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Y tú, ¿A qué Tienes Miedo?



El día que llegué al colegio para entrevistarme con la directora, el frío inundaba la sala.

—Lo siento —se disculpó al verme tiritar—, la calefacción parece que hoy no quiere encenderse...

Tiré el aliento entre mis manos para que entraran en calor y sonreí para que entendiera que no tenía mayor importancia.

—¿Qué le parece si comenzamos?

—Claro, por favor, puede comenzar cuando desee.

A la mujer no parecía afectarle el ambiente gélido que nos rodeaba. Llevaba una camisa fina y una falda hasta las rodillas, y aún así los dientes no le castañeaban. Yo, en cambio, enfundado en un anorak y con guantes de lana —de los cuales salían las puntas de mis dedos— no podía evitar hacer ese ruido tan molesto.

—Veamos. ¿Hace cuánto que comenzó todo? —Tomé la libreta, dispuesto a apuntar todo lo que fuera relevante para el caso que me traía entre manos.

—Pues verá... —Colocó el dedo índice en los labios, pensativa—. Creo que hace más o menos un mes. Recuerdo que fue Andreíta la que llegó a mi despacho llorando desconsolada y con la piel más blanca de lo habitual. Pobre niña... Si la hubiera visto... Era una de las pequeñas que comenzó el primer curso en nuestra escuela. Tan bonita ella... —Carraspeé. No podía permitirme el lujo de perder más tiempo. Captó la indirecta. Rió con timidez, y continuó—: Según nos contó, oyó a alguien hablando en la biblioteca y se acercó a ver quién era. Siempre había sido una entusiasta de los libros, nada más empezar, su primera pregunta fue si teníamos biblioteca, ¿lo puede creer? Qué cría... En fin, el caso es que dijo que al entrar allí, escuchó la voz pero no vio a nadie. Como entenderá, al principio todos creímos que debió escuchar voces de la sala contigua, filtrándose a través de los respiraderos de la sala. Es un edificio viejo, ¿sabe?

—Así que la pequeña dijo que oyó voces pero que no había nadie. —Anoté en la libreta «¿¿posible aparición??»

—Eso es.

La miré, intentando sonsacar algo más de información.

—¿Y, si nadie la creyó, qué hago yo aquí?

—Verá, no es tan sencillo... El caso es que la pequeña Andreíta, comenzó a comportarse de un modo... extraño.

—¿Extraño?

—Desde aquel día que no sonreía. Una niña tan maja como ella, tan cariñosa... Y, de la noche a la mañana, cambia por completo. Fría, distante, triste... Sobretodo triste. Aún recuerdo sus ojitos...

Ya se iba otra vez por las ramas...

—Por favor, señora Felicia.

—Disculpe, joven. Es que no lo puedo evitar.

Sonrió y sus arrugas de acentuaron. Miré mi reloj, ya pasaban de las tres y a las cinco debía coger el tren de vuelta a la ciudad.

—No se preocupe, pero vaya directa a lo que me ha hecho venir hasta aquí, por favor.

—Claro.—Entrelazó los dedos sobre su escritorio y bajó la vista hacia ellos. Justo antes de hablar, me miró y sonrió con suma tristeza—. Pues verá. Andreíta... Andreíta se quitó la vida.

El bolígrafo resbaló de mis dedos y rodó por el suelo. Tragué saliva de modo inconsciente. No me esperaba un final así.

—Dios mío...

—Y no ha sido la única...

Cuando pronunció aquellas palabras, se incorporó a por un libro de la estantería. Lo abrió por una página y me lo mostró.

—Con ella ya son seis las pequeñas que se han ido con nuestro señor. Seis criaturas inocentes, llenas de vida y que, de un día para otro, perdieron el brillo de sus ojos. Y todas, todas sin excepción, dijeron haber oído esa misma voz. Venga conmigo, por favor, le enseñaré de lo que estoy hablando.

Sin poder quitarme el malestar de encima por lo que acaba de oír, me puse en pie y seguí a la mujer. Caminaba más deprisa de lo que imaginé por las arrugas de su cara.

—Es aquí.

Una puerta de doble hoja cerraba el paso. Encima del marco podía leerse un letrero en un cuadro alargado donde decía, con letras que se veían desgastadas por el paso del tiempo: biblioteca.

Abrió una de las puertas.

—Todas dijeron oír las voces en aquel rincón.

Señaló un viejo banco de madera pegado a la pared que estaba situado junto a una de las estanterías de libros.

—¿Puedo?

—Adelante.

Alargó su brazo, invitándome a pasar.

Me adentré en la sala. Hacía más frío que en el despacho de la Sra. Felicia. Oí que se cerraba la puerta y me giré hacia ella. La mujer había cerrado la puerta y sujetaba los pomos con ambas manos a su espalda. Me extrañó el gesto de su cara, pero creí que se debía a mi propia sugestión. Aquel caso me estaba calando hondo y no comprendía porqué.





—Mami, ¿me has traído un juguete nuevo?

Aquella voz espectral que recorrió la sala erizó mi espinazo. Rígido como una roca, giré la cara hacia el banco desde el cual me había llegado la voz. Una niña estaba sentada en él con un libro en su regazo. Alcé la vista hacia su cara. tenía el rostro desencajado y un aura oscura la envolvía. Sus cuencas estaban huecas, pero aún así podía sentir su mirada. «¡¡Joder!!» Un líquido caliente resbaló por mi entrepierna.

Felicia sonrió. Desvié la vista hacia ella.

—Claro querida. Te lo prometí. ¿Adivinas quién es?

«¿Qué...?»

La niña se puso en pie y se acercó a mí por la espalda. Quería salir corriendo de allí, pero no podía moverme, era como si me hubieran clavado en el suelo de madera.

Y, entonces, pasó. Imágenes de una vida pasada desfilaron ante mí como una película de tiempos remotos. Recordé estar en esta misma biblioteca. Me vi a mi mismo desde fuera, frente a la estantería en la que me encontraba, tan tieso como una piedra.

—¿Esta vez sí que vamos a jugar juntas, verdad, María?

Su aliento rozó mi piel y sentí como un escalofrío ascendía desde la base de mi espalda.

Miré mis pies en esa especie de sueño. Llevaba un pequeño vestido blanco con zapatos de charol y un gran lazo azul en el pelo.

«Pero qué demonios... —No entendía qué narices estaba pasando—. ¡Mi nombre es Mario, no María! Todo esto tiene que ser una pesadilla»

Las imágenes continuaron pasando a cámara lenta frente a mis ojos. Una de ellas congeló la sangre en mis venas.

Lloré. No podía ser verdad. Yo no era así. Yo... Yo...

El hombre se deja caer al suelo mientras las lágrimas caen sin remedio por sus mejillas. La niña se acerca a él y se agacha para quedar a su altura.

Difuminada, la escena parece bailar frente a ellos: dos niñas en una biblioteca. Una ríe. La otra, abrazada a su viejo libro de cuentos, llora.


—¿Ya lo recuerdas, María? —El tono de su voz endurece—. Ahora sí que nos lo vamos a pasar bien...

De repente, todo cobra sentido. Por qué toda mi vida he intentado encontrar la verdad a través de lo oculto. Siempre buscando historias de fantasmas, siempre mirando más allá de lo que los ojos podían ver. Por qué mis sueños no eran sueños, sino terribles pesadillas que no cesaban de desvelarme noche tras noche... Era ella. Por dios... ¡Era ella! ¡Me llamaba!

La oscuridad se cierne sobre mí.

Sé que lo merezco. Pero, Dios mío... Por favor... ¡No!

Un viejo diario descansa sobre una de las mesas de la biblioteca. Está datado en el año 1965. En la página hay una fotografía de una niña sonriente, abrazada a un libro. El titular es escueto: «Niña pierde la vida en un accidente en la escuela privada de Nuestra Señora del Carmen, Badajoz».

Comentarios

  1. Y, después de leer esta historia, dime Carmen , como narices hago para dormir?
    Jeje😱😱😱🎃🎃🎃🎃

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    Respuestas
    1. 😅😅 estoooo.... Je, je, jeeeeee Sorry 😁
      Mil gracias por leerlo!! Espero que te haya gustado 😊 Aunque yo creo que miedo, miedo no da 🤔 jeje
      A por el viernes ya!! Un besote bien gordo!!!😘😘😘😘😘😘

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