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Haydar. El Cetro de la Luz Dorada.

Continúa la historia a dos bandas que escribo junto a José Baena Castel (el enlace a su blog, pinchando aquí. ) En esta ocasión, el capítulo es mío, así que es pero que sea de vuestro agrado. 

Como aclaración, decir que, aunque hemos tomado algunos nombres y fechas reales, la historia es  en su totalidad ficticia.

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Zainab se adentró en el bosque seguido de su ayudante. El loro sobrevolaba los árboles por encima de sus cabezas, sin dejar de vigilar a un lado y a otro. La cueva hacia la que se dirigían, que era la guarida del brujo, se encontraba en la base de una montaña escarpada y de roca blanca que quedaba al norte de la isla, donde el mar de agua azul y cristalina rompía sus olas con fuerza. Cuando alcanzaron la pared de piedra donde se encontraba la entrada, protegida por su magia, Zainab movió sus manos mientras recitaba unos versos. La puerta apareció frente a los hombres.

—¿Está seguro de haberlo encontrado? —dijo Gunaid, su ayudante, al entrar en la penumbra de la cueva.

El brujo cogió la antorcha que tenía a su derecha y, tras encenderla con una bola de fuego que creó sobre la palma de su mano, la introdujo en un conducto que contenía un líquido negro y viscoso. A medida que éste prendía la cueva se fue iluminando. Era de una profundidad considerable y estaba repleta de estanterías con rollos de pergaminos antiguos, frascos repletos de polvos y líquidos, y artefactos para la elaboración de experimentos.

—Por supuesto —respondió Zainab—. Cuando encuentre el cetro ese engreído de Haydar no volverá a reírse de mí. Pienso arrebatarle todo lo que ama. Y le dejaré postrado ante mí, con sus cuencas vacías, en el mismísimo centro del que será mi palacio para que todos sepan lo que les pasa a aquellos que me hacen enojar.

Gunaid tragó saliva. Su maestro sin duda podía llegar a ser cruel y despiadado como un demonio embravecido. Aún recordaba lo que le hizo a su compañero cuando éste intentó robar uno de los anillos embrujados que poseía el brujo en su cámara de los tesoros, escondida al fondo de la cueva en una sala inferior a la que se accedía descendiendo por un pozo que no parecía tener final. Zainab le vio recoger el anillo del cojín donde reposaba y, sin sentir piedad alguna, le lanzó un conjuro que hizo que su carne comenzara a derretirse y a resbalar de sus huesos hacia el suelo hasta convertirse en un charco mugriento que pulverizó e hizo desaparecer. A Gunaid le dieron escalofríos. «Pobre Haydar... No sabe lo que le espera», pensó. «Aunque se lo ha buscado él solo al llevarse la maldita alfombra». Miró a su maestro y sonrió. «Y seguro que cuando consiga a esa mujer estará de tan buen humor que por fin me enseñará los conjuros que me prometió cuando comencé a seguirle». Gunaid era un hombre menudo, de pelo negro y revuelto, y brazos fuertes que le fue de gran ayuda a Zainab cuando el pirata le arrebató sus dos tesoros más preciados, convirtiéndose en su más fiel seguidor.

El loro entró veloz y se posó en el hombro del brujo.

—Zona segura. Zona segura —repitió con su estridente voz.

Zainab le acarició y se encaminó hacia el fondo de la cueva. Una obertura a la izquierda daba paso a lo que era la sala principal. Estaba bordeada de tapices y alfombras de colores vivos. Y una mesa baja de forma redonda, bordeada de cojines de diversos tamaños, invitaba a sentarse y tomar un té de la tetera de plata que le robó al mismísimo califa. Se dirigió hacia la estantería dónde descansaban los documentos más importantes para él y cogió un rollo de papel. Lo desplegó y lo puso sobre la mesa colocándose de rodillas. Gunaid hizo lo mismo.

—Según este pergamino, el cetro de la Luz Dorada está escondido en una de estas islas —dijo paseando la mano por el pergamino—. Y parece que habla de una zona volcánica.

Gunaid observó el pergamino y silbó sorprendido.

—No sé cómo lo hace para entender estos garabatos —dijo observando los jeroglíficos y los pictogramas que se esparcían por el pergamino.

—¿Acaso olvidas ante quién estás? —dijo sin levantar la vista del papel con tono engreído.

Gunaid guardó silencio. ¿Cómo podía olvidarlo? Siempre se encargaba de restregarle su ignorancia por la cara, haciendo alarde de su soberbia y de su altivez.

—Bien... —murmuró el brujo pensativo mientras se acicalaba la perilla—. Creo que ya sé dónde está...

Se puso en pie a la vez que una sonrisa malévola se dibujaba en su rostro.

«Por fin...», pensó. Sus ojos negros brillaron de un modo extraño cuando el loro, que descansaba sobre un pedestal en un rincón de la sala, comenzó a emitir una risa oscura. A Gunaid aquello le provocaba pavor. Cada vez que su maestro sonreía de aquella manera, el pajarraco emitía aquel sonido lúgubre que le erizaba la piel y a la cual no terminaba de acostumbrarse.

* * *

—Vamos Sadiq —dijo Mirza recostada sobre su codo mientras paseaba sus dedos por el torso desnudo del pirata—. No me negarás que la recompensa merece la pena...

Estaban desnudos sobre la cama, tapados con la sábana hasta la cintura. Sadiq, que apoyaba su cabeza sobre una de sus manos y con la otra acariciaba la melena de la mujer, dejó escapar un suspiro.

—No lo sé... He oído muchos rumores acerca de ese cetro que dices. Y, si te soy sincero, no me los he creído nunca.

Mirza se sentó en el borde de la cama algo molesta. Si bien lo había pasado en grande disfrutando de los placeres que aquel hombre le regalaba en cada encuentro, su escepticismo hacia lo que le acababa de contar la cabreaba. Necesitaba su ayuda si quería conseguir el tesoro detrás del cual andaba Haydar.

—Vamos Mirza —dijo incorporándose—, no me digas que te has enfadado.

Mirza se giró hacia él recogiendo su melena hacia un lado. Sadiq paseó la vista por su espalda desnuda y sintió que se ruborizaba de nuevo.

—Esta vez el rumor es cierto. ¿Por qué si no Haydar iba a andar detrás de él? Se dice que es el cetro capaz de hacer inmortal al que lo posea. De entregarle a su poseedor la fuerza de los dioses y de la naturaleza//

—Sí, sí... —le interrumpió el pirata—. Y que le dará el poder de controlar los elementos al más inepto de los magos. Pero vamos, Mirza, eso eran historias de viejas.

—Esta vez no —Mirza se acercó a él y le obligó a tumbarse, avanzando hacia él hasta quedar encima suyo—. Existe un mapa. Un mapa que yo he visto con mis propios ojos...

Tenerla tan cerca de su piel hizo que ardiera en deseos de nuevo. Mirza sabía cómo excitarle con tan solo una mirada y, en aquel momento, tenía esa mirada felina que tanto le atraía.

—Pues si tú misma has visto el mapa... —murmuró. La cogió por la cara y la atrajo para besarla. Ella se dejó—. Creo que tenemos un contrato. ¿Qué te parece si lo sellamos?

Mirza soltó una suave risita y él la atrajo hacia sí, sintiendo el calor aumentando por momentos.

* * *

Cuando Haydar consiguió despistar a los guardias que le perseguían, se introdujo por las calles estrechas cercanas al mercado principal de Bagdad para encontrarse con Walesa. Su casa quedaba cerca de una de las plazas, haciendo esquina. Se acercó al borde de la pared. Observó a un lado y al otro para comprobar que estaba solo y se coló por la puerta abierta de la casa vecina. La dueña —una mujer de edad avanzada que estaba acostumbrada a que el joven usara su casa para colarse por la ventana de su amada— y su hija, sentadas a la mesa, saludaron con risas mientras Haydar pasaba corriendo por su lado y hacía un gesto con la mano para saludarles y agradecerles, con su amplia sonrisa, que le dejaran atravesar su hogar.

En pie sobre el alféizar de la ventana y apoyado en el marco de piedra, golpeó el cristal un par de veces antes de que la joven se acercara a abrir.

—Hola, mi belleza de oriente—dijo el pirata entrando por la ventana y cogiéndola por la cintura para atraerla hacia sus labios.

Pero la joven le empujó y le apartó de ella.

—¿Y bien? —preguntó cruzándose de brazos. Sentía su pecho latir con fuerza y tenía un ligero temblor en las piernas.

—Mujer, no me gusta verte tan seria. —La cogió por el mentón y la obligó a mirarle a los ojos—. Me gusta más esa bonita sonrisa que tienes —dijo sonriendo con dulzura.

Walesa estuvo a punto de sonreír, pero la imagen de su amado en brazos de la otra mujer la golpeó haciendo que separara su cara para soltarse de su mano.

—¿Me vas a contar que son esos rumores que corren acerca de esa tal Mirza?

Haydar se rascó el pelo riendo como si nada y se alejó de ella un par de pasos.

—No hay nada que explicar. Tú eres la única que me ha robado el corazón.

—¿Tú te crees que soy idiota, no? —dijo retomando la firmeza. Si algo no soportaba, era que la mintieran. Y sabía que él la estaba mintiendo.

—No digas eso. Eres todo lo que me importa. ¿Por qué te crees que he venido hasta aquí?

Acercó su mano hacia su brazo, pero Walesa se alejó. Estaba enojada. No podía dejar de pensar en esa otra mujer. Se sentía dolida. Y el hecho de que él no le dijera nada sobre ella solo podía significar que era importante para él. Haydar se la quedó mirando un instante. Sabía que si le contaba la verdad lo pasaría mal y quería evitar que sufriera, pero también que no iba a quedarse tranquila hasta que no le explicara la verdad.

—¿De verdad quieres saber quién es Mirza?

La joven asintió levemente. «¿De veras lo quiero saber?», pensó sintiendo cómo su corazón latía cada vez más fuerte.

—Vale. Pues te lo diré. Mirza no es otra que una pirata. Una compañera de oficio a la que tengo cariño porque en alguna ocasión me ha salvado el cuello. —Se quedó callado un instante esperando que con aquella explicación se quedara satisfecha, pero Walesa no dijo palabra, esperando más. Suspiró y añadió—: Y sí, es cierto que he tenido algún que otro escarceo con ella.

Walesa abrió sus ojos más de lo que pensó que hacía y sintió un vuelco en el estómago a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Haydar se acercó a ella con rapidez y la cogió por los hombros a la vez que decía:

—¡Pero ella no significa nada para mí! ¡Tú eres lo que más me importa!

—Será mejor que te vayas, Haydar... —murmuró esquivando su mirada.

—Pero Walesa, por favor, tienes que//

—¡He dicho que te vayas! —gritó con los ojos llenos de lágrimas y con el ceño fruncido.

—Walesa...

—Sé que tienes amantes en cada uno de los lugares por los que pasas. No soy tonta. Y lo acepto. No puedo negar que me duele, pero lo acepto. Pero con esa mujer es diferente...

Haydar soltó sus brazos y dejó caer los suyos a ambos lados de su cuerpo. Le dolía el tono de voz que usaba. Sentía un dolor insoportable en su pecho cada vez que miraba sus ojos llorosos.

—¿Cómo podría yo compararme con ella? —dijo al fin dejándose llevar por el dolor. Las lágrimas resbalaban cristalinas por sus mejillas—. ¿Eh? ¿Cómo podría competir con una pirata como ella? No soy más que una mujer más de esta ciudad... Pero ella, ella... —Empezó a sollozar—. Dicen que es la mujer más hermosa de entre los piratas. Que ha sido capaz de atraerte incluso a ti con sus encantos. Una mujer que hace suspirar a todo aquel que pasa a su lado...

Haydar recordó a Mirza y, ciertamente, tenía una sensualidad que hacía que cualquiera la deseara. Pero la mujer que tenía delante, con su forma de ser, con su forma de tratarle, le había robado el corazón.

—Tú no tienes nada que envidiar de esa mujer, Walesa. Eres la mujer más hermosa, más dulce y más fuerte que conozco. —Se acercó a ella y la cogió con suavidad por la barbilla para levantarle el rostro y poder mirarla a sus preciosos ojos—. No quiero que vuelvas a pensar en ella, ¿de acuerdo? Tú eres la que de verdad me importa...

Walesa le empujó del pecho para apartarse cuando Haydar gimió de dolor. Había golpeado la herida de su torso.

—¿E..Estás bien? —preguntó preocupada cogiéndole del brazo y haciéndole sentar.

—Sí, no te preocupes, es solo un rasguño.

—No digas tonterías. No te quejarías si fuera un simple rasguño...

Le obligó a levantarse la camisola que vestía. Un feo raspón había abierto su carne y manchaba de sangre la tela. Al verlo, Walesa se acercó a por un paño limpio y lo humedeció con el agua de la jarra que reposaba sobre su mesa.

—Tiene que doler... —murmuró acercando el paño a la herida.

Haydar sujetó su mano con fuerza y la puso sobre su pecho.

—Más duele perderte a ti...

Aquellas palabras hicieron que Walesa olvidara el rencor y el temor que sentía y acercó sus labios a los de él. Le besó con dulzura y, tras apartarse, sonrió como solo ella sabía hacer.

Unos ruidos en la parte baja de la casa, indicó que el padre de la joven había regresado.

—¡Mi padre! —exclamó nerviosa.

—Será mejor que me vaya —dijo el pirata poniéndose en pie.

—¿Cuándo te volveré a ver?

Haydar se acercó a la ventana.

—Aún no lo sé, pero ten por seguro que cuando vuelva serás mía —dijo con una amplia sonrisa.

Y saltó hacia el rellano de la casa vecina para escapar hacia el puerto y regresar al «Furia de los mares».

—¡Haydar! —gritó Walesa antes de que desapareciera de su vista. El pirata se detuvo y se giró hacia ella—. ¿En qué puerto estáis varados?

—¡En el puerto del río!

—¡Vale! ¡Ten cuidado!

Y besó su mano enviando el beso por el aire hacia él. Haydar se despidió con la mano y, regresando por dónde había venido, se dirigió hacia el muelle.

—¡Hombre, Haydar! —gritó uno de sus bribones al verle—. ¿Ya has visto a la mujerzuela?

Haydar dio un salto y subió al barco.

—Las cuestiones de pareja no se preguntan —dijo con sonrisa pícara mientras le guiñaba un ojo. Golpeó el sombrero del pirata y éste le cubrió la cara.

—Menudo mujeriego estás hecho —rió mientras se colocaba el sombrero en su sitio y le veía dirigirse hacia su camarote.

Un hombre de gran embergadura y pelo anaranjado que resaltaba del resto por su tez blanquecina y sus ojos verdes, se le acercó.

—Oye capitán. Si no te importa, me gustaría acercarme a la ciudad a por unos menesteres.

Haydar le miró con sorpresa. Normalmente Albur, llamado así en honor al color de su pelo, no solía pedir nada. Era un hombre servicial al que Haydar aceptó en su tripulación al ver lo hábil que era en el manejo de las dagas. Nunca hablaba de sí mismo ni de su pasado. Lo único que sabían de él era que provenía de las tierras lejanas del norte.

—Claro Albur, pero no tardes. Quiero salir cuanto antes de aquí.

El hombre asintió y se alejó para descender del barco y perderse por las callejuelas del puerto en dirección a la bella ciudad de Bagdad.

Haydar entró en su camarote y, tras dejar su cimitarra, la espada de hoja curva que solían usar los árabes, se dirigió hacia la mesa donde descansaban las cartas que encontraron en el templo custodiado por los escorpiones gigantes.

—«El Cetro de la Luz. Un cetro capaz de darle al hombre que lo posea la fuerza de mil hombres. Un cetro escondido por los propios dioses. Su poder es tal que ni siquiera el gran califa consiguió dominar su poder, entrando en un extraño letargo que terminó por llevarle a la locura y provocó el exterminio de su estirpe...» —empezó a leer en voz baja.

—¿Ya estás de vuelta? —dijo Nasser desde el marco de la puerta. Haydar levantó la vista de los papeles—. Has tardado poco. ¿Acaso Walesa ya te ha mandado a paseo? —dijo en tono burlón mientras se apoyaba en el borde de madera. Se fijó en la sangre que manchaba su camisola y añadió—: Y parece que además ha sido un encuentro violento.

—¿Lo dices por esto? —dijo señalando la herida de su pecho—. He tenido que huir de los guardias. Ese tal Turán es más duro de despistar de lo que creí...

—¿Entonces no has podido ver a Walesa?

—Sí que la he podido ver. —Su rostro reflejó cierta decepción. Aquel no era el reencuentro que había esperado.

—¡Ja, ja, ja! —rió Nasser al ver la cara de su compañero—. ¡Te has quedado con las ganas!

—Ya sabes que Walesa es más que una compañía en la cama. Y sí, me he quedado con ganas de estar más con ella. Ahora hacía tiempo que no la veía. —Se quedó pensativo recordando a la muchacha y una sonrisa bobalicona se dibujó en su cara—. Y la verdad es que está preciosa.

Nasser se le quedó mirando y dejó escapar una sonora carcajada.

—¡Estás enamorado, Haydar!

El pirata lo sabía, era la mujer en la que pensaba cada noche. Pero no podía quitarse de la cabeza las pasiones con las que se levantaba si era Mirza con la que soñaba.
Nasser entró en el camarote y se acercó al pirata.

—¿Son las cartas del templo?

—Así es —dijo Haydar pasando una y otra, y ojeándolas por encima—. Hablan del famoso Cetro de la Luz Dorada. ¿Crees que podría ser cierto?

—Aquella vieja no te engañó cuando te dijo el paradero de las cartas, ¿no?

—Cierto... Pero aunque el mapa parecía real... No sé, hay algo en todo esto que no me gusta.

Nasser se quedó callado un instante. No sabía si decirle o no lo que pasaba por su cabeza. Tras meditarlo, terminó por decir:

—Oye, aquel día te viste con Mirza. Supongo que no te irías de la lengua...

Haydar miró a su compañero con sorpresa y se quedó pensativo, rascándose la perilla. Dejó escapar una carcajada y dijo:

—¡La lengua sí que la usé, sí! ¡Ja, ja, ja!

—Eso ya lo sé, bandido —dijo Nasser golpeándole en el hombro—. Pero no me refería a eso.

—Lo sé, lo sé —rió el pirata. Recuperó la compostura y añadió—: Si le hubiera dicho algo lo recordaría, ¿no crees?

Cogió otra de las cartas sin darle mayor importancia a lo que acababa de decir y la leyó en voz alta:

—«...Hace días que mi señor actúa de un modo extraño. Su piel se ha tornado blanquecina y sus ojos apenas brillan. Los médicos reales no saben qué enfermedad le ha atacado de este modo. Sin apetito, sin ganas de vivir... Sus hijos quieren destituirle porque creen que ya no es apto para el trono, pero cada vez que se le acercan la mirada de mi señor se vuelve oscura. Ni siquiera su primera esposa, a la que amó de verdad, es capaz ya de acercarse... Temo por su vida y por la nuestra. Me temo que algún día pagaremos el haber desenterrado lo que los dioses no querían que fuese encontrado...»

—Da un poco de mal augurio, ¿no crees? —dijo Nasser al escuchar lo que leía.

—Parecen cartas escritas por el siervo del antiguo dueño del cetro. —Las apiló y las dejó sobre la mesa—. Bueno, las leeré con calma antes de partir. Estoy convencido de que en ellas hallaré pistas sobre su nuevo paradero. ¡Creo que ésta será una gran aventura!

Nasser suspiró mientras cruzaba los brazos frente al pecho y bajaba la cabeza.

—Sí, una que puede que nos cueste la vida...

—¡Y esa es la gracia, amigo mío! —exclamó Haydar cada vez más emocionado. Pasó su brazo por encima de los hombros de su compañero, atrayéndole hacia él, y añadió—: ¡Nos espera una aventura de las buenas! ¡Lo puedo sentir! ¡Ja, ja, ja! Un tesoro de incalculable valor con una maldición a sus espaldas, mil trampas que debemos superar hasta encontrarlo... ¡Estoy deseando que nos pongamos en movimiento!

—Sí, sí... —Dejó escapar un suspiro y recuperó la sonrisa—. En fin. Qué sería de la vida de un pirata si no corriera peligro de vez en cuando, ¿no? Je, je.

* * *

Albur recorrió las callejuelas estrechas de Bagdad hasta que llegó a una casa vieja y medio destartalada. Era de dos plantas, con sus paredes blanqueadas de cal y ropa tendida en el tejado. Golpeó un par de veces la puerta de madera medio carcomida por el paso del tiempo y la empujó con suavidad hasta abrirla.

El interior estaba oscuro. Al fondo, la luz que entraba por una puerta abierta que daba al pequeño patio interior, le indicó dónde podría estar la persona que buscaba.

—¿Madre? —dijo en voz baja.

—¿Albur? —dijo una voz agotada.

Se dirigió hacia la puerta. En el patio, en una silla hecha de mimbre, estaba sentada una mujer que parecía mayor de lo que era. Los años y el duro trabajo habían castigado su cuerpo y ahora apenas tenía fuerzas para cargar con las bolsas de tintes que debía llevar hasta el telar donde siempre había trabajado. Pelaba unas habas sobre una mesita.

—Madre... —dijo Albur al verla desde la puerta.

Hacía varios años que no regresaba a casa. No quería que nadie le relacionara con ella, su madre era su único tesoro y no quería que la hicieran pasar por un mal momento por su culpa. La engañaba diciéndola que trabajaba en un barco mercante y que por eso desaparecía durante largo tiempo.

—¿Ya estás de vuelta? —dijo emocionada poniéndose en pie. Se abrazó con fuerza a él—. Mi pequeño gran hombrecito...

—Madre, ya no soy un hombrecito. Soy un hombre hecho y derecho.

Su madre le soltó y sonrió con ternura.

—Lo sé Albur, pero para mí siempre serás mi pequeño...

En los brazos de su madre, Albur se sentía feliz. Al separarse, el pañuelo que cubría la cabeza de la mujer resbaló de su pelo y cayó al suelo. Albur sintió una punzada en el pecho. Su preciosa melena naranja, aquella que recordaba cuando era niño, una melena larga y cuidada, con unos bucles perfectos, ahora estaba sin brillo y con un tono ceniza que le daba un aspecto más anciano aún.

—Lo siento —dijo la mujer al ver la cara de su hijo.

Recogió el pañuelo del suelo, no sin dificultad, y se lo colocó en la cabeza de nuevo.

—Madre —dijo Albur cogiendo las manos de la mujer y arrodillándose frente a ella—. Haré que recuperes tu juventud. Te prometo que volverás a ser la mujer fuerte que eras y podrás regresar a nuestra tierra.

—Mi pequeño —dijo pasando su mano por la mejilla del pirata—, me encantaría volver a casa antes de morir... Pero la vida a veces se encarga de borrarte los sueños. Sé que no voy a volver allí, mi frágil cuerpo no soportaría un viaje así, ni mucho menos podría conseguir el dinero para ello. Pero soy feliz solo con poder verte de nuevo.

Albur se puso en pie sin soltar la mano de su madre.

—Te lo juro, madre. Yo mismo te llevaré hasta allí.

Su madre sonrió a la vez que sus ojos se llenaban de lágrimas. Las palabras de su hijo la hicieron feliz, no porque fuera a llevarla de regreso a casa, sino por la firmeza que ponía en sus palabras. Y aquella firmeza, aquel amor que le profesaba, era todo lo que ella necesitaba, aunque él no se diera cuenta de ello.

* * *

—¿Cómo llegaremos a esa isla? —preguntó Gunaid saliendo en ese momento por la obertura de la roca.

La luminosidad exterior les obligó a cubrirse los ojos hasta que se acostumbraron a la luz.

—Primero quiero ir a hacerle una visita a alguien. Si queremos conseguir el cetro y luego hacernos con el reino, necesitamos aliados. Y sé perfectamente quién podría ayudarnos en esta tarea. Si ese engreído de Haydar decidiera aparecer para robarme lo que es mío por derecho, los bereberes se encargarán de derrotarle a él y a sus secuaces.

Cuando escuchó la palabra bereber, Gunaid tragó saliva. Idrís nunca le gustó. Era un hombre frío y calculador que siempre quiso arrebatarle el trono al califa con toda clase de trampas y juegos sucios. Y lo último que sabían de él es que había huido y que se encontraba bajo la protección de una tribu bereber considerada una de las más violentas de la zona.

—¿Vamos a ir a ver a Idrís? —dijo al fin el aprendiz.

—Por supuesto. Estoy seguro de que estará encantado de ayudarnos cuando le diga que, una vez el cetro sea mío, podré acabar con el mismísimo califa, entregándole el reino.

—Pero el reino lo quieres tú... —comentó confundido.

—Pues claro idiota. Eso es lo que le voy a decir. No lo que luego haré. Cuando tenga el cetro en mis manos no habrá hombre sobre la faz de la tierra que me pueda detener. Ninguno. Acabaré con todos esos desgraciados que me repudiaron y les obligaré a tragarse sus insultos...

Zainab apretó los puños con rabia al recordar cómo fue tratado en palacio. No podía perdonar a aquellos que se rieron de él y que le humillaron desterrándole del reino. Sus artes eran oscuras, sí. Pero por eso era tan poderoso. Y ese inepto del califa le destituyó por un simple error... ¿Qué más daba la vida de una criada si era por el bien del reino? Para superarse a veces había que hacer sacrificios... Y aquella mujer fue un pequeño precio que se tuvo que pagar.

Continuará...

Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.



Comentarios

  1. Hemos tardado pero por fin tenemos aquí el segundo capítulo. Has sabido llevar muy bien las diferentes historias, e incluso has aportado algún que otro personaje. Espero saber continuar la historia tan bien como tú, y que a los lectores les guste tanto como a mí. Un abrazo.

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    1. ¡Hola José!

      Sí, y lo siento por el retraso... Pero ya lo tenemos aquí jeje. Por eso no te preocupes, seguro que te queda un capítulo genial, como siempre ;) Ya tengo ganas de leerlo jujuju

      Un abrazo! :D

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  2. Se hizo esperar... ¡Ya era hora! Je, je, je, je.

    Me está agradando Zainab. Lo que le hizo a uno de sus ayudantes al descubrirlo con las manos en la masa fue tan horrible como genial. Je, je, je. Lo que le esperará a Haydar.

    Por otra parte Haydar se la vio difícil con Walesa (y yo que esperaba que lo empujara por la ventana. Hubiera sido terriblemente genial. Ja, ja, ja.). Para su suerte pudo arreglar la situación, aunque no deja de ser mujeriego. Je, je, je.

    Me produjo ternura Albur y su madre. Espero que no se empecine en su objetivo o él terminará yéndose antes que ella. Y me parece que son muchos los que van tras ese cetro. Va a atraer muchas desgracias y peleas... ojalá. Ja, ja, ja, ja, ja.

    Muy buen capítulo y buena forma de regresar esta historia. A esperar al siguiente capítulo (que no tarde en salir o... ¡me volveré loco... más de lo que estoy! Je, je, je).

    ¡Saludos!

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    1. ¡Hola Nahuel!

      Sí, la verdad es que he tardado en escribirlo... Pero ya está aquí, jejeje Así que te gusta Zainab, ¿eh? El brujo malvado Muahahaha!! XD A mí también me gusta, la verdad.

      Haydar es un mujeriego, y creo que eso le va a llevar a tener problemas... Walesa ha sido demasiado benevolente, jeje Si hubiera sido yo... ¬¬ Jeje

      Y en cuanto a Albur, bueno, es un personaje peculiar. A ver cómo se va desarrollando la historia y en qué termina su empeño... Yo espero que no muera a la primera de cambio, pero ya sabes, luego me pongo a escribir y a saber XD

      Muchas gracias por pasarte a leer, Nahuel ^^ Y por tu comentario. ¡Saludos! Y feliz semanita :D

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  3. He leído la segunda parte y se me hizo incluso mas ligero este capítulo, será interesante seguir la travesía de los piratas y el mago que tienen el mismo objetivo.

    Esperaré la siguiente parte de José, ¿cuando será?

    ¡Saludos!

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    1. Muchas gracias ^^ Me alegro de que se te haya hecho amena.

      Pues el siguiente capítulo me imagino que José la subirá de cara a la semana que viene o la otra. Nos hemos dado un plazo de unas dos semanas para escribir el capítulo.

      Muchas gracias por leer y por comentar :D ¡Abrazo! ¡¡Y feliz semana!!

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