La Llamada. Capítulo 8.
Antes que nada, decir todo lo escrito es pura invención. Las personalidades de los protagonistas y sus opiniones, no tienen nada que ver con lo que una servidora crea u opine. Feliz lectura. ^^
El viaje en avión fue largo. Gómez, sentado junto a Carla en uno de los pocos asientos dobles que había en el avión, no podía parar de pensar en lo que pasó la tarde anterior. Carla le miró apoyando su cabeza en el reposa-cabezas y pasó su mano por la nuca de Luis.
-¿Estás bien?
Gómez la miró y, asintiendo con la cabeza, giró la cara hacia la ventanilla.
-Aún no me has explicado por qué hemos tenido que salir así, corriendo...
Carla intuía que algo malo pasaba porque, en los años que llevaba casada con él, nunca hizo mención de viajar fuera de España.
-No es nada. Llevas mucho tiempo pidiéndome de venir a Nueva York, ¿no?
-Sí, pero, por el amor de Dios, Luis, ¡no de esta manera!
Gómez se giró a mirarla.
-¿Qué quieres decir?
-No me has dejado ni ir a despedirme de mi madre, ni darle las llaves a la vecina para que me riegue las plantas...
-Ya estás otra vez con tu madre... -dijo con cierto tono irritado-. ¡Si la vas a ver dentro de un par de semanas!
-Luis, que no es eso...
-¿Tú no querías ir, sí o sí, a ver a Irene? -dijo acomodándose mejor en el asiento-. ¡Pues te estoy llevando a verla!
Carla se dio cuenta de que Gómez se estaba poniendo de mal humor y se levantó.
-Voy a mover un poco las piernas -dijo mirando a su marido-. Y no te pongas así, que sabes que tengo razón en pensar que todo esto es muy raro. Espero que cuando lleguemos seas un poco más amable...
Gómez quiso contestarle pero, antes de poder decir palabra, Carla caminaba por el pasillo hacia el centro del avión.
Desde un par de filas más adelante, Mamen les miró de reojo al oírles discutir. Carla pasó a su lado y dijo:
-Señora, ¿va todo bien?
-Sí, sí... Ya sabes cómo se pone cuando sale el tema de Irene...
Mamen soltó una fuerte risotada.
-¡No hace falta que lo jure! ¿Sabe si en el apartamento de su hija estará también Martin?
-No lo sé... Pero si está, ¡dios nos coja confesados! -dijo riendo, mientras se giraba a mirar a Luis-.
Martin era la razón por la cual Gómez odiaba a todos los americanos. Conoció a Irene el verano antes de empezar la Universidad, durante su estancia en una casa de intercambio. Y, según él, la engañó para que fuera a estudiar a Nueva York. Gómez se negó en rotundo, pero Carla le manejaba muy bien cuando se trataba de asuntos personales, engatusándole para que la dejara realizar un par de cursos allí, con la ayuda de la beca que la habían concedido. A Gómez no le quedó más remedio que aceptarlo, pero cada vez que oía o veía algo relacionado con los EE.UU., se le ponía mal cuerpo.
-Voy a estirar un poco las piernas -continuó diciendo-. Luego si eso, siéntate un poquito conmigo. Este viaje se me está eternizando...
-Claro, señora. Luego le cambio el sitio a Gómez.
Al verse solo, Gómez sacó de su maleta de viaje el sobre que le dio el Dr Thomson. Acarició el papel y suspiró.
-¡Sargento! ¡Qué está muy callado!
Gómez levantó la vista sobresaltado.
-¡Joder, Mamen! ¡No aparezcas así de golpe, que me das unos sustos!
-Lo siento, jefe, je, je, je -dijo sentándose en el asiento de Carla-. ¿Qué es eso?
Gómez sujetó el sobre con fuerza.
-Es lo que me dio el americano...
Desabrochó el botón que cerraba el sobre e introdujo los dedos para sacar la fotografía. Mamen le miró expectante.
-Échale un vistazo, a ver qué ves.
Mamen cogió la fotografía.
-Es una sala antigua, ¿no?
-Sí, creo que es de la zona que estaban estudiando.
-¿Y la chica? ¿Quién es?
-Por la ropa, diría que es la mujer que encontraste en la Ermita.
-¿Lucy?
-Creo que sí... Pero mírala bien.
Mamen se acercó la fotografía a la cara para estudiarla mejor.
-¡Coño! -gritó-. ¡¿No es el tipo ese de la Interpol?!
En la imagen, se podía apreciar a Lucy situada frente a un sarcófago de piedra sin ningún tipo de inscripciones, sonriente por el hallazgo que acababan de realizar. El sarcófago estaba abierto, pero apenas se podía ver lo que contenía. Pero lo que realmente llamó la atención del sargento, fue la silueta de un hombre escondido tras una de las columnas de la sala. Un tipo que reconoció al instante. El supuesto agente Gordon, de la interpol. Gordon apuntaba su arma hacia la mujer, sin darse cuenta de que fue captado por el objetivo de la cámara.
-Sí, ¿qué opinas?
-No sé qué decirte... ¡Espera! -dijo levantándose-. Voy a por mi bolso.
Mamen corrió a su sitio y trajo su bolso de mano. Se sentó junto a Gómez y rebuscó en su interior hasta sacar una pequeña lupa de 12 aumentos que solía usar cuando salía a observar fósiles en la montaña.
-¿Qué coño es eso? -dijo Luis intrigado-.
-Una lupa.
Abrió el aparato y se lo colocó cerca del ojo, acercando la fotografía.
-¿Qué quieres buscar?
-Si la mataron por culpa de ese sarcófago, algo debe haber en él...
-Tienes razón...
Mamen escudriñó la imagen y, de pronto, palideció asustando a Gómez.
-Mamen, ¿qué pasa?
Mamen no podía hablar, le dio la foto y le pasó la lupa sin poder pestañear. Luis miró la fotografía con detenimiento.
-¿Pero qué narices es eso?
Dentro del sarcófago, se podía ver lo que parecía un cuerpo. Pero no un esqueleto, cuatro huesos con ropa enrarecida por el paso de los años, no. Un cuerpo que parecía más estar dormido que muerto.
-¿Mataron a alguien y lo enterraron ahí sin más? -dijo Mamen sin poder entender lo que estaba pasando-.
-Mamen -le interrumpió Gómez-. Fíjate en su cuerpo...
Mamen volvió a escudriñar la fotografía. El cuerpo del hombre estaba envuelto en algo negro que parecía salir de su espalda.
-¿Qu... qué coño es eso?
-Ni idea...
En ese momento, Carla regresó a su sitio. Al verla, Luis guardó la foto y Mamen se levantó algo azorada.
-¿Qué pasa?
-Nada, nada...
Llegaron a Nueva York sin ningún retraso. El cielo estaba gris y el frío calaba en los huesos. Al salir del aeropuerto, su hija Irene les esperaba de pie junto a Martin. Cuando Luis les vio hizo una mueca de desagrado. Ese niñato sujetaba la cintura de su hija sin ningún tipo de pudor. Carla le cogió por el brazo.
-Luis, sonríe un poco, ¿vale?
Cuando Irene le vio, apartó la mano del chico y corrió hacia ellos.
-¡Mamá! -gritó lanzándose a los brazos de su madre-.
-Hola cariño -dijo Carla-.
Se volvió hacia su padre y sonrió.
-Hola papá.
-Hola, Carla. ¿No piensas darle un beso a tu padre?
-¡Claro que sí! -dijo apretándole contra ella-. Os he echado mucho de menos...
Ya en el viejo apartamento donde vivía junto a un par de chicas de intercambio, una china y otra inglesa, Gómez se acercó a Carla y la sacó al rellano del edificio.
-Carla, Mamen y yo vamos a salir un momento.
Le miró con cierto recelo y asintió sin preguntar.
-¿Te vas? -dijo Irene asomándose por la puerta-.
-Sí, ya que estamos aquí, Mamen y yo nos vamos a acercar a darle el pésame a una persona.
Irene miró a su madre extrañada.
-¿A quién?
-Irene, hija, no preguntes tanto y vente a contarme cómo te va todo -dijo su madre cogiéndola por el brazo y haciéndola entrar-.
En ese momento apareció Martin.
-Señor Gómez, ¿le puedo ayudar en algo? -dijo con evidente acento americano-.
-Qué vas a poder hacer tú, mocoso -murmuró-.
-¿Cómo?
-No, nada, nada...
Se quedó pensativo un instante y añadió:
-Bueno, de hecho sí. ¿Verdad que tu padre trabaja en una comisaría?
-Sí. ¿Necesita algo de él?
-¿Puedes darme su teléfono?
-Claro.
Entró dentro y al rato salió con un papel en la mano.
-Tenga.
-Gracias. Por cierto, he de pedirte otro favor.
-Lo que pida.
-¿Tenéis algún sitio donde poder ir?
-Eh... -la pregunta le pilló desprevenido-. Podemos ir a casa de mis padres, a las afueras, pero no entiendo para qué.
-No preguntes y haz lo que te diga, chaval. Coge a mi mujer y a mi niña y te las llevas a pasar unos días allí. No quiero que habléis con nadie que no conozcáis. Y pobre de ti que no tengas cuidado de ellas...
-Tranquilo, señor Gómez, no sé a qué viene este repentino ataque de desconfianza, pero si así consigo que usted me admita cómo la pareja de su hija, lo haré con gusto.
-Eso no va a pasar en la vida -volvió a murmurar mirándole de arriba a abajo-. ¡Mamen! ¡Nos vamos!
Mamen salió por la puerta.
-Ya voy, hombre, no hace falta que grite de esa manera...
-Lo dicho, Martin -dijo Gómez antes de encaminarse hacia el ascensor-. En cuanto nos quitemos de encima lo que tenemos que hacer, iremos a buscaros. Y, sobretodo, no hables con nadie de lo que te he dicho. Te inventas cualquier excusa y te las llevas a tu casa.
-Sí, no se preocupe, señor.
Bajaron a la calle y Mamen sacó la carpeta que tenía guardada en el bolso.
-Bien, jefe. Tal cómo me pidió, aquí tengo la dirección del laboratorio de la tal Alyssa Jules. Será mejor coger un taxi, queda a varias manzanas de aquí.
-De acuerdo. Veamos qué nos tiene que explicar nuestra querida doctora. Por culpa de su maldita investigación, ya han muerto dos personas, y no quiero que una de ellas sea ni Carla ni Irene.
-No se preocupe, sargento. Martin no dejará que las pase nada. Además, si su padre es policía, no creo que se acerquen a ellos.
-Más vale que así sea.
Un taxi amarillo apareció en lo alto de la calle. Mamen levantó el brazo y el taxi paró unos metros más allá. Se acercaron y subieron al vehículo. Recorrieron las calles en silencio. Al llegar, les sorprendió que, cerca de la puerta del edificio, hubiera un par de coches patrulla. Pagaron al taxista y bajaron del vehículo para acercarse al edificio.
-¿Qué le vas a decir? -dijo Mamen-.
-Lo primero, anunciarle la muerte de su compañera. Y luego, preguntarle de qué va toda esta historia.
Mamen abrió la puerta de cristal. No hicieron nada más que entrar y un tipo uniformado se acercó a ellos.
-Lo siento -dijo levantando la mano para detenerles-. No pueden entrar aquí.
-Disculpe agente, venimos a ver a la Dra Jules -dijo Mamen con un inglés casi perfecto, haciendo que Gómez la mirara con sorpresa-.
-En estos momentos las instalaciones están cerradas. Si desean algo, deberán regresar más tarde.
-Disculpe -intervino Gómez con un acento más rudo-. ¿Puede al menos facilitarnos el teléfono de la señorita?
-No.
-Maldita sea... -murmuró malhumorado ante la negativa del agente, frunciendo el ceño-.
-¿Ha dicho algo? -preguntó el tipo cada vez más molesto con aquellos extranjeros-.
-Muchas gracias, agente -dijo Mamen cogiendo a Gómez por el brazo-. Volveremos más tarde.
Se dirigieron hacia la puerta de nuevo y salieron a la calle.
-Sargento, ¿está usted loco? Si se le gira la castaña a uno de estos, ¡nos meten en el trullo echando ostias!
-Lo siento, Mamen, ¡pero es que me desquician!
-¿Y ahora, qué hacemos?
Luis suspiró.
-Ahora no nos va a quedar otra que pedir favores...
Buscó la nota que le dio Martin y marcó el número de su móvil. Tras varios tonos de llamada, una voz masculina respondió al teléfono.
-Hola, soy Luis Gómez, el padre de Irene.
-¡Oh! ¡Señor Gómez! ¡Cuánto me alegro de conocerle! ¡Mi hijo me ha hablado mucho de usted y de su país! Toros, olé, olé...
-Será estúpido -pensó-.
-Dígame, ¿qué puedo hacer por ti? -continuó diciendo Mr Wilson-.
-¿Usted podría localizar el número de teléfono de una mujer?
-¿Cómo? -dijo perplejo por aquella solicitud-.
-Por temas de trabajo, debo encontrarme con la Dra Jules, pero...
-¿La Dra Jules? Precisamente anoche denunció un intento de robo en su laboratorio -.le cortó Wilson-.
Gómez miró a Mamen.
-¿Un intento de robo?
-Sí, pero no le puedo dar detalles de eso. No debería hacer esto, pero por el padre de la chica de Martin, lo que sea... -se oyó que el hombre tecleaba en el ordenador de su escritorio-. Aquí está. El teléfono que utilizó para realizar la llamada fue un móvil.
Tras apuntar el número de Alyssa y aguantar al americano con el tema del flamenco y los toros, típica imagen que a Gómez le irritaba como al que más, colgó el teléfono y marcó el número que Mamen apuntó.
-¿Sí? -dijo una voz femenina-.
-¿Señorita Jules?
-Sí, ¿quién es?
La mujer parecía asustada.
-Soy el Sargento Gómez, de España. Su ayudante trabajaba en el castillo de San Martín de Montalbán, en Toledo, ¿cierto?
Luis notó que la mujer dejó de respirar por un instante.
-S...sí -dijo casi sin voz-.
-Necesito hablar con usted.
-No puedo -su voz temblaba-.
-Señora, es importante y urgente que nos encontremos. No he venido hasta aquí para llamarla por teléfono -dijo Luis irritado-.
Silencio.
-Doctora, el Dr Thomson ha muerto y me ha pedido que le de algo en persona. O me dice donde puedo verla, o me llevo la razón por la que mataron a su ayudante conmigo de vuelta a España. Usted verá.
-¡Pero cómo se lo dice así! -gritó Mamen golpeándolo en el brazo-.
La mujer comenzó a sollozar.
-Les espero en casa de mi amiga. Anote la dirección.
Obra Registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.
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¡Hola Carmen! muy bueno tu nuevo relato, siguiendo en tu línea de siempre :)
ResponderEliminar¿Para cuando el próximo?
¡Abrazos y feliz semana!
¡Hola Hammer!
EliminarMuchas gracias por tu comentario ^^
El próximo llegará a lo largo de esta semana a manos de J.C.
¡Un besote y feliz semana para ti también! :)
¡Cielos! ¡Falta poco para que las historias se crucen! Aunque estoy intrigado por saber qué era lo que había en sarcófago realmente. ¡No puedo esperar para leer el siguiente capítulo! ¡Je, je, je!
ResponderEliminar¡Saludos!
¡Hola Nahuel!
Eliminar¿Qué habrá? ¿Qué habrá? jejeje Pues te toca esperar para saberlo XD
A partir de ahora, las historias estarán unidas en una. A ver qué tal nos queda ^^
¡Un abrazo!
Me ha encantado ese diálogo entre Gómez y Mamen en el avión. Bastante revelador. ¡El próximo episodio promete!
ResponderEliminar¡Hola Aio! Muchas gracias ^^ Por fin se ha desvelado lo que había en la foto, ¿eh? jejeje
Eliminar¡Nos leemos en el próximo!
Mas dudas y mas dudas, ahora un sarcófago que al parecer es la causa de todas las muertes.
ResponderEliminarCreo que ya voy a la mitad del camino y se me hace que me quedaré con la duda hasta mañana que siga leyendo. Al paso que voy yo creo que mañana termino esta historia, bastante ligera.
¡saludos! y ¡bonita tarde! ;-)
Jejeje, sí, es la historia de los interrogantes XD Y el sarcófago esconde el porqué de todo lo que está pasando.
Eliminar¡Mil gracias por seguir dejando tus comentarios! :D