con
fuerza y tenía un ligero temblor en las piernas.
—Mujer,
no me gusta verte tan seria. —La cogió por el mentón y la obligó
a mirarle a los ojos—. Me gusta más esa bonita sonrisa que tienes
—dijo sonriendo con dulzura.
Walesa
estuvo a punto de sonreír, pero la imagen de su amado en brazos de
la otra mujer la golpeó haciendo que separara su cara para soltarse
de su mano.
—¿Me
vas a contar que son esos rumores que corren acerca de esa tal Mirza?
Haydar
se rascó el pelo riendo como si nada y se alejó de ella un par de
pasos.
—No
hay nada que explicar. Tú eres la única que me ha robado el
corazón.
—¿Tú
te crees que soy idiota, no? —dijo retomando la firmeza. Si algo no
soportaba, era que la mintieran. Y sabía que él la estaba
mintiendo.
—No
digas eso. Eres todo lo que me importa. ¿Por qué te crees que he
venido hasta aquí?
Acercó
su mano hacia su brazo, pero Walesa se alejó. Estaba enojada. No
podía dejar de pensar en esa otra mujer. Se sentía dolida. Y el
hecho de que él no le dijera nada sobre ella solo podía significar
que era importante para él. Haydar se la quedó mirando un instante.
Sabía que si le contaba la verdad lo pasaría mal y quería evitar
que sufriera, pero también que no iba a quedarse tranquila
hasta que no le explicara la verdad.
—¿De
verdad quieres saber quién es Mirza?
La
joven asintió levemente. «¿De veras lo quiero saber?», pensó
sintiendo cómo su corazón latía cada vez más fuerte.
—Vale.
Pues te lo diré. Mirza no es otra que una pirata. Una compañera de
oficio a la que tengo cariño porque en alguna ocasión me ha salvado
el cuello. —Se quedó callado un instante esperando que con aquella
explicación se quedara satisfecha, pero Walesa no dijo palabra,
esperando más. Suspiró y añadió—: Y sí, es cierto que he
tenido algún que otro escarceo con ella.
Walesa
abrió sus ojos más de lo que pensó que hacía y sintió un vuelco
en el estómago a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas.
Haydar se acercó a ella con rapidez y la cogió por los hombros a la
vez que decía:
—¡Pero
ella no significa nada para mí! ¡Tú eres lo que más me importa!
—Será
mejor que te vayas, Haydar... —murmuró esquivando su mirada.
—Pero
Walesa, por favor, tienes que//
—¡He
dicho que te vayas! —gritó con los ojos llenos de lágrimas y con
el ceño fruncido.
—Walesa...
—Sé
que tienes amantes en cada uno de los lugares por los que pasas. No
soy tonta. Y lo acepto. No puedo negar que me duele, pero lo acepto.
Pero con esa mujer es diferente...
Haydar
soltó sus brazos y dejó caer los suyos a ambos lados de su cuerpo.
Le dolía el tono de voz que usaba. Sentía un dolor insoportable en
su pecho cada vez que miraba sus ojos llorosos.
—¿Cómo
podría yo compararme con ella? —dijo al fin dejándose llevar por
el dolor. Las lágrimas resbalaban cristalinas por sus mejillas—.
¿Eh? ¿Cómo podría competir con una pirata como ella? No soy más
que una mujer más de esta ciudad... Pero ella, ella... —Empezó a
sollozar—. Dicen que es la mujer más hermosa de entre los piratas.
Que ha sido capaz de atraerte incluso a ti con sus encantos. Una
mujer que hace suspirar a todo aquel que pasa a su lado...
Haydar
recordó a Mirza y, ciertamente, tenía una sensualidad que hacía
que cualquiera la deseara. Pero la mujer que tenía delante, con su
forma de ser, con su forma de tratarle, le había robado el corazón.
—Tú
no tienes nada que envidiar de esa mujer, Walesa. Eres la mujer más
hermosa, más dulce y más fuerte que conozco. —Se acercó a ella y
la cogió con suavidad por la barbilla para levantarle el rostro y
poder mirarla a sus preciosos ojos—. No quiero que vuelvas a pensar
en ella, ¿de acuerdo? Tú eres la que de verdad me importa...
Walesa
le empujó del pecho para apartarse cuando Haydar gimió de dolor.
Había golpeado la herida de su torso.
—¿E..Estás
bien? —preguntó preocupada cogiéndole del brazo y haciéndole
sentar.
—Sí,
no te preocupes, es solo un rasguño.
—No
digas tonterías. No te quejarías si fuera un simple rasguño...
Le
obligó a levantarse la camisola que vestía. Un feo raspón había
abierto su carne y manchaba de sangre la tela. Al verlo, Walesa se
acercó a por un paño limpio y lo humedeció con el agua de la jarra
que reposaba sobre su mesa.
—Tiene
que doler... —murmuró acercando el paño a la herida.
Haydar sujetó su mano con fuerza y la puso sobre su pecho.
—Más
duele perderte a ti...
Aquellas
palabras hicieron que Walesa olvidara el rencor y el temor que sentía
y acercó sus labios a los de él. Le besó con dulzura y, tras
apartarse, sonrió como solo ella sabía hacer.
Unos
ruidos en la parte baja de la casa, indicó que el padre de la joven
había regresado.
—¡Mi
padre! —exclamó nerviosa.
—Será
mejor que me vaya —dijo el pirata poniéndose en pie.
—¿Cuándo
te volveré a ver?
Haydar
se acercó a la ventana.
—Aún
no lo sé, pero ten por seguro que cuando vuelva serás mía —dijo
con una amplia sonrisa.
Y
saltó hacia el rellano de la casa vecina para escapar hacia el
puerto y regresar al «Furia de los mares».
—¡Haydar!
—gritó Walesa antes de que desapareciera de su vista. El pirata se
detuvo y se giró hacia ella—. ¿En qué puerto estáis varados?
—¡En
el puerto del río!
—¡Vale!
¡Ten cuidado!
Y
besó su mano enviando el beso por el aire hacia él. Haydar se
despidió con la mano y, regresando por dónde había venido, se
dirigió hacia el muelle.
—¡Hombre,
Haydar! —gritó uno de sus bribones al verle—. ¿Ya has visto a
la mujerzuela?
Haydar
dio un salto y subió al barco.
—Las
cuestiones de pareja no se preguntan —dijo con sonrisa pícara
mientras le guiñaba un ojo. Golpeó el sombrero del pirata y éste
le cubrió la cara.
—Menudo
mujeriego estás hecho —rió mientras se colocaba el sombrero en su
sitio y le veía dirigirse hacia su camarote.
Un
hombre de gran embergadura y pelo anaranjado que resaltaba del resto
por su tez blanquecina y sus ojos verdes, se le acercó.
—Oye
capitán. Si no te importa, me gustaría acercarme a la ciudad a por
unos menesteres.
Haydar
le miró con sorpresa. Normalmente Albur, llamado así en honor al
color de su pelo, no solía pedir nada. Era un hombre servicial al
que Haydar aceptó en su tripulación al ver lo hábil que era en el
manejo de las dagas. Nunca hablaba de sí mismo ni de su pasado. Lo
único que sabían de él era que provenía de las tierras lejanas
del norte.
—Claro
Albur, pero no tardes. Quiero salir cuanto antes de aquí.
El
hombre asintió y se alejó para descender del barco y perderse por
las callejuelas del puerto en dirección a la bella ciudad de Bagdad.
Haydar
entró en su camarote y, tras dejar su cimitarra, la espada de hoja
curva que solían usar los árabes, se dirigió hacia la mesa donde
descansaban las cartas que encontraron en el templo custodiado por
los escorpiones gigantes.
—«El
Cetro de la Luz. Un cetro capaz de darle al hombre que lo posea la
fuerza de mil hombres. Un cetro escondido por los propios dioses. Su
poder es tal que ni siquiera el gran califa consiguió dominar su
poder, entrando en un extraño letargo que terminó por llevarle a la
locura y provocó el exterminio de su estirpe...» —empezó a leer
en voz baja.
—¿Ya
estás de vuelta? —dijo Nasser desde el marco de la puerta. Haydar
levantó la vista de los papeles—. Has tardado poco. ¿Acaso Walesa
ya te ha mandado a paseo? —dijo en tono burlón mientras se apoyaba
en el borde de madera. Se fijó en la sangre que manchaba su camisola
y añadió—: Y parece que además ha sido un encuentro violento.
—¿Lo
dices por esto? —dijo señalando la herida de su pecho—. He
tenido que huir de los guardias. Ese tal Turán es más duro de
despistar de lo que creí...
—¿Entonces
no has podido ver a Walesa?
—Sí
que la he podido ver. —Su rostro reflejó cierta decepción. Aquel
no era el reencuentro que había esperado.
—¡Ja,
ja, ja! —rió Nasser al ver la cara de su compañero—. ¡Te has
quedado con las ganas!
—Ya
sabes que Walesa es más que una compañía en la cama. Y sí, me he
quedado con ganas de estar más con ella. Ahora hacía tiempo que no
la veía. —Se quedó pensativo recordando a la muchacha y una
sonrisa bobalicona se dibujó en su cara—. Y la verdad es que está
preciosa.
Nasser
se le quedó mirando y dejó escapar una sonora carcajada.
—¡Estás
enamorado, Haydar!
El
pirata lo sabía, era la mujer en la que pensaba cada noche. Pero no
podía quitarse de la cabeza las pasiones con las que se levantaba si
era Mirza con la que soñaba.
Nasser
entró en el camarote y se acercó al pirata.
—¿Son
las cartas del templo?
—Así
es —dijo Haydar pasando una y otra, y ojeándolas por encima—.
Hablan del famoso Cetro de la Luz Dorada. ¿Crees que podría ser
cierto?
—Aquella
vieja no te engañó cuando te dijo el paradero de las cartas, ¿no?
—Cierto...
Pero aunque el mapa parecía real... No sé, hay algo en todo esto
que no me gusta.
Nasser
se quedó callado un instante. No sabía si decirle o no lo que
pasaba por su cabeza. Tras meditarlo, terminó por decir:
—Oye,
aquel día te viste con Mirza. Supongo que no te irías de la
lengua...
Haydar
miró a su compañero con sorpresa y se quedó pensativo, rascándose
la perilla. Dejó escapar una carcajada y dijo:
—¡La
lengua sí que la usé, sí! ¡Ja, ja, ja!
—Eso
ya lo sé, bandido —dijo Nasser golpeándole en el hombro—. Pero
no me refería a eso.
—Lo
sé, lo sé —rió el pirata. Recuperó la compostura y añadió—:
Si le hubiera dicho algo lo recordaría, ¿no crees?
Cogió
otra de las cartas sin darle mayor importancia a lo que acababa de
decir y la leyó en voz alta:
—«...Hace
días que mi señor actúa de un modo extraño. Su piel se ha tornado
blanquecina y sus ojos apenas brillan. Los médicos reales no saben
qué enfermedad le ha atacado de este modo. Sin apetito, sin ganas de
vivir... Sus hijos quieren destituirle porque creen que ya no es apto
para el trono, pero cada vez que se le acercan la mirada de mi señor
se vuelve oscura. Ni siquiera su primera esposa, a la que amó de
verdad, es capaz ya de acercarse... Temo por su vida y por la
nuestra. Me temo que algún día pagaremos el haber desenterrado lo
que los dioses no querían que fuese encontrado...»
—Da
un poco de mal augurio, ¿no crees? —dijo Nasser al escuchar lo que
leía.
—Parecen
cartas escritas por el siervo del antiguo dueño del cetro. —Las
apiló y las dejó sobre la mesa—. Bueno, las leeré con calma
antes de partir. Estoy convencido de que en ellas hallaré pistas
sobre su nuevo paradero. ¡Creo que ésta será una gran aventura!
Nasser
suspiró mientras cruzaba los brazos frente al pecho y bajaba la
cabeza.
—Sí,
una que puede que nos cueste la vida...
—¡Y
esa es la gracia, amigo mío! —exclamó Haydar cada vez más
emocionado. Pasó su brazo por encima de los hombros de su compañero,
atrayéndole hacia él, y añadió—: ¡Nos espera una aventura de
las buenas! ¡Lo puedo sentir! ¡Ja, ja, ja! Un tesoro de
incalculable valor con una maldición a sus espaldas, mil trampas que
debemos superar hasta encontrarlo... ¡Estoy deseando que nos
pongamos en movimiento!
—Sí,
sí... —Dejó escapar un suspiro y recuperó la sonrisa—. En fin.
Qué sería de la vida de un pirata si no corriera peligro de vez en
cuando, ¿no? Je, je.
* * *
Albur
recorrió las callejuelas estrechas de Bagdad hasta que llegó a una
casa vieja y medio destartalada. Era de dos plantas, con sus paredes
blanqueadas de cal y ropa tendida en el tejado. Golpeó un par de
veces la puerta de madera medio carcomida por el paso del tiempo y la
empujó con suavidad hasta abrirla.
El
interior estaba oscuro. Al fondo, la luz que entraba por una puerta
abierta que daba al pequeño patio interior, le indicó dónde podría
estar la persona que buscaba.
—¿Madre?
—dijo en voz baja.
—¿Albur?
—dijo una voz agotada.
Se
dirigió hacia la puerta. En el patio, en una silla hecha de mimbre,
estaba sentada una mujer que parecía mayor de lo que era. Los años
y el duro trabajo habían castigado su cuerpo y ahora apenas tenía
fuerzas para cargar con las bolsas de tintes que debía llevar hasta
el telar donde siempre había trabajado. Pelaba unas habas sobre una
mesita.
—Madre...
—dijo Albur al verla desde la puerta.
Hacía
varios años que no regresaba a casa. No quería que nadie le
relacionara con ella, su madre era su único tesoro y no quería que
la hicieran pasar por un mal momento por su culpa. La engañaba
diciéndola que trabajaba en un barco mercante y que por eso
desaparecía durante largo tiempo.
—¿Ya
estás de vuelta? —dijo emocionada poniéndose en pie. Se abrazó
con fuerza a él—. Mi pequeño gran hombrecito...
—Madre,
ya no soy un hombrecito. Soy un hombre hecho y derecho.
Su
madre le soltó y sonrió con ternura.
—Lo
sé Albur, pero para mí siempre serás mi pequeño...
En
los brazos de su madre, Albur se sentía feliz. Al separarse, el
pañuelo que cubría la cabeza de la mujer resbaló de su pelo y cayó
al suelo. Albur sintió una punzada en el pecho. Su preciosa melena
naranja, aquella que recordaba cuando era niño, una melena larga y
cuidada, con unos bucles perfectos, ahora estaba sin brillo y con un
tono ceniza que le daba un aspecto más anciano aún.
—Lo
siento —dijo la mujer al ver la cara de su hijo.
Recogió
el pañuelo del suelo, no sin dificultad, y se lo colocó en la
cabeza de nuevo.
—Madre
—dijo Albur cogiendo las manos de la mujer y arrodillándose frente
a ella—. Haré que recuperes tu juventud. Te prometo que volverás
a ser la mujer fuerte que eras y podrás regresar a nuestra tierra.
—Mi
pequeño —dijo pasando su mano por la mejilla del pirata—, me
encantaría volver a casa antes de morir... Pero la vida a veces se
encarga de borrarte los sueños. Sé que no voy a volver allí, mi
frágil cuerpo no soportaría un viaje así, ni mucho menos podría
conseguir el dinero para ello. Pero soy feliz solo con poder verte de
nuevo.
Albur
se puso en pie sin soltar la mano de su madre.
—Te
lo juro, madre. Yo mismo te llevaré hasta allí.
Su
madre sonrió a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Las
palabras de su hijo la hicieron feliz, no porque fuera a llevarla de
regreso a casa, sino por la firmeza que ponía en sus palabras. Y
aquella firmeza, aquel amor que le profesaba, era todo lo que ella
necesitaba, aunque él no se diera cuenta de ello.
* * *
—¿Cómo
llegaremos a esa isla? —preguntó Gunaid saliendo en ese momento
por la obertura de la roca.
La
luminosidad exterior les obligó a cubrirse los ojos hasta que se
acostumbraron a la luz.
—Primero
quiero ir a hacerle una visita a alguien. Si queremos conseguir el
cetro y luego hacernos con el reino, necesitamos aliados. Y sé
perfectamente quién podría ayudarnos en esta tarea. Si ese engreído
de Haydar decidiera aparecer para robarme lo que es mío por derecho,
los bereberes se encargarán de derrotarle a él y a sus secuaces.
Cuando
escuchó la palabra bereber, Gunaid tragó saliva. Idrís nunca le
gustó. Era un hombre frío y calculador que siempre quiso
arrebatarle el trono al califa con toda clase de trampas y juegos
sucios. Y lo último que sabían de él es que había huido y que se
encontraba bajo la protección de una tribu bereber considerada una
de las más violentas de la zona.
—¿Vamos
a ir a ver a Idrís? —dijo al fin el aprendiz.
—Por
supuesto. Estoy seguro de que estará encantado de ayudarnos cuando
le diga que, una vez el cetro sea mío, podré acabar con el
mismísimo califa, entregándole el reino.
—Pero
el reino lo quieres tú... —comentó confundido.
—Pues
claro idiota. Eso es lo que le voy a decir. No lo que luego haré.
Cuando tenga el cetro en mis manos no habrá hombre sobre la faz de
la tierra que me pueda detener. Ninguno. Acabaré con todos esos
desgraciados que me repudiaron y les obligaré a tragarse sus
insultos...
Zainab
apretó los puños con rabia al recordar cómo fue tratado en
palacio. No podía perdonar a aquellos que se rieron de él y que le
humillaron desterrándole del reino. Sus artes eran oscuras, sí.
Pero por eso era tan poderoso. Y ese inepto del califa le destituyó
por un simple error... ¿Qué más daba la vida de una criada si era
por el bien del reino? Para superarse a veces había que hacer
sacrificios... Y aquella mujer fue un pequeño precio que se tuvo que
pagar.
Continuará...
Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
Hemos tardado pero por fin tenemos aquí el segundo capítulo. Has sabido llevar muy bien las diferentes historias, e incluso has aportado algún que otro personaje. Espero saber continuar la historia tan bien como tú, y que a los lectores les guste tanto como a mí. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Hola José!
EliminarSí, y lo siento por el retraso... Pero ya lo tenemos aquí jeje. Por eso no te preocupes, seguro que te queda un capítulo genial, como siempre ;) Ya tengo ganas de leerlo jujuju
Un abrazo! :D
Se hizo esperar... ¡Ya era hora! Je, je, je, je.
ResponderEliminarMe está agradando Zainab. Lo que le hizo a uno de sus ayudantes al descubrirlo con las manos en la masa fue tan horrible como genial. Je, je, je. Lo que le esperará a Haydar.
Por otra parte Haydar se la vio difícil con Walesa (y yo que esperaba que lo empujara por la ventana. Hubiera sido terriblemente genial. Ja, ja, ja.). Para su suerte pudo arreglar la situación, aunque no deja de ser mujeriego. Je, je, je.
Me produjo ternura Albur y su madre. Espero que no se empecine en su objetivo o él terminará yéndose antes que ella. Y me parece que son muchos los que van tras ese cetro. Va a atraer muchas desgracias y peleas... ojalá. Ja, ja, ja, ja, ja.
Muy buen capítulo y buena forma de regresar esta historia. A esperar al siguiente capítulo (que no tarde en salir o... ¡me volveré loco... más de lo que estoy! Je, je, je).
¡Saludos!
¡Hola Nahuel!
EliminarSí, la verdad es que he tardado en escribirlo... Pero ya está aquí, jejeje Así que te gusta Zainab, ¿eh? El brujo malvado Muahahaha!! XD A mí también me gusta, la verdad.
Haydar es un mujeriego, y creo que eso le va a llevar a tener problemas... Walesa ha sido demasiado benevolente, jeje Si hubiera sido yo... ¬¬ Jeje
Y en cuanto a Albur, bueno, es un personaje peculiar. A ver cómo se va desarrollando la historia y en qué termina su empeño... Yo espero que no muera a la primera de cambio, pero ya sabes, luego me pongo a escribir y a saber XD
Muchas gracias por pasarte a leer, Nahuel ^^ Y por tu comentario. ¡Saludos! Y feliz semanita :D
He leído la segunda parte y se me hizo incluso mas ligero este capítulo, será interesante seguir la travesía de los piratas y el mago que tienen el mismo objetivo.
ResponderEliminarEsperaré la siguiente parte de José, ¿cuando será?
¡Saludos!
Muchas gracias ^^ Me alegro de que se te haya hecho amena.
EliminarPues el siguiente capítulo me imagino que José la subirá de cara a la semana que viene o la otra. Nos hemos dado un plazo de unas dos semanas para escribir el capítulo.
Muchas gracias por leer y por comentar :D ¡Abrazo! ¡¡Y feliz semana!!