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La Llamada. Capítulo 14.



Tras escapar de los soldados enviados por los templarios, Mamen se dirigió al punto de encuentro. Allí le esperaba el coche en el que montó a toda prisa y que arrancó veloz, perdiéndose por las calles de la ciudad. 

Mientras tanto, en la Sala del Sarcófago, dos hombres vigilaban la entrada. 

-Oye, ¿no te intriga saber qué demonios hay en ese sarcófago? -preguntó Ángel, el soldado con el rostro oculto bajo un pasamontañas negro-.
Lolo le miró y apoyó su fusil en el suelo. 

-Ni lo sé ni me importa -contestó-. Sólo sé que cuando acabe este trabajo, voy a desparecer de este puto lugar.

-¿Y dónde vas a ir?

-No sé... Si hacemos bien nuestro trabajo nos van a soltar una buena morterada, así que, seguramente, me largaré a un paraíso tropical. Y a vivir la vida.

-Pues yo me muero de curiosidad -dijo acercándose a la entrada de la sala-.

Estaba iluminada por unos puntos de luz. Las columnas le conferían un aspecto bastante tétrico. Y, en medio de la sala, rodeado por un cordón de plástico, estaba el sarcófago de piedra situado sobre un pedestal de una piedra algo más oscura. 

-Quizá haya algún tesoro -murmuró intrigado-.

-Déjate de bobadas y cíñete a lo que nos han ordenado. 

-¿Y si le echamos un vistazo? 

-Ángel -dijo con voz severa-. He dicho que lo olvides.

El soldado se encogió de hombros y volvió a su puesto de vigilancia.

Llevaban en aquel castillo más tres días, sin apenas salir. Alguien se encargaba de dejarles comida y bebida cada mañana en la entrada del pasadizo en el que se encontraban, pero nunca vieron quién o cuando la dejaban. Cuando el hombre vestido con un traje caro se presentó en el bar donde los militares solían ir a tomar unas cañas y les propuso el trabajo de custodiar la sala, se negaron. Pero después de recibir la oferta completa, con el dinero que se llevarían tras completar su misión, ambos se miraron incrédulos para, finalmente, aceptar.

-Voy a mirar. No puedo irme de aquí sin saber qué demonios estamos vigilando.

No le dio tiempo a reaccionar cuando Ángel se encaminó con paso firme hacia el interior de la sala. 
-¡La ostia! -gritó al llegar junto al sarcófago-.
Levantó la cinta y se introdujo. Lolo se volvió hacia la entrada y se asomó.

-¿Qué pasa? 

-Míralo tú mismo... Tío, esto no me gusta un pelo.

Lolo miró a un lado y al otro. El pasadizo estaba oscuro y en silencio, como cada día. Entró y se acercó. A medida que avanzaba sintió un extraño malestar. Vio que la tapa del sarcófago estaba abierta. Y, a medida que se acercaba, pudo distinguir su interior. Cuando estuvo lo bastante cerca como para poder ver lo que guardaba, se detuvo en seco. Un hombre yacía inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. Levantó la cinta y se situó junto a su compañero. 

-¿Qué coño es eso que le cubre?

-Parece un manto de plumas... -dijo Ángel acercando su mano para tocarlas-.

Lolo le cogió de la mano y le detuvo.

-¡¿Qué haces?! ¡No lo toques, idiota!

Soltó a su compañero y observó al fallecido. Era un hombre relativamente joven. O, al menos, eso era lo que parecía. Tenía una extraña belleza. Estaba desnudo, sólo cubierto por aquel extraño manto emplumado que caía desde sus hombros y le cubría el torso hasta media pierna. Bajó la vista hacia el cuerpo y vio sus pies. Entonces sintió un escalofrío. Unas garras negras y afiladas hacían las veces de uñas.

-Pero qué... -murmuró acercándose para poder observarlas mejor-.

-¿No se os dio la orden expresa de no entrar en el santuario? -dijo una voz a sus espaldas-.

Los dos soldados se giraron sobresaltados. Un hombre con una túnica negra les observaba desde la entrada de la sala. Su rostro quedaba oculto por la sombra de una de las columnas. Pero el reflejo del colgante que pendía de su cuello delató su identidad.

-¡Señor! -exclamó Lolo inclinando la cabeza y golpeando con el codo a su compañero-. 

-Creía haberos explicado de forma clara y concisa cuál era vuestra misión. 

Salieron del cerco y se situaron a cierta distancia del hombre. 

-Discúlpenos, Señor. No era nuestra...

-Cállate -le cortó con frialdad-. 

Ambos se miraron asustados ante la mirada de aquel tipo. Se encaminó hacia el sarcófago y rompió la cinta de plástico. 

-No deberíais haber entrado aquí. 

Paseó la mano desde la cabeza del hombre muerto hasta el pecho, sin rozarle, y sonrió. Los soldados no dieron crédito a lo que pasó a continuación. Una especie de aura oscura empezó a emanar del cuerpo. Lolo sintió un escalofrío y dio dos pasos alejándose de ellos. Por instinto, puso su mano en el pecho, sintiendo la pequeña cruz que siempre llevaba colgada en su cuello a través de la tela. 

-Se acerca la hora...


En el asiento trasero, Mamen sacó el teléfono móvil y llamó a un número.

-¿Sí?

-Mi Señor -dijo viendo pasar los edificios a través de la ventanilla-. Saben que tenemos el pergamino.

Al otro lado de la línea se hizo el silencio. 

-¿Señor? 

Sánchez suspiró.

-Bueno, era de suponer que tarde o temprano se enterarían. ¿Lo has enviado ya? 

-Estoy en ello, mi Señor -dijo cruzando las piernas-. Yo, por mi parte, me retrasaré en poco.

-Mamen, hay que ceñirse a las órdenes del Prior.

-Lo sé -dijo jugando con un mechón de pelo-. Pero no quiero dejar cabos sueltos. 

-¿Qué vas a hacer? -preguntó cada vez más tenso-. Bueno, mejor no me lo cuentes. Lo dejo en tus manos. Pero sabes que el tiempo apremia. Mamen, hay que llegar a San Martín antes del Viernes. 

-No se preocupe. Sé exactamente lo que tengo que hacer. Y, antes de que llegue la hora, estaré allí.

-Perfecto. Espero el paquete. Ya sabes dónde enviarlo.

-Claro, Señor. 

Colgó el teléfono y vio que el chófer la observaba a través del retrovisor interior. 

-Tú a lo tuyo -le dijo con dureza-. 

-¿Sigo con el plan? 

-Sí.

Volvió a marcar el teléfono y carraspeó mientras daba el tono de llamada.

-¡Hola Señora! -dijo con el tono de voz al cual Gómez estaba acostumbrado. El chófer la volvió a mirar, esta vez sorprendido por su cambio de actitud-. 

-¡Mamen! -dijo la voz de Carla al otro lado de la línea-. ¿Dónde estáis? ¡Llevo intentando localizaros desde ayer! 

-No se preocupe, mujer. Es que al sargento se le acabó la batería y no llevaba el cargador encima -dijo riendo-.

-Este Luis -comentó algo más aliviada-. 

-Escuche, me ha pedido que las venga a buscar. Quiere que nos encontremos con él en el aeropuerto. 

-¿Cómo? -preguntó sin entender-.

-Sí, ya hemos hablado con la doctora a la que quería ver el sargento y, como ya ha solucionado el tema al que había venido, está deseando regresar a España. Dice que está hasta los cojones de los americanos.

-No sé por qué, no me sorprende... ¿Y por qué no venís? Así se despide de Martin.

Mamen se revolvió incómoda.

-¡No, no! Es que él irá directo al aeropuerto... Se ha quedado con la doctora para terminar de hacer cuatro cosas... Mejor venid las dos.

Carla dudó por un instante.

-Bueno... Vale. ¿Dónde quedamos? 

-Os espero en el apartamento de Irene. La doctora me ha prestado su vehículo oficial, un BMW negro. 

-¿Tiene vehículo oficial y todo?

-¡Sí! ¡No veas como las gastan los científicos de aquí! ¡Ja, ja, ja!

-Vale, vale.

-Dentro de media hora en su calle, ¿vale? ¡AH! Y dila a Irene que venga también, que si no el jefe me va a matar...

-Yo se lo digo -rio Carla imaginándose a su marido si Irene no apareciera en el aeropuerto para despedirse de ellos-. Ahora nos vemos.

-Vale. ¡Hasta ahora!

Carla colgó el teléfono y sonrió aliviada de poder ver, por fin, a Luis. Desde que se fue tenía un mal presentimiento que no la dejó conciliar el sueño en toda la noche. 

Mamen, por su parte, colgó y sonrió. Su plan estaba yendo tal y como lo tenía planeado. 

-Tú -dijo acercando su rostro al chófer-. Vamos a recoger dos paquetes más y regresamos al aeropuerto. 

-Pero las órdenes...

-No te preocupes tanto -dijo pasando sus manos por los hombros del hombre-. Te veo demasiado tenso. 

Apretó sus dedos y masajeó su espalda. 

-Además, si esto sale bien, te deberé un gran favor... 

El hombre apartó los hombros.

-Te conozco demasiado bien, Mamen. A mí no me vas a engatusar con tus coqueteos.

Mamen rió y se dejó caer sobre el respaldo de su asiento.

-Pero te haré este favor por el tiempo que hace que nos conocemos. ¿Dónde hay que ir?

Le indicó la dirección y, girando por una de las calles, se dirigieron hacia el apartamento. Al girar en la esquina vieron las siluetas de tres personas esperando junto al portal, mirando a un lado y al otro de la calle.

-Mierda... -murmuró Mamen al verlos-. ¡Mira que las he dicho que vinieran las dos solas! 

-¿Qué hacemos? -preguntó el chófer-.

-No podemos perder más tiempo. Que suban.

Un coche negro paró en doble fila delante del pequeño grupo. Mamen descendió del coche y Carla e Irene se miraron entre sí, sorprendidas por el atuendo que llevaba. 

-¡Hola! -gritó levantando el brazo-. ¡Vamos! ¡Se nos ha hecho tarde y el jefe estará más cabreado que un mono!

Al llegar a su lado, le dijo a ambas que entraran en el vehículo y le pidió a Martin que esperara un momento, que debía hablar con él. Las siguió con la mirada. Se introdujeron en el vehículo y el chófer asintió con la cabeza, bloqueando las puertas traseras. Se volvió hacia Martin y sacó una pequeña pistola que guardaba en la parte trasera del cinturón. 

-No te lo tomes como algo personal -dijo mientras apuntaba a su cabeza-.

Martin no podía dejar de mirar incrédulo hacia el coche, donde Irene golpeaba el cristal intentando que Mamen entrara en razón, y la pistola que le apuntaba con mano firme.

-Lo siento -dijo en voz baja-. No debiste venir.

Un disparo seco recorrió la calle. Irene gritó desesperada pegada a la ventanilla mientras Carla, atónita por lo que acababa de pasar, la sujetó por los hombros en un intento inútil por calmarla. El cuerpo sin vida de Martin cayó desplomado al suelo, con los sesos derramados en la acera. Mamen guardó el arma y se dirigió con paso decidido hacia la puerta del copiloto. Al entrar, Irene se lanzó contra ella intentando arañarla desesperada.

-¡Hija de puta! -gritó-. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué lo has hecho?! 

El chófer arrancó el vehículo y aceleró haciendo que cayera hacia atrás. Mamen aprovechó para ponerse de rodillas en su asiento y apuntó su arma hacia ellas.

-Cállate ya, estúpida -dijo con el ceño fruncido, pasando la mano por su mejilla, donde sus uñas habían abierto la carne-. Os dejé bien claro que debíais venir solas. Pero no... La niña malcriada tenía que traer al novio “metementodo”...  

Carla cogió por los brazos a su hija y la ayudó a sentarse a su lado. Las lágrimas caían descontroladas por sus mejillas mientras murmuraba una y otra vez el nombre de su amado. La atrajo hacia ella y la abrazó, hundiendo su rostro en su pecho. Miró a Mamen enfurecida.

-¿Qué coño has hecho? -dijo con voz dura, frunciendo el ceño-. ¡¿Por qué le has matado?! 

-Cállate, Carla. No quiero ni oír tu estúpida voz... -renegó-.

Carla no podía entender lo que había pasado. Entonces la imagen de Luis cruzó su mente y el recuerdo del malestar que no la dejó dormir se hizo mayor.

-¿D...Dónde está Luis? -preguntó con temblor en la voz, temiendo por la respuesta-.

-Con vosotras conmigo, estoy segura de que hará lo que nosotros queramos que haga. 

En cierto modo, se sintió aliviada. Parecía que Luis estaba a salvo. Pero su situación, en cambio, era crítica.

-Ahora, señoras, más vale que os estéis calladitas y bien quietas, ¿de acuerdo? No quiero tener que dispararos antes de cumplir con nuestra misión... -se sentó en su asiento y comprobó su arma-. Nos espera un viaje muy largo.

Carla sintió los sollozos de su hija en su regazo y sintió cómo se formaba un nudo en su garganta. La imagen de Martin, cayendo muerto contra el suelo con la cabeza abierta por el disparo, la golpeó en la boca del estómago. ¿Por qué? ¿Porqué Mamen había cambiado tanto? Y Luis... ¿Dónde estaba Luis? Preguntas y más preguntas que se cruzaban por su cabeza a velocidad de vértigo haciendo que se sintiera mareada. Miró a través de la ventanilla y recostó la cabeza en el asiento. Sus ojos estaban cristalinos. Irene levantó la cabeza y miró a su madre. El rostro desencajado de su hija la estremeció. 

-Tranquila, cariño... -alcanzó a decir antes de que un nudo sellara su voz-. Todo va a salir bien...

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Obra registrada a nombre de Carmen de Loma en SafeCreative.

Comentarios

  1. Otro capítulo genial. Me encanta el personaje de Mamen, aunque no sea precisamente un "angelito". ;)

    Con muchas ganas de saber qué les pasa a Carla e Irene.

    ¡Seguiré atento a próximos capítulos!

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    1. ¡¡Muchísimas gracias!! ^^
      A mí también me gusta, da mucho juego jejeje Además que los personajes así me resultan divertidos de crear XD
      ¡A saber qué les podrá llegar a pasar! Esperemos que nada malo, sino Gómez no sé yo de lo que sería capaz de hacer...
      Gracias por pasarte de nuevo :) ¡¡Un besote!!

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  2. Retomo la lectura despues de un tiempo y jobar con lo que me encuentro, menuda reaccion de la moza que no duda en apretar el gatillo....
    Seguro el resto de capitulos pendientes nos traeran sorpresas totalmente inesperadas.
    Animo y adelante

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    1. ¡Hello!
      Pues sí, esta chica no se lo piensa dos veces... XD
      ¡Gracias por tu comentario! :)

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  3. ¡Hola! ¡Por fin puedo retomar! Aunque no es mucho lo que tengo que leer. Je, je, je. ¡Cielos! Mamen mataría a cualquiera. Es una asesina a sangre fría. Es mejor no cruzarse con ella. Je, je, je. ¡Saludos!

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    1. ¡Hombre Nahuel! ¡Bienvenido de nuevo!
      Pues ya ves, como para que alguien se cruce en su camino... jejeje
      La verdad es que no hemos avanzado mucho, hemos estado liados y las entregas se han retrasado, pero nos estamos poniendo las pilas ;)
      ¡Saludos! ^^

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  4. Si que es una Maldita Mamen. Mira que matar a Martín a sangre fría y secuestrar a la familia de Gómez esto se pone cada vez mas interesante...
    ¡saludos!

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    1. Jajaja Ya te lo dije, es más mala que un dolor XD Martin, pobre estaba en el lugar equivocado... (Lo cierto es que soy de las que matan a personajes sin pensárselo mucho jeje)

      Muchas gracias, me alegra que te vaya pareciendo interesante :D

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